El alma humana; naturaleza, origen y destino

La  Biología y la Psicología de Santo Tomás (TESIS XIII a XXI)

LA UNIÓN DEL ALMA CON EL CUERPO

TESIS XVI. — «Eadem anima rationalis ita unitur corpori ut sit ejusdem forma substantialis única, et per ipsam habet homo ut sit homo et animal et vivens et corpus et substantia et ens, Tribuit igitur anima homini omnem gradum perfectionis essentialem, insuper communicat corpori actum essendi, quo ipsa est.»

«La misma alma racional se une de tal modo al cuerpo, que es su única forma substancial, y por ella el hombre tiene el ser de hombre, y de animal, y de viviente, y de cuerpo, y de substancia, y de ser. Por consiguiente, el alma le da al hombre todo el grado esencial de perfección y, además, comunica al cuerpo el acto del ser con que ella existe».

Toda la proposición actual dice orden a la naturaleza del alma, por ser ésta esencialmente la forma del cuerpo. Comienza enunciando la doctrina católica que el alma racional es la verdadera forma substancial del cuerpo humano, e inmediatamente propone la explicación tomista: para tener el rango de forma substancial, ha de ser la forma única que confiere todos los grados esenciales de perfección.

En el Concilio de Viena, celebrado el año de 1311, la Iglesia definió que el alma racional es la forma substancial del cuerpo humano, porque esta verdad es necesaria para defender y explicar el punto dogmático de que «el Hijo de Dios tomó unidas juntamente las dos partes de nuestra naturaleza, esto es, el cuerpo humano y el alma intelectual o racional, a fin de ser verdadero hombre sin dejar de ser verdadero Dios». Por donde el Concilio vino a indicar la razón fundamental de esta enseñanza: para que dos partes no constituyan más que una sola naturaleza, tienen que unirse a la manera de materia y forma.

La explicación de las tesis VIII y IX habrá hecho comprender que la materia y la forma se unen como la potencia y el acto substanciales, en orden a constituir un solo todo, un solo supuesto, una sola esencia o naturaleza.

I. — Unidad de naturaleza y de persona en el hombre

Nuestra proposición se reduce a lo siguiente: el cuerpo y el alma se dan entre sí como la materia y la forma, porque de su unión resulta una sola persona y una sola naturaleza.

El sentido común nos dice que no hay en nosotros más de una sola persona, la cual no es ni sólo el cuerpo, ni sola el alma. «Testigo de esa verdad, el lenguaje: porque la palabra yo, en cualquiera de sus casos declinables, nos sirve para designar indistintamente la parte espiritual o la material de nuestro ser. Del mismo modo que decimos, yo pienso, yo siento, yo quiero, decimos también, yo ando, yo respiro. Lo mismo nos da decir yo sufro, que mi cuerpo sufre» (3). Así, pues, no le tenemos por un «andrajo» a este cuerpo que forma parte de nuestro yo; la persona humana no podría existir ni concebirse sin el cuerpo o sin el alma.

No es menos evidente que la naturaleza humana requiere la unión de los dos elementos. El cuerpo y el alma, separadamente y por sí solos, no constituyen la especie humana; ésta es el compuesto en que se desarrollan las potencias vegetativas y sensitivas que residen en el organismo corpóreo, y las potencias espirituales que brotan del alma racional. Si el alma y el cuerpo no se encontrasen unidos en la misma substancia, serían ajenos el uno al otro, por lo menos en la intelección, que es la operación propia del alma.

Ahora bien; aunque la intelección sea del todo espiritual, concurre a ella el cuerpo, como instrumento, subministrando el fenómeno empírico en que se apoya la abstracción; y en nuestras más elevadas especulaciones hemos de volvernos frecuentemente hacia las imágenes de los sentidos, o las representaciones de la imaginación, para buscar los ejemplos que nos ayuden a comprender lo inmaterial. La operación espiritual, a su vez, repercute en el organismo. «El trabajo intelectual acelera el corazón, aumenta la presión sanguínea en las arterias periféricas, da pie a los fenómenos de vasoconstricción periférica que alteran la normalidad del pulso, y dilata el volumen del cerebro (fenómeno de vasodilatación local). Todos los cuales fenómenos se acentúan tanto más cuanto la intensidad del trabajo sea mayor». En una palabra, la Fisiología confirma maravillosamente la doctrina católica sobre la unidad substancial del compuesto humano. «Esa inefable y misteriosa unión —añade otro sabio,— es la condición de toda unidad y de toda substancia… La unidad viviente se substancializa hasta en las profundidades inaccesibles de la organización».

II. — Documentos eclesiásticos

Una vez explicada y justificada la tesis, será conveniente que nos detengamos algo en las declaraciones de la Iglesia.

El Concilio de Viena declara «hereje a todo el que presuma afirmar, defender o sostener con pertinacia, que el alma racional o intelectual no es por sí y esencialmente la forma del cuerpo humano» ; definición que fue renovada por el V Concilio de Letrán, bajo el pontificado de León X .

Pío IX, en su Carta de 1857 dirigida al Cardenal Geissel, arzobispo de Colonia, condena con estas palabras los libros de Guenther: »Sabemos que esas obras hieren la doctrina católica acerca del hombre, el cual se compone de alma y cuerpo, pero de tal modo que el alma racional sea por sí e inmediatamente la forma del cuerpo».

Se desprende de estos documentos y conviene tener en cuenta:

1º. Que el alma, en cuanto espiritual y racional, es la forma del cuerpo, y no metafóricamente o por analogía, como se dice de la forma de los Sacramentos, sino con toda verdad, en el sentido filosófico como se entendía en la época cuando se dio la definición. Entonces se trataba, efectivamente, de explicar la unidad real de la naturaleza humana en Cristo, quien es verdaderamente hombre, como nosotros, porque las dos partes de nuestra humanidad se juntan para no formar más que una sola naturaleza.

2º. Que el alma se une de por sí al cuerpo, esto es, sin necesidad de ningún intermediario, por su misma substancia e inmediatamente, como lo explica Pío IX, per se et inmediate. Además, el Concilio de Viena intentaba rechazar el error «de los que negaban o ponían en duda que la substancia del alma racional o intelectual es verdaderamente y por sí misma la forma del cuerpo humano». En cuya consecuencia quedan descartadas la teoría de Rosmini, de que el alma se une al cuerpo por medio de un acto intelectivo que percibe la sensación fundamental; y la de los espiritistas, que han colgado al alma una envoltura o funda sumamente sutil, el perispíritu, para que la sirva de intermediario en su unión con el cuerpo, y se la lleve como sudario después de la muerte. Demasiado sabemos que el alma espiritual está libre de toda materia, por muy sutil que la supongamos, y que no necesita de intermediarios para unirse al cuerpo, pues se comunica por sí misma.

3º. Que se une esencialmente, o sea, que esta unión no es accidental, sino esencial. La expresión del Concilio puede significar, a un tiempo, que el alma es por su esencia la forma del cuerpo, y que pertenece a la esencia del cuerpo humano, en el sentido de que no sería esencialmente humano sin el alma racional.

Declaraciones tan precisas del Magisterio supremo excluyen todos aquellos sistemas que, negando la unión substancial, hacen consistir la substancia del alma en el pensamiento, como el sistema cartesiano, o en la conciencia de sus acciones, como el kantismo; o que admiten una unión que consiste en la percepción del tiempo y del pasado, como el bergsonismo: «La distinción entre el cuerpo y el espíritu no debe establecerse en función del espacio, sino del tiempo… Es necesario que el pasado sea puesto en juego, o representado, por la materia, e imaginado por el espíritu». Toda unión que se verifique en virtud de la conciencia, la memoria o de cualquier percepción, es puramente accidental.

Tal es la enseñanza católica que nos hace recordar la primera parte de la Tesis XVI.

III. — Una sola alma

En la segunda parte se halla contenida la explicación tomista: la forma verdadera, substancial e inmediata del cuerpo humano, debe de ser única y dar todos los grados esenciales de perfección. Estos grados constituyen una escala metafísica, fácil de subir o bajar : El hombre es un ser, antes que nada; este ser es substancia, esta substancia es cuerpo, este cuerpo es viviente, este viviente es animal (ser animado y sensible), este animal es racional. Luego el alma intelectual es la única forma por la que uno es hombre, y animal, y viviente, y cuerpo, y substancia, y ser.

Tan armoniosa es esta doctrina de Santo Tomás, que parece debiera imponerse de por sí sola al espíritu. No ha logrado, sin embargo, convencer a todos los escolásticos, que sólo están acordes respecto a la unidad del alma. Sabido es que Platón ponía tres almas en el hombre, y los maniqueos, dos, por lo menos, procedente la una del principio bueno, y la otra del malo. Apolinar veía en el hombre tres elementos, el cuerpo, el alma y la razón, de modo que el principio intelectual fuera distinto del alma sensitiva. En los tiempos modernos, la escuela de Montpellier, con Barthez al frente, admite dos almas, una inferior para las operaciones vegetativas, y otra intelectual para las de la inteligencia y la sensibilidad. Y Baitzer, casi en nuestros días, pretende que la vida sensitiva no procede del alma intelectual, sino de otra distinta.

La Iglesia condenó en el VIII Concilio ecuménico a los que ponen dos almas en el hombre cuya definición implica, por lo menos, que no hay dos almas intelectuales. Pero, ¿es de fe que no tenemos varias almas, una que fuera sólo racional, por ejemplo, y la otra principio de la vida inferior? No parece que la definición haya apuntado directamente a ese lado del problema; mas tampoco cabe duda respecto a la doctrina católica. Pío IX, en 1860, escribió al obispo de Breslau, contra Baitzer: «El común sentir de la Iglesia de Dios reconoce un solo principio de vida en el hombre, el alma racional, de la que el cuerpo recibe el movimiento, la vida y la sensibilidad; y a juicio de muchos de los más probados autores, tan estrechamente está ligada dicha doctrina con el dogma católico, que parece ser la única y legítima interpretación verdadera, hasta el extremo de que no se podría negarla sin error en la fe.»

La razón filosófica está de acuerdo: si hubiera en nosotros dos almas, habría dos series de vidas y de operaciones independientes, y no se podría salvar la unidad substancial, esa persona única y única esencia que hemos comprobado en el hombre.

Quiere decirse que se impone a los católicos la unidad sobre ese punto.

IV. — Una sola alma

Pero, entonces, ¿tampoco podría haber muchas formas, accidental o esencialmente subordinadas entre sí? Recordemos, a este propósito, que la escuela escotista admite una forma de corporeidad distinta del alma humana: ésta no es recibida en la materia primera, sino en el cuerpo ya dispuesto y organizado por la forma de corporeidad, al que le da el ser humano, no el ser corporal; y cuando se separa con la muerte, la primera forma sigue manteniendo al cuerpo en su ser corporal. Muchos sabios de nuestros tiempos han pensado que, además del alma racional, forma primera y principal del compuesto humano, es necesario admitir también las formas substanciales de los cuerpos químicos.

Tongiorgi, Ramiére, Botalla, Palmieri, el doctor Fredault, han enseñado la pluralidad de formas en el hombre; sin embargo, la mayoría de los escolásticos actuales siguen fieles a la teoría de Santo Tomás, tan cabalmente traducida en la presente tesis.

A ella hay que volver los ojos para mantener la unidad substancial del cuerpo humano. No es concebible que el alma se una substancial e inmediatamente al cuerpo, si éste ha recibido ya su forma substancial. Toda forma substancial confiere al propio sujeto la perfección primera, substantiva, fundamental; el alma que viniera en pos de ella, no le añadiría más que una perfección secundaria, accesoria y, por lo tanto, la unión habría de ser accidental.

Es muy cómodo el decir que la primera forma se subordina al alma a su término definitivo. La unidad de subordinación será siempre accidental, resultando imposible, por consiguiente, de salvar esa unidad que, al decir de un sabio, «se sustancializa hasta en las profundidades inaccesibles de la organización»[1] Para comprender cómo es dado al alma informar a todo el cuerpo, y explicar de pasada ciertos experimentos muy interesantes, por cierto, débese tener en consideración que hay en el organismo, sin ser de él mismo, sin pertenecer a la integridad de la naturaleza humana, numerosos elementos sólidos y líquidos destinados a purificarle o nutrirle, los cuales, al no formar parte del viviente, no se hallan informados por el alma, si bien ésta puede servirse de ellos como de instrumentos, dirigiéndolos y encauzándolos al bien común. Cuando se trate de verdaderas partes del viviente, integrantes de nuestra naturaleza, entonces habrá que admitir que están informadas por el principio radical que da precisamente la perfección específica a la naturaleza humana, es decir, por el alma racional. Esos distintos elementos se unen entre sí por medio de fibras vivientes, a veces muy delicadas, tan tenues que fácilmente pueden romperse, pero que muy presto se rehacen, de suerte que no haya quebranto en la continuidad de las diversas partes del organismo. Así, la información del alma no se ve detenida por vacíos, intervalos o interrupciones, pues se ejerce en un verdadero continuo cuyas partes, enlazadas a lo menos por alguna extremidad, reciben de una misma forma una nobleza común.

V. — El ser comunicado por el alma

No menos dignas de nuestra atención son las últimas palabras de la tesis: »además, el alma comunica al cuerpo el acto del ser con que ella existe».

El ser, en efecto, conviene de suyo al alma, como hemos visto anteriormente que convenía de por sí a la forma, y por mediación del alma al cuerpo y a todo el compuesto, en los cuales no hay un ser nuevo: el cuerpo, el compuesto y el alma, todos tienen un mismo ser.

El alma posee, sin duda alguna, un ser racional y espiritual que domina a la materia, que no está sumido en ella y que jamás se ha comunicado al cuerpo; pero esto no quita que el ser substancial del alma, en razón de forma, se comunique al compuesto y le sea propio de tal manera, que lo que se corrompe o disuelve sea el ser del compuesto. Al separarse del cuerpo, sigue el alma conservando su ser: el ser espiritual e incomunicable permanece sin alteración, lo mismo que la inteligencia y la voluntad conservan su identidad después de la muerte; el ser comunicable no es formalmente el mismo, pues no se manifiesta en acto, pero persiste, virtualmente, como en la otra vida persisten virtual-mente las potencias vegetativas y sensisitivas. Y cuando la Omnipotencia de Dios haga el milagro de la resurrección, el ser del alma volverá a difundirse por todo el organismo restaurado, y todos las facultades estarán de nuevo en acto.

Aunque rápida y somera esta exposición de las grandes tesis tomistas, nos da una idea siquiera sintética de toda la Psicología, mostrándonos nuestra naturaleza, origen y destino, y elevándonos, por decirlo así, hasta las alturas de Aquel que nos ha creado a su imagen y semejanza.