LOS COMIENZOS DE LA LITERATURA HERÉTICA
Los Comienzos de la Literatura Herética.
El cristianismo tuvo que defenderse contra dos enemigos exteriores: el judaísmo y el paganismo, y, a la par, contra dos enemigos interiores: el gnosticismo y el montañismo. Aunque estos últimos tenían como punto de partida el cristianismo, eran de carácter totalmente distinto. Mientras los gnósticos eran partidarios de un cristianismo adaptado al mundo, los montanistas predicaban la renuncia total del mismo. Los gnósticos trataban de crear un cristianismo que, ajustándose a la cultura de su tiempo, absorbiera los mitos religiosos del Oriente y atribuyera a la filosofía religiosa de los griegos un papel predominante, de suerte que no quedara más que un espacio reducido para la revelación como fundamento de la ciencia teológica, para la fe y para el evangelio de Cristo. En cambio, los montanistas, que esperaban de un momento a otro la destrucción del mundo, proponían como único ideal cristiano, al que todos los fieles debían aspirar, una vida religiosa en retiro y en total alejamiento del mundo y de sus placeres. Ambas sectas organizaron una propaganda muy eficaz y ganaron adeptos en las comunidades cristianas. La Iglesia, por consiguiente, sufrió una doble crisis. El gnosticismo amenazaba su fundamento espiritual y su carácter religioso: el montanismo ponía en peligro su misión y carácter universales. De estos dos enemigos, el gnosticismo era, con mucho, el más peligroso.
Gnosticismo Precristiano.
Los orígenes del gnosticismo hay que buscarlos en los tiempos precristianos. Investigaciones recientes han demostrado que desde que Alejandro Magno inauguró el período helenístico con sus conquistas triunfales en Oriente (334-324 a.C.), se había ido desarrollando esta extraña mezcla de religión oriental y filosofía griega, que llamamos gnosticismo. De las religiones orientales, el gnosticismo heredó su fe en un dualismo absoluto entre Dios y el mundo, entre el alma y el cuerpo; su teoría del origen del bien y del mal de dos principios y substancias fundamentalmente diferentes, y el anhelo de la redención y de la inmortalidad. De la filosofía griega, el gnosticismo recibió su elemento especulativo. Así, las especulaciones sobre los mediadores entre Dios y el mundo las tomó del neoplatonismo; el neopitagorismo le legó esa especie de misticismo naturalista; y aprendió del neoestoicismo el valor del individuo y el sentido del deber moral.
Simón Mago.
El último representante del gnosticismo precristiano fue Simón Mago, contemporáneo de los Apóstoles. Cuando el día-cono Felipe se fue a Samaria, Simón Mago era allí muy conocido y tenía muchos secuaces. Los Hechos de los Apóstoles refieren (8,9-24) que le llamaban “el poder de Dios,” “el grande.” Su nombre aparece junto al de Cerinto, como representante de la herejía gnóstica, en la introducción de la llamada Epístola Apostolorum (cf. supra p.149s). Justino afirma que había nacido en Gitton, Samaria, y que llegó a Roma durante el reinado del emperador Claudio, donde fue venerado como un dios. Hipólito de Roma le atribuye (Phil. 6.7-20) la obra que tiene por título La gran Revelación. Parece que contenía una interpretación alegórica de la narración mosaica de la creación, lo cual hace suponer la influencia de la filosofía religiosa de Alejandría. Es, con todo, muy dudoso que este escrito, del que restan tan sólo poco fragmentos, fuera compuesto por Simón Mago.
Dositeo y Menandro.
En la literatura cristiana antigua se mencionan dos samaritanos más como gnósticos. Los dos están relacionados con Simón Mago; Dositeo es su maestro, y Menandro, su discípulo. Al decir de las Pseudoclementinas, Dositeo fue el fundador de una escuela en Samaria. Según cuenta Orígenes, trató de convencer a los samaritanos de que él era el mesías predicho por Moisés. Menandro nació en Caparatea de Samaria, como afirma Justino. Según Ireneo, decía a sus seguidores que había sido enviado por las potencias invisibles como redentor para la salvación de la humanidad. Discípulo de Simón Mago, fue el maestro de Satornil y Basílides. Es, pues, el eslabón entre el gnosticismo precristiano y el gnosticismo cristiano.
Gnosticismo Cristiano.
Cuando el cristianismo entró en las grandes ciudades de Oriente, se convirtieron a la nueva religión muchos hombres de esmerada educación. Entre ellos figuraban algunos que habían pertenecido a las sectas gnósticas precristianas. En vez de renunciar a sus antiguas creencias, no hicieron más que añadir las nuevas doctrinas cristianas a sus ideas gnósticas. El gnosticismo cristiano había nacido. El gnosticismo precristiano difiere del gnosticismo cristiano en que la persona de Jesús no figura para nada en sus sistemas. En el gnosticismo cristiano, por el contrarío, la afirmación de un solo Dios, Padre de Jesucristo, el Redentor, es una de las doctrinas fundamentales. Los fundadores de las diferentes sectas gnósticas cristianas trataron de elevar el cristianismo del nivel de la fe al de la ciencia, procurándole de esta manera derecho de ciudadanía en el mundo helenístico.
La producción literaria del gnosticismo fue enorme, sobre todo en el siglo II. La primera literatura teológica cristiana y la primera poesía cristiana fueron obra de los gnósticos. Gran parte de esta producción literaria es anónima. Forman parte de ese grupo muchos evangelios apócrifos, epístolas y hechos apócrifos de los Apóstoles y apocalipsis apócrifos (cf. supra p.110s). Esta propaganda hizo estragos por el carácter popular de su contenido.
La literatura gnóstica comprende principalmente tratados teológicos, compuestos por los mismos fundadores de las diferentes sectas y por sus discípulos. Hasta hace poco se creía perdida la mayor parte de esta literatura. En 1945 se descubrió en el Egipto Superior una biblioteca gnóstica de cuarenta y ocho tratados, todos inéditos. Es de esperar que estos textos, cuando se publiquen, proyecten nueva luz sobre la historia y naturaleza del gnosticismo.
Basílides.
Basílides fue, según Ireneo (Adv. haer. 1,24,1), un profesor de Alejandría, en Egipto. Vivió durante el tiempo de Adriano y Antonio Pío (120-145). Escribió un evangelio, del que solamente resta un fragmento (cf. supra p.130), y un comentario al mismo, llamado Exegetica, del que subsisten varios fragmentos. Por ejemplo, Hegemonio (Acta Archelai 67,4-11 ed. Benson) cita un pasaje del libro 13 de Exegetica en el que se describe la lucha entre la luz y las tinieblas. Clemente de Alejandría (Stromata 4,12,81,1 al 88,5) copia varios pasajes del libro 23 que tratan del problema del sufrimiento. Estos fragmentos, sin embargo, no permiten formarnos una idea exacta del sistema doctrinal de Basílides. Compuso, además, salmos y odas, de los que no queda nada.
Ireneo (Adv. haer. 1,24,3-4) da el siguiente sumario de las enseñanzas de Basílides:
Basílides, a fin de aparentar que ha descubierto algo más sublime y plausible, da un desarrollo inmenso a sus doctrinas. Avanza la teoría de que el Nous fue el primogénito del Padre Ingénito, que de él a su vez nació el Logos, del Logos la Frónesis, de la Frónesis la Sofía y la Dínamis; de la Dínamis y la Sofía, las potestades, los principados y los ángeles, a los cuales llama también los primeros. Por ellos fue hecho el primer cielo. Luego los demás ángeles, formados por emanación de éstos, crearon otro cielo semejante al primero. Del mismo modo, habiendo sido formados aún otros ángeles por emanación de los segundos, antitipos de los que están encima de ellos, hicieron un tercer cielo. Y de este tercer cielo hubo, degradándose, una cuarta generación de descendientes. Y así sucesivamente declaraban que se habían ido formando nuevas series de principados y de ángeles y trescientos sesenta y cinco cielos. De donde el año tiene el misino número de días conforme al número de cielos.
Los ángeles que ocupan el cielo inferior, a saber, el que es visible a nosotros, formaron todas las cosas que hay en el mundo y se distribuyeron entre si las partes de la tierra y las naciones que hay en ellas. El jefe de todos ellos es aquel que se considera como Dios de los judíos; y porque quiso sujetar a las demás naciones bajo el dominio de su propio pueblo, esto es. el de los judíos, los demás príncipes le resistieron y se le opusieron. Por esta razón, todas las demás naciones se enemistaron con la suya. Pero el Padre ingénito y sin nombre, viendo que iban a ser destruidos, les mandó su propio Nous, primogénito, es el que llaman Cristo, para librar a los que creen en él del poder de los que hicieron el mundo. El se apareció entonces como hombre, sobre la tierra, a las naciones de estas potestades y obró milagros. Por eso no fue él mismo quien sufrió muerte, sino Simón, cierto hombre de Cirene, que fue forzado a llevar la cruz en su lugar. Este último, transfigurado por él de manera que pudiera tomársele por Jesús, fue crucificado por ignorancia y error, mientras Jesús, que se había transformado en Simón y estaba a su lado, se reía de ellos. Porque, siendo como era una potestad incorpórea y el Nous del Padre ingénito, se transfiguraba como le antojaba, y así ascendió a Aquel que le había enviado burlándose de ellos porque no habían podido echarle mano y porque era invisible a todos. Aquellos, pues, que saben estas cosas, han sido librados de los principados que formaron este mundo; de suerte que no tenemos obligación de confesar al que fue crucificado, sino al que vino en forma de hombre y se cree fue crucificado, cuyo nombre era Jesús y fue enviado por el Padre, a fin de que con esta obra pudiera destruir la obra de los hacedores del mundo.
Del pasaje que sigue después se ve claramente que Basílides dedujo de su cosmología las siguientes conclusiones prácticas:
1. El conocimiento (gnosis) libra de los principados que hicieron este mundo.
2. Solamente unos pocos, uno por mil, dos por diez mil, pueden poseer el verdadero conocimiento.
3. Los misterios deben guardarse en secreto.
4. El martirio es inútil.
5. La redenciónafecta solamente al alma, no al cuerpo, que está sujeto a corrupción.
6. Todas las acciones, incluso los más horrendos pecados de lujuria, son materia totalmente indiferente.
7. El cristiano no debería confesar a Cristo crucificado, sino a Jesús, el enviado del Padre. De otra suerte sigue siendo esclavo y bajo el poder de los que formaron su cuerpo.
8. Hay que despreciar los sacrificios paganos, pero puede hacerse uso de ellos sin escrúpulo alguno, porque no son nada.
De este resumen de Ireneo resulta evidente que Basílides no profesaba el dualismo, como han pretendido algunos sabios. El fragmento de su Exegetica en los Acta Archelai, que trata de la lucha entre la luz y las tinieblas, no puede aducirse como prueba de su creencia dualista, pues precisamente en él se inicia una refutación del dualismo de Zoroastro entre la luz y las tinieblas como potestades del bien y del mal.
Isidoro.
La obra de Basílides la continuó su hijo y discípulo Isidoro, de quien sabemos menos aún que de su padre. Clemente de Alejandría (Strom. 2,113; 6,53; 3,1-3) cita pasajes de tres de sus escritos. Escribió una Explicación del profeta Parchor, donde intentó probar la influencia de los profetas en los filósofos griegos. Compuso, además, una Etica y un tratado sobre El alma adventicia. Este último examinaba las pasiones humanas, que emanan de una segunda parte del alma. El pasaje que Clemente aduce de la Etica da una extraña interpretación de las palabras del Señor sobre el eunuco (Mt. 19,10ss).
Valentín.
Contemporáneo de Basílides y de su hijo Isidoro, pero mucho más importante que ellos, es Valentín. Ireneo (Adv. haer. 3, 4,3) escribe de él: “Valentín vino a Roma en tiempo de Higinio (c.155-160). Epifanio (Haer. 31,7-12) es el primero en decirnos que era egipcio de nación, que fue educado en Alejandría y que propagó sus doctrinas en Egipto antes de irse a Roma. Más tarde, añade el mismo autor, abandonó Roma con dirección a Chipre. Clemente de Alejandría incorpora seis fragmentos de sus escritos en su Stromata: dos de ellos están tomados sus cartas, dos de sus homilías, y los dos restantes no de qué escritos provienen. He aquí uno de los pasajes de sus cartas, citado por Clemente (Strom. 2,20,114).
Hay un solo ser bueno, y su libertad de palabra es su manifestación por el Hijo, y solamente por él puede purificarse el corazón cuando haya sido expulsado de él todo espíritu maligno. Porque la muchedumbre de espíritus que en él habita no permite que sea puro, pues cada uno de ellos realiza sus propias obras, manchándolo a menudo con impurezas increíbles. Sucede con el corazón algo parejo a lo que acaece en una posada; ésta, en efecto, está llena de agujeros y como surcada de una parte a otra, y a menudo llena de inmundicias, y los hombres viven suciamente y no se cuidan del local, por pertenecer a otros. Así es tratado el corazón: mientras nadie se cuida de él, permanece inmundo y es morada de muchos demonios. Pero cuando el único Padre que es bueno lo visita, es santificado y resplandece de luz. El que posee un corazón así es bienaventurado porque verá a Dios.
Pasajes como éste explican que Valentín tuviera tantos adeptos entre los fieles. Nos hacen comprender lo que Ireneo (Adv. haer. 3,15,2) dice de Valentín y de sus discípulos:
Con sus palabras engañan a los más simples y los seducen, imitando nuestra manera de hablar, para que vayan a escucharles con frecuencia. Y se quejan de nosotros: “Profesan doctrinas semejantes a las nuestras; no tenemos, pues, motivo para no mantener relaciones con ellos; dicen las mismas cosas que nosotros, tienen la misma doctrina, y, sin embargo, los llamamos herejes.”
Valentín tuvo muchos secuaces, tanto en Oriente como en Occidente; Hipólito habla de dos escuelas, una oriental y otra italiana. Algunos de los nuevos tratados gnósticos descubiertos en Chenoboskion son de origen valentiniano. El Códice Jung contiene más de tres tratados; alguno es seguramente del mismo Valentín (cf. infra p.265s).
Ptolomeo.
El miembro más eminente de la escuela italiana de Valentín fue Ptolomeo. Escribió una Carta a Flora, que trata del valor de la Ley mosaica. Divide la Ley en tres partes esenciales. La primera es de origen divino; la segunda viene de Moisés, y la tercera, de los ancianos del pueblo judío. La parte que viene de Dios se divide asimismo en tres secciones. La primera sección contiene la ley pura, sin mancha de mal, o sea los diez mandamientos. Esta es la sección de la ley mosaica que Jesús vino a cumplir y no a suprimir. La segunda sección es la ley corrompida por la injusticia, es decir, la ley del talión, que fue abolida por el Salvador. La tercera es la ley ritual que el Salvador espiritualizó. Esta carta nos ha sido conservada por Epifanio (Haer. 33,3-7). De toda la literatura gnóstica, ésta es la pieza más importante que poseemos.
Heracleón.
Según refiere Clemente de Alejandría (Strom. 4,71,1), era el más estimado de los discípulos de Valentín. Pertenece, como Ptolomeo, a la escuela italiana. Compuso un comentario al evangelio de San Juan. Orígenes cita no menos de cuarenta y ocho pasajes de esta obra en su comentario a este mismo evangelio. Clemente de Alejandría aduce dos pasajes de Heracleón sin decir si los toma de este comentario o de otro escrito suyo.
Florino.
El presbítero romano Florino era también miembro de la escuela italiana de Valentín. Eusebio es el primero en informarnos que Irenco escribió una carta a Florino Sobre la única soberanía y que Dios no es el autor del mal; parece, pues, que o defendió la opinión contraria. Eusebio (Hist. eccl. 5,20,4) cita un pasaje de esta carta en la que Ireneo habla de Florino:
Estas opiniones de Florino, para decirlo con moderación, no pertenecen a la sana doctrina. Estas ideas son incompatibles con la Iglesia y arrastran a los que creen en ellas a la mayor de las impiedades. Ni siquiera los herejes que están fuera de la Iglesia osaron nunca defender tales creencias. Estas opiniones no nos las transmitieron los presbíteros, nuestros predecesores, los que acompañaron a los Apóstoles.
Ireneo le trae luego a la memoria el recuerdo del obispo Policarpo de Esmirna, a quien Florino había conocido personalmente en su juventud.
Además de esta carta, Ireneo escribió contra Florino una obra Sobre la Ogdoada “cuando éste fue atraído al error valentiniano” (Eusebio, Hist. eccl. 5,20,1). Existe un fragmento siríaco de una carta que Ireneo escribió al papa Víctor. En ella Ireneo le pide al Papa que tome medidas contra los escritos de un presbítero romano, porque estos escritos se han extendido hasta las Galias, poniendo en peligro la fe de los cristianos. El título de este fragmento menciona a Florino como secuaz de las necedades de Valentín y autor de un libro abominable.
Bardesano.
De la escuela oriental de Valentín tenemos menos noticias que de la italiana. Uno de sus discípulos orientales más importantes es Bardesano (Bar Daisan). Nació el 11 de julio del año 154, en Edesa. Hijo de familia noble, fue educado por un sacerdote pagano en Mabug (Hierópolis). Tuvo por amigo al rey Abgaro IX de Osroene. Se hizo cristiano cuando contaba veinticinco años. Cuando Caracalla conquistó Edesa el año 216-217, Bardesano huyó a Armenia. Murió el año 222-223, después de su regreso a Siria. Eusebio (Hist. eccl. 4,30), que llama a Bardesano “hombre nobilísimo, versado en la lengua siríaca,” nos informa que en un principio había sido miembro de la escuela de Valentín, pero que más tarde condenó esta secta y refutó muchas de sus fábulas. Sin embargo, como dice Eusebio, “no se limpió completamente de la inmundicia de su antigua herejía.” La misma fuente nos hace saber que “compuso diálogos contra los marcionitas y contra jefes de otras creencias y los publicó en su propia lengua y escritura, juntamente con otros muchos escritos suyos. Merced a su extraordinaria habilidad dialéctica se granjeó muchos discípulos, que tradujeron sus obras del siríaco al griego. Entre ellas figura un diálogo de gran fuerza Sobre el destino, dirigido a Antonino, y todos los demás libros que escribió a raíz de la persecución de aquel tiempo.”
Todos sus escritos perecieron, excepto el diálogo Sobre el destino o Libro de las leyes de las raíces, que menciona Eusebio y subsiste en su original siríaco. El autor, sin embargo, no es Bardesano, sino su discípulo Felipe, si bien aquél aparece como el personaje principal del diálogo, contestando a las preguntas y dificultades de sus secuaces sobre los caracteres de los hombres y la posición de las estrellas. Si se ha de dar crédito a Efrén, Bardesano fue el creador de la himnodia siríaca, pues compuso ciento cincuenta himnos con el fin de propagar su doctrina. Su éxito fue tan portentoso que, en la segunda mitad del siglo IV, Efrén tuvo que componer himnos para combatir la secta de Bardesano. Algunos eruditos opinan que el magnífico poema Himno del alma, que se encuentra en los Hechos de Tomás (cf. supra p.139), es obra de Bardesano. En contra de esta tesis está el hecho de que en el himno no aparezca ningún vestigio de la gnosis de Bardesano. El árabe Ibn Abi Jakub, en su lista de las ciencias llamada Fihrist, que data de fines del siglo X, atribuye a Bardesano tres escritos más, de los cuales uno trataba de La luz y las tinieblas; el segundo, de La naturaleza espiritual de la verdad, y el tercero, de Lo mutable y lo inmutable.
Harmonio.
Harmonio, hijo de Bardesano, continuó la obra de su padre. El primero en hablarnos de él es el historiador Sozomeno, a mediados del siglo V. Según él (Hist. eccl. 3,16), Harmonio “estaba sólidamente impuesto en la cultura griega y fue el primero que compuso versos en su lengua vernácula, entregándolos a los coros. Hasta el presente los sirios cantan frecuentemente, no ya los versos escritos por Harmonio, sino sus melodías. Porque, como Harmonio no estaba totalmente exento de los errores de su padre ni de ciertas opiniones de los filósofos griegos sobre el alma, sobre la generación y la destrucción del cuerpo y sobre la doctrina de la transmigración, introdujo algunas de estas ideas en las canciones líricas que compuso. Cuando Efrén se dio cuenta de que los sirios gustaban del elegante estilo y del ritmo musical de Harmonio, y que por esa razón se iban dejando contaminar por las mismas ideas, aunque él ignoraba la cultura griega, se dedicó al estudio de los metros de Harmonio y, sobre las melodías de sus poemas, compuso otros más conformes con las doctrinas de la Iglesia; tales son los que compuso en forma de himnos sagrados y cantos de alabanza a los santos. Desde entonces los sirios cantan las odas de Efrén sobre las melodías de Harmonio.”
En esta cita, Harmonio pasa a ocupar completamente el lugar de su padre; lo único que Sozomeno, en un pasaje anterior, atribuye a Bardesano es haber fundado la herejía que lleva su nombre. Sin embargo, Efrén no menciona para nada a Harmonio; podemos, pues, deducir que éste no hizo sino continuar la obra de su padre.
Teodoto.
Otro miembro de la escuela oriental de Valentín fue Teodoto. Le conocemos por los llamados Excerpta ex scriptis Theodoti, que son un apéndice de los Stromata de Clemente de Alejandría. Ochenta y seis de los Excerpta contienen citas de los escritos de Teodoto, aunque se le mencione solamente en cuatro de ellos. Tratan de los misterios del bautismo, de la eucaristía del pan y del agua, y de la unción, como medios para librarnos de la dominación del poder maligno. Contiene, además, doctrinas típicamente valentinianas sobre el pleroma, sobre las Ogdoadas y sobre las tres clases de hombres.
Marco.
Ireneo menciona a un tal Marco, que enseñó en el Asia proconsular como miembro de la escuela oriental de Valentín. De las palabras de Ireneo se infiere que Marco era partidario de las doctrinas de Valentín sobre los eones, que celebraba la eucaristía con medios mágicos y fraudulentos y que seducía a muchas mujeres. Sus discípulos predicaron incluso en las Galías, en la región del Ródano, e Ireneo conoció a alguno de ellos personalmente. En su Adv. haer. 1,20,1, afirma que hacía uso de gran cantidad de escritos apócrifos y espurios que habían compuesto ellos mismos.
Carpocrates.
Además de Basílides y Valentín, Alejandría vio nacer al tercer fundador de la secta gnóstica, Carpócrates. Según Ireneo (Adv. haer. 1,25,1), Carpócrates y sus seguidores sostenían “que el mundo y las cosas que hay en él fueron creados por ángeles muy inferiores al Padre ingénito. También afirmaban que Jesús era hijo de José y que era en todo semejante a los demás hombres. Únicamente se diferenciaba en que su alma, gracias a su constancia y pureza, recordaba perfectamente las cosas que había presenciado en la esfera del Dios ingénito. Y por esta razón descendió del Padre sobre esta alma un poder para que pudiera eludir a los creadores del mundo; tras haber pasado por medio de toda clase de acciones y haberse librado de todas ellas, volvió a subir al Padre.”
Esta situación otorgada a Jesús no es en manera alguna única, porque, en forma parecida, “el alma que, igual que la de Cristo, logra despreciar a los principados que crearon el mundo, recibe poderes que le permiten realizar cosas parecidas. Esta idea ha engendrado en ellos (en los discípulos de Carpócrates) un orgullo tal, que algunos dicen ser iguales a Cristo, al paso que otros se declaran aún más poderosos que él y superiores a sus discípulos, como Pedro y Pablo y los demás apóstoles, a quienes no consideran inferiores a Jesús” (1,25,2).
Los seguidores de Carpócrates practicaron un culto sincretista peculiar: “Tienen también imágenes, algunas de ellas pintadas y otras hechas de diferentes clases de material; sostienen que Pilatos hizo una imagen de Cristo durante el tiempo en que Jesús vivió entre los hombres. A esas imágenes las coronan y las colocan entre las estatuas de los filósofos del mundo; es decir, entre las imágenes de Pitágoras, Platón, Aristóteles, etc. Tienen también otras maneras de venerar estas imágenes, al estilo de los gentiles” (Adv. haer. 1,25,6).
“Los discípulos de Carpócrates practican asimismo las artes mágicas y de encantamiento, los filtros y pociones de amor. Recurren a los espíritus familiares, a los que envían sueños, y a otras abominaciones, declarando que tienen el poder de mandar incluso sobre los príncipes y los creadores de este mundo, y no solamente sobre ellos, sino también sobre las cosas que hay en él” (Adv. haer. 1,25,3).
Para poder determinar el tiempo en que floreció Carpócrates conviene tener presente lo que dice Ireneo de Marcelina, una de sus discípulas, que fue a Roma durante el reinado del papa Aniceto (154-165) y allí sedujo a muchos. Esto prueba que Carpócrates fue contemporáneo de Valentín.
Epífanes.
No ha llegado hasta nosotros ninguno de los escritos de Carpócrates; se conservan, en cambio, algunos fragmentos del tratado Sobre la justicia, compuesto por su hijo Epífanes. Epífanes escribió ese libro como un verdadero niño prodigio. Murió a los diecisiete años y fue adorado como Dios en Cefalonia, la isla natal de su madre, Alejandra. Los cefalonios le dedicaron un templo en la ciudad de Same, y sus seguidores celebran su apoteosis con himnos y sacrificios en los novilunios. Los fragmentos de su tratado Sobre la justicia, citados por Clemente de Alejandría (Strom. 3,2,5-9), muestran que Epífanes defendía la comunidad de bienes. Fue tan lejos que incluso llegó a declarar que las mujeres, como cualquier otro bien, eran comunes a todos.
Marcion.
Marción nació en Sínope, en el Ponto, actualmente Sinob, en la costa del mar Negro. Su padre fue obispo, y su familia pertenecía a la más alta clase social de este importante puerto y ciudad comercial. El mismo hizo una gran fortuna como armador. Fue a Roma hacia el año 140, durante el reinado de Antonino Pío, y al principio se asoció a la comunidad de los fieles. Pero muy pronto sus doctrinas suscitaron viva oposición, hasta el punto que los jefes de la Iglesia le exigieron que diera cuenta de su fe. El resultado fue que en julio del año 144 fue excomulgado. Hay una gran diferencia entre Marción los demás gnósticos. Estos se limitaron a fundar escuelas. Marción, en cambio, después de su separación de la Iglesia de Roma, constituyó su propia Iglesia, con una jerarquía de obispos, presbíteros y diáconos. Las reuniones litúrgicas eran muy semejantes a las de la Iglesia romana. Merced a ello, logró más seguidores que las demás sectas gnósticas. Diez años después de su excomunión, Justino refiere que su Iglesia se había extendido “por toda la humanidad.” A mediados del siglo y había aún comunidades marcionitas en Oriente, especialmente en Siria. Algunas de ellas sobrevivían todavía a principios de la Edad Media.
Como hecho interesante cabe anotar que, antes de ir a Roma, Marción había sido excomulgado ya por su padre. Probablemente, en su ciudad natal de Sínope, halló la misma oposición a sus doctrinas que luego encontró en Roma. Sería, pues, muy interesante conocer algo sobre sus enseñanzas. Desgraciadamente, la única obra que escribió, las Antítesis, en la que exponía su doctrina, se ha perdido. También se ha perdido su carta dirigida a los jefes de la Iglesia romana, en la que daba cuenta de su fe. Ireneo asocia a Marción con el gnóstico sirio Cerdón, que vivió en Roma bajo Higinio (136-140) “y enseño que el Dios proclamado por la Ley y los Profetas no es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque aquél es conocido, éste desconocido; el uno es justo, el otro bueno” (Adv. haer. 1,27,1).
Ireneo afirma que Marción dio nuevo impulso a la escuela de Cerdón en Roma, blasfemando desvergonzadamente del Dios que la Ley y los Profetas han anunciado; afirmando que es un ser maléfico y amigo de guerras, y también inconstante en sus juicios y en contradicción consigo mismo. En cuanto a Jesús, atestigua que vino del Padre, que está por encima del Dios que hizo el mundo, a Palestina, en tiempo del gobernador Poncio Pilalos, procurador de Tiberio César, y se manifestó en forma humana a los habitantes de Judea, para abolir la Ley y los Profetas y todas las obras de este Dios que hizo el mundo, a quien llama también el Cosmocrator (Soberano del mundo). Mutila, además, el evangelio según San Lucas, eliminando todo lo que estaba escrito sobre el nacimiento del Señor y gran parte de la doctrina de los discursos de nuestro Señor, donde está escrito que nuestro Señor reconocía como Padre al Creador de este mundo. Convence a sus discípulos que él es mucho más digno de crédito que los Apóstoles que escribieron el evangelio; siendo así que él pone en sus manos, no el evangelio, sino tan sólo una pequeña parte de él. Lo mismo hace con las epístolas de San Pablo, que también mutila, eliminando todos aquellos pasajes en donde el Apóstol habla claramente del Dios que hizo el mundo, y de cómo El es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Elimina igualmente todos los escritos proféticos, que el Apóstol cita en sus enseñanzas como profecías de la venida del Señor. Y la salvación, añade, está reservada a las almas iniciadas en su doctrina. Pero el cuerpo, por lo mismo que ha sido tomado de la tierra, no puede participar de la salvación” (Adv. haer. 1,27,2-3).
En otro pasaje (Adv. haer. 3,3,4) refiere Ireneo que una vez el obispo Policarpo de Esmirna se encontró con Marción, y, al ser preguntado por éste: “¿Me conoces?,” Policarpo respondió: “Sí, reconozco en ti al primogénito de Satanás.”
Como todos los demás escritores antiheréticos, Ireneo incluye a Marción entre los gnósticos. A. von Harnack, sin embargo, opina que Marción no fue gnóstico, sino el primer reformador y restaurador cristiano del paulinismo. Harnack tiene razón en el sentido de que Marción no intentó salvar la distancia entre lo infinito y lo finito con la ayuda de toda una serie de eones, como hacían los gnósticos. Tampoco se preocupó de especular sobre la causa del desorden que reina en el mundo visible. También difiere de los gnósticos en cuanto que repudia la interpretación alegórica de las Escrituras. Pero, aparte de eso, la teología de Marción revela la misma mezcla típica de ideas cristianas y paganas que caracteriza el gnosticismo. Su concepto de la divinidad es gnóstico, porque supone una distinción real entre el dios bueno, que vive en el tercer cielo, y el dios justo, que es inferior a él. El mismo carácter gnóstico se encuentra en su cosmología. El segundo dios que creó el mundo y al hombre no es sino el demiurgo, que conocemos por otras sectas gnósticas. Asimismo es gnóstica la opinión de Marción según la cual este segundo dios no creó el mundo de la nada, sino que lo formó de la materia eterna, principio de todo mal. Marción identifica este segundo dios con el Dios los judíos, el Dios de la Ley y de los Profetas. Es justo, tiene pasiones; es iracundo y vengativo; es el autor de todo mal, tanto físico como moral. Por eso es el instigador de las guerras.
La cristología de Marción refleja la misma tendencia gnóstica. Cristo no es el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento; no nació de la Virgen María, por la sencilla razón de que ni nació ni creció. Ni siquiera en apariencia. En el año decimoquinto del reinado de Tiberio se manifestó de repente en la sinagoga de Cafarnaúm. A partir de este momento tuvo una apariencia humana, que conservó hasta su muerte en la cruz. Derramando su sangre, redimió a todas las almas del poder del demiurgo, cuyo reino destruyó con su predicación y con sus milagros. Aparece aquí otra idea gnóstica. Según Marción, en efecto, la redención afecta sólo al alma. El cuerpo, por lo tanto, sigue sujeto al poder del demiurgo y está destinado a la destrucción. La inconsciencia y la falta de toda lógica en estas doctrinas son evidentes. Marción no cree de su incumbencia el explicar el origen de su dios de justicia, ni por qué el sacrificio de la cruz reviste tal importancia a sus ojos, cuando en realidad no es sino el sacrificio de un fantasma.
También es decididamente gnóstico el sistema de “depurar” los textos del Nuevo Testamento, eliminando todos los pasajes que afirman la identidad de Dios, el Padre de Jesucristo, con el creador del mundo; de Cristo con el Hijo de Dios, que hizo el cielo y la tierra; del Padre de Jesucristo con el Dios de los judíos. Todos estos pasajes estaban en manifiesta oposición con las ideas gnósticas. Además, Marción tiene en común con Valentín que rechaza de plano todo el Antiguo Testamento. Se diferencia, empero, de la mayoría de los gnósticos en que no escribió nuevos evangelios o libros sagrados, aunque pusiera reparos a algunos de los escritos del Nuevo Testamento y rechazara completamente el Antiguo. Estaba convencido de que los judíos habían falsificado el evangelio original de Cristo introduciendo en él elementos judíos. Por esta razón, Cristo llamó al apóstol Pablo a restablecer el Evangelio en su forma original. Pero los enemigos de San Pablo llegaron a corromper incluso sus epístolas. Marción eliminó, en consecuencia, los evangelios de Mateo, Marcos y Juan, y rechazó lo que llama interpolaciones judías en el evangelio de Lucas, el cual, a su juicio, contenía en substancia el Evangelio de Cristo. De la colección de las cartas de San Pablo excluyó las epístolas pastorales y la epístola a los Hebreos. De las cartas que conserva omitió algunos pasajes. Colocó en primer lugar la carta a los Gálatas, y cambió el nombre de la epístola a los Efesios por el de epístola a los Laodicenses. Por medio de esta revisión redujo el Nuevo Testamento a dos documentos de fe, a los que daba los nombres de Evangelio y Apóstol. A estos documentos agregó su libro Antítesis, en el que justificaba su repudio del Antiguo Testamento por la acumulación de todos los pasajes que prueban el carácter malo del Dios de los judíos. Expone igualmente sus objeciones contra los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
Apeles.
Apeles fue el discípulo más importante de Marción. Según Tertuliano, vivió primero con Marción en Roma, pero, después de algunas desavenencias con su maestro, partió para Alejandría de Egipto. Más tarde volvió a Roma. Rodón, su adversario literario, que le conoció personalmente, nos da la siguiente valiosa información sobre los discípulos de Marción, y en particular sobre Apeles:
Por eso, ellos (los seguidores de Marción, los marcionitas) están en desacuerdo entre ellos mismos, sosteniendo pareceres incompatibles. Uno de su grey, Apeles, venerado por el género de vida que lleva y por su edad avanzada, admite un solo principio, pero dice que las profecías provienen de un espíritu enemigo. A ello le persuadieron los oráculos de una doncella poseída, llamada Filomena. Pero otros, entre ellos el propio capitán (Marción), introducen dos principios. A esta escuela pertenecen Potito y Basílico. Estos siguieron al Lobo del Ponto (Marción), siendo como él incapaces de percibir la división de las cosas, y recurrieron a una solución simple, estableciendo, pura y simplemente, dos principios, sin prueba alguna. Otros aún, pasando a un error todavía peor, suponen la existencia, no ya de dos naturalezas, sino de tres. Su jefe y director fue Sinero, como aseguran los que representan a su escuela (Eusebio, Hist. eccl. 5,13,24).
Reviste particular importancia la discusión que tuvieron Rodón y Apeles. A. Harnack no ha dudado en calificarla “la más importante disputa religiosa de la historia.” Rodón hace la siguiente relación de esta discusión:
Porque el anciano Apeles, cuando vino a conversar con nosotros, quedó convencido que hacía muchas afirmaciones falsas. Desde entonces acostumbraba decir que no es necesario investigar a fondo el asunto, sino que cada cual debe permanecer en su propia creencia. Afirmaba que todos los que ponen su confianza en el Crucificado serán salvos, con tal de que perseveren en las buenas obras. Pero, como dijimos, la parte más obscura de sus doctrinas es lo que decía sobre Dios. Porque seguía enseñando que hay un solo principio, tal como lo afirma nuestra doctrina… Y cuando yo le dije: “¿Cómo pruebas tu aserto, o cómo puedes decir que hay solamente un principio? Dínoslo,” respondió que las profecías se refutan a sí mismas por no haber dicho de ninguna manera la verdad, y porque son discordantes, falsas y contradictorias. En cuanto al punto de por qué hay un solo principio, dijo que no lo sabía, sino que sencillamente se sentía inclinado a ello como por instinto. Después, cuando yo le conjuré a que me dijera la verdad, juró que decía la verdad cuando decía que no sabía cómo el Dios ingénito es uno, pero que lo creía. Yo me burlé de él y le condené, porque, aunque se llamaba a sí mismo maestro, no sabía cómo probar lo que enseñaba (Eusebio, Hist. eccl. 5,13,5-7).
De este relato se deduce que Apeles discrepaba de Marción en cuestiones muy importantes. En primer lugar, rechazaba el dualismo reconocido de su maestro y procuraba volver a un primer Principio único. Consecuentemente, presentaba al demiurgo como una criatura de Dios, como un ángel que creó el mundo. En segundo lugar, Apeles eliminó el docetismo de Marción. Jesucristo no era un fantasma; tenía un cuerpo real, aunque no lo recibiera de la Virgen María, sino que lo tomó de los cuatro elementos de las estrellas. En su ascensión restituyó su cuerpo a los cuatro elementos.
Por lo demás, Apeles fue mucho más lejos que Marción en su desprecio por el Antiguo Testamento. Marción consideraba el Antiguo Testamento como un documento de valor puramente histórico, sin significación religiosa. Para Apeles era un libro mentiroso, lleno de contradicciones y de fábulas, en el que puede absolutamente confiar. Para probar el valor nulo del Antiguo Testamento, Apeles compuso una obra intitulada Silogismos, que comprendía al menos treinta y ocho libros. Ambrosio nos ha conservado gran número de párrafos de esta en su tratado De Paradiso. Nada queda del libro de Apeles Manifestaciones, en el que divulgaba las visiones de la profetisa Filomena.
Los Encratitas.
Los llamados encratitas están relacionados por su doctrina con Marción. Su fundador fue Taciano el Sirio (cf. Supra p.211). Ireneo dice que los encratitas coincidían con Marción rechazar el matrimonio. El hecho de que en el Diatessaron de Taciano falten las genealogías de Jesús es otro indicio de que tuvo algo en común con Marción.
Julio Casiano.
Otra figura representativa de los encratitas es Julio Casiano. Clemente de Alejandríamenciona dos de sus escritos en Stromata (3,13,92). El primero se titulaba Exegetica. Sabemos por Clemente que el primer libro de esta obra trataba de la época de Moisés. El título de la segunda obra era Sobre abstinencia o El estado de eunuco, ?e?? e????te?a ? pe?? e??????a?. Dos pasajes de esta obra, que cita Clemente, condenan toda relación sexual, y un tercero usa el escrito gnóstico Evangelio de los egipcios (cf. supra p.116s). Clemente lo asocia a Valentín y a Marción por causa de su docetismo. Parece que Julio Casiano enseñó en Egipto hacia el año 170.
Otros Escritos Gnósticos.
Además de las obras gnósticas mencionadas por los autores eclesiásticos, existen otros escritos gnósticos que se han conservado en traducciones coptas.
I. El Codex Askewianus, manuscrito en pergamino que antiguamente fue propiedad de A. Askew y ahora está en el British Museum (Add. 5114), contiene cuatro libros que se designan generalmente con el nombre de Pistis Sophia. Pero estos cuatro libros no constituyen una obra única. El cuarto comprende supuestas revelaciones que hizo Jesús a sus discípulos inmediatamente después de su resurrección. Es más antiguo que los otros tres libros, los cuales contienen revelaciones del mismo género, pero fechadas el año 12 después de la resurrección. El libro cuarto debió de componerse en la primera mitad del siglo III, y los tres primeros, en la segunda mitad del mismo siglo. Los cuatro proceden probablemente de los círculos barbelo-gnósticos de Egipto. A Pistis Sophia se la menciona solamente en los tres primeros libros, donde Jesucristo da instrucciones sobre el destino, la caída y la redención de Pistis Sophia. Es ésta un ser espiritual que pertenece al mundo de los eones y que debe correr la misma suerte que la humanidad en general. Parece que el original fue escrito en griego, porque en el texto aparecen muchas palabras griegas. Según la opinión de Cari Schmidt, el manuscrito es de la segunda mitad del siglo IV.
II. El Codex Brucianus, antigua propiedad de James Bruce, ahora en la biblioteca Bodleiana de Oxford, es un papiro del siglo V ? VI, que abarca dos manuscritos diferentes. El primero comprende los dos libros del Misterio del gran Logos (?ó?os ?at? µ?st?????), identificados por Carl Schmidt con los dos Libros de Jeû citados en la Pistis Sophia. Contienen las revelaciones de Jesús sobre “los tesoros por los que debe pasar el alma.” Se van indicando los tesoros con diagramas místicos números y colecciones de letras sin sentido. La segunda obra del Codex Brucianus está mutilada. Contiene especulaciones sobre el origen y evolución del mundo trascendental y parece proceder de la escuela gnóstica de los setianos.
III. Un tercer manuscrito se conserva en Berlín. Comprende tres tratados. El primero se titula el Evangelio de María, que contiene revelaciones transmitidas por María. El segundo es el Apócrifo de Juan, traducción de una obra griega refutada por Ireneo en el primer libro de su tratado Contra las herejías (1,29). Jesús se aparece en una visión al apóstol Juan como “el Padre, la Madre y el Hijo.” El tercer tratado se llama Sophia Iesu Christi. Según C. Schmidt, esta Sophia seria la que atribuye a Valentín.
IV. Los nuevos escritos gnósticos de Chenoboskion. En 1946 se descubrió en Egipto una importante colección de textos gnósticos, consistentes en trece volúmenes, que vienen a comprender más de mil páginas en lengua copta. Fueron hallados en una vasija cerca de Nag-Hammadi, en las cercanías del antiguo Chenoboskion, a 48 kilómetros al norte de Luxor, en la orilla oriental del Nilo. Estas páginas contienen treinta y siete obras completas y cinco fragmentarías. Todos estos opúsculos se habían perdido. Algunos corresponden a obras citadas va por Ireneo, Hipólito, Orígenes y Epifanio en sus escritos polémicos antignósticos. Otras obras son completamente desconocidas; muchas, probablemente, eran obras secretas que no se podían dar a conocer a los incrédulos. Así, pues, los escritores eclesiásticos que escribieron contra los gnósticos no las vieron, probablemente, nunca. Cinco de estas obras se atribuyen a Hermes Trimégistos (“tres veces grande”). Otras llevan títulos como éstos: La ascensión de Pablo Primero, el Segundo Apocalipsis de Santiago, el Evangelio según Tomás, el Evangelio según Felipe, el Libro secreto de Juan, las Cinco revelaciones de Set, el Evangelio de los egipcios, las Tradiciones de Matías, la Sabiduría de Jesús, la Epístola del bienaventurado Eugnosto y el Diálogo del Salvador. Algunos títulos son iguales a los que llevan los evangelios apócrifos conocidos, pero parece que el contenido es distinto. No cabe duda que estos papiros recuperados proyectarán abundante luz sobre la historia del gnosticismo y de los primeros siglos de la Iglesia, en que la teología cristiana estaba todavía en su fase de cristalización.
Hasta ahora ninguno de estos textos había sido editado. El año 1946, Togo Mina, director del Museo Copto de El Cairo, adquirió uno de esos trece volúmenes. El anticuario belga Eid compró otro. En 1949 se ofrecieron los volúmenes restantes al Museo Copto de El Cairo, donde se conservaron en espera de una valoración.
En forma detallada solamente conocemos los dos primeros volúmenes. El códice comprado por Togo Mina contiene cinco tratados:
1. El Apocryphon Iohannis o Libro secreto de Juan (p.1-40). Se presenta como un apocalipsis o revelación concedida al apóstol por un ser divino que se le aparece en forma de Padre, Madre e Hijo.
2. El Evangelio de los egipcios (p.40-69), tratado cosmogónico y escatológico, completado con fórmulas bautismales. La obra atribuye su propia redacción al maestro Eugnosto el Agapético.
3. La Epístola del bienaventurado Eugnosto a los suyo (p.70-90), que explica la naturaleza divina y la generación del universo invisible y visible.
4. La Sabiduría de Jesús (p.90 etc.), diálogo entre el Salvador y sus discípulos.
5. El Diálogo del Salvador, conversación de Cristo con sus discípulos sobre cuestiones escatológicas.
El más antiguo de estos cinco tratados parece ser el Libro secreto de Juan. Efectivamente, lo utilizó San Ireneo como fuente para el capítulo 29 del libro I de su Adversus haereses. Debió, pues, de componerse antes del año 185. El Diálogo del Salvador parece ser de la segunda mitad del siglo III. En cuanto al Evangelio de los egipcios, la Epístola de Eugnosto y la Sabiduría de Jesús, son probablemente posteriores al Libro secreto de Juan, pero anteriores al Diálogo del Salvador. La Sabiduría de Jesús parece estar relacionada con el libro gnóstico Pistis Sophia. El Evangelio de los egipcios contenido en este códice no tiene nada que ver con la obra del mismo nombre que conocieron Clemente de Alejandría y otros Padres de la Iglesia (cf. supra, p.116). En cambio, muchas ideas le son comunes con el Libro secreto de Juan. El códice, en su totalidad, fue redactado a mediados del siglo IV, lo más tarde.
El códice adquirido por el belga Eid estuvo perdido algún tiempo, hasta el 5 de mayo de 1952. G. Quispel consiguió comprarlo en nombre del Instituto Jung de Zurich. En homenaje al conocido psicólogo suizo, el papiro recibió el nombre de Codex Jung. Contiene los siguientes escritos:
1. La Carta de Santiago, en la cual el apóstol cuenta una revelación secreta que ha recibido de Cristo, juntamente con San Pedro, quinientos cincuenta días después de la resurrección y poco antes de la ascensión (p.1-16). No sé dice quién sea el destinatario. La carta trata en primer lugar de la cuestión: ¿conviene o no conviene sufrir la muerte del martirio? La respuesta del Señor es ésta: “Despreciad, pues, la muerte y preocupaos de la vida. Acordaos de mi cruz y de mi muerte y viviréis… El reino de Dios pertenece a los que consienten en la muerte.” El autor aborda seguidamente la discusión de una profecía que ve cumplida en la degollación de San Juan Bautista. El resto trata del Logos, de la Gnosis y de la Ascensión del Señor. La obra revela en su contenido tendencias valentinianas.
2. El Evangelio de Verdad es, probablemente, el tratado más importante de toda la colección. H. Ch. Puech y G. Quispel piensan que se trata de la obra del mismo nombre que, según Ireneo » (Adv. haer. 3,11,9), utilizaban los valentinianos. Sugieren como fecha probable de composición el año 150. El autor conoce todos los escritos canónicos del Nuevo Testamento, aun la epístola a los Hebreos. Esto es de gran importancia para la historia del canon neo-testamentario. G. Quispel se siente tentado a atribuir su composición al mismo Valentín antes de su separación de la Iglesia, lo que adelantaría su origen a unos cuantos años antes del 150.
3. La Carta de Reginos sobre la resurrección demuestra que Cristo “destruyó la muerte con su resurrección y nos condujo a la inmortalidad.” Habla de una “resurrección pneumática” que absorberá el lado “psíquico” y “carnal.” Valentín y su escuela atribuían a Cristo un cuerpo pneumático. Apoyándose en esto, Puech y Quispel se inclinan a considerar al mismo Valentín como autor de esta carta.
4. El Tratado sobre las tres naturalezas, por sus ideas, que provienen claramente de la doctrina de Heracleón, recuerda a uno de los jefes de la escuela “italiana” de Valentín (cf. supra p.251).
5. La Oración del apóstol, oración atribuida quizás a San Pedro.
Parecen, pues, de origen valentiniano tres de los tratados del Codex Jung. El códice fue redactado en el siglo IV por dos manos distintas. Epifanio atestigua la existencia de valentinianos en el siglo IV en distintas partes de Egipto (Panarion 30,7,1). Los tratados del Codex Jung están escritos en dialecto subakmímico, pero los tres primeros son traducciones del griego.
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