La imperiosa necesidad de los «tradicionalistas» de todo tipo

de volver a la filosofía tomista

 «Su enseñanza, por encima de todas, exceptuando sólo los cánones, posee tal elegancia en sus frases, un método en sus afirmaciones, una verdad en sus proposiciones, que aquellos que la siguen, nunca se desviarán del camino de la verdad, y el que se atreva a refutarla, siempre será sospechoso de error» ( León XIII en la encíclica “Aeterni Patris”, citando el testimonio del Papa Inocencio VI con énfasis especial) 

Biografía del “Doctor Angélico”

Nuestra Pía Unión, Sapientiae Sedei Filii, que tiene a Santo Tomás de Aquino como guía seguro en el estudio de la teología y filosofía en las que forma a sus seminaristas, y como uno de sus siete santos protectores, eleva a Dios Omnipotente todos los días, pero hoy más que ningún otro, la oración que la Iglesia ha ordenado como preceptiva para aquellos que deben rezar el Oficio Divino de forma obligatoria:

¡Oh Dios, que iluminas a tu Iglesia con la admirable ciencia de Santo Tomás de Aquino,

y la fecundas con la santidad de sus obras!; concédenos entender su enseñanza e imitar la santidad de su vida.

Por Jesucristo Nuestro Señor .Amén

Lo que pretende la Santa Iglesia al honrar a ciertos santos con la distinción de Doctor, no es más que tratar de garantizarnos su doctrina manifestándonos que sus escritos tienen la plena aprobación de la Iglesia. Un santo doctor significa un héroe en la virtud y en el amor a Dios que, además, es un maestro de doctrina segura a quien podemos seguir con plena seguridad. Más ahora que antaño necesitamos acudir al pensamiento de Santo Tomás de Aquino, para librarnos de las telarañas mentales con las que el modernismo ha ido esclavizando nuestro entendimiento hasta el punto de desfigurar la fe. Acudamos pues al estudio de su monumental obra y sobre todo a su intercesión ante Nuestro Señor Jesucristo, para que no quedemos eternamente confundidos. Gran negocio para la salvación de nuestras almas es ser fieles devotos de Santo Tomás. Con el ánimo de promover su devoción y sistema, he aquí un breve sobre su vida y obra.

Santo Tomás de Aquino, ruega por nosotros.

I. Vida

Se conocen los acontecimientos principales de su vida, pero los biógrafos difieren en cuanto a algunos detalles y fechas. Henry Denfile falleció antes de poder cumplir su proyecto de escribir una vida crítica del santo. El amigo y alumno de Denfile, Dominic Prümmer, O. P., profesor de teología en la Universidad de Friburgo, Suiza, se encargó de la obra y publicó el “Fontes Vitae S. Thomae Aquinatis, notis historicis et criticis illustrati”; y el primer fascículo (Toulouse, 1911) ya ha aparecido, dando la vida de Santo Tomás por Peter Calo (1300), publicado ahora por primera vez. Tolomeo de Lucca … dice que cuando murió el santo, se dudaba sobre su edad exacta (Prümmer, op. cit. 45). Normalmente se da el fin de 1225 como el momento de su nacimiento. El P. Prümmer, basándose en Calo, cree que 1227 es la fecha más probable (op. cit., 28). Hay un acuerdo general en que su muerte ocurrió en 1274.

Landolfo, su padre, era Conde de Aquino. Teodora, su madre, Condesa de Teano. Su familia estaba emparentada con los Emperadores Enrique VI y Federico II, y los Reyes de Aragón, Castilla y Francia. Calo cuenta que un santo ermitaño predijo su carrera, diciéndole a Teodora antes de su nacimiento: “Entrará en la Orden de los Frailes Predicadores, y su conocimiento y santidad serán tan grandes que en vida, no se encontrará nadie que le iguale”. (Prümmer, op. cit., 18). A los cinco años, según las costumbres de la época, fue enviado a recibir su primera formación con los monjes Benedictinos de Monte Casino. Diligente en sus estudios, desde muy pequeño se observó su buena disposición para la meditación y la oración, y su maestro se sorprendió al oírle preguntar repetidas veces: “¿Qué es Dios?”

Alrededor del año 1236, le enviaron a la Universidad de Nápoles. Calo dice que el traslado se hizo por iniciativa del Abad de Monte Casino, quien escribió al padre de Tomás que un chico de su talento no debe ser dejado en la sombra (Prümmer, op. cit., 20). En Nápoles, sus maestros fueron Pietro Martín y Petrus Hibernos. El cronista dice que pronto superó a Martín en gramática y fue transferido a Pedro de Irlanda quién le formó en Lógica y ciencias Naturales. Las costumbres de la época dividían Filosofía y Letras en dos cursos: el Trivium, que cubría Gramática, Lógica y Retórica; el Quadrivium, que se componía de Música, Matemática, Geometría y Astronomía… Tomás repetía las lecciones con mayor profundidad y lucidez que sus maestros. El corazón del joven se había conservado puro en medio de la corrupción que le rodeaba, y decidió abrazar la vida religiosa.

Entre 1240 y 1243 recibió el hábito de la Orden de Santo Domingo, atraído y dirigido por Juan de San Julián, un conocido predicador del convento de Nápoles. La ciudad estaba asombrada al ver a un noble joven como él tomar el hábito de un pobre fraile. Su madre, con sentimientos de alegría y tristeza a la vez, se apresuró a ir a Nápoles a ver a su hijo. Los Dominicos, temiendo que se lo llevaran, le enviaron a Roma, aunque su destino final sería París o Colonia. Teodora convenció a los hermanos de Tomás, que eran soldados del Emperador Federico, capturaron al novicio cerca del pueblo de Aquependente y le recluyeron en la fortaleza de San Juan de Rocca Secca. Allí estuvo detenido casi dos años, mientras sus padres, hermanos y hermanas hacían todo lo posible para destruir su vocación. Sus hermanos incluso tendieron trampas a su virtud, pero el puro novicio echó de la habitación a la tentadora con un tizón que sacó del fuego. Hacia el fin de su vida, Santo Tomás le confió a su fiel amigo y compañero, Reinaldo de Piperno, el secreto de un favor especial que recibió entonces. Cuando echó a la tentadora de la habitación, se arrodilló y ardientemente imploró a Dios que le concediera la integridad de mente y cuerpo. Cayó en un sueño ligero, y mientras dormía, dos ángeles se le aparecieron para asegurarle que su oración había sido escuchada. Le ciñeron un cinturón, diciendo: “Te ceñimos con el cinturón de la virginidad perpetua.” Y desde ese día en adelante jamás experimentó el más leve movimiento de la concupiscencia.

El tiempo en cautiverio no fue perdido. Su madre empezó a ceder tras los primeros impulsos de ira y tristeza; se les permitió a los Dominicos proporcionarle nuevos hábitos, y con la ayuda de su hermana obtuvo algunos libros –las Sagradas Escrituras, la Metafísica de Aristóteles y las “Sentencias” de Pedro Lombardo. Tras año y medio o dos en prisión, sea porque su madre se dio cuenta de que la profecía del ermitaño se cumpliría o bien porque sus hermanos temían las amenazas de Inocencio IV y Federico II, fue puesto en libertad bajándolo en un cesto a los brazos de los Dominicos que se admiraron al darse cuenta de que durante su cautiverio “había progresado tanto como si hubiera estado en un studium generale” (Calo op. cit., 24).

Tomás enseguida hizo sus votos, y sus superiores le mandaron a Roma. Inocencio IV examinó con atención los motivos que le llevaron a entrar en la Orden de Predicadores, le despidió con una bendición y prohibió cualquier interferencia en su vocación. Juan el Teutón, cuarto Maestro General de la Orden, llevó al joven estudiante a París y según la mayoría de los biógrafos del santo, a Colonia, en 1244 o 1245, a cargo de Alberto Magno, el más famoso profesor de la Orden. En las escuelas, el carácter humilde y taciturno de Tomás fue mal interpretado como indicios de retraso mental, pero cuando Alberto escuchó su brillante defensa de una difícil tesis, exclamó: “Llamamos a este joven un buey mudo, pero su mugido doctrinal un día resonará hasta los confines del mundo.”

En 1245 enviaron a Alberto a París y Tomás le acompañó como alumno. En 1248 ambos volvieron a Colonia. Alberto había sido nombrado regente del nuevo studium generale, erigido aquel año por el Capítulo General de la Orden y Tomás debía enseñar bajo su autoridad como Bachiller. (Sobre el sistema de titulación en el siglo XIII ver ORDEN DE PREDICADORES — II, A, 1, d). Durante su estancia en Colonia, probablemente en 1250, fue ordenado sacerdote por Conrado de Hochstaden, arzobispo de esa ciudad. Durante toda su vida, con frecuencia predicó la Palabra de Dios en Alemania, Francia e Italia. Sus sermones se caracterizaban por su fuerza, piedad, solidez en la enseñanza y abundantes referencias bíblicas. En 1251 o 1252, el Maestro General de la Orden, aconsejado por Alberto Magno y Hugo de San Caro, nombró a Tomás Bachiller (subregente) del studium Dominico en París. Este nombramiento puede considerarse como el principio de su vida pública, ya que su enseñanza rápidamente llamó la atención tanto de profesores como de alumnos. Sus deberes consistían principalmente en explicar las “Sentencias” de Pedro Lombardo, y sus comentarios sobre ese texto teológico le proporcionaron el material y en gran parte, en esquema general para su obra magna, la “Summa Theologica”. En el transcurso del tiempo, se le ordenó prepararse para el Doctorado de Teología por la Universidad de París, pero aplazaron la concesión del título por una disputa entre la universidad y los frailes. El conflicto, en su origen una disputa entre la universidad y las autoridades civiles, surgió tras un incidente con la guardia de la ciudad que resultó en un estudiante muerto y otros tres heridos. La universidad, celosa de su autonomía, exigía una satisfacción que le fue negada. Los doctores cerraron sus facultades, juraron solemnemente que no las abrirían hasta ver satisfechas sus demandas y decretaron que en el futuro a nadie se le conferiría el título de doctor a menos que jurase seguir la misma línea de conducta en circunstancias similares. Los Dominicos y Franciscanos, que habían seguido enseñando en sus escuelas se negaron a hacer el juramento exigido, y de aquí surgió un amargo conflicto que estaba en su punto álgido cuando Santo Tomás y San Buenaventura estaban preparados para recibir sus doctorados. Guillermo de San Amour extendió la disputa más allá del tema original, atacó violentamente a los Frailes, de los que estaba evidentemente celoso, y les negó su derecho a ocupar cátedras en la universidad. Contra su libro “De periculis novissimorum temporum” (Los peligros de los Últimos Tiempos) Santo Tomás escribió el tratado “Contra impugnantes religionem”, una apología de las órdenes religiosas (Touron op. cit., II cc. vii sqq.). El libro de Guillermo de San Amour fue condenado por Alejandro IV en Anagni, el 5 de octubre de 1256 y el Papa ordenó que los frailes mendicantes fueran admitidos al doctorado.

Por estas fechas, Santo Tomás también combatió un libro peligroso, “El Evangelio Eterno” (Touron op. cit., II, cxii). Las autoridades universitarias no obedecieron inmediatamente; fueron necesarias la influencia de San Luis IX y once Breves papales para lograr de nuevo la paz. Santo Tomás recibió su doctorado en teología. La fecha que dan la mayoría de sus biógrafos es la del 23 de octubre de 1257. Su tema fue “La Majestad de Cristo”. Su texto, “Él riega los montes desde sus aposentos: del fruto de sus obras se sacia la tierra” (Salmo 103, 13) sugerido, según se cree, por un visitante celeste, fue profético de su vida futura. La tradición cuenta que San Buenaventura y Santo Tomás recibieron el doctorado el mismo día y que hubo una “lucha” de humildad entre los dos amigos para ver quién sería nombrado primero.

Desde entonces, la vida de Tomás puede resumirse en pocas palabras, orar, predicar, enseñar, escribir, viajar. La gente deseaba más escucharle a él que a Alberto, a quien Santo Tomás superaba en precisión, lucidez, concisión y fuerza de expresión, así como en universalidad de conocimientos. París le reclamaba como suyo; los Papas deseaban tenerle junto a ellos; los studia de la Orden ansiaban disfrutar de los beneficios de su enseñanza; así, le encontramos sucesivamente en Anagni, Roma, Bolonia, Orvieto, Viterbo, Perugia y París de nuevo, y finalmente en Nápoles, siempre enseñando y escribiendo, viviendo en la tierra con una pasión, un celo ardiente por exponer y defender la verdad Cristiana. Tan dedicado estaba a su sagrada misión que con lágrimas pedía que no le obligaran a aceptar la titularidad del Arzobispado de Nápoles, que le fue conferido por Clemente IV en 1265. Si hubiese aceptado este nombramiento, muy probablemente nunca habría escrito la “Summa Theologica.”

Cediendo a las peticiones de sus hermanos, en varias ocasiones participó en las deliberaciones de los Capítulos Generales de la Orden. Uno de dichos capítulos tuvo lugar en Londres en 1263. En otro, celebrado en Valenciennes (1259) colaboró con Alberto Magno y Pedro de Tarentasia (que sería el Papa Inocencio V) a formular un sistema de estudios que substancialmente permanece hasta hoy en los studia generalia de la Orden Dominicana. (cf. Douais, op. cit.)

No sorprende leer en las biografías de Santo Tomás que frecuentemente se abstraía y quedaba en éxtasis. Hacia el final de su vida éstos momentos de éxtasis se sucedían con mayor frecuencia. Una vez en Nápoles, en 1273, tras completar su tratado sobre la Eucaristía, tres hermanos le vieron levitar en éxtasis, y oyeron una voz que venía del crucifijo del altar que decía: “Has escrito bien de mí, Tomás, ¿qué recompensa deseas?” Tomás respondió: “Nada más que a ti, Señor”. (Prümmer, op. cit., p.38). Se dice que esto se repitió en Orvieto y París.

Y el 6 de diciembre de 1273, dejó su pluma y no escribió más. Ese día, durante la Misa, experimentó un éxtasis de mucha mayor duración que la acostumbrada; sobre lo que le fue revelado sólo podemos conjeturar por su respuesta al Padre Reinaldo, que le animaba a continuar sus escritos: “No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada” (modica, Prümmer, op. cit., p. 43). La Summa Theologica había sido terminada solo hasta la pregunta 90 de la tercera parte (De partibus poenitentiae).

Tomás comenzó su preparación inmediata para la muerte. Gregorio X, habiendo convocado un concilio general a celebrar en Lyon el primero de mayo de 1274, invitó a Santo Tomás y San Buenaventura a participar en las deliberaciones, ordenó al primero traer al concilio su tratado “Contra errores Graecorum” (Contra los Errores de los Griegos). Intentó obedecer y salió a pie en enero de 1274, pero le fallaron las fuerzas; cayó desplomado cerca de Terracina, desde donde le llevaron al Castillo de Maienza, hogar de su sobrina la Condesa Francesca Ceccano. Los monjes cistercienses de Fossa Nuova, insistieron para que se alojara con ellos, y así fue trasladado a su monasterio, y al entrar, le susurró a su compañero: “Este es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré porque lo deseo” (Salmo 131:14). Cuando el P. Reinaldo le pidió que se quedase en el castillo, el santo replicó: “Si el Señor desea llevarme consigo, será mejor que me encuentre entre religiosos que entre laicos”. Los Cistercienses le brindaron tantas atenciones y bondad, que abrumaron el sentido de humildad de Tomás. “¿A qué viene tanto honor”, exclamó, “que siervos de Dios lleven la leña para mi hoguera?” Ante la insistencia de los monjes, el santo dictó un breve comentario sobre el Cantar de los Cantares.

El final se acercaba; se le administró la Extremaunción. Cuando entraron con el Sagrado Viático a su habitación, pronunció el siguiente acto de fe:

Si en este mundo hubiese algún conocimiento de este sacramento mas fuerte que el de la fe, deseo ahora usarlo en afirmar que creo firmemente y sé de cierto que Jesucristo, Dios Verdadero y Hombre Verdadero, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María está en este Sacramento… Te recibo a Ti, el precio de mi redención, por cuyo amor he velado, estudiado y trabajado. A Ti he predicado, a Ti he enseñado. Nunca he dicho nada en Tu contra: si dije algo mal, es sólo culpa de mi ignorancia. Tampoco quiero ser obstinado en mis opiniones, así que someto todas ellas al juicio y enmienda de la Santa Iglesia Romana, en cuya obediencia ahora dejo esta vida.

Murió el 7 de marzo de 1274. Numerosos milagros atestiguaron su santidad. Fue canonizado por Juan XXII, el 18 de julio de 1323. Los monjes de Fossa Nuova querían a toda costa quedarse con sus sagrados restos, pero Urbano V ordenó que el cuerpo fuera entregado a sus hermanos Dominicos, siendo trasladado solemnemente a la iglesia Dominica de Toulouse, el 28 de enero de 1369. La magnífica capilla erigida en 1628 fue destruida durante la revolución francesa y su cuerpo trasladado a la iglesia de San Sernin, donde reposa hasta el día de hoy en un sarcófago de oro y plata, que fue solemnemente bendecido por el Cardenal Desprez el 24 de julio de 1878. El hueso mayor de su brazo izquierdo se conserva en la catedral de Nápoles. El brazo derecho, donado a la Universidad de París y originalmente conservado en la Capilla de Santo Tomás de la iglesia Dominicana, se guarda actualmente en la iglesia Dominicana de Santa María sopra Minerva en Roma a donde llegó tras la revolución francesa.

Calo (Prümmer, op. cit., p. 401) dio una descripción de la apariencia del santo: dice que sus rasgos se correspondían con la grandeza de su alma. Era alto y corpulento, erguido y bien proporcionado. Su tez era “como el color del trigo nuevo”; su cabeza era grande y bien formada, y era algo calvo. Todos los retratos lo representan con porte noble, meditativo, dulce y a la vez fuerte. San Pío V proclamó a Santo Tomás Doctor de la Iglesia en 1567. En la Encíclica “Aeterni Patris” del 4 de agosto de 1879 sobre la restauración de la filosofía cristiana, León XIII le declaró “príncipe y maestro de todos los doctores escolásticos”. El mismo ilustre pontífice, mediante una Breve del 4 de agosto de 1880, le designó patrono de todas las universidades, academias y escuelas católicas de todo el mundo.

II. Escritos

A. Comentarios Generales

Aunque Santo Tomás vivió menos de cincuenta años, escribió más de sesenta obras, algunas cortas, otras muy largas. Esto no significa que toda la producción auténtica haya sido escrita directamente a mano; le ayudaron secretarios, y sus biógrafos aseguran que podía dictar a varios escribientes a la vez. Le han sido falsamente atribuidas otras obras, que fueron en realidad escritas por sus discípulos.

En “Scriptores Ordinis Praedicatorum” (París 1719) el P. Echard dedica ochenta y seis folios a la obra de Santo Tomás, las diversas ediciones y traducciones (I, pp. 282-348) Touron (op. cit., pp. 69 sqq.) dice que se encontraron copias manuscritas en casi todas las bibliotecas de Europa, y que tras la invención de la prensa, se multiplicaron las ediciones en Alemania, Francia e Italia, siendo la “Summa Theologica” una de las primeras obras importantes impresas. Peter Schoeffer, editor de Mainz, publicó “Secunda Secundae” en 1467. Esta es la primera copia impresa conocida de las obras de Santo Tomás. La primera edición completa de la “Summa” fue editada en Basilea, en 1485. Muchas otras ediciones de ésta y otras obras salieron a la luz en los siglos XVI y XVII, especialmente en Venecia y Lyon. Las ediciones principales de la Obra Completa (Opera Omnia) son: Roma, 1570, Venecia, 1594, 1612, 1745; Amberes, 1612; París, 1660, 1871-80 (Vives); Parma, 1852-73; Roma 1882 (la Leonina). La edición romana de 1570, llamada “la Piana” llamada así por Pío V, quien la mandó editar, fue la norma durante muchos años. Además de un texto cuidadosamente revisado, contenía los comentarios del Cardenal Cayetano y la valiosa “Tabula Aurea” de Pedro de Bergamo. La edición veneciana de 1612 fue muy estimada porque el texto iba acompañado de los comentarios “Cayetano-Porrecta”… La edición Leonina, comenzada baja el patrocinio de León XIII, continuaría entonces bajo el Maestro General de los Dominicos, sin duda la más perfecta de todas. Se insertarían comentarios críticos de cada sección, se emprendería una revisión muy cuidadosa del texto y se comprobarían todas las referencias. Por orden de León XIII (Motu Proprio del 18 de enero de 1880) la “Summa contra gentiles” se editaría con los comentarios de Silvestre Ferrariensis, mientras que los comentarios de Cayetano van con la “Summa Theologica”.

Esta última obra se ha publicado, siendo los volúmenes IV-XII de la edición (el último en 1906). La obra de Santo Tomás puede clasificarse como filosófica, teológica, escriturística y apologética. Esta división, sin embargo, no siempre se mantiene. La “Summa Theologica”, por ejemplo, contiene mucha filosofía, mientras que la “Summa contra Gentiles” es principalmente, aunque no exclusivamente, filosófica y apologética. Sus obras filosóficas son principalmente comentarios a Aristóteles y sus primeros escritos teológicos fueron comentarios de los cuatro primeros libros de “Sentencias” de Pedro Lombardo. Pero no sigue servilmente ni al Filósofo, ni al Maestro de las Sentencias (para comentarios sobre el Lombardo rechazado por los teólogos, véase Migne, 1841, edición de la “Summa Theologica” I, p. 451).

B. Sus obras principales en detalle

Entre las obras que muestran la personalidad y método de Santo Tomás, las siguientes merecen destacada atención:

(1) “Quaestiones disputatae” (Cuestiones Disputadas): Tratados más completos sobre temas que no quedaron lo bastante claros en sus conferencias y clases y sobre los cuales había recibido preguntas solicitando su opinión. Son valiosos porque en ellos, el autor, libre de los límites del tiempo y espacio, se expresa libremente y proporciona todos los argumentos, en pro y en contra de las opiniones en cuestión. Estos tratados, que contienen las Cuestiones “De potentia”, “De malo”, “De spirit. creaturis”, “De anima”, “De unione Verbi Incarnati”, “De virt. in communi”, “De caritate”, “De corr. fraterna”, “De spe”, “De virt. cardinal.”, “De veritate”, fueron editadas a menudo, por ejemplo, recientemente por la Asociación de San Pablo (2 volúmenes, París y Friburgo, Suiza, 1883).

(2) “Quodlibeta” (Temas Varios) presenta cuestiones o argumentos propuestos y sus respuestas, dadas dentro o fuera de las salas de conferencias, principalmente en los ejercicios escolásticos más formales, denominados “circuli”, “conclusiones” o “determinationes”, que tenían lugar una o dos veces al año.

(3) “De unitate intellectus contra Averroístas”: Este opúsculo refuta un error muy peligroso y difundido, a saber, que existía una sola alma para todos los hombres, una teoría que eliminaba la libertad y responsabilidad individual. (Ver AVERROES)

(4) “Commentaria in Libros Sententiarum” (antes mencionado): Esta y la obra siguiente fueron los predecesores inmediatos de la “Summa Theologica”.

(5) “Summa de veritate catholicae fidei contra gentiles” (Tratado sobre la Verdad de la Fe Católica contra los Infieles): Este obra escrita en Roma, entre 1261 y 1264, la compuso bajo demanda de San Raimundo de Peñafort, que quería una exposición filosófica y defensa de la Fe Cristiana, para utilizarla contra los Judíos y Moros en España. Es un modelo perfecto de apologética sólida y paciente, en la que prueba que ninguna verdad demostrable (ciencia) se opone a la verdad revelada (fe). Las mejores ediciones recientes son la de Roma 1878 (de Ucelli), la de París y Friburgo, Suiza, 1882, y la de Roma de 1894. Se ha traducido a muchos idiomas. Se divide en 4 libros: I. De Dios como es en Sí mismo; II. De Dios y el Origen de las Criaturas; III. De Dios y el Fin de las Criaturas; IV. De Dios en Su Revelación. Es digno de mención que los Padres del Concilio Vaticano, tratando sobre la necesidad de la revelación (Coast. “Dei Filius”, c. 2) emplearon casi las mismas palabras de Santo Tomás escritas por el Santo en esta obra (I, cc. iv, V) y en la “Summa Theologica” (I, Q. i. a. 1).

(6) Tres obras escritas por orden de Urbano IV

El “Opusculum contra errores Graecorum” refutaba los errores de los griegos sobre doctrinas en disputa entre ellos y la Iglesia Romana, tales como la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, el primado del Romano Pontífice, la Sagrada Eucaristía y el Purgatorio. Se utilizó contra los griegos con gran efecto en el Concilio de Lyon (1274) y en el Concilio de Florencia (1493). En el ámbito de los razonamientos humanos sobre temas profundos, no puede encontrarse algo tan sublime como el argumento aducido por Santo Tomás para demostrar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (cf. Summa Theol., I, Q. xxxvi, a. 2); pero recuérdese que nuestra fe no depende solamente de este razonamiento.

“Officium de festo Corporis Christi”. Mandonnet (Ecrits, p. 127) declara que es sin duda seguro que Santo Tomás es el autor del bello Oficio del Corpus Christi, en el que se combina la firme doctrina, la sentida piedad e instructivas citas de las Escrituras, expresado todo ello en un lenguaje de gran precisión, belleza, pureza y poesía. Aquí encontramos los conocidos himnos “Sacris Solemniis”, “Pange Lingua” (que concluye con el “Tantum Ergo”), “Verbum Supernum (que concluye con el “O Salutaris Hostia”) y en la Misa, la bella secuencia “Lauda Sion”. En los responsos del Oficio, Santo Tomás pone palabras del Nuevo Testamento que afirman la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento junto a textos del Antiguo Testamento que prefiguran ya la Eucaristía. Santeuil, un poeta del siglo XVII, dijo que daría todos sus versos por una estrofa del “Verbum Supernum”. “Se nascens dedit sociu, convescen in edulium: Se moriens in pretium, Se regnans dat in praemium”: “Del hombre naciendo fue su compañero, en la mesa su alimento, muriendo su Redentor y en el Reino su premio”. Quizás la joya del Oficio es la antífona “O Sacrum Convivium” (véase Conway, “St. Thomas Aquinas”, Londres y Nueva York, 1911, p. 61). Con “Catena Aurea”, aunque no alcanza la originalidad de sus otras obras, demuestra su íntimo conocimiento de los Padres de la Iglesia. La obra contiene una serie de pasajes seleccionados de los escritos de los varios Padres, ordenados de tal manera que los textos encadenados forman un comentario coherente al Evangelio. El comentario sobre San Mateo lo dedicó a Urbano IV. Hubo una traducción al inglés editada por John Henry Newman (4 vols., Oxford 1841-1845; véase Vaughan, op. cit., vol.II, pp. 529 sqq.)

(7) “Summa Theologica”. Esta obra inmortalizó a Santo Tomás. El autor mismo la consideraba sencillamente un manual de la doctrina Cristiana para estudiantes. En realidad es una completa exposición, ordenada con criterio científico de la Teología y a la vez un sumario de la Filosofía Cristiana. …. En el breve prólogo, Santo Tomás destaca las dificultades experimentadas por los estudiantes de la doctrina sagrada en su tiempo, citando como causas: la proliferación de cuestiones, artículos y argumentos inútiles; la falta de un orden científico; frecuentes repeticiones, “que engendran disgusto y confusión en la mente de los alumnos”. Entonces añade: “con ánimo de evitar estas dificultades, intentaremos, confiando en la ayuda Divina, tratar sobre cosas que pertenezcan a la sagrada doctrina de manera tan concisa y clara como la complejidad del tema permita.” En la cuestión introductoria “De la Doctrina Sagrada”, demuestra que además del conocimiento que proporciona la razón, la Revelación es necesaria también para salvarse, primero porque sin ella, el hombre no puede conocer el fin sobrenatural al que deben tender por sus actos voluntarios y segundo, porque sin la Revelación, incluso las verdades sobre Dios que pueden demostrarse con la razón serían conocidas “sólo por unos pocos, tras mucho tiempo, y con gran cantidad de errores”. Cuando se han aceptado las verdades reveladas, la mente del hombre puede explicarlas y sacar conclusiones de ellas. De aquí nace la Teología, que es una ciencia, porque procede de principios ciertos (a. 2). El objeto o el sujeto de esta ciencia es Dios; lo demás se considera sólo en cuanto a su relación con Dios (a. 7). La razón se usa en Teología no para demostrar las verdades de la fe, que se aceptan por autoridad divina, sino para defender, explicar y desarrollar las doctrinas reveladas (a. 8). Así, anuncia la división de la “Summa”: “Ya que el fin de esta sagrada ciencia es proporcionar el conocimiento de Dios, no solo como Él es en sí mismo, sino como el Principio y el Fin de todo, especialmente de las criaturas racionales, trataremos primero de Dios; en segundo lugar del progreso de la criatura racional hacia Dios (de motu creaturae rationalis in Deum); en tercer lugar de Cristo, quien como Hombre es el camino mediante el cual tendemos a Dios.” Dios en sí mismo, como Creador, como el Fin de todas las cosas, en especial del hombre; Dios como el Redentor: éstas son las principales ideas, las grandes categorías, bajo las que se contiene todo lo que es la Teología.

(a) Subdivisiones

La Primera Parte se divide en tres tratados: [alpha] De aquellas cosas que pertenecen a la Esencia de Dios; [beta] De la distinción de Personas en Dios (el misterio de la Trinidad); [gamma] De la producción de la criaturas por Dios y de las criaturas por Él producidas.

La Segunda Parte, De Dios en Sí mismo como Fin del hombre, se denomina a veces “la Teología Moral de Santo Tomás, es decir, su tratado sobre el fin del hombre y sobre los actos humanos. Se subdivide en dos partes, conocidas como la Primera Sección de la Segunda (I-II, o 1a 2ae) y la Segunda de la Segunda (II-II, o 2a 2ae.)

La Primera de la Segunda. Las cinco primeras cuestiones se dedican a demostrar que el último fin del hombre, su beatitud, consiste en la posesión de Dios. El hombre puede alcanzar o desviarse de ese fin mediante sus actos propiamente humanos, es decir, mediante actos libres y deliberados. Sobre los actos humanos trata primero, de manera general (en todas excepto las primeras cinco cuestiones de la I-II), en segundo lugar, en detalle (en toda la II-II). El tratado sobre los actos humanos en general se divide en dos partes: la primera, sobre los actos humanos en sí mismos; la otra sobre los principios o causas, extrínsecas o intrínsecas de esos actos. En estos tratados y en la Segunda de la Segunda, Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, ofrece una perfecta descripción y un análisis maravillosamente penetrante de los movimientos de la mente y el corazón del hombre.

La Segunda de la Segunda, considera los actos humanos, es decir, las virtudes y los vicios, en particular. En ella, Santo Tomás trata primero sobre aquellas cosas que afectan a todos los hombres, sea cual sea su estado social, y después sobre aquellas cosas que afectan sólo a algunos. Lo que afecta a todos se reduce a siete apartados: Fe, Esperanza y Caridad; Prudencia, Justicia, Fortaleza, y Templanza. En cada apartado, para evitar repeticiones, Santo Tomás trata no solo de la virtud misma, sino de los vicios opuestos a ella, los mandamientos para practicarla, y del don del Espíritu Santo que le corresponde. Lo que afecta a algunos solamente, se reducen a tres apartados: las gracias dadas libremente (gratia gratis datae) a ciertos individuos para el bien de la Iglesia, tales como el don de lenguas, de profecía o de milagros; la vida activa y la contemplativa; los estados de la vida y los deberes de cada estado, sobre todo de obispos y religiosos.

La Tercera Parte trata de Cristo y de los beneficios que ha dado al hombre, de ahí, tres tratados: De la Encarnación, y sobre lo que el Salvador hizo y padeció; De los Sacramentos, instituidos por Cristo y que derivan su eficacia de Sus méritos y sufrimientos; De la Vida Eterna, es decir, del fin del mundo, la resurrección de los muertos, el juicio, el castigo de los malos, la felicidad de los justos que mediante Cristo alcanzan la vida eterna en el cielo. Tardó ocho años en escribir la obra, que comenzó en Roma, donde escribió la Primera y la Primera de la Segunda Parte (1265-69). La Segunda de la Segunda, la comenzó en Roma y la acabó en París (1271). En 1272 Santo Tomás viajó a Nápoles, donde escribió la Tercera Parte hasta la cuestión 90 del tratado De la Penitencia (ver edición Leonina, I, p. xlii). La obra se ha “terminado” añadiendo un suplemento, basado en otros escritos de Santo Tomás, atribuidos en algunos casos a Pedro de Auvergne, en otros a Enrique de Gorkum. Atribuciones que son rechazadas por los editores de la edición Leonina (XI, pp. viii, xiv, xvii). Mandonnet (op. cit., 153) favorece la muy probable opinión que fue recopilado por el P. Reinaldo de Piperno, el fiel compañero y secretario del santo. La “Summa” contiene 38 Tratados, 612 Cuestiones, subdivididas en 3120 artículos, en los que se proponen y responden 10.000 objeciones. El orden prometido está tan perfectamente conseguido, que refiriéndose al comienzo de los Tratados y Cuestiones, se puede ver enseguida qué lugar ocupa en el plan general, que comprende todo aquello que es posible saber mediante la teología, sobre Dios, sobre el hombre y de su mutua relación… “Toda la Summa va ordenada según un plan uniforme. Cada tema se presenta como una cuestión y se divide en artículos… Cada artículo tiene también una disposición uniforme de partes. El tema se presenta como una pregunta para ser discutida, bajo el término Utrum, “Es que…”, por ejemplo, ¿Utrum Deus sit? Entonces, se presentan las objeciones contra la tesis propuesta. Son generalmente tres o cuatro en número, pero a veces se extienden a siete o más. La conclusión adoptada se presenta entonces con las palabras Respondeo dicendum. Al final de la tesis expuesta, se responden las objeciones, bajo las formas ad primum, ad secundum, etc.”… La Summa es doctrina Cristiana en forma científica; es la razón humana rindiendo el máximo servicio en la defensa y explicación de las verdades de la religión cristiana. Es la respuesta del maduro y santo doctor a la pregunta de su juventud: ¿Qué es Dios? La Revelación, conocida por las Escrituras y la Tradición; la razón y sus mejores logros; la solidez y plenitud de la doctrina; el orden, concisión y claridad de expresión, la abnegación, el amor de la verdad sola, de lo que se sigue una sorprendente equidad hacia los adversarios y una gran tranquilidad al combatir sus errores; sobriedad y firmeza de juicio, junto a una piedad abundante en ternura y claridad – todo ello se encuentra en esta “Summa” más que en sus otras obras, más que en las obras de sus contemporáneos, porque “entre los doctores escolásticos, destaca por encima de todos su jefe y maestro Tomás de Aquino, que como dice Cayetano (In 2am 2ae, Q 148, a. 4) ‘porque veneró los antiguos doctores de la Iglesia, parece haber heredado de alguna manera el intelecto de todos ellos’” (Encíclica “Aeterni Patris” de León XIII).

(b) Ediciones y Traducciones

Es imposible enumerar las varias ediciones de la “Summa”, que se han usado constantemente durante más de setecientos años. Muy pocos libros han tenido tantas reediciones. A la primera edición completa, impresa en Basilea en 1485, pronto le siguieron otros, por ejemplo, Venecia 1505, 1509, 1588, 1594; Lyon 1520, 1541, 1547, 1548, 1581, 1588, 1624, 1655; Amberes 1575. Estas se enumeran en Touron op. cit., p. 692, donde dice que a la vez otras ediciones salieron en Roma Amberes, Rouen, París, Douai, Colonia, Ámsterdam, Bolonia, etc. Los editores de la edición Leonina estiman dignas de mención las de París 1617, 1638, 1648; Lyon 1663, 1677, 1686; y una edición Romana de 1773 (IV, pp. xi, xii). De todas las ediciones antiguas consideran las más exactas las de Padua, 1698 y 1712, así como las Veneciana de 1755. De las más recientes, las mejores son: la Leonina, las Migne (París 1841 y 1877); el primer volumen de la edición de 1841 que contiene el “Libri quatour sententiarum” de Pedro Lombardo; la muy práctica edición de Faucher (5 tomos, tamaño cuartilla, París 1887), dedicada al Cardenal Pecci, enriquecida con valiosas notas; una edición Romana de 1894. La “Summa” ha sido traducida también a muchos idiomas modernos.

(C) Método y Estilo de Santo Tomás.

No es posible expresar el método tomista en una palabra, si no es con la palabra “ecléctico”. Es Aristotélico, Platónico y Socrático; es inductivo y deductivo; es analítico y sintético. Tomó lo mejor que encontró en aquellos que le precedieron, separando la paja del grano, aprobando lo cierto, rechazando lo falso. Su poder de síntesis era extraordinario. Ningún escritor le superó en la facultad de expresar en pocas, pero bien escogidas palabras la verdad recogida de una multitud de opiniones diversas y antagónicas; y en casi cada caso, el estudiante puede ver la verdad y quedarse perfectamente satisfecho con los sumarios y afirmaciones del santo. No es que quiera que sus estudiantes crean sin más la palabra del maestro. En filosofía, los argumentos basados en la autoridad son de importancia secundaria; la filosofía no consiste en saber lo que han dicho los hombres, sino en saber la verdad (In I lib. de Coelo, lect xxii; II Sent., D. xiv, a. 2 ad lum). Le da el lugar que le corresponde a la razón en la teología (véase más adelante, Influencia de Santo Tomás), pero la mantiene dentro de sus propios límites. Contra los Tradicionalistas la Santa Sede ha declarado que el método de Santo Tomás y San Buenaventura no lleva al Racionalismo (Denzinger-Bannwart, n 1652). Aunque no fue tan original al investigar la naturaleza como Alberto Magno y Roger Bacon, era un adelantado a su tiempo en la ciencia, y muchas de sus opiniones son de valor científico incluso en el siglo veinte. Veamos por ejemplo, lo siguiente: “En la misma planta hay una virtud doble, activa y pasiva, aunque algunas veces la activa se encuentra en una y la pasiva en otra, así que una planta dícese ser masculina y la otra femenina” (3 Sent., D. III Q ii, a 1).

El estilo de Santo Tomás es un término medio entre la ruda expresividad de algunos Escolásticos y la fastidiosa elegancia de Juan de Salisbury; es destacable por su exactitud, brevedad y plenitud. El Papa Inocencio VI (citado en la Enc. “Aeterni Patris” de León XIII) declaró que con la excepción de los escritos canónicos, las obras de Santo Tomás superan a todas las demás en “exactitud en su expresión y veracidad en sus afirmaciones” (habet proprietatem verborum, modum dicendorum, veritatem sententiarum). Los grandes oradores, como Boussuet, Lacordaire, Monsabre, han estudiado su estilo, y han sido influenciados por él, pero no han sido capaces de reproducirlo. Lo mismo es cierto de los escritores teológicos. Cayetano conocía el estilo de Santo Tomás mejor que ninguno de sus discípulos, pero éste no alcanza a su gran maestro en la claridad y exactitud de expresión, en la sobriedad y la solidez de sus juicios. Santo Tomás no logró esta perfección sin esfuerzo. Aunque era un genio singular, también era un trabajador infatigable, que con la práctica continua alcanzó el singular grado de perfección en el arte de escribir, en la que el “arte” desaparece. “El manuscrito del autor de la Summa Contra Gentiles existe todavía casi en su totalidad. Se encuentra en la Biblioteca Vaticana. El manuscrito es de tiras de pergamino de diversos matices de color, cubiertos por una antigua tapa también de pergamino a la que las páginas iban cosidas originalmente. La escritura es a dos columnas y difícil de descifrar, llena de abreviaturas, a menudo convirtiéndose en una especie de taquigrafía. Muchos pasajes están tachados.” (Rickaby, op. cit., prefacio, ver Ucelli ed., “Sum. coat. gent.” Roma, 1878).

III. Influencias recibidas por Santo Tomás

¿Cómo se formó este genio? Las causas que ejercieron su influencia en Santo Tomás fueron de dos clases: naturales y sobrenaturales.

A. Causas Naturales

(1) Como fundamento, “era un niño listo, y había recibido un buen corazón” (Sabiduría, 8, 19). Desde el principio se manifestó su precocidad, talento y carácter pensativo, siempre por delante de su edad.

(2) Su educación fue tal que se podían esperar grandes cosas de él. Su formación en Monte Casino, Nápoles, París y Colonia fue la mejor que el siglo trece podía ofrecer, siendo ese siglo la edad dorada de la educación. Es evidente que ofreció excelentes oportunidades para formar grandes filósofos y teólogos, como prueba recordemos el carácter de los contemporáneos de Santo Tomás , Alejandro de Hales, Alberto Magno, San Buenaventura, San Raimundo de Peñafort, Roger Bacon, Hugo de S. Caro, Vicente de Beauvais, y muchos más. Esto demuestra que eran días de auténticos estudiosos y sabios (véase Walsh, “The Thirteenth Greatest of Centuries” Nueva York, 1907). Los profesores de Santo Tomás fueron los de Monte Casino y Nápoles, pero entre ellos destaca Alberto Magno, con el que estudió en París y Colonia.

(3) Los libros que más le influyeron fueron la Biblia, los Decretos de los concilios y los Papas, las obras de los Padres, griegos y latinos, especialmente San Agustín, las “Sentencias” de Pedro Lombardo, los escritos de los filósofos, especialmente de Platón, Aristóteles y Boecio. Si de entre ellos destaca alguno, son sin duda Aristóteles, San Agustín y Pedro Lombardo. En otro sentido, sus escritos fueron influenciados por Averroes, el principal oponente a combatir para defender al auténtico Aristóteles.

(4) Recordemos que Santo Tomás poseía la bendición de una extraordinaria memoria y gran poder retentivo. El P. Daniel d’Agusta una vez le insistió para que dijera cuál consideraba la mayor gracia que había recibido, exceptuando, naturalmente la gracia santificante. “Creo que haber entendido todo aquello que he leído”, contestó Santo Tomás. San Antonino declaró que “recordaba todo lo que leía y que su mente era como una enorme biblioteca” (ver Drane op. cit., p. 427; Vaughan op. cit., II p 567). La relación de los textos bíblicos citados en la Summa Theologica llena ochenta columnas con letra pequeña en la edición de Migne, y muchos suponen no sin razón que se había aprendido de memoria la Biblia entera mientras estaba en la cárcel en el Castillo de San Giovanni. Como Santo Domingo, amaba de manera especial las Epístolas de san Pablo, de las que escribió comentarios (edición en 2 volúmenes de Torino, 1891).

(5) Un profundo respeto por la Fe, transmitida por la Tradición, caracteriza toda su obra. La práctica de la Iglesia (consuetudo ecclesiae) debe prevalecer sobre la autoridad de cualquier doctor (II-II Q x a 12). En la “Summa” cita 19 concilios, 41 Papas y 52 Padres de la Iglesia. Un somero conocimiento de su obra mostrará que entre los Padres, su favorito era San Agustín (sobre los Padres Griegos, ver Vaughan op. cit., II cc iii sqq).

(6) Como San Agustín, (II De doctr. Christ. c. xl), Santo Tomás mantenía que debemos tomar lo que haya de verdad de las obras de los filósofos paganos, en calidad de “injustos poseedores” y adaptarlo a las enseñanzas de la religión verdadera (Summa Theologica I, Q. lxxxiv a 5). Solo en la “Summa” cita de las obras de 46 filósofos y poetas, siendo sus autores favoritos Aristóteles, Platón y entre los autores cristianos, Boecio. De Aristóteles, aprendió ese amor por el orden y la exactitud de expresión que caracteriza su propia obra. De Boecio aprendió que se podían usar los escritos de Aristóteles sin causar detrimento al Cristianismo. Sin embargo, no siguió el vano intento de Boecio de reconciliar a Platón con Aristóteles. En general, el Estagirita fue su maestro, pera la elevación y grandeza de los conceptos de Santo Tomás y la majestuosa dignidad de su método hablan con gran fuerza del sublime Platón.

B. Causas Sobrenaturales

Incluso si no aceptamos literalmente la declaración de Juan XXII de que Santo Tomás realizó tantos milagros como artículos hay en la “Summa”, hemos de buscar más allá de las causas naturales para intentar explicar su extraordinaria carrera y maravillosos escritos.

(1) La pureza de mente y cuerpo contribuyen en gran medida a la claridad de visión (véase Santo Tomás , Comentarios sobre 1 Corintios, c.vii, Lección v). Mediante el don de la pureza, concedido milagrosamente en el episodio del cinturón místico, Dios hizo angélica la vida de Tomás; la perspicacia y hondura de su intelecto, con la ayuda de la gracia, le hizo el “Doctor Angélico”.

(2) El espíritu de oración, su gran piedad y devoción, atrajeron las bendiciones del cielo a sus estudios. Explicando por qué leía diariamente fragmentos de las “Conferencias” de Casiano, dijo: “En estas lecturas encuentro la devoción, mediante la cual asciendo rápidamente a la contemplación”. (Prümmer, op. cit., p. 32). En la lectura del Oficio Divino correspondiente a su festividad, se dice que nunca empezaba a estudiar sin invocar la ayuda de Dios en oración; y que cuando luchaba por entender oscuros pasajes bíblicos, añadía el ayuno a la oración.

(3) Testimonios de quienes le conocieron en vida o escribieron en el momento de su canonización, demuestran que recibió ayuda celestial. Declaró al P. Reinaldo que había aprendido más en oración y contemplación que de hombres y libros (Prümmer, op. cit., p. 36). Los mismos autores cuentan sobre ciertos misteriosos visitantes que le animaban e iluminaban. Se le apareció la Santísima Virgen para asegurarle que sus escritos eran aceptables ante Dios, y que se le concedería perseverar en su santa vocación. San Pedro y San Pablo vinieron a ayudarle a interpretar un difícil pasaje de Isaías. Cuando su humildad le hizo considerarse indigno del doctorado, un venerable religioso de su orden, (se cree que fue Santo Domingo) se le apareció para animarle y sugerirle el texto de su discurso de apertura (Prümmer op. cit., 29, 37; Tocco en “Acta SS.”, VII Mar.; Vaughan, op. cit., , II 91). Ya se han mencionado sus estados de éxtasis. Todos sus biógrafos relatan sus abstracciones en presencia del Rey Luis IX (San Luis) y de distinguidos personajes. De manera que incluso si admitimos un excesivo entusiasmo por parte de sus admiradores, hemos de concluir que su extraordinaria sabiduría no puede atribuirse meramente a causas naturales. Puede decirse que trabajó como si todo dependiera de sus propias fuerzas y oró como si todo dependiera de Dios.

IV. La influencia de Santo Tomás

A. Influencia en la Santidad

Los grandes Escolásticos eran hombres santos y sabios. Alejandro de Hales, San Alberto Magno, Santo Tomás y San Buenaventura demuestran que la sabiduría no seca necesariamente la devoción. El angélico Tomás y el seráfico Buenaventura representan los máximos ejemplos de la sabiduría Cristiana, combinando unos conocimientos eminentes con una santidad heroica. El Cardenal Bessarion llamó a Santo Tomás “el sabio más santo y el santo más sabio”. En sus obras alienta el espíritu de Dios, una tierna e iluminada piedad, basada en sólidos cimientos, es decir, en el conocimiento de Dios, de Cristo y del hombre. La Summa Theologica es un manual de piedad así como un texto teológico. (Ver Drane op. cit., p. 446). San Francisco de Sales, San Felipe Neri, San Carlos Borromeo, San Vicente Ferrer, San Pío V, San Antonino continuamente estudiaban a Santo Tomás . Nada más inspirado que sus tratados sobre Cristo, en su Sagrada Humanidad, en su Vida y sufrimientos. Su tratado sobre los sacramentos, especialmente los de la Penitencia y la Eucaristía, son capaces de derretir los corazones más endurecidos. Se esfuerza por explicar los diversos ritos de la Misa (“De Ritu Eucharistiae” en Summa Theologica III Q lxxxiii). Ningún autor ha expuesto con mayor claridad los efectos que produce en el alma humana este Pan celestial (ibid. Q lxxix). La Comunión frecuente, recomendada recientemente por Pío X (“Sacra Trid. Synodus”, 1905) se encuentran ya en Santo Tomás (Q lxxix a. 8; Q lxxx a. 10), aunque no sea tan explícito sobre este tema como lo es con la Comunión de niños. En el Decreto “Quam singulari” (1910) el papa cita a Santo Tomás que enseña que cuando el niño comienza a tener uso de razón, para que pueda desarrollar la devoción al Santísimo Sacramento, se les puede permitir comulgar (Q lxxx a. 9 ad 3um). Los aspectos espirituales y devocionales de la teología de Santo Tomás han sido destacados por el P. Contenson, O.P., en su “Teología mentis et cordis”. Se desarrollan más en la obra del P. Vallgornera O.P., en Teología Mystica D. Thomae, donde el autor conduce el alma a Dios a través de las vías purgativa, iluminativa y unitiva. La encíclica sobre el Espíritu Santo de León XIII se basa en gran medida en Santo Tomás , y los que han estudiado la “Prima Secundae” y la “Secunda Secundae” conocen cuán admirablemente el santo explica los dones y frutos del Espíritu Santo, así como las Bienaventuranzas y su relación con las diversas virtudes. Casi todos los buenos autores espirituales buscan en Santo Tomás las definiciones de las virtudes que ellos recomiendan.

B. Influencias en la Vida Intelectual.

Desde los días de Aristóteles, probablemente nadie ha ejercido tan poderosa influencia en el mundo del pensamiento como Santo Tomás. Su autoridad fue grande durante su vida. Los Papas, las universidades, los studia de su Orden deseaban aprovecharse de su sabiduría y prudencia. Varias de sus principales obras fueron escritas por encargo y todos buscaban su opinión. En diversas ocasiones los doctores de París le sometieron sus disputas y quedaron agradecidos de poderse dirigir por su dictamen (Vaughan op. cit., II 1 p. 544). Sus principios, dados a conocer en sus escritos, continúan ejerciendo su influencia hasta el día de hoy. Este tema no puede ser considerado en todos sus aspectos, ni sería necesario hacerlo. Su influencia en temas puramente filosóficos se explica en obras sobre la historia de la filosofía. (Los teólogos que siguieron a Santo Tomás se mencionan en TOMISMO. Ver también ORDEN DE PREDICADORES II, A, 2, d.) Su capital importancia e influencia puede explicarse si lo consideramos como el Aristóteles Cristiano, combinando en su persona lo mejor que el mundo ha conocido en filosofía y teología. Es en esta luz que León XIII le ha puesto como modelo en la famosa encíclica “Aeterni Patris”. La obra de su vida puede resumirse en dos enunciados: estableció la verdadera relación entre Fe y Razón; sistematizó la teología.

(1) Fe y Razón

Los principios de Santo Tomás sobre la relación entre Fe y Razón se proclamaron solemnemente en el Concilio Vaticano. Los capítulos 2, 3 y 4 de la Constitución “Dei Filius” tienen un enorme parecido a los escritos del Doctor Angélico. En primer lugar, la sola razón no basta para guiar a los hombres: necesitan la Revelación; hemos de distinguir cuidadosamente las verdades conocidas por la razón de las verdades más elevadas (misterios) conocidas por la Revelación. En segundo lugar, la razón y la Revelación, aunque distintas, no se oponen entre sí. En tercer lugar, la Fe preserva la razón del error; la razón debe servir a la causa de la Fe. Y en cuarto lugar, este servicio se realiza en tres formas:

– La razón debe preparar la mente humana para recibir la Fe demostrando las verdades que la Fe propone (praeambula fidei);

– La razón debe explicar y desarrollar las verdades de la Fe y exponerlas de forma científica;

– La razón debe defender las verdades reveladas por Dios Todopoderoso.

Esto es un desarrollo de la famosa frase de San Agustín (De Trin., XIV s i), en la que dice que el recto uso de la razón es “aquel que engendra…nutre, defiende y refuerza la Fe”. Estos principios los propone Santo Tomás en muchos lugares, especialmente en “In Boethium d a Trin. Proem.”, Q ii a. 1; “Sum. Cont. gent.”, I cc I iii-ix; “Summa”, I, Q. i aa. 1, 5, 8; Q xxxii, a. 1; Q I lxxxiv, a. 5. El servicio de Santo Tomás a la Fe lo resume León XIII en la encíclica “Aeterni Patris”: “Ganó esta distinción por sí mismo: que él sólo combatió victoriosamente los errores de tiempos antiguos y dio armas invencibles para vencer cualquiera que en el futuro pudieran surgir. Distinguiendo con claridad, como debe ser, la razón y la fe, preservó y consideró los derechos de cada una, tanto así que la razón remontada en las alas de Tomás puede apenas elevarse más, mientras que la fe difícilmente puede esperar mayores o más potentes auxilios de la razón que los que ya ha obtenido por medio de Tomás”. Santo Tomás no combatió enemigos imaginarios; atacaba adversarios vivos. Las obras de Aristóteles habían llegado a Francia en malas traducciones llenas de comentarios engañosos de filósofos judíos y musulmanes. Ello dio lugar a una ola de errores que tanto alarmaron las autoridades que la lectura de la Física y Metafísica de Aristóteles fue prohibida por Roberto de Courçon en 1210, siendo moderado el decreto por Gregorio IX en 1231. En la Universidad de París se introdujo subrepticiamente el espíritu insidioso de irreverencia y “Racionalismo”, representado especialmente por Abelardo y Raimundo Lullus, quienes mantenían que la razón podía conocer y demostrar todas las cosas, incluso los misterios de la Fe. Averroes propagó doctrinas peligrosas, destacando dos perniciosos errores: el primero, que en filosofía y religión, siendo dos cosas diferentes, lo que es cierto en una puede ser erróneo en la otra; y el segundo, que todos los hombres tienen una sola alma. Averroes era llamado comúnmente “El Comentador”, pero Santo Tomás dice que “era, más que un Peripatético, un corruptor de la filosofía Peripatética”. (Opuse. De unit. Intell.) Aplicando un principio de San Agustín, (véase I Q lxxxiv, a. 5) siguiendo los pasos de Alejandro de Hales y Alberto Magno, Santo Tomás decidió tomar lo verdadero de los “injustos poseedores”, para ponerlo al servicio de la religión revelada. Las objeciones contra Aristóteles cesarían si se conociese el verdadero Aristóteles; por eso su primer interés fue obtener una traducción nueva de las obras del gran filósofo. Había que purificar a Aristóteles, refutar los falsos comentaristas, de los que Averroes es el más influyente, por eso Santo Tomás continuamente se emplea en refutar sus falsas interpretaciones.

(2) La Teología Sistematizada

El próximo paso fue poner la razón al servicio de la Fe, dando forma científica a la doctrina Cristiana. La Escolástica no consiste, como algunos imaginan, en inútiles discusiones y sutilezas, sino en expresar la verdadera doctrina en lenguaje exacto, claro y conciso. En la encíclica “”Aeterni Patris”, León XIII, citando a Sixto V (Bula “Triumphantis”, de 1588) declara que mucho le debemos al uso recto de la filosofía por “esos nobles dones que hacen de la teología Escolástica tan formidable contra los enemigos de la verdad” porque “la inmediata coherencia entre causa y efecto, el orden y la disposición de un ejército disciplinado en la batalla, esas claras definiciones y distinciones, aquellos poderosos argumentos y agudas discusiones por las que la luz se distinguen de las tinieblas, lo verdadero de lo falso, exponen y desnudan las falsedades de los herejes envueltas en una nube de subterfugios y falacias”. Cuando los grandes Escolásticos escribían, había luz donde antes había tinieblas, había orden donde antes prevalecía la confusión. La obra de San Anselmo y Pedro Lombardo fue perfeccionada por los teólogos Escolásticos. Desde entonces, no se ha hecho ninguna mejora substancial en el plan y sistema de la teología, aunque el campo de la apologética de ha ensanchado, y la teología positiva ha cobrado mayor importancia.

C. Seguimiento de la Doctrina Tomista

Poco después de su muerte, los escritos de Santo Tomás eran universalmente estimados. Los Dominicos naturalmente fueron los primeros en seguir al Santo. El Capítulo General de París se 1279 prometió grandes penas para todo aquel que se atreviese a hablar irreverentemente de él o de sus obras. Los Capítulos de París de 1286, de Burdeos de 1287 y de Lucca de 1288, expresamente dispusieron que los frailes tenían que seguir la doctrina de Tomás, que en aquel momento no había sido canonizado (Const. Ord. Praed. N. 1130). La Universidad de París, coincidiendo con la muerte de Tomás, envió una misiva oficial de pésame al capítulo general de los Dominicos, diciendo que con los hermanos, la universidad expresaba su dolor por la pérdida de aquél que era como suyo propio por sus muchos títulos (véase el texto de la carta en Vaughan op. cit., II, p. 82). En la encíclica “Aeterni Patris”, León XIII menciona las Universidades de París, Salamanca, Alcalá, Douai, Toulouse, Lovaina, Padua, Bolonia, Nápoles, Coimbra, como “las sedes del conocimiento humano donde Tomás reinaba supremo, y donde las mentes de todos, maestros y discípulos, disfrutaban de una maravillosa armonía bajo la tutela y autoridad del Doctor Angélico”. A esta relación, podemos añadir Lima y Manila, Friburgo y Washington. Los seminarios y escuelas siguieron a las universidades. La “Summa” gradualmente sustituyó a las “Sentencias” como texto de teología. Las mentes se formaban según los principios de Santo Tomás; se convirtió en un gran maestro, ejerciendo una vasta influencia universal sobre las opiniones de los hombres y sus obras; porque incluso los que no adoptaban todas sus conclusiones, quedaban obligados a considerar sus opiniones. Se estima que se han escrito unos seis mil comentarios sobre la obra de Santo Tomás. Durante los últimos 600 años, se han publicado manuales de teología y filosofía, compuestos con la intención de impartir su enseñanza; traducciones, estudios o resúmenes (études), de partes de sus obras, y hasta hoy, su nombre se honra en todo el mundo (véase TOMISMO). En cada uno de los Concilios Generales que han tenido lugar después de su muerte, Santo Tomás siempre ha ocupado un lugar de honor. En el Concilio de Lyon su obra “Contra errores Graecorum” fue utilizado con gran efecto contra los Griegos. En disputas posteriores, antes y durante el Concilio de Florencia, Juan de Montenegro, el campeón de la ortodoxia Latina, encontró en Santo Tomás una fuente inagotable de argumentos irrefutables. El “Decretum pro Armenis” (Instrucción para los Armenios) emitido por la autoridad de ese concilio, está tomado casi literalmente de su tratado “De fidel articuli et septem sacramentis (véase Densinger-Bannwart n. 695). “En los Concilios de Lyon, Vienne, Florencia y el Vaticano”, escribe León XIII (encíclica “Aeterni Patris”), “casi podríase decir que Tomás participó y presidió las deliberaciones y decretos de los Padres contendiendo contra los errores de los Griegos, herejes y Racionalistas, con una fuerza invencible y con los más felices resultados. Pero la mayor y más especial gloria de Tomás, que no comparte con ningún otro Doctor Católico, es que los Padres de Trento hicieron parte del orden del cónclave poner sobre el altar, junto al códice de las Sagradas Escrituras y los Decretos de los Sumos Pontífices, la Summa de Tomás de Aquino, para buscar consejo, razones e inspiración. Mayor influencia, nadie puede tener. Antes de concluir esta sección, debemos mencionar dos libros muy conocidos y apreciados, inspirados por y basados en los escritos de Santo Tomás. El Catecismo del Concilio de Trento, compuesto por discípulos del Doctor Angélico, es en realidad un compendio de su teología, presentada en forma apropiada para uso de los párrocos. La Divina Comedia de Dante se ha llamado “la Summa de Santo Tomás en verso”, y los comentaristas hacen derivar las divisiones y descripciones de las virtudes y los vicios del gran poeta florentino a la “Secunda Secundae”.

D. Aprecio de Santo Tomás.

(1) En la Iglesia

La estima de que disfrutaba en vida no ha disminuido, sino aumentado, en el transcurso de los seis siglos transcurridos desde su muerte. El lugar que ocupa en la Iglesia lo explica el gran León XIII en la encíclica “Aeterni Patris”, en la que recomienda el estudio de la filosofía escolástica: “Es sabido que casi todos los fundadores y legisladores de órdenes religiosas ordenaron a sus frailes estudiar y hacer suyas las enseñanzas de Santo Tomás… Además de la familia Dominica, que justamente reclama como suyo a éste gran maestro, los estatutos de los Benedictinos, Carmelitas, Agustinos, Jesuitas y muchos otros, dan testimonio de su acatamiento de esta ley.” Entre los “muchos otros”, Servitas, Pasionistas, Bernabitas y Sulpicianos se han dedicado de manera especial al estudio de Santo Tomás. Las principales universidades donde Santo Tomás brillaba como gran maestro han sido enumeradas más arriba. Los doctores parisinos le llamaban estrella del alba, sol luminoso, luz de la Iglesia entera. Esteban, Obispo de París, reprendiendo a aquellos que se atrevían a atacar la doctrina de aquel “excelentísimo Doctor, el bendito Tomás”, le llama “la gran luminaria de la Iglesia Católica, la joya del sacerdocio, la flor de los doctores, el lustroso espejo de la Universidad de París” (Drane, op. cit., p. 431). En la antigua Universidad de Lovaina, los doctores tenían que descubrirse e inclinarse cuando pronunciaban el nombre de Tomás (Goudin, op. cit., p. 21).

“Los concilios ecuménicos, donde florecen las flores de todo el conocimiento terrenal, siempre han procurado honrar de manera singular a Santo Tomás (León XIII en la encíclica “Aeterni Patris”). Este tema ha sido tratado con detalle más arriba. El “Bullarium Ordinis Praedicatorum”, publicado en 1729-39, cita 38 bulas en las que 18 soberanos pontífices alabaron y recomendaron la doctrina de Santo Tomás (véase también Vaughan op. cit., II, c, ii; Berthier op. cit., pp. 7 sqq). Estas aprobaciones las repite y renueva León XIII, que pone especial énfasis en “el destacado testimonio de Inocencio VI: ‘Su enseñanza, por encima de todas, exceptuando sólo los cánones, posee tal elegancia en sus frases, un método en sus afirmaciones, una verdad en sus proposiciones, que aquellos que la siguen, nunca se desviarán del camino de la verdad, y el que se atreva a refutarla, siempre será sospechoso de error (ibid.) León XIII sobrepasó a sus predecesores en su admiración por Santo Tomás, y declaró que en sus obras se encuentra el remedio para los muchos males que afligen a nuestra sociedad (véase Berthier, op. cit., , introducción). Las Encíclicas de ese ilustre Pontífice demuestran que había estudiado las obras del Doctor Angélico. Esto es evidente en las epístolas sobre el matrimonio Cristiano, la constitución Cristiana de los Estados, la condición de las clases trabajadoras, y el estudio de la Sagrada Escritura. El Papa Pío X, en varias Epístolas, por ejemplo en “Pascendi Dominici Gregis” (septiembre 1907), insiste en observar las recomendaciones de León XIII sobre el estudio de Santo Tomás. Intentar dar los nombres de los escritores católicos que han expresado su admiración por Santo Tomás sería una tarea imposible, porque la lista incluiría a casi todos los autores de filosofía o teología desde el siglo XIII, además de cientos de autores de otros temas. En los capítulos introductorios de todo buen comentario, encontramos alabanzas y elogios. Una relación incompleta de autores que han recogido estos testimonios la da el P. Berthier (op. cit., p. 22).

(2) Fuera de la Iglesia

(a) Antiescolásticos – Algunas personas han sido y siguen siendo opuestos a todo lo que se llame Escolástica, que dicen es sinónimo de sutilezas e inútiles discusiones. Del prólogo de la “Summa” se desprende con claridad que Santo Tomás se oponía a todo lo superfluo y confuso en los estudios Escolásticos. Cuando se entiende lo que realmente significa la verdadera Escolástica, desaparecen las objeciones.

(b) Herejes y Cismáticos – “Un último triunfo se reservaba para este hombre incomparable – el obligado homenaje, las alabanzas y la admiración incluso de los mismísimos enemigos de la palabra Católico” (León XIII, ibid.). La ortodoxia de Santo Tomás atrajo sobre sí mismo el odio de todos los Griegos opuestos a la unión con Roma. Los Griegos unidos, sin embargo, admiran a Santo Tomás y estudian sus obras (véase más arriba, “Traducciones de la “Summa”). Los líderes de la revolución del siglo XVI honraron a Santo Tomás con sus ataques, en especial el mismo Lutero, con sus violentas invectivas contra el gran Doctor. Citando el alegato de Martín Bucer, “Quitad a Tomás y yo destruiré la Iglesia”, León XIII (ibid.) comenta: “La esperanza era vana, pero el testimonio tiene su valor”. Calo, Tocco, y otros biógrafos cuentan que Santo Tomás, viajando de Roma a Nápoles, convirtió a dos célebres rabinos Judíos que conoció en la casa de campo del Cardenal Richard. (Prümmer, op. cit., p. 33; Vaughan, op. cit., , I, p. 705). El Rabino Pablo de Burgos, en el siglo XV, se convirtió leyendo las obras de Santo Tomás. Teobaldo Thamer, discípulo de Melanchton, abjuró de su herejía tras haber leído la “Summa” con el propósito de refutarla. El Calvinista Duperron se convirtió de manera similar, y llegó a ser Arzobispo de Sens y cardenal (véase Conway op. cit., p. 96). Pasada la amargura del primer período de Protestantismo, los protestantes vieron la necesidad de conservar muchas partes de la filosofía y teología Católicas, y los que legaban a conocer a Santo Tomás no tenían más remedio que profesarle su admiración. Uberweg dice que “Elevó la Escolástica a su más alto grado de desarrollo, efectuando la más perfecta acomodación posible de la filosofía aristotélica a la ortodoxia eclesiástica” (op. cit., p 440). R. Seeberg, en la “New Schaff-Herzog Religious Encyclopedia” (New York, 1911) dedica 10 columnas a Santo Tomás, y dice que “en todo logró defender la doctrina de la Iglesia como creíble y razonable (XI, p. 427). Durante muchos años, especialmente desde el tiempo de Pusey y Newman, Santo Tomás ha sido muy considerado en Oxford. Recientemente la “Summa Contra Gentiles” figura en la lista de temas que pueden ser ofrecidas por un candidato en las “final honour schools” de Litterae Humaniores de esa Universidad (cf. Walsh, op. cit., c. xvii). Durante varios años, el P. De Groot, O.P., ha sido profesor de filosofía Escolástica en la Universidad de Ámsterdam, y se han instituido cursos de filosofía Escolástica en algunas de las principales universidades no católicas de Estados Unidos. Los Anglicanos profesan una gran admiración por Santo Tomás. Alfred Mortimer, en el capítulo “The Study of Theology” de su obra titulada “Catholic Faith and Practice” (2 tomos, Nueva York, 1909), se queja de que el sacerdote o ministro inglés no tiene conocimientos científicos de la Reina de las Ciencias”, y ofreciendo un remedio, afirma, “El esquema más simple y perfecto de la teología universal se encuentra en la Summa Theologica de Santo Tomás ” (vol. II, pp. 454, 465).

V. Santo Tomás y el pensamiento moderno

En el Syllabus de 1864 Pío IX condenó una afirmación que decía que los métodos y principios de los antiguos doctores escolásticos no se adaptaban a las necesidades de nuestro tiempo y al progreso científico (Denzinger-Bannwart, n. 1713). En la encíclica “Aeterni Patris”, León XIII señala los beneficios que se derivan de “una reforma práctica de la filosofía, restaurando las reconocidas enseñanzas de Santo Tomás de Aquino”. El Papa exhorta a los obispos a “restaurar la sabiduría áurea de Tomás y difundirla por todas partes en defensa y para mayor belleza de la Fe Católica, para el bien de la sociedad y para el avance de todas las ciencias. En las páginas de la Encíclica que preceden inmediatamente a esas palabras, explica por qué la enseñanza de Santo Tomás llevarían a tal deseable resultado: Santo Tomás es el gran maestro para explicar y defender la Fe, porque suya es “la sólida doctrina de los Padres y Escolásticos, que con tanta claridad y vigor demuestran los firmes fundamentos de la Fe, su origen Divino, su certera Verdad, los argumentos que la sostienen, los beneficios que ha dispensado a la humanidad, y su perfecto acuerdo con la razón de tal manera que satisface completamente las mentes abiertas a la persuasión, aunque estén indispuestas para ello”. La carrera de Santo Tomás en sí misma habría justificado a León XIII cuando aseguró a los hombres del siglo XIX que la Iglesia Católica no se oponía al recto uso de la razón. También se destacan los aspectos sociológicos de Santo Tomás: “Las enseñanzas de Santo Tomás sobre el verdadero significado de la Libertad, que ahora se está convirtiendo en libertinaje, sobre el origen Divino de toda autoridad, sobre las Leyes y su fuerza, sobre el justo y paternal gobierno de los príncipes, sobre la obediencia a las máximas autoridades, sobre la mutua caridad fraterna, en fin, sobre todos estos y otros temas, poseen una gran e invencible fuerza para conquistar y vencer aquellos principios del “nuevo orden” que hacen peligrar el pacífico orden de cosas y la seguridad pública”. (ibid.) Los males que afectan la sociedad moderna han sido señalados por el Papa en la epístola “Inescrutabili” del 21 de abril de 1878, y en la que versa sobre el Socialismo, Comunismo y Nihilismo. (“Las Grandes Encíclicas de León XIII”, pp. 9 sqq.; 22 sqq.) De qué manera los principios del Doctor Angélico proveerán un remedio para estos males, se explica aquí de manera general, y de manera más particular en las epístolas sobre la constitución Cristiana de los estados, la libertad humana, los principales deberes de los cristianos como ciudadanos, y sobre las condiciones de las clases trabajadoras (ibid., pp. 107, 135, 180, 208).

Es en relación a las ciencias, que algunos dudan de la actualidad de los escritos del Santo; se refieren a las ciencias físicas y experimentales, ya que en la metafísica, los escolásticos son reconocidos maestros. León XIII llama la atención a las siguientes verdades: (a) Los Escolásticos nunca se opusieron a la investigación. Sosteniendo como principio antropológico “que la inteligencia humana es llevada al conocimiento de las cosas sin cuerpo y materia sólo mediante las cosas sensibles, entendieron bien que nada era más útil a un filósofo que la indagación diligente en los misterios de la naturaleza, y la constancia en el estudio de los fenómenos físicos” (ibid. p. 55). Este principio se llevaba a la práctica: Santo Tomás, San Alberto Magno, Roger Bacon, y otros, “prestaron gran atención al conocimiento de la naturaleza” (ibid., p. 56). (b) La investigación sola no basta a la verdadera ciencia. “Cuando se establecen los hechos, es necesario aplicarnos al estudio de los objetos corpóreos, para indagar las leyes que les gobiernan y los principios de los que surgen su orden y unidad diversa” (p. 55). ¿Pretenderán los científicos de hoy día razonar o sintetizar mejor que Santo Tomás? León XIII recomienda el método y los principios del Santo: “Si algo es tratado con demasiada sutileza por los doctores escolásticos; si hay algo que no concuerda con los descubrimientos modernos, o en una palabra, es de alguna manera indemostrable, no se nos ocurriría proponerlo como ejemplo para nuestro tiempo” (p.56). De la misma manera que Santo Tomás en su día asistió a un movimiento hacia Aristóteles y la filosofía, incontrolable, pero susceptible de ser dirigido para servir a la causa de la verdad, León XIII, viendo en el mundo de su época un espíritu de estudio e investigación que podía producir tanto bien como mal, no quiso ahogarlo, sino que se propuso presentar un moderador y maestro que pudiera guiarlo por los caminos de la Verdad.

Y ningún otro podía haberse escogido más que Santo Tomás de Aquino, el maestro de la mente clara, del análisis, de la síntesis, de la comprensión. Su paciencia extraordinaria y equidad al tratar con los filósofos equivocados, su aprobación de todo lo verdadero en sus escritos y su delicadeza en condenar sus falsedades, su claridad de visión al señalar la ruta hacia el conocimiento en todas sus ramas, su aptitud y precisión al expresar la Verdad, estas cualidades le distinguen como un gran maestro no solo del siglo XIII, sino de todos los tiempos. Si alguien le considera demasiado sutil, es porque no saben lo claro, conciso y sencillo de sus definiciones y divisiones. Sus dos “Summae” son obras maestras de la pedagogía, y le otorgan el título de “el más grande de los maestros humanos”. Incluso tuvo que lidiar con errores muy similares a los que hoy día se encubren con los apelativos de filosofía o ciencia. El Racionalismo de Abelardo y otros engendraron los luminosos y eternos principios sobre la verdadera relación entre fe y razón. El ontologismo fue sólidamente refutado por Santo Tomás casi seis siglos antes de Malebranche, Gioberti y Ubaghs (véase Summa Theologica I, Q lxxxiv, a, 5). La verdadera doctrina sobre los primeros principios y universalidades, dados por él y por otros escolásticos, es la mejor refutación a la crítica de Kant de las ideas metafísicas (véase por ejemplo, “Post. Analyt.”, I, lect. Xix, “De ente et essentia”, c, iv; Summa Theologica, I Q xvii, a. 3, corp. y ad 2um; Q lxxix, a. 3; Q lxxxiv, a. 5, a. 6, corp. y ad 1um, Q lxxxv, a. 2, ad 2um, a. 3, ad 1um, ad 4um. Véase en el índice a la “Summa”, “Veritas”, “Principium”, “Universale”). El Panteísmo psicológico moderno no difiere substancialmente de la teoría de “una sola alma para todos los hombres” de Averroes (véase “De unit. Intell.” Y Summa Theologica, I, Q lxxvi, a, 2; Q lxxix, a. 5). El error Modernista que distingue al Cristo de la Fe del Cristo de la Historia, tuvo su precursor en el principio Averroísta de que una cosa puede ser cierta en la filosofía y falso en la religión.

En la encíclica “Providentissimus Deus” (18 de noviembre de 1893) León XIII extrae de las obras de Santo Tomás los principios y sabias reglas de deben gobernar la crítica científica de la Sagrada Escritura. De la misma fuente, los escritores modernos han sacado principios muy útiles para la solución de problemas relacionados con el Espiritismo y el Hipnotismo. ¿Debemos concluir, entonces, que la obra de Santo Tomás, tal y como él la dejó, ofrece suficiente instrucción para los científicos, filósofos y teólogos de nuestros días? De ninguna manera. Vetera novis augere et perficere –”Reforzar y completar lo Viejo con la ayuda de lo Nuevo”- es el lema de la restauración propuesta por León XIII. Si Santo Tomás viviese hoy, adoptaría sin dudarlo todos los datos y hechos desvelados por las recientes investigaciones científicas e históricas, pero sopesando con esmero toda la evidencia ofrecida a favor de tales hechos. En nuestros días, una teología positiva es más necesaria que en el siglo XIII. León XIII defiende su validez en su Encíclica y su afirmación se confirma y renueva en la Epístola sobre el Modernismo de Pío X. Pero ambos pontífices declaran que la teología positiva no debe ser entronizada relegando a un segundo plano la teología Escolástica. En la Encíclica “Pascendi”, al ofrecer remedios contra al Modernismo, Pío X, siguiendo a su ilustre predecesor, pone en primer lugar “la filosofía Escolástica, especialmente como fue enseñada por Tomás de Aquino”. Santo Tomás sigue siendo “El Ángel de las Escuelas”.

D.J. Kennedy

Transcrito por Kevin Cawley

Traducido por Rafael Corrales Pacheco

Enciclopedia Católica