Cosmología tomista 1/18. El mundo en general
Del mundo en general
Artículo
Noción y caracteres generales del mundo.
Generalmente se entiende por mundo la universalidad o colección de las cosas creadas, y en este sentido abraza los cuerpos y los espíritus. Mas como quiera que entre los últimos no conocemos de una manera científica más que al alma racional unida a un cuerpo, de aquí es que al hablar del mundo en la cosmología, nos referimos principalmente al mundo corpóreo, por más que algunas de las cuestiones que a éste se refieren, sean aplicables también a los espíritus; por ejemplo, las que se refieren a su origen y distinción de Dios.
En este supuesto podemos decir que el mundo que constituye el objeto de la cosmología, es «el todo o conjunto ordenado resultante del cielo y de la tierra con los diferentes cuerpos que contienen». Descendiendo ahora a los caracteres y atributos principales del mundo, diremos:
1º Que uno de estos caracteres es la unidad. El mundo es uno
a) Con unidad de continuidad; porque todos sus cuerpos están en contacto recíproco, pudiendo tenerse por una verdad definitivamente adquirida a la ciencia, que los espacios aparentemente vacíos, se hallan llenos realmente por el aire, por los fluidos imponderables y por el éter sutilísimo que llena la inmensidad de los espacios celestes.
b) Con unidad de causalidad o de recíproca influencia, [138] manifestándonos la experiencia y la razón que los cuerpos celestes se mueven en sus órbitas en torno de otros cuerpos según leyes fijas, lo cual indica una influencia positiva de los unos sobre los otros; al paso que vemos también en los terrestres, acciones y reacciones recíprocas, mutaciones y efectos producidos por unas sustancias sobre otras.
c) Con unidad de fin o de orden, en razón a que el mundo y todas sus manifestaciones revelan la gloria, la bondad y el poder de Dios, que es su fin último y universal. Al presente sólo vislumbramos, por decirlo así, estos diferentes géneros de unidad que constituyen la armonía y belleza del mundo, armonía y belleza que sólo en la otra vida podrá el hombre comprender en toda su extensión, latitud y profundidad.
2º La extensión o magnitud del mundo es finita o limitada: 1º porque repugna una extensión infinita, según se ha probado antes: 2º porque la única razón que en apoyo de su infinidad suele y puede aducirse, es la impotencia de la imaginación para fijarle límites, lo cual no prueba que la extensión del mundo no sea realmente finita, sino que nuestra imaginación, dada cualquiera extensión finita, puede representarse otra mayor. Empero, siendo innegable en buena filosofía que las representaciones imaginarias, ni son medida de la realidad objetiva, ni menos la pueden producir, de aquí sólo se infiere la fecundidad indefinida de nuestra imaginación, no la infinidad real y objetiva del mundo. Nada decimos de los que al ver que sus telescopios no descubren el límite del mundo, a pesar de su poder para hacer visibles objetos colocados a millones y millones de leguas de distancia, se creen ya autorizados para presentar como demostrada la infinidad de la extensión del mundo, como si la infinidad pudiera resultar de la adición o multiplicación de millones de leguas. Esto equivale a confesar, que no se posee la noción o idea del infinito.
3º La unidad del mundo, en el sentido que se acaba de explicar, no envuelve necesariamente su unicidad; porque no hay ninguna repugnancia o imposibilidad absoluta en la existencia de otros mundos, distintos del que nosotros [139] conocemos. La potencia de Dios es infinita, como lo es su esencia. Luego no solamente no ha sido agotada por la producción de este mundo, sino que no puede ser agotada con la producción de nuevos mundos; porque cualquiera que sea el número y perfección de éstos, nunca estarán en proporción actual y completa con el grado o perfección de la potencia infinita de Dios.
4º Empero aunque la razón demuestra la posibilidad de otros mundos, y hasta la posibilidad de su pluralidad indefinida, nada nos dice acerca de la actualidad o existencia real de estos mundos. Éstos, si existen o existieron, se hallan fuera de la esfera de nuestro conocimiento presente, y sólo podríamos conocer su existencia por medio de la revelación divina, la cual nada nos dice sobre esta materia.
Sin embargo, si la cuestión relativa a la pluralidad actual de mundos se toma en un sentido impropio, y por decirlo así, astronómico, es decir, con relación a la opinión de muchos astrónomos, para los cuales las estrellas fijas son centros de otros tantos mundos, o mejor dicho, sistemas planetarios análogos al nuestro, entonces la pluralidad de mundos alcanzará el mismo grado de probabilidad que corresponde a esa afirmación de ciertos astrónomos, afirmación que en el estado actual de la ciencia puede admitirse como hipótesis más o menos probable, pero no como una verdad cierta y demostrada.
5º En el mismo sentido debe resolverse el problema que se refiere a la existencia de moradores inteligentes en los astros. La analogía que existe entre la tierra y los planetas en cuanto a figura, existencia de montes, mares y valles, indicios de atmósfera en algunos y relación con el sol: las razones de congruencia fundadas, ya en la inutilidad relativa de ciertos astros invisibles sin el auxilio de instrumentos, ya en la multiplicación de seres que desde los astros diseminados en la inmensidad del espacio reconocieran, adoraran y ensalzaran la magnificencia y bondad del Creador, con algunas otras razones de congruencia y analogía, demuestran que si nada se puede afirmar con certeza sobre este punto, tampoco [140] se debe mirar como absolutamente falsa o improbable la opinión que admita habitantes en algunos astros. Todavía sería más temerario calificar esta opinión como contraria a los dogmas católicos, los cuales no rechazan la posibilidad, ni siguiera la probabilidad de otros hombres, o si se quiere de otros seres inteligentes distintos de los que habitan la tierra. Sobre esta materia, los dogmas cristianos y la Sagrada Escritura sólo nos imponen la obligación de creer que los hombres que existen y se han sucedido en esta tierra que habitamos, traen su origen de Adán.
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