(I)El principio de la vida orgánica y de la vida sensitiva

La  Biología y la Psicología de Santo Tomás (TESIS XIII a XXI)

TESIS XIII. —»Corpora dividuntur bifariam: quaedam enim sunt viventia, quaedam expertia vitae. In viventibus, ut in eodem subjecto pars movens et pars mota per se iiabeantur, forma substantialis, animae nomine designata, requirit organicam dispositionem, seu partes heterogéneas.»

«Los cuerpos se dividen en dos categorías: la de los vivientes y la de los que carecen de vida. La forma substancial de los vivientes, llamada alma, requiere cierta disposición orgánica, o sea partes heterogéneas, para que haya en el mismo sujeto una parte que mueve y otra que es movida por sí».

La teoría fundamental de la materia y la forma se aplica en este caso al problema de la vida, teniendo en cuenta que la forma substancial es el alma. Primeramente hay que considerar la vida en los cuerpos pertenecientes al reino vegetal y animal, cuyo estudio abarca la Biología mirada a vuelo en sus principios esenciales.  Viene después la Psicología propiamente dicha a ocuparse del reino humano, investigando cuanto atañe al alma racional en su naturaleza, origen y destino, y como forma del cuerpo; y establecida la distinción entre el alma y sus facultades, se detiene de un modo especial en las potencias espirituales, inteligencia y voluntad, y en aquellos problemas relacionados con el conocimiento y el libre albedrío.

I. — La verdadera noción de la vida

Nuestra tesis asienta, desde luego, la radical diferencia que separa a los cuerpos vivientes de los no vivientes, haciendo resaltar como característica en la vida de aquéllos el moverse por sí mismos, lo cual exige un complicado organismo que no sería concebible sin partes heterogéneas.

Un error ya muy antiguo, el viejo monismo, restaurado en la actualidad bajo diversas formas, entre otras, con el nombre de hilosoísmo (yle, forma; zoe, materia), pretende que toda materia sea viviente, y que sólo existe en el mundo un principio único, alma del universo, en el que todo viene a confundirse: todo es todo y todo es Dios. Aun más expresamente, si cabe, lo presenta el teosofismo contemporáneo: «Decimos nosotros que ese destello divino que anima al hombre es uno e idéntico en esencia al Espíritu universal… el Espíritu y la Materia son idénticos, según nuestras enseñanzas»

La tesis presente elimina semejantes aberraciones con sobriedad de palabra, bien apoyada en el sentido común. Este y la experiencia, efectivamente, nos han demostrado de consumo que todo no es todo, es decir, cualquier cosa no es todo. El escrupuloso análisis de las propiedades irreductibles nos induce a establecer, sin género de duda, que los cuerpos simples difieren esencialmente de los compuestos; que hay especies irreductibles e infranqueable distancia desde los cuerpos vivientes a los no vivientes.

No precisa recordar ahora las nociones elementales de Fisiología y Biología, comparando la célula con la molécula mineral y contraponiendo los varios fenómenos de la vida celular, nacimiento, desarrollo, reproducción y muerte, a los diametralmente opuestos de la materia inorgánica; basta el firme y ya requerido apoyo sobre los sencillos datos del sentido común. I)Dice el Doctor Angélico: »La vida es más aparente o visible en el animal, pues de seguida notamos que se mueve de por sí; tenémosle por vivo mientras dura ese movimiento, y le damos por muerto desde que vemos deja de moverse por sí mismo, a falta de vida».

De ahí parte la Psicología. Tan elocuente es ese indicio vital, que todo cuanto se mueve, sin causa aparente, está vivo para la creencia de los niños. El filósofo no desestima esos pormenores, antes bien los completa con sus investigaciones y sobre ellos funda el edificio de la ciencia.

Quede en firme, por consiguiente, que lo propio de la vida es moverse de por sí con un movimiento activo del cual es principio y término, a la vez, el ser viviente, puesto que su operación permanece en el mismo sujeto de donde brota. Ahora bien; el movimiento de los cuerpos inorgánicos es exclusivamente pasivo, porque la molécula material no sólo no se aprovecha para sí de esa especie de actividad interna que desarrolla, sino que va perdiendo fuerzas, y sus energías concluyen junto con su operación; todo lo contrario a la planta, que se beneficia con su propio trabajo, se perfecciona al obrar y encuéntrase vestida de flores y coronada de frutos al cabo de su operación. El movimiento vital de los animales resulta aún más intrínseco que el de las plantas, por ser la misma potencia o facultad el principio y término de la sensación, por ejemplo, de la visión o de la emoción; y mayor unidad todavía se aprecia en la vida intelectual, a causa de que un mismo acto del espíritu abraza conjuntamente todo lo que hayamos podido acopiar durante el largo proceso y múltiple trabajo de los sentidos externos e internos.

Véase el concepto que la filosofía aristotélico-tomista se ha formado de la vida: Vivir es moverse por sí mismo, mediante una operación que, partiendo del sujeto, permanece, sin embargo, en él, lo desarrolla, perfecciona y lleva a su término o, cuando menos, lo conserva en su estado de perfección. Es claro que, así, la diferencia esencial entre vivientes y no vivientes proviene de su movimiento o acción; la vida no puede ser ya el movimiento pasivo que agota al sujeto, como en el reloj cuya cuerda hay que dar, o en la pila eléctrica cuya carga ha de renovarse, ambas periódicamente, sino el movimiento activo que lo sostiene, alimenta y perfecciona. Los materialistas más exaltados se han visto precisados a confesar que, mientras el ser viviente forma su propio organismo, y se asimila los elementos extraños, y se reproduce en otros semejantes, permaneciendo siempre idéntico a sí mismo, el cuerpo bruto carece por completo de esos caracteres. Durante la vida de un organismo, «al mismo tiempo que se destruyen las moléculas, se reconstituye una cantidad mayor de moléculas idénticas; y, por el contrario, en las reacciones químicas de todos los cuerpos inorgánicos, cualesquiera que ellas sean, las moléculas preexistentes que se destruyen son substituidas por otras diferentes».

II. — El principio de la vida

A continuación indica la tesis propuesta que el principio de la vida es la forma substancial, llamada alma. Con efecto, hay que reconocer en el viviente un principio estable y permanente que mantenga al ser en su unidad, frente al continuo vaivén de fenómenos que ya comienzan, ya acaban, y a pesar de los incesantes cambios a que se hallan sometidas las moléculas. He aquí dos hechos o leyes que lo mismo consigna la común experiencia que la ciencia moderna: la unidad del ser viviente y la inestabilidad de la materia. »Cada cual sabe perfectamente —escribía P. Janet— que permanece él mismo en todos y cada uno de los momentos de su existencia. Testigos fidedignos de nuestra identidad son: el pensamiento, la memoria, la responsabilidad». Por otro lado, la actual Biología ha venido a confirmar, bañándole de luz, aquel aforismo de Cuvier: Ninguna molécula queda fija en un mismo lugar; todas entran y salen sucesivamente. ¿Cómo, pues, podría salvarse la identidad del ser viviente, sin ese principio perdurable y específico que llamamos forma substancial? Si el alma en lugar de substancia fuera un fenómeno, se desvanecería como se desvanecen todos los fenómenos; y si fuese, no uno, sino toda una serie entera de ellos, según quiere Taine, el alma entonces sólo existiría en el pensamiento; porque, en definitiva, una serie de movimientos sucesivos no tiene más existencia de la que le presta el espíritu, al llevar cuenta y relacionar esos distintos movimientos o fenómenos pasajeros. Por donde los postulados del sentido común y las comprobaciones evidentísimas de la Biología, convergen hacia una misma infalible conclusión: que no hay modo de explicar la vida sin la forma substancial que llamamos alma.

Falta por explicar la última palabra de nuestra tesis tomista, el último elemento que completa la noción de la vida. Dejando a un lado a los cuerpos brutos, por ser homogéneos, échase de ver en el campo contrario esa subordinación y jerarquía indispensables entre las diversas partes de cada viviente para que unas puedan mover y otras ser movidas: tan maravillosa estructura de partes heterogéneas que, dentro de un mismo e indivisible organismo, constituyen órganos, aparatos y sistemas, no es una simple agregación de moléculas.

El órgano significa, precisamente, una parte del organismo dotada de especial estructura con destino a una función fisiológica determinada, como es el pulmón, el corazón, el hígado, el estómago. Aparato es el conjunto de muchos órganos que conspiran a un mismo fin; así, por ejemplo, el aparato digestivo comprende la boca que recibe y mastica los alimentos, el estómago que los digiere, el intestino que los absorbe, las glándulas que segregan los líquidos necesarios para la digestión. Sistema es el conjunto de partes de la misma naturaleza que desempeñan un oficio parecido en todo el cuerpo.

En medio de esa heterogeneidad de partes reina la más estricta subordinación de unas con otras, sin la cual no podrían concurrir a un fin común, ni formar un todo completo, un solo organismo. Esa continuidad es tan severa, tan armoniosa, tan infalible, que bastábale al genio de Milne Edwards el análisis de un solo diente para deducir la naturaleza íntegra de todo el ser.

Cuando aun no se podían prever los maravillosos descubrimientos de nuestra fisiología, Aristóteles y Santo Tomás nos legaron una definición del alma que explica perfectamente los fenómenos actuales. Decían: «El alma es el acto primero del cuerpo físico-orgánico que se halla en potencia para la vida: Actus primus corporis physici organici, potentia vitam habentis». El alma es el acto primero, conviene a saber, específico y substancial, que distingue radicalmente el mundo viviente del mundo mineral; del cuerpo físico, esto es, natural, en contraposición al matemático o al artificial; y orgánico u organizado, para demostrar que las partes de. ese cuerpo son desemejantes entre sí —no homogéneas, como en los cuerpos brutos,— y que a todas ellas anima la forma substancial, o el alma, que es lo mismo. En el sentido aristotélico-tomista, la organización supone una sola alma en todo el compuesto, cuyas partes informa substancialmente con tal manera de información, que se aplica diversamente a cada parte, según su importancia y el oficio que desempeña: de un modo a la mano, de otro al cerebro, al corazón, etc., en la inteligencia de que toda el alma está íntegra en cada parte.

Los últimos términos de la definición, «de un cuerpo que tiene la vida en potencia», significan que el cuerpo no es viviente por sí mismo, sino por su alma o forma substancial; y que con todo y estar animado por ella, se encuentra todavía en potencia para el ejercicio ulterior de la vida, o sea, para las operaciones vitales. De conformidad con la doctrina fundamental anteriormente expuesta sobre la potencia y el acto, la substancia y los accidentes, el ser viviente tiene la vida en acto primero por su alma, y en acto segundo por sus operaciones, que brotan de las facultades vitales como de sus principios inmediatos, y del alma, forma substancial, como de su principio radical.

Tal es la profunda y algo compleja enseñanza contenida en la Tesis XIII, que ha de precisarse más con el estudio del alma en las plantas y en los animales.