Teoría del conocimiento: El objeto del espíritu humano.

La  Biología y la Psicología de Santo Tomás (TESIS XIII a XXI)

TEORÍA DEL CONOCIMIENTO. — EL OBJETO DEL ESPÍTITU HUMANO

TESIS XVIII. — ‘‘Immaterialitatem necessario sequitur inte-llectualitas, et ita quidem ut secundum gradus elongationis a materia, sint gradus intellectualitatis. Adaequatum intellectionis objectum est communiter ipsum ens; proprium vero intellectus humani objectum in praesenti statu unionis quidditatibus ábstractis a conditionibus materialious continetur.»

«La intelectualidad sigue necesariamente a la inmaterialidad, y de tal suerte, que los grados de intelectualidad se computan por los de alejamiento de la materia. Es objeto adecuado de la intelección el ser en sí mismo y en general; mas el objeto propio del entendimiento humano, en el estado actual de unión, se circunscribe a las esencias abstraídas de las condiciones materiales».

Tres puntos esenciales toca esta proposición, referentes, el primero a las relaciones entre la inmaterialidad y la intelectualidad, el segundo al objeto adecuado de la intelección, y al objeto propio del espíritu humano, el tercero.

VI. — Conocimiento e inmaterialidad

Con profunda elegancia establece nuestra psicología que el conocimiento se halla en razón directa con la inmaterialidad. Conocer es recibir en nosotros la forma de un objeto extraño, sin perder nuestra propia forma; y así, cuando conozco un árbol, recibo en mí su representación o forma sin perder yo nada, de tal suerte que tengo a la vez mi forma humana y la forma del árbol por una asimilación vital que, lejos de perjudicar a mi espíritu, lo perfecciona y pone en actividad.

Esta asimilación requiere que el árbol se una a mí, no de una manera corporal y en su ser concreto, sino con cierta independencia de las condiciones materiales. Por ese motivo son incapaces de conocimiento aquellos seres que sólo materialmente y en presencia corporal se asimilan a los otros. La planta vive y se asimila los elementos por un maravilloso movimiento vital; pero esa asimilación llévase a cabo mediante un contacto físico y con entera dependencia de la materia. Salta, pues, a la vista la incapacidad de las plantas para el conocimiento.

El alma de las bestias se asimila el objeto exterior por medio de una representación más alambicada; y así, por ejemplo, la oveja recibe en sus facultades la forma del lobo en virtud de esa percepción que, siendo verdaderamente única y simple, le revela en el animal a un enemigo que ella ve o barrunta. He ahí un principio de independencia, aunque restringida y precaria, que constituye el primer grado del conocimiento. Mas como, por otra parte, esas percepciones y sensaciones dependen de los órganos a que están vinculadas las facultades, no hay todavía verdadera inmaterialidad, y, por lo tanto, ni intelectualidad ni conocimiento espiritual. Recuérdese que nosotros tenemos una facultad exenta de todo órgano, cuyo ser no se comunica nunca con la materia, por cima de la cual se eleva, libre de todas sus condiciones: ésta es la inmaterialidad propiamente dicha, equivalente a la intelectualidad. Sin embargo, con no caber mezcla de nuestra inteligencia con el mundo inferior, por el mero hecho de ser ella propiedad de una substancia que informa a la materia, hemos de contentarnos con pisar los umbrales de la inmaterialidad que corresponden al primer grado de intelectualidad. La facultad cognoscitiva de los ángeles es toda luz, y su substancia no se ha juntado nunca a la materia como forma corporal; pero está compuesta de potencia y acto, es decir, de esencia y existencia, de substancia y accidente; por eso gozan los ángeles del segundo grado de inmaterialidad y de intelectualidad. En Dios no hay ni composición ni multiplicidad, ni potencialidad, sino que es el Acto puro; tal es su inmaterialidad que constituye el grado supremo. De donde se sigue que Dios está en la cumbre de la intelectualidad y del conocimiento, porque se halla en la cima de la espiritualidad.

II. — Objeto adecuado y objeto propio

Las precedentes consideraciones nos ayudarán a comprender lo que añade nuestra tesis acerca del objeto adecuado y el propio.

El objeto adecuado de una facultad designa todo lo que ésta puede alcanzar, directa o indirectamente, por sí y con sus propios recursos o con los ajenos. Por ejemplo, el ojo sólo puede percibir los objetos colorados, siempre que se hallen presentes a conveniente distancia, directamente o por medio del telescopio o de cualquier otra manera; el oído sólo puede escuchar todo aquello que es sonoro y que llegue hasta él, natural o artificialmente, como en el teléfono.

Nuestra inteligencia se extiende al ser en toda su extensión, bajo la razón más universal. Testigo es la experiencia de que comenzamos por entender lo que hay de más general en las cosas, y que nuestros conocimientos particulares van determinando y detallando la inmensidad que encierra el concepto del ser: Dios y criaturas, substancia y accidentes, espiritual y material, relativo y absoluto, todo lo abarca el ser.

Ved aquí, pues, el objeto adecuado de toda intelección: «La inteligencia tiene por objeto lo real bajo su aspecto más general e indeterminado, es decir, el ser. Esta indeterminación, lejos de socavar la realidad en cuanto tal, nos la presenta en su más alto grado de actualidad y realización. Todo cuanto existe es un ser, y nada existe más que por el ser. Si el ser universal aparece despojado de todas las determinaciones de las cosas, es porque las contiene a todas en su potente virtualidad. La inteligencia se fija en él al primer golpe, por efecto de un destino original, y trata con todas las demás cosas de igual a igual bajo ese aspecto acaparador del ser, consistiendo su actividad en detallar lo que ya poseía desde su primer balbuceo».

El objeto propio es el que corresponde a la naturaleza del sujeto cognoscente y que le viene enteramente medido y proporcionado, en el mismo orden de inmaterialidad. Dios, Acto puro y sin límites, que reside en la cima de la intelectualidad, tiene por objeto propio al Acto en sí mismo, es decir, a su esencia infinita. Esas son las profundidades y abismos que el espíritu de Dios sondea eternamente; al contemplarse a sí mismo, contempla todo lo demás, viendo a las criaturas no fuera de él y en sí mismas, sino sólo en él, como taxativamente lo dicen San Agustín y Santo Tomás.

El ángel, substancia inmaterial, por no decir relación necesaria al cuerpo, tiene por objeto propio lo espiritual que no haya venido del mundo sensible. Transcendiendo absolutamente por cima de toda criatura la visión intuitiva de Dios, y no estando el espíritu angélico al mismo nivel de inmaterialidad que la esencia divina, no puede tener a ésta por su objeto propio; y al no estar destinada la substancia angélica a ningún cuerpo, debe encontrar su perfección independientemente de él; el objeto proporcionado de esas inteligencias tiene que ser la substancia separada, y sus ideas no deben llegarles de nuestro mundo, sino bajar de lo alto, infundidas por Dios en el momento de la creación.

El alma humana es, sí, espiritual, mas necesita unirse al cuerpo para desplegar toda su virtud; es forma de la materia sin las condiciones materiales. Del mismo orden ha de ser su objeto proporcionado, es decir, la esencia de las cosas materiales sin las condiciones de la materia; o en otros términos, la esencia abstraída de las condiciones singulares y concretas en las cuales hállase envuelto el universal. Por experiencia sabemos que, en este estado de vida mortal, el objeto propio de nuestro espíritu es el universal contenido en las imágenes sensibles, supuesto que a ellas hemos de recurrir para formar nuestros conceptos. «De hecho tenemos conciencia que así es. Para pensar nos servimos de las imágenes, no de vez en cuando y ocasionalmente, sino siempre y de un modo normal».

Las aplicaciones de esta tesis revisten el mayor interés, lo mismo en Teología que en Filosofía. Desde el momento en que el objeto adecuado de nuestra intelección es el ser en toda su amplitud, la visión beatífica resulta posible.

Dios en sí mismo, en su propia vida, entra de lleno en ese objeto adecuado, porque todo cuanto hay de perfección en el concepto del ser está contenido en Dios, toda la razón del ser está en Dios; y nuestro espíritu, por consiguiente, cuya capacidad se mide por la del ser, puede ser elevado sobrenaturalmente a la visión de la vida íntima de Dios.

Al abandonar este mundo, el alma separada adquiere un nuevo modo de ser semejante al de los ángeles, y podrá comprender a la manera angélica, sin necesidad de imágenes. Pero, mientras tanto, acá en esta vida, el objeto propio de nuestra inteligencia hállase envuelto en el fenómeno empírico, y las ideas tienen que venir del mundo sensible. En la siguiente tesis encontraremos la explicación de este origen.