El alma racional es también sustancia perfectamente inmaterial y espiritual.

Observación.

No es raro ver a la filosofía moderna contentarse con probar que el alma racional es sustancia simple, con lo cual se figura haber dicho cuanto decirse puede acerca de la esencia o naturaleza propia del alma racional, creyéndose a la vez con derecho para atribuirle la inmortalidad. Y, sin embargo, semejante procedimiento es esencialmente incompatible en el orden científico. Para establecer sólidamente la inmaterialidad o espiritualidad del alma y consiguientemente su inmortalidad; para cerrar la puerta a las doctrinas y teorías materialistas, no basta demostrar que el alma es simple, porque simples son también, en opinión de graves filósofos, los elementos primitivos de los cuerpos, y sin embargo, no son sustancias espirituales: simple e indivisible es también el alma de los brutos, y sin embargo, no es sustancia espiritual como lo es el alma racional, ni tampoco posee la inmortalidad. Para establecer, pues, de una manera sólida y verdaderamente [330] científica la espiritualidad del alma, y para que esta espiritualidad pueda servir de premisa necesaria para la inmortalidad, es preciso demostrar que el alma racional es una sustancia superior a todo el orden corpóreo, incompatible con la naturaleza de todo cuerpo, y elevada sobre las condiciones de la materia.

Esto supuesto, pruébase ahora la tesis.

1º La esencia y atributos del alma racional se conocen por medio de sus operaciones y facultades, las cuales, como manifestaciones y efectos de la misma, nos descubren su naturaleza propia; es así que el alma racional es principio de operaciones y facultades que son absolutamente incompatibles con los seres materiales o corpóreos: luego el alma es una sustancia perfectamente inmaterial o espiritual. La menor es a la vez una verdad de sentido común y de razón, si se tiene presente que en el alma racional existen el entendimiento y la voluntad libre, facultades que todos los hombres reconocen como incompatibles con el cuerpo y como superiores a todo el orden de seres materiales. Por otra parte, el cuerpo, como tal, es inerte y carece de actividad; pero el entendimiento y la voluntad libre son facultades o fuerzas activas. Que si alguno pretende que los cuerpos, precisamente como cuerpos, se hallan dotados de actividad, no se podrá negar en todo caso que no está en su potestad la aplicación y el modo de ejercer esa actividad, al paso que el alma por medio de la voluntad se determina a sí misma a funcionar de esta o de la otra manera, en este o aquel tiempo, y lo que es más todavía, a obrar o suspender la acción.

Si a esto se añade ahora que el alma de los brutos, la cual, sin duda, es superior y más noble que cualquiera cuerpo, sea simple o compuesto, no posee inteligencia y libertad, a pesar de esa superioridad indisputable, será preciso reconocer que las operaciones y facultades propias del alma racional revelan y demuestran que la sustancia de la cual emanan como de su principio y causa, y en la cual existen, es superior absolutamente a toda materia, y que trasciende o traspasa todo el orden de los seres corpóreos y materiales, [331] con los cuales nada puede tener de común en su esencia y atributos.

2º La operación principal y propia del alma racional es la intelección, o sea conocer las cosas por medio de ideas y nociones universales e independientes de la materia; es así que esta función que abraza, además de la simple percepción, los juicios y raciocinios universales, es puramente espiritual: luego también el alma es una sustancia puramente espiritual; porque, como dice muy bien santo Tomás, «la operación de una cosa demuestra o manifiesta la sustancia y ser de la misma, puesto que cualquiera agente obra en cuanto es tal ente o ser, y la operación propia de una cosa es conforme y consiguiente a su naturaleza propia (1).» Para reconocer que la intelección es una operación o acto propiamente espiritual, superior a todo el orden corpóreo e independiente de toda materia, basta tener presente: 1º que es independiente, por su naturaleza, de todo órgano corporal o material; pues de lo contrario no se hallaría en Dios y los ángeles, puros espíritus: 2º que las facultades y funciones que se ejercen mediante órganos materiales, o que no pueden obrar sin el concurso de éstos, por elevados y nobles que sean en sí mismas, solo se refieren a objetos singulares y materiales o extensos, como se observa en la imaginación, a pesar de su perfección relativa, como facultad cognoscitiva superior a las demás del orden sensible: por el contrario, sabido es que el entendimiento funciona acerca de los cuerpos bajo la forma de universalidad: 3º la intelección, no solo se refiere o abraza los cuerpos en universal, lo cual revela que ella no puede pertenecer a ningún cuerpo real o particular, sino que extiende su acción a objetos puramente inteligibles e independientes de toda materia, como son las razones de causa, de [332] verdad, de justicia, de relación, de sustancia, &c. Y lo que es más todavía, a seres pura y absolutamente espirituales, como Dios y los ángeles. Cuando no hubiera otras razones, bastaría ciertamente esta última para demostrar la espiritualidad completa y absoluta de la intelección y consiguientemente del alma, que es su principio y sujeto (2).

{(1) «Operatio rei demonstrat substantiam et esse ipsius, quia unumquodque operatur sucundum quod est ens, et propia operatio rei sequitur ejus naturam.» Sum. cont. Gent., lib. 2º, cap. 55.}

{(2) Véanse Estudios sobre la Filosofía de santo Tomás, lib. IV, y principalmente los caps. 3º y 4º. Raulica, Filosofía Crist., t. III, cap. 14, §133, en donde, entre otras cosas, escribe lo siguiente: «El raciocinio, aun cuando es aplicado a los cuerpos, se hace sin el cuerpo y sin el menor concurso del cuerpo. Porque raciocinar sobre los cuerpos, es comparar las ideas que el entendimiento se ha formado respecto a la naturaleza y propiedades de los cuerpos; es procurar entender los cuerpos, es decir, conocerlos por lo que tienen de más incorporal. El raciocinio sobre el cuerpo es, pues, una operación del exclusivo resorte del espíritu, y los cuerpos representan el papel de objetos, no de cooperadores, aun en la operación que se refiere a ellos.
Con mayor razón, no entra para nada el cuerpo en los raciocinios relativos a las cosas puramente espirituales. En efecto; cuando raciocinamos sobre la naturaleza de Dios, de los ángeles… sobre los principios, las doctrinas, los fines, la Religión, la moral, la filosofía, las leyes y los deberes, ¿pedimos, recibimos el menor auxilio de nuestro cuerpo? ¿No debemos esforzarnos, por el contrario, por abstraernos de cuanto es sensible y corporal?».}