EL ALMA HUMANA: SU NATURALEZA, ORIGEN Y DESTINO

TESIS XV. —» Contra, per se subsista anima humana, quae, quum subjecto sufficienter disposito potest infundí, a Deo creatur, et sua natura incorruptibilis est atque immortalis.»

«Por el contrario, el alma humana subsiste por sí misma, es creada por Dios en el momento que puede ser infundida en el sujeto suficientemente dispuesto, y por su naturaleza es incorruptible e inmortal»[1].

Cuatro afirmaciones capitales encierra esta proposición : 1º, el alma humana es subsistente o espiritual; 2º, Dios la crea; 3º, esa creación se realiza en el mismo instante de ser infundida en el cuerpo suficientemente dispuesto; 4º, el alma es incorruptible e inmortal por naturaleza.No intentamos exponer detalladamente todas esas doctrinas, para lo que se requeriría un verdadero tratado, sino presentar sus fundamentos inquebrantables.

I. — Espiritualidad del alma

El principio, siempre de actualidad, en que se funda Santo Tomás para probar que el alma es espiritual, es la misma espiritualidad de la operación y de su objeto. Porque no satisfecha nuestra alma con alcanzar objetos del todo inmateriales, como lo universal, lo infinito, lo eterno, considera también de manera abstracta e ideal los objetos materiales que percibe, y los contempla desde puntos de vista enteramente desconocidos para los sentidos. Así, al ver un efecto sensible, deduce la idea de causa; de la operación, infiere la naturaleza del agente, y corrige, además, el yerro de los sentidos, enderezando con su raciocinio el bastón que los ojos ven doblado en el agua, etc.

Pero donde soberanamente descuella esa independencia de las condiciones materiales, es en los tres actos del entendimiento humano.

La simple aprehensión se verifica por medio de un concepto enteramente abstracto que representa las cosas, en su misma esencia, independientes del tiempo y del espacio, como los universales, las especies y los géneros.

En el juicio hay un punto de vista más abstracto, y es la relación necesaria que une al predicado con el sujeto, de la cual nacen esos juicios absolutos, irreformables, analíticos, a priori. De más perfecta independencia goza todavía el raciocinio, porque la consecuencia, o el paso lógico de las premisas a la conclusión, sobrepuja a la mirada de los sentidos, entrando de lleno en el orden puramente inmaterial.

Finalmente, un alma que por aferrarse a lo invisible expone su cuerpo a los padecimientos, tiene que ser necesariamente espiritual como los objetos en que se deleita. Es el argumento de Bossuet: «He notado en mí una fuerza superior al cuerpo con la que puedo ponerle en trance de ruina inevitable, a pesar del dolor y la violencia que sufro con ello»[2].

Ningún espíritu leal y sincero puede eludir la fuerza decisiva de estos argumentos. La espiritualidad del alma es una verdad natural que la razón a solas puede demostrar. Por este motivo, la Sagrada Congregación del índice expidió un decreto el 11 de junio de 1895, que aprobó Pío IX el día 15 del mismo mes y año, obligando a M. Bonetty a subscribir esta proposición: «Se pueden probar CON CERTEZA, por medio del raciocinio, la existencia de Dios, LA ESPIRITUALIDAD DEL ALMA y la libertad del hombre»[3].

II. — Origen del alma por vía de creación

Una vez admitida la espiritualidad del alma, resulta obvio que no pueda explicarse su origen de otra manera que por vía de creación[4].

La hipótesis de que fuera una partícula de la substancia divina, repugna a la espiritualidad del alma e injuria a la simplicidad de Dios. Decir que procede de un germen corporal, es caer en grosero materialismo; pensar que nace de un germen espiritual, es pervertir la noción de substancia espiritual, que ni consta de partes, ni está sujeta a tales evoluciones; pretender que la engendre el alma de los padres, a la manera que una llama enciende otra llama, es también destruir la simplicidad del espíritu, porque la llama se divide al comunicarse, evidentemente.

Frohschammer, en el siglo pasado, se imaginó que el alma era creada por los padres, sirviendo como instrumentos de Dios y con una virtud recibida de Él, sin parar mientes en que la creación, privilegio incomunicable del Omnipotente, no se compadece con ningún instrumento. Su obra quedó prohibida por un decreto del índice, el 5 de mayo de 1857.

Más absurda aún es la teoría de Eosmini: el alma, que antes era sensitiva, se transforma y llega a ser racional, intelectual, subsistente e inmortal, cuando se le aparece la idea del ser. Tal evolución destruye el concepto de substancia indivisible, espiritual e incorruptible. Esos y otros desvaríos, por el estilo, fueron condenados por el Santo Oficio, el 14 de diciembre de 1887[5].

La filosofía tomista nos proporciona un argumento tan sencillo como demostrativo. Siendo el alma subsistente, tiene que existir de por sí y ser producida por sí misma, de la nada, no de un sujeto preexistente, porque en este caso implicaría partes, sería divisible y estaría sometida a cambios. Es así que sólo a Dios pertenece sacar las cosas de la nada. Luego el alma humana es creada directamente por Dios.

Hasta ahora la Iglesia sólo ha manifestado su opinión ; y si no ha definido explícitamente que el alma es sacada de la nada, lo cree como una de tantas verdades tocantes al dogma. «Creo y pregono — dejó consignado León XIII en su profesión de fe — que el alma no es parte de Dios, sino sacada de la nada, y que, sin el bautismo, es reo de pecado original… Tal es la fe que la Santa Sede Apostólica Romana cree de corazón para la justicia y confiesa de palabra para la salvación»[6]. Negar, pues, el origen del alma por vía de creación, sería un ataque a la doctrina católica y temeridad gravemente culpable.

III. — Cuándo es creada el alma

Añade nuestra tesis que el momento de la creación del alma es el mismo de su infusión en el cuerpo, una vez que éste se halla convenientemente dispuesto. Pueden aquí presentarse dos cuestiones: la de si es creada el alma antes de unirse al cuerpo, y si se une al cuerpo en el instante de su concepción.

La Iglesia dio el golpe de gracia a los sostenedores de la primera en sentido afirmativo, al combatir vigorosamente y condenar el error de los platónicos, de Plotino y los origenistas, según el cual las almas, después de haber llevado una existencia anterior, irían siendo encerradas en cuerpos más o menos nobles, a proporción de sus merecimientos o pecados[7].

En el pontificado de León X, el V Concilio de Letrán declaró que el alma humana se multiplica individualmente según la multitud de los cuerpos: «Pro corporum quibus infunditur multitudine singulariter multiplicalilis et multiplicata et multiplicanda sit»[8]. Sin llegar a una definición, da a entender el Concilio que el alma es multiplicada o creada individualmente en el momento de infundirse al cuerpo.

San Bernardo lo había dicho también: »Sed creando immittitur te immittendo creatur. Al ser creada es infundida, y al ser infundida es creada»[9].

La razón de Santo Tomás[10], aunque muy sencilla en la apariencia, tiene meollo de profunda filosofía: lo que es preternatural no debe existir antes de lo que es natural; porque lo que Dios produce por sí mismo ha de ser en su estado normal. Ahora bien; el estado de separación no es el normal del alma humana, por ser ésta esencialmente forma del cuerpo. Su estado natural es el de unión al cuerpo. De donde se sigue que el estado de unión ha de preceder al de separación; y que si el alma puede vivir todavía después de haber estado unida al cuerpo, no puede, sin embargo, haber existido antes de la unión con él[11].

¿Cuándo comienza dicha unión? Al estar el cuerpo suficientemente dispuesto. A Santo Tomás y a los antiguos no les parecía que se verificase en el instante de la concepción: primero informaría al embrión un alma vegetativa, y luego otra sensitiva, con la tarea de preparar el camino al alma humana, por decirlo así, como sirvientes de una reina, para que cuando viniese a informar al organismo lo hallase digno de ella.

Va generalizándose más y más la opinión de los modernos[12], que niegan el supuesto y, por ende, la consecuencia de los antiguos, ya que estando vivo el embrión y dotado desde el principio de una organización suficiente, según hoy día parece, no hay motivo para que el alma no intervenga también desde el primer instante en la construcción, de cierto modo, o formación de aquel cuerpo que ha de asociar a su propio ser y a su vida.

Sin entrar a fondo en esta disputa, bástenos decir con la Sagrada Congregación: el alma interviene cuando el sujeto se halla suficientemente dispuesto, quum subjecto sufficienter disposito potest infundí.

IV.—Pruebas de la inmortalidad

El último punto de la tesis señala que el alma es incorruptible e inmortal, no por milagro o favor gratuito, como habría sido inmortal el cuerpo del primer hombre de no haber perdido el estado de inocencia, sino por naturaleza y en virtud de sus principios constitutivos.

Los argumentos que establecen la inmortalidad del alma, prueban de rechazo su inmortalidad por naturaleza, haciéndola evidente y palmaria.

Muy contados escolásticos pretendieron con Escoto que la inmortalidad del alma es una verdad de fe y no puede demostrarse por la razón a solas. En nuestros tiempos[13], sin que hubiera ya lugar a duda, muchos escritores católicos han sacado a debate la opinión de Escoto, que Melchor Cano[14] censuró severamente, y de la cual escribió Báñez: «Es un error decir que la inmortalidad del alma no es demostrable por la razón natural»[15].

Tan persuasivo es el argumento sacado de la necesidad de una sanción para después de la vida presente, que J. J. Rousseau se vio obligado a escribir aquella conocidísima frase suya: »Aunque no tuviera otras pruebas sobre la inmortalidad del alma que el triunfo del malvado y la opresión del inocente, esto sólo me impediría ponerla en duda. Tan estridente disonancia en la armonía universal, me empujaría a buscarle una solución, y me diría: Para nosotros no acaba todo con la vida; todo entra en orden con la muerte.» Sabido es, asimismo, que el general Du Barrail exclamó un día en la tribuna de la Cámara de Diputados: «¡Si quitáis a los soldados la fe en la otra vida, no tenéis derecho a exigirles el sacrificio de su existencia!»

Otro tanto puede decirse de la prueba basada en la finalidad. »Si todo acaba con el último suspiro, el hombre es un ser frustrado por naturaleza; y tanto más lo será, cuanto más se acerque a la madurez de sus años. No es racional creer en una antinomia tan profunda ; no se puede admitir que esa finalidad tan visible en todas las especies inferiores, venga a detenerse bruscamente al llegar al más alto grado de la vida, y allí falle para siempre. Si el amor que constituye el fondo de las almas clama por la existencia del Absoluto, es señal de que existe como fin nuestro, y no de cualquier manera; de que es el principio que nos mueve y el término hacia donde tendemos; de que nuestro ser está pendiente por completo de su ser. «Hay algo en nosotros que no muere[16] y cuya vida es el mismo Dios»[17].

No es menos demostrativo el argumento sacado del objeto. El alma tiene que estar al nivel de su objeto, y como éste es eterno, eterno ha de ser ella. Lo mismo que expresa Bossuet con tanto vigor: »Nacida el alma para contemplar esas verdades, y al mismo Dios que encierra toda verdad, ahí halla su razón de conformidad con lo eterno»[18].

Esta verdad es un corolario de la espiritualidad ya demostrada. Espiritual = inmortal por su naturaleza. Porque, la substancia espiritual, ¿qué cosa es? La que no depende del cuerpo, ni en su ser, ni en su operación específica. Y ¿qué es una substancia inmortal por naturaleza? La que es independiente del cuerpo en su ser y en su operación, de tal suerte que pueda existir y obrar sin él. Existe, por tanto, una ecuación perfecta entre espiritual e inmortal por naturaleza; y si la razón puede demostrar la espiritualidad del alma, como ya se explicó, por el mismo hecho queda demostrada su inmortalidad por naturaleza. Pero, dirá alguien: y ¿quién demuestra que el alma no pueda renunciar a su inmortalidad, o que Dios no se la quitará algún día?

Ya está demostrado. Es evidente que el alma no puede despojarse de lo que constituye su naturaleza, como es evidente que el mismo poder se requiere para aniquilar que para crear, esto es, un poder infinito que haga pasar a la criatura del ser a la nada y de la nada al ser. Por consiguiente, sólo Dios podría aniquilar. Mas Dios, que ha constituido la naturaleza, enseña el Angélico Doctor, no priva jamás a los seres de lo que les es natural[19], y, por tanto, jamás quitará al alma la inmortalidad, que le corresponde por su misma naturaleza.

La Iglesia siempre ha mirado con el mayor interés esta cuestión, y prueba de ello es que la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares hizo subscribir al abate Bautain un Formulario, comprometiéndose «a no volver a enseñar que la razón a solas es incapaz de demostrar la espiritualidad y la INMORTALIDAD del alma[20].

[1] Entre los numerosos lugares donde Santo TOMÁS sustenta estas doctrinas, bastará citar: Sum. Theol., I. P., q. 75, a. 2; q. 90; q. 118; y QQ. disp., de Anima, a. 14; de Potentia, q. 3, a. 2; II Cont. Gent., ce. 83 y sigs.

[2] BOSSUET, Connaissance de Dieu et de soi-méme, c. IV, n. 11. — Sobre este asunto de la espiritualidad del alma, véase al P. COCONNIER, Ame humaine, y al Card. MERCIEB, Psicología; CL. PIAT, La destines de l’homme.

[3] » Batiocinatio Dei existentiam, ANIMAS SPISITUA-LITATEM, hominis libertatem, CÜM CEKTITÜDINE probare potest». DENZINGER, 1650.

[4] Vid. P. COCONNIER, Ame humaine, c. VII.

[5] Cf. DENZINGER, 1911.

[6] «Animam non esse partem Dei, SED EX NIUILO CSEATAM… et absque baptismate originali peccato obnoxiam, credo et praedico. Hanc fidem Sancta Komana et Apostólica Sedes corde credit ad justitiam et ore confitetur ad sulutem». MANSI, XIX, 662, B. ss.

[7] Sobre el asunto, léase a San AGUSTÍN, De Libero Arbitrio, lib. II, c. xx y c. xxl; De Qivit., lib. X, e. xxxi; P. L., XXXII, 1299, sigs., y XLI, 311, sigs.

[8] DENZINGER, 738.

[9] San BERNARDO, Serm. II, De Nativ. Domini, n. 60; P. L., CLXXXII, 122.

[10] I. P., q. 90, a. 4, y q. 108, a. 3.

[11] Santo TOMÁS expone y refuta largamente los errores contrarios, II Cont. Gent., e. 83 y 84.

[12] Cf. ANTONELLI, Medicina Pastoralis, a. XIX.

[13] Véanse, a este propósito, los artículos del abate BER-NIES y de CL. PIAT en la Sev-ue du Clergé francais, 1903.

[14] Melchor CANO, De Locis Theologicis, lib. XII, c. XIV.

[15] «Dicere animae immortalitatem non esse demonstrabilem per rationem naturalem, erroneum est». BÁÑEZ, Com-ment. in I. P., q. 75, a. 6.

[16] BOSSUET, Sermón sur la mort, Caréme du Louvre, edit. Lebarq, t. IV, p. 17.

[17] PIAT, La destinée de l’homme, p. 193. — Véase también a Henri HUGON, Y a-t’il un Dieu? Y a-t’il survie de l’ame aprés la mort? París, Tequi.

[18] BOSSUET, Connaissance de Dieu et de soi-méme, 1. V, n. XIV.

[19] «Deus, qui est institutor naturae, non suitrahit rebus quod est proprium naturis earum». Santo TOMÁS, II Cont. Gent., c. 55; Cf. Santo TOMÁS, I. P., 104, a. 4.

[20] Cf. DE REGNY, L’abe Bautain, pág. 336-338.