EL MISTERIO DE LA IGLESIA
Es el Misterio de la Iglesia
Es imposible que la huella de la Santísima Trinidad no esté presente en el Misterio de la Iglesia. El Padre por vía de generación intelectual engendra a Su Verbo, el Hijo, en una corriente de Caridad tan «fuerte» que, por vía de espiración recíproca entre el Padre y el Hijo, procede la Tercera Persona: el Espíritu Santo. Y esta Vida interna en el seno Trinitario fluye eternamente. Pero en las operaciones fuera (ad extra) de este Seno pleno de Vida eterna donde todo es inmutable, se manifiestan las Personas apropiándose una obra en particular. Así el Padre crea, aunque inseparablemente unido a las otras Dos Personas, pues la Esencia es Una y Única, el Hijo se encarna y el Espíritu Santo genera hijos de Dios: Ángeles y hombres para hacerlos partícipes de su misma Vida, por un puro «estallido» hacia afuera de Caridad desbordante y sobrenatural. Y crea el tiempo.
El Misterio de la Iglesia es un presente eterno en la Mente divina asociada especialmente al Hijo. Aquí ya descubrimos que la Iglesia está unida inseparablemente al decreto de predestinación del Verbo Encarnado, Primer pensamiento de la Trinidad ad extra. Todo lo que Dios ha realizado en el tiempo necesariamente estuvo presente desde toda la eternidad en sus designios. Al hacer la Creación ya estaba en Dios la intención de participar Su Vida a los hombres mediante una institución unida inseparablemente al Hijo Encarnado. Como Dios es Cabeza de Cristo (I Cor. II,3) Cristo es Cabeza de la Iglesia (Ef. V,23). Por tanto, por debajo del Misterio de la sociedad divina entre el Padre y el Hijo, hay declarado otro Misterio en el que se muestran las dos Jerarquías en la misión del Hijo: la Encarnación y la creación de la Iglesia.
Toda la Iglesia está en Él, y la lleva toda al seno de Su Padre (Sn.Jn. XVII,24). Desde la creación de la Iglesia en el tiempo, presente en la eternidad asociada al Hijo, el Padre cuando ve a Su Hijo, ve en Él a toda la Iglesia que le está inseparablemente unida a Su Sagrada Humanidad. El Verbo, luego de su Encarnación, al volver al seno del Padre no vuelve sólo, sino que con Él lleva a toda la Iglesia a Él unida. La Iglesia es un Misterio de Fe que penetra el seno Trinitario, por eso decía San Epifanio que “la Iglesia Católica es el comienzo y la razón de todas las cosas”, y cuando Ella misma declara que “fuera de Ella no hay salvación” está declarando infaliblemente que es el corolario de la Voluntad de Dios sobre los hombres. Ninguna institución humana está preñada de sobrenaturalidad, todas fenecen, solo la Iglesia llega a la eternidad.
Dice el Evangelio que Jesucristo no hace nada que no haya visto hacer al Padre, “Yo hago las obras de mi Padre”, entonces la institución de la Iglesia, tal y como la pensó y quiso que fuera, llega a las cumbres de lo perfecto. Nada hay que quitar, nada hay que agregar. Es trascendente. Nada hay superfluo. Todo o que Padre quiso que fuera, el Hijo lo hizo.
Salteándonos otras realidades nos centramos ahora en la constitución de esta Iglesia querida por el Padre, creada por el Hijo y cuya alma es el Espíritu Santo. Podríamos decir que, junto con el Hijo, “es el misterio escondido en Dios”, como dice San Pablo, porque todo el Verbo está en la Iglesia y toda la Iglesia está en el Verbo, antes, en las entrañas arcanas de la eternidad en Dios, después de la Encarnación unida a Él inseparablemente, de manera que ninguna creatura tiene poder ni capacidad de alterar lo que fue pensado y querido y realizado por el Verbo. Es un Misterio inefable que tiene su Historia en el tiempo: “Tú eres Pedro, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”, es la Iglesia del Verbo la que quiere “edificar” sobre una base sólida y permanente, concediendo eficazmente a esta base del edificio una robustez que roza con la inmutabilidad divina. Imposible que sea derribada, tanto como que Dios dejara de ser. Pero siendo una Sociedad entre lo divino y lo humano, su constitución está afirmada en lo humano al modo divino, para que los hombres, por Ella, pudieran alcanzar a contemplar, en el Verbo y por el Verbo, la esencia divina y ser colmados de una felicidad imperdible y eterna. Por eso el Verbo Encarnado es “la Puerta”, y “no ha sido dado otro Nombre por el que podamos ser salvados”, ni existe otro “Camino” para llegar a la “Verdad” que creer en el Hijo, pues “nadie va al Padre sino por Mí” le revelará a los Apóstoles, y en una oportunidad uno de sus discípulos le pregunta “Maestro, ¿Dónde moras?”, y de a poco, les irá revelando el Misterio Trinitario y cómo serán ellos columnas, pero a sólo uno de entre ellos lo escoge para unírselo como ”fundamento “ de lo que estaba por hacer en Su Iglesia. Pero Jesucristo no es un concepto intelectual, es un ser histórico, es una de las Personas divinas que asumiendo una naturaleza humana completa “caminó entre los hombres”, revelando a los humildes los Misterios de Dios, pero como ”vino a lo suyo y los suyos no lo recibieron” escoge hombres comunes para elevarlos a las realidades sobrenaturales y con los cuales fundará Su Iglesia, para “confundir a lo que cuenta”, y luego de Resucitado les dirá “recibiréis, sí, potestad cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo; y seréis mis testigos…hasta los extremos de la tierra” (Hechos I,8) , porque “quien no nace de lo Alto no puede ver el Reino de Dios”, le anticipó a Nicodemo. Y esta verdad es para todos los siglos, por eso que la Iglesia es la continuidad, como Cuerpo Místico, de la Voluntad de Dios revelada por el Verbo: Aquel jueves Santo después de la última Cena con los Apóstoles, Jesucristo dice: “La vida eterna es que te conozcan a Ti, solo Dios verdadero, y a tu Enviado Jesucristo. Yo te he glorificado a Ti sobre la tierra DANDO ACABAMIENTO A LA OBRA QUE ME CONFIASTE PARA REALIZAR” (Sn.Jn. XVII, 3-4). Y esta “obra” es la Iglesia. Y luego de Resucitado durante el tiempo que media hasta Su Ascensión a la diestra del Padre, “los fue instruyendo” (Hechos I, 2) … Y consuma esta enseñanza anunciando que la Iglesia está asociada a la comunicación que tiene Él con el Padre.
Por esta razón la Iglesia siempre es la misma, sin sombra de alteración, porque es la “Obra” del Hijo de Dios, y así llegará hasta la consumación de los siglos. Aquello que constituye el Misterio de la Iglesia es una extensión y una comunicación de la sociedad divina y de las relaciones que existen en el Seno Trinitario. Por eso anuncia solemnemente que “las puertas del Infierno no tienen poder sobre Ella”. Nada ajeno a su esencia la puede “tocar”.
A san Juan, el Águila Visionaria, le revelará Jesucristo la Historia en el transcurso de los tiempos de la Iglesia que ha fundado, y en el Apocalipsis está representado por el primer septenario: la Siete Iglesias, y en cada una de ellas muestra de manera profética los avatares de esta “Arca” a la que los océanos de los tiempos no podrán hundir.
Le revela “las cosas que han de suceder pronto”, y este “pronto” anuncia que tiene carácter histórico, no es una metáfora ni una alegoría. La Iglesia sin desmoronarse jamás ha atravesado las edades hasta llegar a la nuestra, que San Juan la denomina “Filadelfia”, donde profetiza una “gran prueba” y habla de un “resto fiel”, “débil” , pero que permanece fiel sin corromperse con las abominaciones de la Ramera, la que eclipsa a la Esposa, pero reconocida por “católica” oficialmente, gracias al trabajo de disolvencia que ha ejercido sobre los moradores de la tierra, mediante la propaganda y el embaucamiento seductor del Falso Profeta. Es el desarrollo final del Misterio de Iniquidad cuya culminación será la aparición del Anticristo, un poseso satánico con pretensiones de recibir culto de latría. Pero antes, dice San Pablo, “antes” de la aparición del Inicuo ha de haber una Apostasía generalizada, capaz de hacer perder a los elegidos, dice Jesucristo, si le fuera dado hacerlo.
Históricamente nosotros estamos situados en este período de la Iglesia “débil”, en el que las Llaves han vuelto a Cristo, que es lo que se denomina Sede vacante. La Iglesia Católica ha necesitado replegarse para mantener la Fe, pues su Cabeza Visible no está. Pero, por más largo que sea el interregno, no se constituye en estado permanente, pues NECESITA de su Cabeza, para que Jesucristo a través de Su Vicario, la siga instruyendo, confirmando y rigiendo. La Iglesia, durante los siglos, ha elaborado Leyes y Doctrina para que los hombres de todos los tiempos pudieran saber cómo actuar en todos los tiempos. No hay nada que inventar. No hay nada que agregar a la Obra del Verbo, tan sólo aplicar esa Doctrina y esas Leyes. La misma Iglesia PUEDE proveer, como lo ha hecho siempre, de un Sumo Pontífice. Y lo DEBE hacer. Las circunstancias actuales son inéditas, pero Dios es el mismo, no cambia, y la Iglesia sigue siendo la misma, por tanto, los fieles católicos –sean Obispos, Sacerdotes y Fieles- que han permanecido en la Fe y no se han contaminado con las “abominaciones” de la Ramera son los que TIENEN que dar a la Iglesia Su Cabeza, sin más dilaciones.
Estamos abocados a ello, rogamos a Dios, para que no nos deje caer en la tentación de dormirnos en esta Pasión de la Iglesia. La fidelidad tiene prometida una corona. Nobleza obliga.
Simón del Temple
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