Primado o la Cabeza de la Iglesia Universal y su gobierno

El Vicario de Cristo

Por Simón del Temple

Es Jesucristo el principio de vida de la Iglesia fundada en el tiempo, pero unida desde la eternidad en el decreto de predestinación del Verbo Encarnado. Todo en Ella depende de Él y en todo lo que Ella obra, lo obra Él, y siendo, como ciertamente es, la Cabeza, tiene la autoridad como Hijo de Dios Encarnado y sus decisiones son inamovibles pues son expresión de Una Persona divina que, en cuanto Dios, no existe distinción de Esencia, por tanto, la Voluntad del Hijo es la del Padre, porque “el Padre y Yo somos uno” revela Jesucristo.

Así como la inmutabilidad es un atributo de la Esencia divina, del mismo modo, la Iglesia fundada por Él siempre es la misma, no puede cambiar porque es “Una” en esencia, del mismo modo que la Esencia divina es Una.  Por eso Jesucristo es “la Piedra” como expresa San Pablo (I Cor. 10.4), “Piedra angular” como lo llama San Pedro (I 2-6), es el fundamento donde se apoya la Iglesia como en base sólida e inamovible para todos los tiempos.

Pero en los Designios divinos no estaba que el Verbo Encarnado permaneciera visible hasta la consumación de los siglos, por eso que antes de padecer Su Pasión sienta los fundamentos de Su Iglesia, y luego de Resucitado confirma en sus cargos a San Pedro y a los Apóstoles.

Razón por la cual nos muestra que no era suficiente su Presencia invisible en la Eucaristía y en la perpetuidad del Santo Sacrificio, hacía falta un instrumento a través del cual Él mismo hablase, rigiera y confirmara. Y así como Su Sagrada Humanidad es el instrumento unido a Su Divinidad para obrar lo que obró: la fundación de la Iglesia y la Redención; de la misma manera era necesario asociarse a Él mismo un Vicario, por medio del cual hablara, rigiera y confirmara en la Iglesia. No dejó cabos sueltos. Todo fue pensado y querido desde la eternidad y realizado en el tiempo. Y “todo lo ha hecho bien” dicen los Evangelios, nada dejó librado a las circunstancias o a los vaivenes del tiempo, por eso concedió a la Iglesia un signo manifiesto y eficaz de Su Presencia. De este modo permaneciendo a la diestra del Padre preside todo lo que se hace en este Cuerpo y lo somete visiblemente a su acción, por eso esta maravilla es la institución del Primado en Su Vicario, que, ejerciendo infaliblemente Su acción en la Iglesia a través de él, ha querido que fuera Su instrumento inseparable por quien mostrara Su acción, en Su Cuerpo Visible, por una Cabeza Visible, independientemente del resto de los Apóstoles: “Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”. Este poder conferido después de la Resurrección es el mismo de Jesucristo: cabeza, principio, fuente y soberano del Episcopado y de los cristianos todos. Las ovejas de Pedro son las ovejas de Cristo.

Jesucristo anuncia desde el principio de su vida pública este gran designio escondido en los arcanos eternos de la Mente divina: “Tú te llamarás Kefas (que quiere decir “piedra”), le da un nombre a Pedro y una prerrogativa que no convienen sino al mismo Cristo, porque “tú eres Pedro y sobre esta piedra (QUE ERES TÚ), edificaré mi Iglesia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella” (S. Mt XVI, 18), pero la “Piedra” es Cristo, por eso lo une a El mismo como fundamento y “piedra “de Su Iglesia, de modo que no hay dos Cabezas, sino una.

La propiedad que tiene el fundamento es la de comunicar firmeza, de manera que nada en el Cuerpo Místico de Cristo reciba de otra parte la firmeza sino de la piedra donde está apoyado y que quien es piedra fundamental no reciba esa firmeza de ninguna otra “piedra” que no sea el mismo Jesucristo. Pero teniendo en claro que la firmeza del Cuerpo depende de la de la Cabeza, pues la gracia que se le otorga a Pedro: su infalible firmeza en la Fe, comunicada por él al Cuerpo, será la firmeza de todo el Cuerpo. Los Apóstoles o los Obispos sólo son confirmados por él, y sin él nada son y nada tienen, apartados de Pedro son salteadores del rebaño, son “sarmientos cortados de la Vid”, ramas muertas incapaces de transmitir la Vida divina, porque estando unido a Jesucristo Pedro es el Sumo Sacerdote. La comunión con esta Cabeza es de tal necesidad que “quien no siembra con él, desparrama” errores y herejías. Sólo a él nadie tiene el derecho de juzgar.

Vale decir que, la autoridad, la jurisdicción universal inmediata que posee el Soberano de este Cuerpo, el poder de “atar y desatar” en la tierra y en el cielo, el poder de confirmar al resto, tanto clero como fieles, no proviene de un consenso común, sino exclusivamente de Jesucristo, ya que el elegido por la Iglesia en el momento de haber aceptado el cargo de Pastor Supremo Visible de la Iglesia, es “revestido con el poder de lo Alto”, no debiendo nada a nadie sino a sólo Dios.

Ya deberíamos extraer una pequeña pero esplendente conclusión:

La Iglesia Católica tiene como fundamento sólido e inamovible la Voluntad eficaz de Jesucristo de constituir a Pedro como Cabeza asociado a Él, de modo que no hay dos cabezas sino Una: Pedro es Cristo Visible unido a Cristo Resucitado e Invisible que habla, es fundamento, gobierna y decreta por medio de Pedro. No hay dos Iglesias, no hay dos Cabezas. Por eso la Iglesia Militante no puede estar –y no lo ha estado nunca, salvo en los períodos cortos o largos de interregno a la espera de un nuevo sucesor de Pedro- sin Cabeza Visible porque estaría faltando el fundamento, la fuente de donde dimana toda autoridad, el principio de unidad, en fin, aquel que lo hace Visible a Cristo en el trono de Pedro. La vacancia en la Sede de Pedro nunca puede constituirse en estado permanente de ausencia, pues ya no sería la Iglesia de Cristo. Pedro y sus sucesores, de este modo, son NECESARIOS para que Jesucristo esté en la Iglesia, porque donde está Pedro está la Iglesia y donde está la Iglesia está Cristo.

La actual situación de vacancia por apostasía -continua y transmitida- ha hecho que los actuales jerarcas de la Ramera o secta conciliar desde Roncalli a Bergoglio, no sean otra cosa que saqueadores, mercenarios y propagadores de la abominación en los lugares santos. Razón por la cual –al separarse deliberada y pertinazmente de la Fe-, han perdido los cargos –si es que alguna vez los han tenido- y la jurisdicción sobre los fieles católicos, y son los fieles católicos, aquellos que no se han apartado de la Iglesia sobre los que recae el DEBER “sagrado y urgente” de proveer a la Iglesia un legítimo Sumo Pontífice Sucesor de San Pedro.

Porque:

Tiene en el gobierno de la Iglesia –debido a su institución de Vicario- toda la autoridad de Jesucristo sin limitación. Dice el II Concilio de Florencia: “Es el verdadero Vicario de Cristo, cabeza de toda la Iglesia” (1439).

Ratifico:

No es una Cabeza intermedia entre Jesucristo y el Episcopado. Es, con Jesucristo, por encima del Episcopado una misma Cabeza, un mismo Doctor, un mismo Legislador y un mismo Pontífice. Es Jesucristo hecho visible, hablando y obrando a la Iglesia por Su Vicario, el instrumento que se ha elegido, pues todo lo que obra y declara lo hace mediante Su Vicario, y gobierna toda la Iglesia, clero y fieles, por él. No son los Obispos quienes tienen la autoridad suprema en el Cuerpo de Cristo, esta es una prerrogativa solamente dada a Pedro y que pertenece a Pedro exclusivamente, siendo él la fuente de donde brota toda la autoridad de los Obispos, al punto que “sin Pedro son muchedumbre confusa y perturbada” (León XIII).

Sigamos

No obstante, esta prerrogativa única, el Vicario tiene sus límites, “pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo, para que, por revelación suya, manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la Fe” (Constitución Pastor aeternus).

Lo que constituye a Pedro en la Roca firme de la Iglesia es una formalidad sobrenatural inherente al cargo que ocupa, no es la santidad personal lo que lo hace indefectible en la confesión y enseñanza del Depósito que Jesucristo le ha confiado, sino la oración de Cristo como causa eficaz: “He rezado por ti para que tu Fe no desfallezca”.

Por tanto, hay que decir que el Papa en cuanto Papa no puede y le es imposible dejar a un lado esta formalidad suya propia, y esto le es tan propio e inherente que es Papa cuando cabalga, o cuando duerme, o cuando come o camina. La formalidad “papal” no es un añadido que se pueda quitar como un vestido, de manera que a veces es Papa y a veces no. Y como su Fe es indeficiente, no por méritos propios, sino, como dijimos, debido a la oración eficaz de Cristo que produce siempre este efecto, siempre es el Maestro Infalible porque es la Piedra basal del Cuerpo Místico de Cristo.

De este modo se equivocan y se apartan de la Doctrina los que sostienen que en Pedro pueda haber distinción de materia y forma al punto que pueda aparecer como un Papa desviado de la Fe: sólo sería “materialmente “Papa –lo cual contradeciría la Promesa de indefectibilidad de Cristo sobre él-  pues no teniendo la formalidad que lo constituye en Principio y Fundamento de la Fe de la Iglesia, no sería un Papa “completo”. Pero esta distinción puramente conceptual es un error filosófico que separa la materia de la forma, sosteniendo que algo puede ser y no ser al mismo tiempo. En este caso el Papa sería Papa y no Papa al mismo tiempo. Esto es una aberración racional que contradice el principio de no contradicción, y una monstruosidad teológica. Lo más grave es que como nunca podríamos saber si es verdadero o falso, la Iglesia no podría ser faro de luz siempre, sino que a veces las tinieblas podrían oscurecerla, entonces sería cierto que “el humo de Satanás entró por los resquicios de la Iglesia” como sostuvo el antipapa Montini. Y si pudiera ser así la Promesa de Cristo hubiera fallado, y Cristo no sería Dios, y Su Iglesia no sería Maestra de la Verdad, y los cristianos sin tener un Maestro Infalible no sabríamos a quién recurrir, pues este delirio cortaría la posibilidad que en la silla de Pedro se sentara un Papa formal y materialmente Papa, legítimo sucesor de San Pedro y con todas las prerrogativas inherentes a él otorgadas por Cristo sólo a él. ¿Cuándo se cortaría la cadena de “Papas-no Papas”? Nunca. Esto cierra las puertas a la elección de un verdadero Pontífice, y co-existirían siempre en un mismo Cuerpo la Esposa y la Ramera. Las consecuencias de este delirio no pueden ser más que desastrosas.

Pero al faltar el Maestro Infalible, han surgido maestrillos a granel, cada uno con su concepción de “Iglesia” como tantos maestrillos hay. Para algunos la imposibilidad de elegir un sucesor de San Pedro ha ido tan lejos que creen –en la práctica- que la autoridad suprema en la Iglesia la tiene el Cuerpo Episcopal, entonces juzgan innecesario trabajar para una elección que acabe la vacancia de la Sede, con lo cual sostienen que la Piedra donde se sustenta la Iglesia no es necesaria. El resultado lógico es que cada Uno de esos Obispos actúa como si tuviera –cada uno- las prerrogativas de Pedro. Forman parte de los “acéfalos”, es decir de los que NO QUIEREN que en la Iglesia haya un verdadero Papa a quien deban sujetarse y someter los cargos que nadie les confirió. Arguyen excusas y no subordinan sus mentes a la Fe verdadera.

Otros hay que como no hacen la distinción entre Ramera y Esposa, “reconocen” al hereje como teniendo autoridad en la Iglesia, pero como lo juzgan “hereje” o “desviado” no sujetan su “autoridad” al que creen que es Papa legítimo y se “resisten” a sus mandatos, por tanto “cojean para ambos lados” como decía el Profeta Elías de los falsos profetas. Ellos, no obstante, “reconocen” al que juzgan “desviado”, alejándose del Dogma que obliga a “no juzgar la Sede Romana”, ni de “apartarse del hereje” y se dan a ellos mismos los recursos que creen justos, según su arbitrio y parecer, para “resistir” al que sin embargo consideran con autoridad legítima. Estos además de constituir un cisma, también impiden la posibilidad que en la Iglesia Católica haya un verdadero Papa sucesor de San Pedro.

Por tanto y para finalizar, concluimos que en estos cruciales momentos en los que está en juego el honor y la gloria de Dios, el bien de la Iglesia y la salvación de las almas, se deben utilizar los medios -Doctrina y Leyes- que nunca han faltado en la Iglesia para suprimir de raíz estos males que impiden la elección de un Pastor Supremo, y que por tanto la posición que sustentamos es la única católica para hacer esta guerra a la que nos llama el Verbo de Dios, la vacancia de la Sede NO ES permanente y la Iglesia misma PUEDE Y DEBE proveer un Sumo Pontífice, declarando oficialmente a través de los clérigos y fieles católicos la vacancia y trabajar para una próxima elección, porque ya es tiempo que la Cabeza Visible de la Iglesia aglutine a las ovejas y a los corderos de Cristo en un solo rebaño.

A este combate nos comprometemos, nos vaya en ello la fama y la vida, porque creemos en Aquel que dijo que “las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia”.

“¿A quién iremos, Señor?. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.