MODO Y USO QUE HA DE GUARDARSE EN EL PLACER

Siendo manifiesto que nadie puede acercarse a la pureza de Dios sin hacerse antes él mismo puro, es necesario apar­tarse del placer mediante un muro elevado y fuerte, no sea que por el acercamiento al deleite se manche la limpieza del corazón. Una muralla firme es la hostilidad completa contra todo lo que llevan a cabo los afectos. Porque aunque el placer es uno por naturaleza, como dicen los doctores, pero se infunde a través de los sentidos en los voluptuosos, como el agua, que manando de una sola fuente se derrama por varios riachuelos.

Por tanto, el que se deja dominar por aquel único placer engendrado por los sentidos, ese tal ha recibido una herida en el corazón. Como nos dice la voz de Dios, quien satisface su concupiscencia con los ojos, recibe una mancha en su co­razón. Creo que lo dicho allí por el Señor de un sentido, puede aplicarse a todos, de modo que muy bien podemos decir, glosando las palabras divinas: «El que oye algo por concupiscencia, el que toca, el que emplea en deshonestida­des cualquiera de sus potencias, ha pecado en su corazón».

En consecuencia, para que no suceda esto hay que poner en práctica aquella regla útil para la vida según la pruden­cia: «No entregar nuestro espíritu a cosa alguna en que se mezcle el cebo del placer». Y sobre todo hay que tener es­pecial cuidado con el placer del gusto, que es el más íntimo en cierto modo y como la madre de todos los vicios. Porque los deleites de la comida y bebida excesivos producen en el cuerpo la necesidad de colmarse con males indeseables y son causa de muchas de las enfermedades que aquejan a la humanidad.

Para conservar, pues, nuestro cuerpo sereno en sumo grado,  sin que sea perturbado por todo ese cortejo de des­gracias, hemos de llevar un género de vida continente, se­ñalando a los goces su modo y medida, limitándolos según la conciencia y no según el placer. Y aunque muchas veces la utilidad y el deleite se entremezclan (porque la indigencia de algo todo lo suaviza, dulcificando con la vehemencia del deseo lo pretextado por la necesidad), no debe rechazarse lo conveniente por el placer que lo acompaña, ni tampoco buscar el deleite como la cosa principal, sino tomar lo que es útil en todas las cosas, sin prestar atención al goce de los sentidos.