LA INMORALIDAD
LA INMORALIDAD
Un discurso de s.s. Pío XII cada vez más vigente
No solamente los cristianos, aun las personas dotadas simplemente de honradez y de buen sentido natural, se sorprenden y se aterran a la vista de la creciente marea de inmoralidad, que en estos tiempos extraordinariamente graves, amenaza sumergir a la sociedad.
Nadie titubea en reconocer en particular, la causa de las publicaciones licenciosas y de los espectáculos deshonestos, que se presentan a los ojos y a los oídos de los adolecentes, de los hombres maduros, de los jóvenes y viejos, de las madres y de las muchachas. ¿Y qué decir del arte, de la moda, de las costumbres públicas y privadas masculinas y femeninas? Es increíble a qué grado de corrupción moral han descendido algunos autores, editores, artistas, impresores divulgadores de semejantes obras literarias o dramáticas, artísticas o escénicas, convirtiendo el uso de la pluma y del arte del progreso industrial, y de las admirables invenciones modernas en medios y armas de inmoralidad. Escritos y obras, indignos del honor de las letras y de las artes, encuentran suficientes lectores y espectadores, que se podrían contar por miles. Vosotros veis a adolescentes echarse sobre este forraje de la mente y de la vista, con todo el ímpetu del bullir de las pasiones que se despiertan, veis a padres llevar y conducir a tales escenas, a muchachos y muchachas, en cuyos corazones tiernos y en cuyas pupilas, se imprimen en lugar de visiones inocentes y piadosas, imágenes fatales y ansias y deseos, que muy a menudo nunca desaparecerán.
¿Qué se debe pues pensar? ¿Que la naturaleza humana se halle universalmente depravada y que su avidez de escándalo, no tenga remedio? Ciertamente que no: en el corazón humano Dios ha puesto como fundamentos la bondad, la cual Satanás y la concupiscencia refrenada, asedian. Salvo una pequeña minoría, el pueblo no pediría diversiones malsanas, si no les fueran abiertamente presentadas o tal vez casi impuestas sorpresivamente. Por eso «contra la buena voluntad, la mala voluntad pugna», es de suma importancia entrar de frente en el campo, para defender la moral pública y social. No es una batalla de armas materiales y de sangre esparcida, sino un conflicto de pensamientos y de sentimientos, entre el bien y el mal. Es conveniente que todos aquellos, los cuales son muchos, unan todos sus esfuerzos y pongan todo su talento, para crear, promover una literatura, un teatro, un cinematógrafo, que sean educativos y sanos de conceptos y costumbres y al mismo tiempo, interesantes, verdaderas obras de arte. Los meritorios intelectuales que a esta empresa se dedican, Nosotros nunca los podremos alabar y animar suficientemente, como dignos apóstoles del bien. Es sin embargo evidente que la carga de este apostolado, no es para todas las espaldas.
¿Pero para los demás, no hay algo que les pueda convenir? ¿Pueden ellos permanecer sólo con la esperanza de que las atractivas, buenas y bellas obras, podrán universalmente hacer nacer y difundir invencible, el disgusto y el rechazo de todas estas torpezas? Sobre este punto, nadie debe ser tan ingenuo para hacerse ilusiones. ¿Entonces, ante los malvados que se aprovechan de las estampas, de las escenas, del chiste, del humorismo, se encuentran las personas de bien, desarmadas? Esto sería injusto y lo parecerá a cualquiera, que conozca y considere la laudable legislación que honra al país. A los ciudadanos respetables, a los padres de familia, a los educadores, queda abierto el camino para asegurar la aplicación y la sanción eficaz, que la ley provee con sólo delatar ante la autoridad civil y en el debido modo, denuncias basadas sobre el hecho, exactas en detalle, en personas, cosas y palabras, a fin de que lo que es presentado al público, sea impedido y reprimido.
El trabajo, no lo disimulamos, es inmenso, y variado; como inmenso, ofrece un gran campo para todas las buenas voluntades; como variado, se presta a todas las aptitudes. Pero su amplitud, que tiene que desanimar a los pusilánimes, sirve para inflamar mucho más, el ardor de las almas generosas (1).
Ahora examinemos más de cerca nuestro argumento, porque aún queda mucho que hacer y mucho que la Iglesia espera.
Siempre en aumento y más penetrantes, resuenan en el suelo europeo, aquí y allá, los gritos de socorro por las condiciones infelices de la familia y de la joven generación. Que la guerra haya tenido una gran parte de la culpa, es notorio. Ella es culpable sobre todo, de la violenta y funesta separación de millones de esposos y de familias, y de la destrucción de innumerables habitaciones.
Pero es igualmente cierto que la verdadera y propia causa de tan grandes males es aún más profunda. Ella debe ser buscada, en eso que con un término complaciente se llama materialismo, en la negación o al menos en el descuido y en el desprecio, de todo aquello que es religión, cristianismo, su misión a Dios y a su ley, vida futura y eternidad. Como un aliento pestilente, el materialismo pervierte todo el ser, y produce sus frutos más maléficos en el matrimonio, en la familia y en los jóvenes.
Se puede decir que el juicio unánime es que la moralidad de la juventud está en continuo decaimiento. Y no solamente de la juventud de la ciudad. También en la del campo, donde en un tiempo floreció una sana y robusta manera de vivir, la degradación moral es poco inferior y todo lo que en las ciudades empuja hacia el lujo y el placer, ha tenido entrada libre en las poblaciones pequeñas.
Es superfluo recordar cómo el radio y el cine, han sido usados y abusados para la difusión de ese materialismo y como los malos libros, la revista ilustrada licenciosa, el espectáculo irreverente, el baile inmoral, la inmodestia en las playas, han contribuido a aumentar la superficialidad, la mundanidad, la sensualidad de la juventud. Las noticias que llegan de las más diversas regiones, señalan estas ocasiones como centros de abandono moral y religioso, de parte de los jóvenes. Pero en primer lugar es responsable la disolución de los matrimonios, del cual el hundimiento moral de la juventud, puede ser marcado como indicio y funesta consecuencia. (2)
Nosotros nos preguntamos si los dirigentes de la industria cinematográfica, aprecian completamente el vasto poder que poseen, para influenciar la vida social en el interior de la familia o en más amplios grupos civiles.
Los ojos y los oídos, son como amplias avenidas que llegan directamente al alma del hombre, y las cuales quedan completamente abiertas, la mayoría de las veces sin obstáculo, en los espectadores de vuestras películas. ¿Qué es lo que hay en la pantalla, que pasa a los rincones de la mente donde se desarrolla el fondo del conocimiento y se plasman y afinan las normas y los motivos de conducta, que formarán el carácter definitivo de los jóvenes?
¿Y qué cosa hay que contribuya a darnos un ciudadano mejor, industrioso, observante de la ley, temeroso de Dios, y que sólo encuentra su gozo y recreación en el chiste y en la diversión?
San Pablo citó a Menandro, antiguo poeta griego, cuando escribió a sus fieles de la Iglesia de Corinto que «las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres». Lo que fue cierto en aquel entonces, no es menos verdadero hay, ya que la naturaleza humana cambia poco con los siglos. Y si es verdad como lo es, que la mala conversación corrompe la moral, ésta es más eficazmente corrompida, cuando dichas palabras van acompañadas por la acción representada vivamente, que contraviene a la ley de Dios y de la decencia civil. ¡Ah. la cantidad inmensa de bien que el cinematógrafo puede hacer! Es por esto que los espíritus maléficos, tan activos en este mundo, desean pervertir este instrumento para sus fines impíos; anima el saber que vuestro comité está consciente del peligro y más consciente aún, de sus graves responsabilidades ante la sociedad y ante Dios.
Corresponde a la opinión, sostener con todo corazón y efectivamente, todo esfuerzo legítimo dedicado por hombres de integridad y honor, para purificar las películas y mantenerlas limpias, para mejorarlas y aumentar su utilidad (3).
La moda y la modestia deberían siempre caminar juntas como dos hermanas, porque aun ambos vocablos tienen la misma etimología, vienen del latín modus, es decir, la medida correcta, más allá de la cual no puede encontrarse lo justo. ¡Pero la modestia ya no es nada! Semejante a esos pobres locos que habiendo perdido el instinto de la conservación y la noción del peligro, se arrojan al fuego o a los ríos, las almas femeninas olvidadizas, por ambiciosa vanidad de la modestia cristiana, van miserablemente al encuentro de los peligros, donde la pureza puede encontrar la muerte. Ellas están sujetas a la tiranía de la moda, aun inmodesta; ellas han perdido el concepto mismo del peligro y el instinto de la modestia. (4)
S.S, Pío XII
(1) Discurso a la Mujer Católica, 24 de febrero de 1942
(2) Discurso a las Mujeres de la Acción Católica, 24 de julio de 1949
(3) Discurso a los cineastas de Estados Unidos de America 14 de julio de 1945 (Traducido del ingles)
(4) Discurso a la Juventud de Acción Católica, 6 de octubre de 1940.
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