EL ARRIANISMO CAMPA A SUS ANCHAS
Uno de los rasgos más sobresalientes de la captación de las mentes católicas por el idealismo ilustrado es el ambiente de absoluto relativismo dogmático y subjetivismo religioso que ha traído esa distinción artificial entre el Jesús histórico y el Jesús de la fe. Un historicismo racionalista, condenado desde antaño por la Iglesia y conducido de la mano de los llamados métodos histórico críticos, ha inducido a los católicos, incluidos los obispos, a aceptar la exclusión de toda intervención sobrenatural en la historia. Aunque tales criterios se dieron inicialmente en el seno del protestantismo liberal, no tardaron en penetrar los entendimientos católicos, dando lugar a la herejía modernista. Entre los más sobresalientes autores del tal diarrea mental sobresalieron Reimarus, Strauss, Renán, Käler, Chweitzer, hasta llegar a la expresión más radical de Bultman, tan admirado por los snob conciliares, cuyo perversa doctrina significa, ni más ni menos, la absoluta deshistorización de la fe. A partir de ahí el contagio de los hijos, ya liberales, de Lutero a los católicos se convirtió en una auténtica epidemia.
Una de las afirmaciones más queridas de este ambiente herético es aquella según la cual Cristo no tenía conciencia de ser Dios desde el principio de su Encarnación, sino que la fue adquiriendo a medida que vivía las realidades de la vida terrena.
Como el arrianismo campa a sus anchas en seminarios conciliares, neo movimientos, sedes episcopales, apartamentos cardenalicios y en Santa Marta, es decir, en la “iglesia” conciliar, sea esta la ocasión de escribir sobre el asunto, aprovechando la petición que me hace un amigo, mediante un mensaje, en el cual me cuenta que ha tenido una discusión con otra amistad suya en la que ésta defendía la posición de Bultman, es decir, que en Cristo iba habiendo una mayor conciencia y conocimiento del Padre a medida que Jesús caminaba por la tierra; esto es, que Cristo tendría mayor entendimiento de Dios en el Calvario que en el Tabor, y en éste más que cuando se perdió en el templo, y aquí más que durante su huida a Egipto y mucho más que en el pesebre de Belén, teniendo la menor conciencia sobre Dios en el momento de su Concepción. Lo preocupante es que, quien piensa así, siga creyendo que es un fiel católico, y que sean mayoría los que exhiben tal locura .
Pero vayamos a ver el tema, para lo cual les dejo, en primer lugar, el mensaje de mi amigo, en color rojo, al que luego respondemos.
Planteamiento de la cuestión
Buenas tardes,
Quería plantearle una cuestión .
Ayer un amigo me hablaba (a mí y a otro amigo común) de la “conciencia que tenía Cristo ” ; de cómo esa “conciencia” iba tomando o adquiriendo conocimiento y certeza del” Padre” , a lo largo de la vida física de Jesús; de cómo Cristo en su caminar terreno iba dándose cuenta de lo importante de vivir cada circunstancia de la realidad con la mirada total( poniendo todas sus capacidades o los cinco sentidos), sobre esas circunstancias que suponen la materia real con la que el Padre quiere que cada hombre ( incluido Cristo en su vida terrena ), se relacione para poner en juego la libertad.
—–
Yo creo que esto es un lenguaje modernista.
– Decir que Cristo “tome conciencia “, o “que vaya tomando conciencia de Quién es el Padre”; no es correcto, pues era Dios y creo que es de Fe que Jesús como hombre tenía permanentemente la visión beatífica ( y cosa distinta que como naturales humana, se cansas, ríese …
( NO creo incluso que fuese correcto decir que “dudase”)
Termino,
1) es así?
2) de dónde procede ese lenguaje de la “toma de conciencia ” de Jesús, respecto de su relación con el Padre?
Un saludo
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Nuestra respuesta
Los consentáneos de la Unión hipostática son bastante complicados porque, aunque podemos conocer uno de los términos, la naturaleza humana, el otro, la naturaleza divina, está infinitamente por encima de nuestro entendimiento.
Entramos para ello en el concepto de persona y por ende hablaremos un poco de personalidad. En la concepción de ésta y siguiendo a Santo Tomas, basado siempre en la Revelación, distinguimos algunos graves errores en el planteamiento de su amigo.
El primer error de planteamiento es que la personalidad ontológica o aquello por lo cual un sujeto es persona no puede definirse, como falsamente enseña Escoto y parece seguir su amigo, por la negación de la la unión hipostática u obviando a ésta, pues dicha unión pertenece a un orden sobrenatural, porque si fuera como pretende Escoto, se concluiría que “Pedro” no podría ser conocido naturalmente. Por lo tanto, la personalidad ontológica es algo positivo (no es la ausencia o carencia de algo).
Pero, sobre todo, la personalidad ontológica es algo substancial y no accidental, pues la persona es una substancia, sujeto real. De lo que se concluye que la personalidad ontológica no puede ser constituida por la conciencia de sí mismo; pues la conciencia de sí mismo es un acto de la persona; es decir, la conciencia del yo, supone al yo; tampoco puede estar compuesta formalmente por la libertad, que es una facultad de la persona. Como explica Garrigou Lagrange, el dominio de sí mismo lo que muestra es el valor de la persona, pero la presupone; es decir ella (la conciencia) no es la persona.
En Jesús, pues, según confesión dogmática hay dos inteligencias y dos libertades pero una sola persona, un solo yo. La personalidad ontológica es algo, pues, positivo y substancial.
Le personalidad ontológica es aquello por lo que un sujeto inteligente es lo que es; es por tanto la raíz de la personalidad psicológica y de la moral, o sea de la conciencia de sí mismo y del dominio de sí mismo. La intimidad de la unión hipostática tiene como consecuencia, para Santo Tomás, que hay una única existencia para las dos naturalezas. Lo cual supone la distinción real entre esencia creada y existencia. Y como sabemos que la existencia es la última actualidad de una cosa en el orden del ser, la existencia increada del Verbo no sería última actualidad si fuese si fuese posteriormente determinable por una existencia creada. “ Es decir, si la conciencia fuera tomando conocimiento del Padre, Dios, como dice su amigo, la existencia increada del Verbo no sería la ultima actualidad, o sea, no sería Acto Puro, o dicho de otra manera, no sería Dios. Esto es, como se ve, neo arrianismo campante y craso, herejía formal. Antes al contrario, el Verbo que existe desde toda la eternidad comunica su existencia a la humanidad de Cristo”, cuestión que la doctrina de Suárez y Escoto no sigue, porque niegan la diferencia entre esencia y existencia de Santo Tomás, lo cual les conduce a estas y otras consecuencias de implicaciones desastrosas que, sino ellos mismos, los modernistas sí han sabido llevarlas hasta la última de sus consecuencias.
Esta elevada doctrina da una idea más grande de la unión hipostática, pues según ella, como ya se ha dicho, -sigue diciendo Garriguo L..- el alma (creada) santa de Cristo no sólo tiene el éxtasis de la inteligencia y el amor con la visión beatífica, sino también el éxtasis del ser, porque existe con la existencia increada del Verbo. La naturaleza humana de Cristo es terminada y poseída por el Verbo que le comunica su propia existencia, de la misma manera que le comunica su propia personalidad ¿ Por qué es así? Porque si hubiese en Cristo dos existencias substanciales, habría en Él dos personas, lo cual constituye otra herejía que ya no sería el arrianismo de su amigo, sino el antiguo Nestorianismo.
Por todo lo anterior, puede entenderse perfectamente, como explica Garrigou Lagrange, que “la unidad de la personalidad de Cristo, la unidad de su yo, es ante todo una unidad ontológica (que es la raíz de la psicológica y moral); es un solo sujeto inteligente y libre y tiene una sola existencia substancial, no accidental. Pero esta unidad ontológica se expresa con una unión perfecta con la inteligencia humana y la libertad humana de Cristo con su divinidad. Su inteligencia creada..tenía ya desde la tierra la visión beatífica, o sea, la visión de la esencia divina y por ende de la inteligencia divina. Había, pues, ya en la tierra, una admirable compenetración en Jesús de su visión creada y su visión increada que tienen el mismo objeto, aunque sólo la primera es comprehensiva. Había ya desde la tierra también una perfecta unión entre libertad divina y libertad humana, porque ésta era impecable, y así había ya en Él una conformidad indisoluble y tan estrecha como era posible”.
Luego imposible resulta el crecimiento en la conciencia de Cristo sobre la divinidad.
Pero hagamos ahora un esfuerzo catequético para mayor y mejor comprensión de todos.
Con Santo Tomás y la Fe de la Iglesia distinguimos en Cristo, en primer lugar, la ciencia divina puesto que en Cristo sólo hay una persona: la divina. Según esa ciencia Cristo tiene una comprensión infinita de sí y un conocimiento absoluto de todas las cosas distintas a sí mismo, por cuanto su esencia contiene la imagen de cuanto no es Él. Ergo, es imposible la perfección en la existencia pura, ya que el acto puro, Dios, el Verbo de Dios, es la suma perfección.
Pero Jesús también tenía la ciencia beatifica, que él poseía en cuanto hombre desde el mismo instante de su concepción hasta, e incluido, el instante de su crucifixión y muerte. Jamás perdió esa visión- lo cual genera unos corolarios que Santo Tomás resuelve muy bien y que ahora no vienen al caso desarrollar-. Pero como la ciencia beatifica es un conocimiento intuitivo y no discursivo, y dado que además la poseía en su máxima perfección, resulta imposible que hubiera aumento de su ciencia, porque la mayor potencia pasiva de un alma había alcanzado el máximo acto de perfección posible actualizando la ciencia beatifica, intuitiva y no discursiva. Por esa ciencia beatifica conoció en el Verbo todas las cosas existentes según todos los tiempos, pasado, presente y futuro y todos los pensamientos de todos los hombres, porque a Él se le ha dado el poder de juzgar a todo el género humano. Lo único que no comprendió, por esa ciencia, fueron los seres posibles que Dios pudiera crear, porque eso equivaldría a comprender a Dios, a su esencia, y eso, como Dios que es Cristo, sólo lo comprendía por la ciencia divina y no por la beatifica que es común, o mejor de la misma especie, a los ángeles y bienaventurados, si bien inconmensurable en Cristo. Es claro que tampoco por aquí hay crecimiento de su conciencia, porque ese conocimiento intuitivo es el mismo en su Concepción que en la Cruz . De rechazarse eso, habría que admitir la tesis absurda de que en los bienaventurados hay crecimiento de lumen gloriae a “medida que pasa el tiempo” o más correctamente dicho, en la medida del su evo eternidad.
Además, hay en Cristo una ciencia infusa presente desde el primer momento de la Concepción en toda su perfección posible. Es esa ciencia la que explica que desde el mismo momento de su venida al mundo se ofrezca al Padre para hacer su voluntad, como san Pablo dice en la Carta a los Hebreos. Por esa ciencia infusa abarcaba, dormido o despierto, desde Nazaret y Belén al Calvario. Ni el tiempo ni el espacio limitaban esa ciencia, que sólo se paraba ante la infinidad de la divina que,naturalmente, conocía; pues en Él sólo hay una Persona, la divina. Luego no hay tampoco crecimiento de conciencia por aquí.
Finalmente, tenía Jesús una ciencia adquirida. Esta ciencia en Jesús era muy superior a la de los hombres, de manera que Él sabía todo lo que el hombre puede llegar a saber por el entendimiento que los escolásticos llaman agente. Sólo en esta ciencia hubo “crecimiento”; y lo pongo entre comillas, porque en realidad había para ello la necesidad de la operación que se conoce como kénosis, abajamiento de la voluntad, que San Pablo lo expresa así en la Carta a los Hebreos 4, 15 ” Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado”.
En fin, que debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo Encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo ,por ejemplo sobre el día y la hora en cf. Mc 13,32, declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf.Hch 1, 7).
Realmente no podemos saber con absoluta certeza lo que de hecho supuso para Jesucristo ser la única Persona divina del Verbo Encarnado. Naturalmente podemos dar razones, pero sin olvidar el Misterio augusto que adoramos. Dicho esto, es más lo que ignoramos que lo que podemos afirmar de los consentáneos de esa Unión. Es cierto que el alma de Jesucristo gozó de la visión beatífica desde su misma Concepción. Es cierto que su alma, santa ya por la visión beatífica, gozaba ya del conocimiento de Dios propio de los bienaventurados y de una ciencia infusa inconmensurables y de una ciencia adquirida muy superior a la que podemos tener el resto de los mortales y ni en esas ciencias, salvo en la adquirida según el modo explicado, ni por supuesto en la divina, podía haber crecimiento.
Todas esas cosas fue Nuestro Señor Jesucristo. Los evangelistas dejan bien claro que “el niño iba creciendo en sabiduría y en gracia”. Ese conocimiento en sabiduría, por lo que hace a la visión beatífica y a la ciencia infusa no debe entenderse en cuanto que en algunos momentos llegó a adquirir conocimientos, sino sólo a la ciencia adquirida con la debida interpretación como hemos señalado, pues respecto a esta ciencia era conveniente que fuera acompasada a las potencias del alma, según el orgánico crecimiento de la natura humana.
Pero estas cosas son muy complicadas. Lo que dice ese amigo suyo es, cuando menos, sospechoso de arrianismo. Y si advertido de su error con la debida explicación de la doctrina católica, que aquí explicamos, no se retracta, debe de ser considerado como hereje formal, sin más, junto con la mayoría de teólogos y clero que, por desgracia, así piensa.
En realidad, en y desde el Concilio Vaticano II los textos de los teólogos están plagados de interpretaciones, ora heréticas, ora erróneas. A aquellos Reimarus, Strauss, Bulmant, correponden hoy en día los más cercanos Rhaner, Maritain, Schillebeeckx , Kung, Von Baltasar, Theilard, o Wojtila en casi todas sus encíclicas ,y una manada de vacas sagradas más, que más directa o indirectamente o de forma más clara o confusa afirman que el Verbo no se hace Carne porque, según ellos, es el hombre Jesús quien es elevado por Dios a la cuasi categoría o dignidad divina y con Él todos los hombres han sido hechos divinos. Dice, por ejemplo, Wojtyla en Redemptor Hominis 13: ” “Se trata de «cada» hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este ministerio” . La misma idea repite en su encíclica Redemptoris misio, 47 “En el hecho de la Redención está la salvación de todos, ‘porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno Cristo se ha unido, para siempre, por medio de este misterio’” o en Centecimus annus, 53 No se trata del hombre abstracto, sino del hombre real, concreto e histórico: se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio”. Pero eso es una blasfemia o una herejía, o ambas desgracias a la vez. Blasfemia porque eso significaría que la natura humana de Cristo estaría unida a la de los condenados para siempre. Herejía porque, entre muchas más razones, sean suficientes las dos que siguen: La naturaleza humana de Cristo no es un universal, abstracta, sino una naturaleza humana numéricamente una, según la clasificación aristotélica de las categorías que precisa el Aquinate; es decir, la naturaleza divina no se une en la Persona de Cristo a la naturaleza de todo el género humano, a la humanidad entera, sino a una sola nutrida por la sangre purísima de la Virgen María en cuyo seno Dios infunde un alma humana ( sólo una, la de Cristo). En segundo lugar, porque Juan Pablo II está predicando aquí la salvación universal para todos y sin condiciones, y puesto que Cristo no puede estar unido con los condenados, la expresión de Wojtyla “se ha unido para siempre..” no puede significar más que su pensamiento de que todos están salvados, crean en Cristo o no, porque esa sería la única forma de evitar calificar su dicho de blasfemia, pero a cambio de caer en mayor pecado aún: la herejía. Pero, si se duda de la interpretación de sus textos, sus hechos hablaron más fuerte que sus dichos: Asís, beso al Corán, signo de Shiva en la frente, beber pócimas en Australia con los brujos, reuniones en las sinagogas….
He aquí, pues, cómo colocado el hombre en el lugar de Dios por los modernistas, en su propia coherencia, necesitan también una liturgia en que sea puesto el animal racional en el lugar que ocupaba la divinidad. Para ellos la gloria que se debe a Dios no es intrínseca, sino que se le debe a la dignidad del hombre, y sólo se da a Dios si es útil al equilibrio psicológico, social, experiencial, o sirve a las aspiraciones subjetivas del hombre concreto, de cada grupo o de cada individuo ¿Se entiende el propósito de la nueva Misa? ¿Se entiende la destrucción de todo el orden sagrado tras el concilio? Ese es, ni más ni menos, lo que el “atractivo ” anticristo propondrá definitivamente a los hombres. Tampoco es gloria extrínseca, conocimiento claro con alabanza por el cual pudiésemos decir con San Ireneo que la gloria de Dios es la vida del hombre y la vida del hombre la visión de Dios. Para la mayoría de los hombres que tienen la responsabilidad de cooperar con el munus docendi en la Iglesia, el fin de la Creación ya no es, pues, la gloria de Dios. Esa Gloria que es el esplendor de su belleza y perfección de la que todo puede y debe estar lleno: los seres inanimados con su existencia, los seres libres con su libertad moral; ya no es la causa final de la existencia del “católico” modernista.
La teología actual tiende, como en tantas cosas, a desvirtuar el misterio subrayando indebidamente la humanidad de Cristo. Sobre todo negando la visión beatífica y acentuando los condicionamientos psicológicos del alma de Cristo. Ambas cosas son erróneas, porque la visión beatífica es consecuencia necesaria de la Unión hipostática, y porque precisamente por la visión beatífica, el alma de Cristo gozaba ya de la ciencia de los bienaventurados, lo que hace muy difícil precisar cómo fue y en qué medida se dio el crecimiento en la ciencia adquirida, que no en las otras tres, de las cuales se nos habla en los Evangelios.
Este ambiente de relativismo dogmático y de subjetivismo religioso, reconoce Anotio Marino, “nació y cobró fuerte impulso de un historicismo racionalista, que se llenó de “prestigio” al abordar los textos bíblicos, en general, y los Evangelios, en particular, con la aureola mítica de los métodos histórico-críticos. Estos estudios excluyen por principio toda intervención sobrenatural en la historia. Sabemos que la adopción acrítica de estos métodos de la ciencia histórica, por parte de teólogos católicos a fines del siglo XIX y en la primera década del siglo XX, desencadenó en el seno de la Iglesia Católica la crisis modernista. La teología católica de ese momento no estaba bien preparada para asumir un diálogo lúcido y maduro ante los desafíos del historicismo racionalista, que le permitiera separar el trigo de la cizaña, el grano de la paja, los métodos histórico-críticos en sí mismos, de sus presupuestos filosóficos ilustrados, por los cuales se excluía todo lo que excediera los límites de la razón. De este modo, quienes lo intentaron de parte católica, terminaron con frecuencia en las posturas del subjetivismo y del relativismo dogmático característicos del protestantismo liberal“, y, por desgracia, alcanzaron graves responsabilidades en la Iglesia, sobre todo tras el Concilio Vaticano II, infectando las mentes, incluida según parece, la de su amigo.
En fin, el tema da para mucho más, pero cerremos con unas sentencias claras asumidas por el magisterio de la Iglesia, no sin antes precederlas por otra del mayor de los doctores: “La conciencia que Jesús tiene de su misión implica, por tanto, la conciencia de su “preexistencia”. En efecto, la misión (temporal) no es esencialmente separable de la procesión (eterna), ella es su “prolongación”[Santo Tomás de Aquino,In Sententias, I d.15, q.4, a.1, sol. 1; I q.43, a.2, ad 3].
La conciencia humana de su misión “traduce”, por así decirlo, en el lenguaje de una vida humana, la relación eterna al Padre” [CTI Documenta (1969-1996) citado en CTI Documentos 1969-1996 Ed. C. pozo. BAC, 1998 pp=377-391].
“Toda la predicación apostólica reposa sobre la persuasión de que Jesús sabía que él era el Hijo, el Enviado del Padre. Sin tal conciencia de Jesús, no sólo la cristología, sino también toda la soteriología carecería de fundamento”[Ibid].
“Incluso desde el punto de vista histórico está bien fundado afirmar que la proclamación apostólica primitiva de Jesús como Hijo y como Hijo de Dios, está fundada sobre la conciencia misma de Jesús de ser el Hijo y el enviado del Padre”[Ibid]
Por Sofronio
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