VII. MALES ACARREADOS POR LA DISIPACIÓN DE ESPÍRITU

Creo que cuanto llevamos dicho adquirirá mayor luz si lo aclaramos con un ejemplo.

Supongamos, pues, el agua que corre desde su manantial y se separa, como suele acontecer,

en diversas avenidas y regatillos a lo largo del trayecto. Ciertamente que, mientras así corra, no ha de ser útil para nada de cuanto contribuye a la agricultura; la distribución del caudal en muchas direcciones hace que la corriente en cada uno de los regatillos sea insignificante y que casi no se mueva, dada su impotencia. Mas si alguno junta todas las avenidas que van dispersas y las encierra dentro de un cauce, podrá emplear una mayor cantidad de agua reunida para satisfacer a las diversas necesidades y utilidades de la vida.

Del mismo modo me parece a mí que, si el pensamiento del hombre se derrama continuamente al exterior, fluyendo y disipándose sin cesar hacia las cosas que ilusionan los

sentidos, no tendrá la fuerza suficiente para hacer el recorrido hasta donde está el verdadero bien; pero si se recoge de todas partes para encerrarse dentro de sí mismo y es conducido sin derramarse a una parte y otra, hacia el trabajo que le es propio, moviéndose según la inclinación de su naturaleza, entonces no encontrará impedimento alguno para levantarse hacia lo alto y alcanzar la verdad de las cosas que en realidad existen.

Así como una gran masa de agua encajonada y encerrada en un canal, al sentir la opresión de una fuerza externa, sube hacia arriba, por no poder expansionarse hacia los lados, a pesar de que su movimiento natural sea hacia lo más bajo, así también el pensamiento del hombre, como encerrado en un estrecho cauce, sintiendo por todas partes la presión de la fuerza que le rodea, se levanta por su mismo movimiento natural al deseo de las cosas elevadas, no encontrando por donde derramarse al exterior. No puede estar el alma nunca en reposo, sino que se halla siempre en agitación, pues ha recibido de su Creador esta naturaleza.

Ni puede dudarse que, si se le prohibe dirigirse en su movimiento hacia las cosas vanas, se lanzará en línea recta hacia la verdad, apartada de todos los absurdos que la circundan.

Vemos con frecuencia en los viajes que los viandantes no se apartan ni una pulgada del verdadero camino, máxime si, instruidos por equivocaciones pasadas, están de sobreaviso

para no errar. Como quien al hacer un viaje, cuanto más se apartare de los atajos desviados e inciertos, tanto más se conservará dentro del verdadero camino, así nuestra alma, si da la espalda a las vanidades del mundo, llegará a penetrar la verdad de las cosas que en realidad

existen. El recuerdo de aquellos excelsos profetas parece nos quiere dar a entender que de ningún modo nos enredemos con los placeres, que tanto se anhelan en el mundo; y entre éstos se encuentra el matrimonio, que es la semilla principal y el principio de todos los vanos deseos.