LA FE DEL PREFECTO DE LA FE,
CARDENAL JOSEPH RATZINGER -Luego BenedictoXVI-.

                                                                             (o, «Si un ciego guía a otro ciego» — Mt. 15, 14).

   En medio de las borrascas que a lo largo de los siglos debió superar la Santa Iglesia, Dios, en su Soberana Providencia, tejiendo la historia sagrada de su Divina Esposa, supo arbitrar los medios para que la fidelidad fuera siempre su instintivo y su nota característica. La Iglesia Católica es una institución pero no como las demás, en Ella lo divino es una nota constitutiva aunque no única, en lo que tiene como tal, en su Cabeza (Jesucristo), en su Espíritu vivificador (el Espíritu Santo), en sus miembros ya en la eternidad (Iglesia purgante y triunfante), etc., es siempre sagrada, siempre santa e inmaculada. Pero entre sus notas típicas se encuentra también lo humano, lo temporal, lo pasajero, lo cotidiano, lo terrenal, y es allí en donde por un misterio insondable que echa raíces en el pecado original, muchas veces sus hombres, sus miembros, y hasta sus jerarcas, presentan un rostro desfigurado que no condice con su perfección intrínseca y esencial. Por eso la Iglesia de suyo jamás pudo ser ni será pecadora o infame (al decir de Lutero), sino siempre santa. Ella no debe ni puede doblar la rodilla ante nadie sino sólo ante Dios; Ella no puede ni debe jamás pedir perdón porque su desposorio con Cristo la hizo para siempre esencialmente Santa e impecable. Pero sus hombres, sus miembros, decíamos, muchas veces presentan un panorama distinto, y es lo que, por desgracia, contemplamos hoy en que la imagen de la Iglesia en sus miembros se encuentra desdibujada, distorsionada y ocultada bajo una espesa tiniebla de errores, bajezas, miserias y hasta pecados. La Revolución Mundial, las sectas, la sinagoga, el liberalismo, el espíritu malsano de la época enemiga de Dios, parecen haber echado sus garras infectas sobre los miembros de la Iglesia, mancillan su honor y pierden las almas. La Iglesia así desdibujada se pierde en el mundo, ya no se la distingue, se equipara al error, y. lo que es peor, parece contenta de ello.

   Harían falta hoy campeones de la Fe y del Amor de Dios, como S. Pío X, S. Pío V., S. Bernardo, Sto. Domingo, que apoyados en Dios y en María Ssma. se alzaran valientes para rescatar a la Iglesia de las manos de sus enemigos jurados. San Francisco, en el sueño visionario del Papa de su época, sostenía con sus brazos los muros resquebrajados del edificio romano.

   A lo largo de la historia. Dios ha arbitrado los medios. Uno de ellos, siglos ha, fue el Tribunal del Santo Oficio o la Santa Inquisición, guardiana fiel del depósito de la Fe, cuyos jefes supremos fueron desde S. Pío V los mismos Pontífices Romanos, tal era su importancia.

   Hoy, ese Santo Tribunal se ha convertido, luego de la disolución conciliar, en la «Congregación para la Doctrina de la Fe», gobernada por el Cardenal Joseph Ratzinger, adalid actual de la línea media, de los conservadores del Concilio, de los «no exagerados», de los instauradores moderados de las reformas conciliares, de los revolucionarios de pelo corto y aspecto morigerado. No hay veneno más terrible que el que parece remedio.

   Este articulo nace simplemente de una duda fundada: ¿Cómo puede ser alguien tan bueno como lo proclaman ciertos sectores y, a la par. no defender los postulados básicos que toda la historia de la Iglesia defendió? ¿Cómo se puede ser el Cardenal más tradicional y consentir todas las reformas conciliares? ¿Acaso aquél Padre Ratzinger, discípulo de Ranher y amigo de Schillebeeckx, Kung y Congar ha cambiado, se ha convertido, ha retractado sus antiguos errores y desviaciones? O en cambio, ¿podemos decir que sólo ha disminuido la marcha y que como todos los demás sigue la corriente revolucionaria, pero esta vez, a pie de plomo, sin estruendos y como quien no quiere ser revolucionario, porque la revolución es lo legal?

   El Cardenal Ratzinger es un Bonaparte de la teología y de la disciplina. El pecado no sería para él el hecho de ser revolucionario sino el de no serlo según sus cánones y medidas. Aun para los soviets la anarquía es un peligro cuando entra en el propio territorio.

   Al acabar de leer el artículo y haber comparado la doctrina del Cardenal con la Doctrina de siempre de la Iglesia, el lector observara un hecho aterrador y doloroso a la vez: La pureza y la integridad de la Fe católica están en manos de un hombre de aspecto serio y asentado que en realidad ya no tiene la Fe católica o, al menos, no en su integridad, lo cual es, en definitiva, el equivalente a no tenerla.

   No queremos ni podemos hacer un juicio de intenciones, eso corresponde a Dios y sólo a Dios, pero los hechos están dados y son innegables. Sí es una obligación de nuestra parte el advertir a los fieles quiénes son los lobos disfrazados de pastores, porque en el caso de seguirlos, perderán sus almas.

FUENTES:

   La utilización de muchos de los variados libros del Cardenal Ratzinger para conocer su fe y su pensamiento harían demasiado extenso este trabajo, y difícil de compendiar en nuestro Boletín. Sus errores se hallan en todas sus obras, pero de una manera peculiar se encuentran sintetizados y resumidos en un libro intitulado: «Teoría de los principios teológicos», (Wewel Verlag, Munich 1982, Herder, Barcelona, 1985).

   Este libro cobra una especial importancia por haber sido redactado y editado ya siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que agrava sus afirmaciones, y en cuyo prólogo el mismo Cardenal dice que se trata de un resumen de sus trabajos de diez años precedentes, lo cual muestra además que no ha renunciado a sus anteriores errores:

   «Cuando, en el otoño pasado, acometí la tarea de revisar los trabajos que he venido escribiendo durante el último decenio, se hizo patente que todos ellos, por encima de la diversidad de las circunstancias externas y de su tema concreto, se hallaban cohesionados por la trabazón problemática que brota de nuestra situación, que pueden ordenarse y clasificarse desde esta textura y pueden, por tanto, convertirse en materiales para la construcción de una teología fundamental cuya tarea consiste en analizar los principios teológicos

   El mismo Cardenal afirma, entonces, la continuidad y encadenamiento de sus principios y convicciones en el último decenio,

   En bien de la claridad séanos permitido el resumir el plan de este artículo en el gráfico siguiente:

   1) Un error básico: Una falsa noción de la Verdad.

   Si alguien creyera que el Cielo no existe y que nuestra vida acaba totalmente con la muerte, por cierto buscaría su felicidad total aquí abajo sin ocuparse en pensar en premios o castigos futuros. Si alguien creyera que todos los hombres mienten necesariamente, no podría creer en nadie, ni siquiera en si mismo ya que el también es hombre.

   Así pues, si la noción que se tiene de la verdad fuera falsa o ambigua, todo lo afirmado, todo lo creído como verdadero, todo lo definido como tal, y la misma realidad de las cosas sería falsaria o incierta puesto que la verdad dice necesariamente relación a las cosas de las cuales se afirma o se niega algo. La verdad está en el juicio, es decir, en la atribución o no de algo o alguna cosa. En palabras sencillas: si llamo a un cierto animal perro es porque tiene ciertas características que lo hacen tal, pero no soy yo quien doy al perro ser lo que es, sino que simplemente mis palabras corresponden a lo que la cosa es en sí misma. Las afirmaciones son verdaderas cuando expresan realmente lo que la cosa es, cuando enuncian una realidad. La verdad no es, entonces, más que la adecuación de la inteligencia (intelecto) y de la cosa (la realidad) que suele expresarse en conceptos y palabras. Así, la verdad es algo tan inmutable como la esencia de las cosas. Si las cosas no cambian, las verdades que las expresan y significan tampoco.

   Al contrario, afirmar que las verdades cambian de alguna manera o totalmente es el equivalente a decir que las cosas ya no son lo que eran, ni serán lo que son ahora, lo cual es totalmente absurdo. Si no, no podríamos caminar sobre el piso, creyendo que ya no es duro y resistente como era ayer.

   Trasladando este error al plano teológico y disciplinario de la Iglesia las consecuencias son espantosas porque la Fe ya no podría ser siempre la misma, ni los dogmas serian siempre ciertos y por lo mismo no podrían ser obligatorios para todos y para siempre.

   Este error es probablemente, el más profundo en el pensamiento del Cardenal Ratzinger:

   «En este sentido, no puede rechazarse la fluidez de la existencia: es necesario asumirla. Esto significa, al mismo tiempo, que la verdad es siempre una dirección, una meta, nunca una posesión definitiva. Cristo es la verdad, es en este mundo camino porque es la verdad.» (op. citada, pág. 72). Lo cual le hace afirmar con una increíble superficialidad: «Es claro que la frase ‘ creo en Dios Padre todopoderoso’ está muy lejos de ser una fórmula teórica sin consecuencias. Sea válida o no.» (op. cit. pág. 80). Dice más adelante, en el mismo sentido:

   «La Fe encuentra hoy dificultades para expresarse. Sus fórmulas tradicionales son, para los contemporáneos, palabras en una lengua extraña, cuyo sentido es obscuro.» (op. cit. pap. 143).

   La verdad no es algo que va haciéndose, sino algo tan estático como la esencia de los Mismos seres que ella expresa. Afirmar el «hacerse» de la verdad, su posesión nunca definitiva, es lo mismo que afirmar que el ser es un continuo hacerse, una continua evolución. Mientras las cosas sean tales la verdad será tal. Por eso las fórmulas dogmáticas de ayer serán siempre valederas, al seguir siendo verdad todo lo enunciado. Dice el Papa Gregorio XVI: «Pues bien, haréis esto de un modo excelente si, según lo pide la razón de vuestro oficio, cuidáis de vosotros y de la doctrina, considerando asiduamente aquello que la Iglesia rechaza toda novedad, y el consejo del Papa San Agatón: en nada disminuir ni cambiar nada, nada añadir a aquellas cosas que han sido debidamente definidas sino custodiarlas incólumes en las palabras y en su significación.» (Enc. MIRARI VOS Collec. de Enc. Pont. ed. Guadalupe. T. 1. pág. 39).

   La última frase que citáramos del Cardenal Ratzinger (en su obra pág. 143) bien pareciera oponerse de modo flagrante a dos textos de los Sumos Pontífices:

   Dice S.S. Pío IX: «En efecto, la doctrina de la Fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la Santa Madre Iglesia y jamás hay que apartarse de este sentido so pretexto de una más alta inteligencia (canon 3°) . . . Pero solamente en su propio género, es decir, el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia.» (Concilio Vat. I de la Fe y de la razón, Dz. 1800).

    Y la proposición condenada No 58 del Decreto LAMENTABILI SANE EXITU de S.S. San Pío X del 3 de julio de 1907, Dz. 2058: «La verdad no es más inmutable que el hombre mismo, pues se desenvuelve con él, en él y por él«.

   Esa falsa noción de la verdad sostenida por el Cardenal Ratzinger se ve fortalecida por otros errores emparentados necesariamente, a saber:

  • a) una falsa y nueva noción de sacramento
  • b) una falsa noción del Santo Sacrificio de la Misa
  • c) una falsa noción de la Tradición.
  1. a) Una falsa y nueva noción de Sacramento:

   La Iglesia siempre definió los Sacramentos como signos sensibles y eficaces de la Gracia, instituidos por Jesucristo para santificar nuestras almas. Es decir que se trata de signos que realizan aquello que significan. Ej.: el humo es signo del fuego pero no su causa, en cambio, los Sacramentos son signo y causa instrumental de la gracia que sig-nifican, es decir, son productores de la Gracia. (Catecismo Mayor de San Pío X, n° 518 en adelante). O, como dice el Catecismo del Concilio de Trento: «Sacramento es un signo visible de la Gracia invisible, instituido para nuestra justificación» (Catec. Rom. Parte 11. cap.1°, n° 4).

   Ahora bien, ¿qué es, en cambio, un sacramento para el Cardenal Ratzinger? Hablando del Bautismo dice así, introduciendo una noción novedosa y confusa a la vez:

   «El sacramento como forma básica de la liturgia cristiana, abarca palabra y materia, es decir, da a la religión una dimensión cósmica y una dimensión histórica, nos asigna el cosmos y la historia como lugar de nuestro encuentro con Dios. » (op. cit. pág. 33).

   Peor aún, siguiendo la doctrina del actual Cardenal Henri de Lubac, a quien cita expresamente, y de quien dice «la posición de Lubac aceptada y profundizada por el Concilio Vat. II» (op. cit. pág. 57-58), el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe se atreve a afirmar sin ningún rubor la siguiente frase que, a nuestro juicio, merece, cuanto menos, el calificativo de herética:

   «Esta concepción de un cristianismo en el que lo único que hay en juego es mi alma, en el que lo único que existe es mi justificación ante Diosmi gracia santificadora, mi entrada al Cielo, es para Lubac la caricatura del cristianismo que ha hecho posible la ascensión del ateísmo de los siglos XIX y XX. La concepción de los sacramentos como medios de la gracia que recibo a modo de medicina sobrenatural, para asegurar, por así decirlo, mi salud eterna personal, es la concepción errónea por antonomasia del sacramento . . . Si no se pierde esto de vista, puede captarse en sus justos términos la intención del Vaticano II que en todas sus afirmaciones sobre la Iglesia se mueve exactamente en la dirección marcada por el pensamiento de Lubac. » (op. cit. págs. 55 y 56).

   En cambio S.S. León XIII no tiene ningún inconveniente en afirmar exactamente lo contrario. Dice ese gran Pontífice hablando de las ordenaciones anglicanas:

   «… Y todos saben que los Sacramentos de la Nueva Ley, como signos que son sensibles y que producen la Gracia invisible, deben lo mismo significar la Gracia que producen, que producir la que significan.» (Carta APOSTOLICAE CURAE, 1806, Dz. 1963).

   Completan estas ideas dos cánones del Concilio de Trento referidos al Sacramento de la Penitencia:

   Canon 1°: «Si alguno dijere que la Penitencia en la Iglesia no es verdadera y propiamente Sacramento, instituido por Cristo Señor Nuestro para reconciliar con Dios mismo a los fieles, cuantas veces caen en pecado después del Bautismo, sea anatema.» (Dz. 911).

   Canon 6°: «Si alguno dijere que la confesión sacramental o no fue instituida o no es necesaria para la salvación por derecho divino, o dijere que el modo de confesarse secretamente con sólo el sacerdote, que la Iglesia Católica observó siempre desde el principio y sigue observando, es ajeno a la institución y mandato de Cristo, y una invención humana, sea anatema.» (Dz. 916).

   Dice el Cardenal Ratzinger oponiendo el valor simbólico del Sacramento al valor del mismo en cuanto rito sagrado, y de una manera despectiva:

   «La fosilización del Sacramento en rito, de la teología en simple doctrina, y la consiguiente desvalorización del símbolo o, lo que es lo mismo, la transformación de la idea del símbolo en la formulación del posterior concepto de dogma.» (op. cit. pág. 129).

   En cambio S. Pío X en la PASCENDI DOMINICI GREGIS (de 1907) condenando los errores modernistas dice:

   «Aquí ya, Venerados Hermanos, se nos abre la puerta para examinar a los modernistas en la arena teológica… Pues comenzando desde luego por el simbolismo, como los símbolos son tales respecto del objeto, a la vez que instrumento respecto al creyente, ha de precaverse éste ante todo, dicen, de adherirse más de lo conveniente a la fórmula en cuanto fórmula, usando de ella únicamente para unirse a la verdad absoluta que la fórmula descubre al mismo tiempo que encubre y se empeña en manifestarla sin jamás lograrlo. A esto añaden además que semejantes fórmulas debe emplearlas el creyente en cuanto le ayuden, pues se le han dado para su comodidad y no como impedimento.» (PASCENDI DOMINICI GREGIS, Coll. Enc. Pont., Guadalupe, t. I, pág. 790. cols. 1 y 2).

  1. b) Una falsa noción del Santo Sacrificio de la Misa:

   Nuevamente el Cardenal se aleja de una manera asombrosa de la Doctrina de la Fe negando verdades fundamentales de la Fe de la Iglesia o poniéndolas atrevidamente en tela de juicio. Los errores respecto al Sacramento del Bautismo palidecen de vergüenza ante las aberraciones que afirma acerca del Santo Sacrificio y del Sacerdocio.

   Afirma el Cardenal:

   «En respuesta a la pregunta sobre la evolución de las relaciones entre sacrificio, sacramento y sacerdocio, existe hoy un esquema tan simple como luminoso, que se ha impuesto en la consciencia pública casi sin oposición. Según este esquema, el Nuevo Testamento significó el fin de los tabúes sacros y, con ello, el fin también del sacerdo-cio sacrificante y del sacrificio mismo.» (op. cit. pág. 301). «El concepto se difundió con gran rapidez, hasta que, en el Concilio de Trento, fue elevado a la categoría de dogma. De todo esto se deduce una clara tarea: es preciso superar decididamente la dogmatización del error, llevar a su plenitud el proceso de desacralización, eliminar el resto mágico que pugna por rebrotar por doquier -el sacrificio- y construir, en el espíritu de Cristo, un ministerio racional, libre de aspectos mágicos, «eficiente», que ayude al triunfo definitivo de la causa de Jesús (ídem).

   Por más que quisiéramos disculpar al Cardenal Prefecto, las páginas siguientes, para quien pudiese y quisiere hacer el esfuerzo de leerlas en su libro, no hacen más que confirmar lo dicho. Para él, historicista y arqueologista en su visión de la Iglesia, en la Iglesia primitiva lo esencial de la Misa era «la aceptación de la palabra de Jesús» (pág. 303 de la op. cit.) que culmina en el ágape o comunión fraterna (ídem, pág. 305). Este concepto, desde su óptica se torna sacrificial, se va centrando más en la noción de sacrificio por una evolución histórica de los conceptos y de la Fe misma (pág. 306. op. cit.) que acaba en una afirmación marxistoide de los estipendios de la Misa casi como fundamento de la noción de sacrificio:

   «Ahora la Iglesia es, por un lado, aparato jurídico, conjunto de derecho, órdenes y pretensiones que son las características básicas de cualquier sociedad. Tenia además la peculiaridad de que en ella se daban acciones rituales: los sacramentos… La doctrina de los frutos del sacrificio de la misa da su sentido a los estipendios y acentúa al máximo el valor peculiar de cada misa concreta, de la que surgen frutos especiales que no se darían sin ella. El conjunto aparece más como superestructura ideológica montada sobre una concreta situación económica que como verdadera reflexión teológica, que corrige y modifica las situaciones humanas (Ratzinger. op. cit. pág. 307).

Publicado en el Credidimus Caritati de Julio / Octubre de 1987