Los Principios de la Literatura Antiherética.
La Iglesia se valió de dos medios para hacer frente al peligro que venía de la propaganda gnóstica. Las autoridades eclesiásticas reaccionaron excomulgando a los heresiarcas y a sus secuaces y publicando cartas pastorales para poner en guardia a los fieles. Este procedimiento defensivo vióse eficazmente apoyado por los escritores teólogos, que se encargaron de exponer los errores de los herejes explicando la verdadera doctrina de la Iglesia a la luz de la Escritura y de la Tradición. Se creó así la literatura antiherética, de la que restan actualmente muy pocos tratados.
1. Escritos Episcopales del Siglo Secundo Contra las Herejías y los Cismas.
Sotero (166-174).
Eusebio (Hist. eccl. 4,23,9-10) nos ha conservado un fragmento de una carta del obispo Dionisio de Corinto dirigida al papa Sotero (166-174). Su texto dice así:
Ha sido vuestra costumbre, desde el principio, hacer bien de diferentes maneras a todos los hermanos y de enviar socorros a las muchas iglesias que hay en cada ciudad. Así aliviáis la miseria de los indigentes y proveéis a las necesidades de los hermanos que están en las minas mediante los recursos que habéis mandado desde un principio. Romanos, conserváis la costumbre heredada de vuestros mayores, como verdaderos romanos que sois. Vuestro bienaventurado obispo, Sotero, no solamente la ha continuado, sino que la ha incrementado aún, procurando en abundancia los auxilios enviados a los santos y consolando con felices palabras a los hermanos que van a Roma, a la manera de un padre amante de sus hijos.
Del pasaje que sigue (Hist. eccl. 4,23,11) es manifiesto que el papa Sotero escribió a los cristianos de Corinto una carta acompañada de limosnas. Ya examinamos más arriba (p.62) la opinión de A. Harnack, que identifica esta carta con la Segunda Epístola de Clemente. Según el Praedestinatus (1,26), Sotero habría escrito también una obra contra los montañistas, pero este testimonio no merece ningún crédito.
Eleuterio (174-189).
Estudios recientes han demostrado que fue Eleuterio, y no Solero, quien condenó por vez primera la herejía montañista en una declaración escrita. Las Auctoritates de que habla Tertuliano (Adv. Prax. 1) parece que se refieren a este documento. Eusebio afirma (Hist. eccl. 5,3,44,2 y 5,1,2-3) que en 177 ó 178 el papa Eleuterio recibió a Ireneo, quien le entregó dos cartas sobre el montañismo. La primera era de la comunidad cristiana de Lión; la segunda, de los mártires de Lión. Parece que ambas cartas abogaban por que los montañistas fueran trátalos con más suavidad.
Víctor I (189-198).
Víctor escribió varias epístolas sobre la controversia pascual; son importantes para la historia del Primado romano (Eusebio, Hist. eccl. 5,23-25). San Jerónimo (De viris ill. 34) parece referirse a estas cartas, cuando dice que Víctor compuso “super quaestione paschae et alia quaedam opuscula.” Víctor debe de ser, además, autor de otro documento, ya que, según Eusebio (Hist. eccl. 5,28,6-9), excomulgó a Teodoto, el zurrador de Bizancio, que enseñaba que Jesucristo fue un hombre como todos los demás, a excepción de su nacimiento milagroso, y que no llegó a ser Dios sino después de su resurrección. Es muy dudoso que Víctor fuera el primer autor eclesiástico que escribió en latín, como afirma Jerónimo (De viris ill. 53).
Ceferino (198-217).
Optato de Milevi (Contra Parm. 1,9) dice que Ceferino defendió en sus escritos la fe católica contra los herejes. Como no tenemos otra autoridad que confirme esta aserción, la duda subsiste. Hipólito de Roma refiere, no obstante, que Ceferino una definición contra la doctrina de Sabelio, en la cual declaraba: “Conozco solamente a un Dios, Jesucristo, y fuera “no hay otro que fuera engendrado y que pudiera sufrir” (Hipólito, Ref. 9,11,3). A. Harnack llama a esta declaración “la más antigua definición dogmática de un obispo de Roma, que conocemos en su texto.” La interpreta haciendo del Papa un modalista que no conoce a Dios Padre y que predica a Jesucristo como el único Dios de los cristianos. Pero su interpretación no es justa. Ceferino llama a Jesucristo “el Dios engendrado,” lo que supone que admitía al “Dios que engendra,” que no puede ser el mismo que el engendrado.
Dionisio de Corinto.
Entre los obispos no romanos, Dionisio de Corinto es un escritor prominente. Escribió una carta al papa Sotero hacia el año 170. Eusebio (Hist. eccl. 4,23) da un resumen de ocho cartas suyas. Como no queda ningún escrito de Dionisio, la relación de Eusebio es de sumo interés. Dice así:
Respecto de Dionisio, lo primero que hay eme decir es que fue elegido para la sede episcopal de Corinto y que no sólo hizo generosamente partícipes de su actividad divina a los que le estaban sometidos, sino también a los de países extraños. Se hizo muy útil a todos por las cartas católicas que escribió a las iglesias. Una de ellas, la primera, a los Lacedemonios, es una catequesis de ortodoxia y trata sobre la paz y la unidad. La epístola a los Atenienses es una exhortación a la fe y a vivir según el Evangelio, y les reprende por haberla descuidado y por haber abandonado, o poco menos, la palabra (de Cristo), desde que su jefe Publio sufrió martirio durante las persecuciones que sobrevinieron entonces. Recuerda que, después del martirio de Publio, fue nombrado obispo Cuadrato y da fe de que con su celo ha conseguido reagrupar a los fieles y reavivar su fe. Dice, además, que Dionisio Areopagita fue convertido a la fe por San Pablo, tal como lo narran los Hechos, y que fue el primero en recibir el episcopado de la iglesia de Atenas.
Queda también otra carta suya a los de Nicomedia, en la que combate la herejía de Marción y la compara con la regla de la verdad. También escribió a la iglesia que peregrina en Cortina juntamente con las otras iglesias de Creta, y felicita a su obispo Felipe porque la iglesia que está a su cargo ha dado testimonio con un gran número de buenas acciones y le recuerda que se guarden de la perversión de los herejes. En carta que escribió a la iglesia que está en Amastris al mismo tiempo que a las iglesias del Ponto recuerda que le han de terminado a escribir Baquílides y Elpisto; propone algunas interpretaciones de las divinas Escrituras y señala que su obispo se llama Palmas; les da muchos consejos sobre el matrimonio y la castidad, y les ordena reciban a todos los que se convierten de cualquier caída, ya se trate de una falta de negligencia o del pecado de herejía.
Añádese a esta lista otra, carta a los habitantes de Gnosos, en la que exhorta a Pinito, obispo de aquella iglesia, a no imponer a los hermanos como obligación la carga pesada de la continencia y que tenga en consideración la flaqueza de muchos…
Existe todavía otra epístola de Dionisio a los Romanos, dirigida a Solero, que entonces era su obispo. Lo mejor que podemos hacer con esta carta es citar las expresiones con que aprueba la costumbre de los romanos, practicada hasta la persecución ocurrida en nuestros días (cf. p. 268).
En esta misma carta menciona también la misiva de Clemente a los Corintios, y demuestra que desde muy atrás, según una antigua costumbre, se lee en la asamblea (de los fieles). Dice, en efecto: “Hoy hemos celebrado el santo día del Señor y hemos leído vuestra carta, que la conservamos siempre para leerla de vez en cuando como una advertencia, igual que la primera carta que nos escribió Clemente…”
A más de todas éstas, existe aún otra epístola de Dionisio a Crisófora, una hermana muy fiel. En ella le escribe de acuerdo con su situación y le da el alimento espiritual que le conviene. Esto es lo que hay sobre Dionisio
Como se echa de ver por este pasaje, parece casi cierto que cartas de Dionisio, excepto la última, fueron reunidas en un volumen, tal vez mientras vivía él. Eusebio las debió de conocer en esta forma. Las cartas de Dionisio a las diferentes comunidades cristianas gozaron de universal estima, pues él mismo dice que los herejes trataron de falsificarlas:
He escrito las cartas que me pidieron los hermanos que escribiera. Los apóstoles del diablo las han llenado de cizaña, quitando algunas cosas y añadiendo otras. Pero sobre ellos se cierne la maldición. No es, pues, de maravillar que algunos hayan intentado falsificar las mismas escrituras del Señor, cuando la han tramado contra escritos menos importantes (Eusebio, Hist. eccl 4,23,12).
Los herejes a que alude deben de ser los discípulos de Marción y Montano, puesto que en la tercera carta dirigida a los Nicomedia refutó la herejía de Marción, y en la carta a los cristianos de Amastris y de Gnosos trató de problemas planteados por el movimiento montanista.
Pinito De Gnosos.
Una de las cartas del obispo Dionisio de Corinto iba dirigida a Pinito de Gnosos de Creta. La respuesta de éste fue evidentemente incorporada a la colección de cartas de Dionisio. Después de haber mencionado la carta de Dionisio a Pinito. Eusebio continúa:
A esta carta, Pinito respondió que admiraba y alababa a Dionisio, pero le exhortaba, a su vez, a que tuviera a bien proporcionar un alimento más sólido, para nutrir al pueblo que dirigía con escritos más perfectos, a fin de que sus fieles, alimentados con palabras que parecen de leche, no se den cuenta al final que han envejecido en un modo de vivir propio de niños. En esta carta se pone de manifiesto, como en el cuadro más perfecto, la ortodoxia de Pinito en materia de fe, su preocupación por el bien de los que le estaban encomendados, su erudición e inteligencia de las cosas divinas (Eusebio, Hist. eccl. 4,23,8).
San Jerónimo cita a Pinito en su De viris illustribus 28.
Serapión de Antioquia.
Serapión fue el octavo obispo de Antioquía. Su episcopado coincide, más o menos, con el reinado de Septimio Severo. Su carta a Poncio y a Carico trata de la herejía montañista, y afirma que “la llamada nueva profecía de este orden falso es abominada en toda la cristiandad, en el mundo entero” (Eusebio, Hist. eccl. 5,19,2). Otra carta iba dirigida a la comunidad de Rhossos en Cilicia, en la costa siria del golfo de Issos. Eusebio cita un pasaje de esta carta (Hist. eccl. 6,12-3-6), que trata del evangelio apócrifo de San Pedro:
En cuanto a nosotros, hermanos, recibimos a Pedro y a los demás Apóstoles como a Cristo. Pero rechazamos los escritos que circulan falsamente bajo su nombre, como hombres experimentados que sabemos que tales escritos no nos han sido transmitidos por tradición. Cuando estuve entre vosotros, yo me figuré que todos profesabais la fe verdadera; y sin haber leído el evangelio que presentaban ellos bajo el nombre de Pedro, dije: “Si es éste el único motivo que parece causar disensiones entre vosotros, que se lea.” Pero ahora sé, por lo que me han dicho, que su mente se escondía en algún repliegue de herejía. Por eso procuraré volver a vosotros. Esperadme, pues, pronto. Pero nosotros, hermanos, comprendiendo a qué clase de herejía pertenecía Marciano, pues con la ayuda de otras personas que habían practicado este mismo evangelio, es decir, con la ayuda de los sucesores de los que lo pusieron en circulación, a quienes llamamos docetas (porque la mayor parte de las ideas pertenece a su doctrina), hemos podido hacernos con el libro que ellos nos prestaron, revisarlo y descubrir que, si bien la mayor parte está, efectivamente, de acuerdo con la doctrina verdadera del Salvador, han sido añadidas algunas cosas, que hemos anotado para vosotros.
Es interesante notar que un gran fragmento de este evangelio, descubierto en Akhmim en 1886, concuerda exactamente con la descripción de Serapión. En conjunto es ortodoxo, pero a en algunas partes contiene ideas extrañas. (Para la fecha y ediciones de este evangelio, cf. supra p. 117s).
Eusebio conoció también una tercera carta de Serapión dirigida a un tal Domnus “que se había apartado de la fe de Cristo, durante el tiempo de persecución, para adoptar el culto judío” (Hist. eccl. 6,12,1). Eusebio añade que probablemente existían otros escritos de Serapión en manos de otras personas.
2. La Refutación Teológica de las Herejías.
Había que anular la influencia de las doctrinas heréticas sobre los miembros de la Iglesia. Para ello la refutación teológica se propuso dos objetivos: poner de manifiesto sus errores y exponer correctamente las enseñanzas de los Apóstoles y de sus sucesores legítimamente nombrados acerca de Dios, de la creación del mundo y del hombre, de la encarnación y de la redención. Durante esta campaña se escribieron muchos tratados, pero se han perdido en su mayor parte. De muchas obras antignósticas del siglo II y de sus autores sabemos solamente lo que Eusebio nos dice en su Historia eclesiástica. Menciona dos escritos antignósticos del obispo Teófilo de Antioquía, uno contra Hermógenes y otro contra Marción (4,24). El obispo Felipe de Cortina compuso un “excelente tratado contra Marción” (4,25), y Rodón, contra Marción y Apeles (5,13); Máximo estudió el problema del mal y de la creación de la materia (5,27). Musano refutó a los encratitas (4,28). También fueron escritos contra las herejías gnósticas los tratados de Cándido y Apión sobre el Génesis, el de Sexto sobre la resurrección y el de Heráclito “sobre el Apóstol,” mencionados por Eusebio (5,27). Pero todos estos tratados han desaparecido. Solamente poseemos unos fragmentos de las obras de Hegesipo.
Hegesipo.
Hegesipo nació en Oriente. Eusebio (Hist. eccl. 4,22,8) refiere que hizo algunos “extractos del Evangelio según los Hebreos y del evangelio siríaco y particularmente de la lengua hebrea, mostrando así que se había convertido del judaísmo; y menciona aún otros detalles como provenientes de una tradición judía no escrita.”
Hay razones para creer que fue un judío helenista. Emprendió un viaje que le llevó a Corinto y a Roma. De ese viaje nos ofrece el siguiente relato: “Y la iglesia de los corintios permaneció en la verdadera doctrina hasta que Primo fue obispo de Corinto. Hablé con ellos cuando navegaba hacia Roma y pasé con los corintios unos días, durante los cuales quedamos reconfortados con su ortodoxia. Llegado a Roma, hice una sucesión hasta Aniceto, cuyo diácono era Eleuterio; Solero sucedió a Aniceto y después de él vino Eleuterio. En cada sucesión y en cada ciudad todo está tal como lo predican la ley, los profetas y el Señor” (Eusebio, Hist. eccl. 4,22,2-3).
Hegesipo, pues, visitó Roma durante el pontificado de Aniceto (154-165) y permaneció allí hasta el tiempo del papa Eleuterio (174-189). El motivo de su viaje fue la difusión alarmante de la herejía gnóstica. Su intención era recoger información sobre la verdadera doctrina de algunas de las iglesias más principales y, sobre todo, escuchar la doctrina de Roma. A su regreso al Oriente publicó un relato de su viaje en sus “memorias.” Esta obra, que se ha perdido, comprendía cinco libros. Era una polémica contra el gnosticismo. Eusebio, que ha conservado algunos fragmentos, atestigua (ibid. 4,7,15-8,2) el carácter polémico de esta obra con las siguientes palabras: “En el tiempo de que estamos hablando, la verdad suscitó numerosos defensores, que lucharon contra las herejías ateas no sólo por medio de refutaciones orales, sino también con demostraciones escritas. Entre éstos sobresalio Hegesipo, de cuyas palabras nos hemos valido repetidas veces para establecer, por medio de su tradición, ciertos hechos de la era apostólica. Escribe en un estilo muy sencillo y recopila en cinco libros de memorias la tradición, libre de error, de la predicación apostólica.
La mayoría de los fragmentos conservados por Eusebio se refieren a los primeros tiempos de la iglesia de Jerusalén. Tratan, por ejemplo, de la leyenda sobre la muerte de Santiago, el hermano del Señor, de Simeón, segundo obispo de aquella ciudad, y de los parientes de Jesús. La cuestión del catálogo de los papas hecho por Hegesipo es un punto controvertido. Según C. H. TURNER y E. CASPAR, las palabras de Eusebio: ?e??µe??? de e? ??µ? d?ad???? ?p???s?µ?? µ????? ?????t??, no significan que Hegesipo estableció la serie de los papas de Roma según el orden de sucesión, sino que en su cruzada contra las herejías de su tiempo visitó Corinto, Roma y otras ciudades metropolitanas para verificar la d?ad???, esto es, la tradición o preservación de la verdadera doctrina.
Ireneo de Lion.
Ireneo de Lión es, con mucho, el teólogo más importante de su siglo. No se sabe la fecha exacta de su nacimiento, pero fue probablemente entre los años 140 y 160. Su ciudad natal está en el Asia Menor, y probablemente es Esmirna, puesto que, en su carta al presbítero romano Florino, dice que en su primera juventud había escuchado los sermones del obispo Policarpo de Esmirna. Su carta revela un conocimiento exacto de este obispo, que no pudo tener sin haberle conocido personalmente:
En efecto, te conocí (a Florino), siendo yo niño todavía, en el Asia Menor, en casa de Policarpo. Tú eras entonces un personaje de categoría en la corte imperial, y procurabas estar en buenas relaciones con él. De los sucesos de aquellos días me acuerdo con mayor claridad que de los recientes (porque lo que aprendemos de chicos crece con el alma y se hace una misma cosa con ella), de manera que hasta puedo decir el lugar donde el bienaventurado Policarpo solía estar sentado y disputaba, cómo entraba y salía, el carácter de su vida, el aspecto de su cuerpo, los discursos que hacía al pueblo, cómo contaba sus relaciones con Juan y con los otros que habían visto al Señor, cómo recordaba sus palabras y cuáles eran las cuestiones relativas al Señor que había oído de ellos, y sobre sus milagros y sobre sus enseñanzas, y cómo Policarpo relataba todas las cosas de acuerdo con las Escrituras, como que las había aprendido de testigos oculares del Verbo de Vida. Yo escuchaba ávidamente, ya entonces, todas estas cosas por la misericordia del Señor sobre mí, y tomaba nota de ellas, no en papel, sino en mi corazón, y siempre, por la gracia de Dios, las voy meditando fielmente (Eusebio, Hist. eccl. 5,20,5-7).
De estas palabras resulta evidente que, a través de Policarpo, Ireneo estuvo en contacto con la era apostólica. Por razones que desconocemos, Ireneo dejó el Asia Menor y se fue a las Galias. El año 177 (178), en calidad de presbítero de la iglesia de Lión, fue enviado por los mártires de aquella ciudad al papa Eleuterio para hacer de mediador en una cuestión referente al montañismo. La carta que en aquella ocasión entregó al Papa daba de él una excelente recomendación: criemos pedido a nuestro hermano y compañero que te lleve esta carta y te pedimos que le tengas aprecio a causa de su celo por el testamento de Cristo. De haber sabido que el rango puede conferir justicia a alguno, te deberíamos haberlo recomendado como presbítero de esta iglesia (de Lión), pues ésa es su situación” (Eusebio, Hist. eccl. 5,4,2). Cuando Ireneo regresó de Roma, el anciano Fotino había muerto mártir, e Ireneo fue nombrado sucesor suyo. Más tarde, cuando el papa Víctor excomulgó a los asiáticos con motivo de la controversia pascual, Ireneo escribió a algunos de esos obispos y al mismo papa Víctor, exhortándolos a hacer las paces. Eusebio (5,24,17) afirma que en esta ocasión Ireneo hizo honor a su nombre, porque demostró ser realmente un pacificador, e?????p???? a partir de este incidente desaparece toda huella acerca de su vida; ni siquiera se sabe la fecha de su muerte. Hasta Gregorio de Tours (Historia Francorum 1,27), nadie había dicho de él que muriera mártir. Y como Eusebio ni siquiera insinúa tal hecho, parece muy sospechoso ese testimonio tardío.
Los Escritos De Ireneo.
Además de la administración de su diócesis, Ireneo se dedicó a la tarea de combatir las herejías gnósticas por medio de extensos escritos. En ellos hace una excelente refutación y un análisis crítico de las fantásticas especulaciones de los gnósticos. Supo combinar un conocimiento vasto de las fuentes con la seriedad moral y el entusiasmo religioso. Su gran familiaridad con la tradición eclesiástica, que debía a su amistad con Policarpo y con los demás discípulos de los Apóstoles, era una enorme ventaja para su lucha contra la herejía. Desgraciadamente, sus escritos se perdieron muy pronto. Solamente quedan dos de las muchas obras que compuso en griego, su lengua materna. Una de estas dos es su obra más importante; no la poseemos en el original griego, sino en una traducción latina muy literal. Los críticos están muy divididos en lo que se refiere a la fecha de esta traducción.
I. Esta magna obra de Ireneo lleva por título Desenmascaramiento y derrocamiento de la pretendida pero falsa gnosis. Generalmente se la llama Adversus haereses. Como indica el título original, la obra se divide en dos partes. La primera trata de descubrir la herejía gnóstica. Aunque esta parte abarca solamente el primer libro, es de un valor incalculable para la historia del gnosticismo. Ireneo empieza con una detallada descripción de la doctrina de los valentinianos, en la que intercala razones polémicas. Sólo después aborda la cuestión de los orígenes del gnosticismo. Habla de Simón Mago y de Menandro; cita luego a los demás jefes de las escuelas y sectas gnósticas en este orden: Satornil, Basílides, Carpócrates, Cerinto, los ebionitas, los nicolaítas, Cerdón, Marción, Taciano y los encratitas. Insiste, sin embargo, en que estos nombres no agotan la lista de quienes, de una manera u otra, se apartaron de la verdad. La segunda parte, el “derrocamiento,” comprende los cuatro libros restantes:
El libro II refuta con argumentos de razón la gnosis de los valentinianos y de los marcionitas.
El libro III, con argumentos de la doctrina de la Iglesia sobre Dios y sobre Cristo.
El libro IV, con palabras del Señor.
El libro V trata casi exclusivamente de la resurrección de la carne, negada por todos los gnósticos. Como conclusión, habla del milenio, y es aquí donde Ireneo se revela ***quiliasta.
Toda la obra adolece de falta de nitidez en la disposición y de unidad de pensamiento. Su lectura resulta pesada a causa de su prolijidad y frecuentes repeticiones. Este defecto es debido con toda probabilidad a que el autor escribió la obra de manera intermitente. En el prólogo del tercer libro dice que ya había mandado los dos primeros libros a un amigo a cuyos requerimientos los había compuesto: los otros tres los fue enviando uno tras otro. De todos modos, parece que el plan de la obra lo tenía trazado desde un principio, pues en el libro tercero se refiere a observaciones que hará más tarde sobre el apóstol Pablo y que no aparecen hasta el libro quinto. Además al final del libro tercero anuncia el cuarto, y al final de éste, el quinto. Mas parece que Ireneo iba añadiendo a la obra nuevos detalles y ampliaciones de tarde en tarde. No tuvo ciertamente la habilidad de organizar los materiales de que disponía en un todo homogéneo. Los defectos de forma que molestan al lector provienen de esta falta de síntesis. A pesar de todo, Ireneo sabe hacer una descripción clara, simple y persuasiva de las doctrinas de la Iglesia. Su obra, pues, sigue siendo de máxima importancia para el conocimiento de los sistemas gnósticos y de la teología de la Iglesia primitiva. Ireneo no tuvo la pretensión de realizar una obra de arte literario. “No puedes esperar de mí, que resido entre los celta y estoy acostumbrado a usar casi continuamente un dialecto bárbaro, ninguna exhibición de retórica, que no aprendí nunca ni tampoco la calidad en la composición, que nunca he practicado, ni siquiera un estilo hermoso y persuasivo, que no pretendo. Pero tú aceptarás con espíritu benévolo lo que yo te he escrito con el mismo espíritu, con simplicidad, sinceridad y modestia” (Adv. haer. I, Praef, 3).
Cuando describe las doctrinas gnósticas, Ireneo se basa en sus extensas lecturas de tratados gnósticos, pero aprovecha tambien la contribución de los escritores antiheréticos que le precedieron.
Es sumamente difícil identificar estas fuentes, porque todas se han perdido, incluso algunas que Ireneo nombra explícitamente, como las “Sentencias de Papías de Hierópolis,” las “Sentencias de los Ancianos del Asia Menor” y el “Tratado contra Marción” de Justino. Sabemos ciertamente que Ireneo usó esas obras, pero, por la razón ya expuesta, no es posible determinar hasta qué punto depende de ellas. F. Loofs opina que una de las fuentes de Ireneo fueron los escritos del obispo Teófilo de Antioquía. Mas, desgraciadamente, los dos tratados antignósticos de Teófilo, Contra Hermógenes y Contra Marción, han desaparecido. Eusebio sólo nos ha conservado sus títulos. Poseemos, eso sí, el Discurso a Autólico de Teófilo, pero el mismo Loofs se ve precisado a confesar que ninguno de los paralelismos que ha encontrado entre esta obra y los escritos de Ireneo prueban suficientemente que éste la utilizara. Además, tampoco es seguro que el tratado de Teófilo Contra Marción existiera cuando Ireneo escribió su principal obra contra los gnósticos.
La transmisión del texto.
1. La versión latina, que contiene el texto íntegro, se conserva en varios manuscritos. H. Jordan y A. Souter opinan que esta traducción se hizo en el África del Norte, entre los años 370 y 420. H. Koch, en cambio, sostiene que debe de ser anterior al año 250, porque Cipriano se sirvió de ella. W. Sanday va aún más lejos y le asigna la fecha del 200.
2. Bastantes fragmentos del original griego perdido se conservan en las obras de Hipólito, Eusebio y, sobre todo, Epifanio. Otros fragmentos se encuentran en catenae y papiros.
3. Una traducción literal en armenio de los libros cuarto y quinto fue descubierta y editada por E. Ter-Minassiantz.
4. Quedan, además, veintitrés fragmentos en traducciones siríacas.
II. Además de esta obra principal de Ireneo, poseemos otra, Demostración de la enseñanza apostólica. Durante mucho tiempo sólo se conocía el título de esta obra, dado por Eusebio (Hist. eccl. 5,26). Pero en 1904 Ter-Mekerttschian descubrió la obra entera en una traducción armenia, que publicó por vez primera en 1907. Este opúsculo no es una catequesis, como opinaban algunos sabios, sino un tratado apologético, como su mismo título lo indica. Comprende dos partes. Tras algunas observaciones introductorias sobre los motivos que le impulsaron a escribir esta obra (c.1-3), la primera parte (c.4-42) estudia el contenido esencial de la fe cristiana. Trata de las tres divinas Personas, de la creación y caída del hombre, de la encarnación y de la redención. Se describe, pues, la historia de las relaciones de Dios con el hombre, desde Adán hasta Cristo. La segunda (c.49-97) aporta algunas pruebas en favor de la verdad de la revelación cristiana, sacadas de las profecías del Antiguo Testamento, y presenta a Jesús como Hijo de David y como Mesías. El autor argumenta así:
Si, pues, los profetas predijeron que el Hijo de Dios aparecería sobre la tierra, si ellos anunciaron en qué parte de la tierra, cómo y en qué forma se manifestaría, y si el Señor realizó en su persona todas estas predicciones, nuestra fe en él descansa por lo mismo sobre un fundamento inquebrantable, y la tradición de nuestra predicación tiene que ser verdadera, esto es, verdadero es el testimonio de los Apóstoles, que fueron enviados por el Señor y que predicaron en el mundo entero que el Hijo de Dios vino para sufrir la pasión, con lo cual abolió la muerte y nos mereció la resurrección (c.68).
Como conclusión, el autor exhorta a sus lectores a que vivan de acuerdo con su fe y les precave contra la herejía y su impiedad. Este resumen muestra que la apología no tiene nada de polémico. Se limita a dar una prueba positiva de la doctrina verdadera, y para una refutación de los gnósticos remite al lector a la obra principal de Ireneo.
III. De las demás obras de Ireneo se conservan solamente unos pocos fragmentos o únicamente el título.
1. Ireneo escribió una carta al presbítero romano Florino Sobre la monarquía o Que Dios no es el autor del mal. En su Historia eclesiástica, Eusebio cita un largo pasaje de esta carta (5,20,4-8).
2. Después que Florino hubo renegado de su fe, Ireneo escribió Sobre la Ogdoada. Eusebio nos ha conservado la conclusión de este tratado (Hist. eccl. 5,20,2).
3. Ireneo dirigió otra carta Sobre el cisma a Blastus, que vivía en Roma y que, como Florino, era inclinado a innovaciones. Eusebio nos ha conservado solamente el título de esta carta (Hist. eccl. 5,20,1).
4. Se conserva en siríaco un fragmento de una carta que Ireneo escribió al papa Víctor. En esta carta pide al Papa que proceda contra Florino y condene sus escritos.
5. Eusebio (Hist. eccl. 5,23.3; 24,11-17) copia unos extractos de una carta de Ireneo al papa Víctor sobre la fecha de la Pascua (cf. supra, p.82s).
6. Eusebio (Hist. eccl. 5,26) conocía, además, el tratado Sobre el conocimiento y “un pequeño libro de varios discursos en el que menciona la Epístola a los Hebreos y la Sabiduría de Salomón, citando algunos pasajes de ellos.” Esta última obra consistiría probablemente en una colección de sermones.
7. En cuanto a los fragmentos que Ch. M. Pfaff publicó en 1715 como procedentes de supuestos manuscritos de Turín, A. Harnack probó que no eran más que falsificaciones (TU 20,3. Leipzig 1900).
La Teología De Ireneo.
Dos razones explican la importancia de Ireneo como teólogo. En primer lugar, desenmascaró el carácter pseudocristiano de la gnosis, acelerando de esa manera la eliminación de los adeptos a esta herejía del seno de la Iglesia. Defendió luego con tanto éxito los artículos de fe de la Iglesia católica, negados o mal interpretados por los gnósticos, que merece ser llamado fundador de la teología cristiana. Y eso que su espíritu no era dado a teorizar y no hizo ningún descubrimiento teológico nuevo. Al contrario, se inclinaba siempre a sospechar de toda ciencia que tendiera a la especulación:
Es mejor no saber absolutamente nada, ni siquiera una sola de las razones por las que ha sido hecha una sola cosa de la creación, pero creer en Dios y perseverar en su amor, que, hinchado por un conocimiento así, apartarse de este amor, que es la vida del hombre. Y más vale no buscar otro conocimiento que el de Jesucristo, el Hijo de Dios, que fue crucificado por nosotros, que caer en la impiedad por cuestiones sutiles y discusiones alambicadas (Adv. haer. 2,26,1).
A pesar de su actitud de recelo respecto a la teología especulativa, Ireneo tiene el gran mérito de haber sido el primero en formular en términos dogmáticos toda la doctrina cristiana.
1. Trinidad
Aunque su contemporáneo Teófilo de Antioquía había empleado ya la palabra Tpiás, Ireneo no se sirve de ella para definir al Dios uno en tres personas. En su lucha contra los gnósticos, prefiere insistir en otro aspecto de la divinidad: la identidad del único Dios verdadero con el Creador del mundo, con el Dios del Antiguo Testamento y con el Padre del Logos. Ireneo no discute las relaciones de las tres personas en Dios, pero está convencido de que la historia de la humanidad prueba claramente la existencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Existieron antes de la creación del ser humano, porque las palabras “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra,” el Padre las dirige al Hijo y al Espíritu Santo, a quienes San Ireneo llama alegóricamente las manos de Dios (Adv. haer. 5,1,3; 5,5,1; 5,28,1). Ireneo explica una y otra vez que el Espíritu Santo, al servicio del Logos, llena a los profetas con el carisma de la inspiración y que las órdenes para todo esto las da el Padre. De esta manera, toda la obra de la salvación en el Antiguo Testamento es una instrucción excelente sobre las tres personas en un solo Dios.
2. Cristología
a) Sobre la relación del Hijo con el Padre, Ireneo dice lisa y llanamente:
Si alguno nos dijere: ¿Cómo fue, pues, producido el Hijo por el Padre?, le responderíamos que nadie entiende esta producción, o generación, o pronunciación, o cualquiera que sea el nombre con que se quiera llamar esta generación, que de hecho es inenarrable…, sino solamente el Padre, que engendró, y el Hijo, que fue engendrado. Y supuesto que esta generación es inenarrable, todos los que se afanan por narrar generaciones y producciones no están en su sano juicio, por cuanto que intentan explicar cosas que son inexplicables (2,28,6).
Pero, además, tenemos en Ireneo el primer intento de comprender la relación entre el Padre y el Hijo de una manera especulativa: “Dios se ha manifestado por el Hijo, que está en el Padre y tiene en sí al Padre” (3,6,2).
Con estas palabras Ireneo enseña la perichoresis o circumincessio. De la misma manera que defiende contra los gnósticos la identidad del Padre con el creador del mundo, así también enseña que hay un solo Cristo, aunque le demos diferentes nombres. Por lo tanto, Cristo es idéntico al Hijo de Dios, al Logos, al Hombre-Dios Jesús, a nuestro Salvador y Señor.
b) Recapitulación: La médula de la cristología de Ireneo y, a la verdad, de toda su teología es la teoría de la recapitulación (a?a?efa?a??s?). La idea la tomó de San Pablo, pero la desarrolló considerablemente. Para Ireneo, recapitulación es resumir todas las cosas en Cristo desde un principio. Dios rehace su primitivo plan de salvar a la humanidad, que había quedado desbaratado por la caída de Adán, y vuelve a tomar toda su obra desde el principio para renovarla, restaurarla reorganizarla en su Hijo encarnado, quien se convierte para nosotros de esta manera en un segundo Adán. Puesto que con la caída de la persona humana toda la raza humana quedó perdida, el Hijo de Dios tuvo que hacerse hombre para realizar como tal una nueva creación de la humanidad:
Las cosas que perecieron tenían carne y sangre. Porque el Señor, tomando el limo de la tierra, plasmó al hombre. Y en su favor se realizó toda la obra de la venida del Señor. Por eso quiso El tomar carne y sangre, a fin de recapitular en sí mismo, no otra obra cualquiera, sino la misma obra original del Padre, buscando precisamente lo que se había perdido (5,14,2).
Con esta recapitulación del ser humano original, no solamente fue renovado y restaurado Adán personalmente, sino también toda la raza humana:
Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga serie de los hombres, dándonos la salvación como en resumen (en su carne) a fin de que pudiésemos recuperar en Jesucristo lo que habíamos perdido en Adán, a saber, la imagen y semejanza de Dios (3,18,1).
Fueron destruidos al mismo tiempo los malos efectos de la desobediencia de Adán: “Oíos recapituló en él esta carne de la persona modelada por él desde un principio, a fin de dar muerte al pecado, aniquilar la muerte y vivificar al hombre” (3,18,7). Así fue como el segundo Adán reanudó la antigua contienda con el diablo y le venció.
Ahora bien, el Señor no habría recapitulado en sí mismo la antigua y primitiva enemistad contra la serpiente, cumpliendo la promesa del Creador, si hubiese procedido de otro Padre. Pero, como es uno mismo e idéntico el que nos formó desde el principio y envió a su Hijo al fin de los tiempos, el Señor cumplió su mandato, tomando carne de una mujer y destruyendo a nuestro adversario y rehaciendo al hombre a imagen y semejanza de Dios (5,21,2).
Cristo, pues, lo renovó todo con esta recapitulación.
¿Qué trajo, pues, el Señor cuando vino? Sabed que trajo toda novedad cuando se trajo a sí mismo, que había sido anunciado. Porque estaba anunciado que vendría una novedad a renovar al ser humano y darle vida (4,31,1).
3. Mariología.
La idea de recapitulación influyó profundamente en la doctrina mariana de Ireneo. Justino había sido el primero en establecer el paralelismo entre Eva y María, como Pablo lo hiciera con Adán y Cristo. Ireneo desarrolla aún más este paralelismo:
De acuerdo con este plan, encontramos también a la Virgen María obediente y diciendo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” Eva fue desobediente; desobedeció, en efecto, cuando aún era virgen. Y así como ella, teniendo un esposo, Adán, pero permaneciendo aún virgen, por su desobediencia fue causa de muerte para sí misma y para toda la raza humana, así también María, esposa de un hombre que le había sido destinado, y, sin embargo, virgen, por su obediencia se convirtió en causa de salvación, tanto para sí como para todo el género humano.
Y por esta razón a la doncella desposada con un hombre, aunque sea virgen todavía, la ley la llama esposa del que la ha recibido de esta manera, manifestando así que la vida remonta de María a Eva; porque no se puede soltar lo que ha sido atado más que desanudando en sentido inverso la serie de nudos, de modo que los primeros queden sueltos gracias a los últimos, o, en otras palabras, que los últimos suelten a los primeros. Y ocurre que el primer enredo se resuelve merced al segundo y es el segundo nudo el que primero se suprime. Por esto declaró el Señor que los primeros serían los últimos, y los últimos los primeros. Y el profeta venía a decir lo mismo cuando exclamaba: “En vez de padres, te han nacido hijos.” Porque el Señor, habiendo nacido como el “Primogénito de los muertos” y recibiendo en su seno a los antiguos padres, los regeneró a la vida de Dios, convirtiéndose en principio de los que viven, como Adán se hizo principio de los que mueren. Por lo cual Lucas empezó la genealogía con el Señor remontando hasta Adán, indicando de esta manera que no le engendraron ellos a él, sino que él fue quien los regeneró al evangelio de vida. Y de la misma manera sucedió que el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Porque lo que la virgen Eva había fuertemente ligado con su incredulidad, la Virgen María lo libertó con su fe (3,22,4).
Por consiguiente, según Ireneo, la obra de la redención sigue exactamente las etapas de la caída del hombre. Por cada paso en falso que dio el hombre, seducido por Satanás, Dios le exige una compensación, a fin de que su victoria sobre el seductor sea completa. La humanidad recibe a un nuevo progenitor que ocupa el lugar del primer Adán. Pero como la primera mujer también estaba complicada en la caída por su desobediencia, el proceso curativo empieza también con la obediencia de una mujer. Dando la vida al nuevo Adán, ella viene a ser la verdadera Eva, la verdadera madre de los vivientes, y la causa salutis. De este modo María se convierte en advocata Evae:
Y si la primera (Eva) desobedeció a Dios, la segunda (María), en cambio, consintió en obedecer a Dios, a fin de que la Virgen María pudiera ser abogada de la virgen Eva. Y así como la raza humana quedó vinculada a la muerte por causa de una virgen, de igual manera es liberada por una virgen; la desobediencia de una virgen ha sido compensada por la obediencia de otra virgen (5,19,1).
Ireneo extiende aún más el paralelismo entre Eva y María. Está tan convencido de que María es la nueva madre de la humanidad, que la llama seno de la humanidad. Enseña así la Maternidad universal de María. Habla del nacimiento de Cristo corno “del ser puro que abrió con toda pureza el puro seno que regenera a los hombres en Dios” (4,33,11).
4. Eclesiología
a) La eclesiología de Ireneo está también íntimamente vinculada a su teoría de la recapitulación. Dios resume en Cristo no solamente el pasado, sino también el futuro. Por eso le hizo Cabeza de toda la Iglesia, a fin de perpetuar mediante ella su obra de renovación hasta el fin del mundo.
Así, pues, hay un solo Dios Padre, como lo hemos demostrado, y un solo Cristo, Jesús Señor nuestro, que pasa por toda la economía y recapitula todo en sí. Pero en este todo también está comprendido el ser humano, criatura de Dios. El recapitula, por tanto, el hombre en sí mismo. El invisible se hizo visible: el incomprensible, comprensible; el impasible, pasible; y el Locos se hizo hombre, recapitulando todas las cosas en sí mismo. Y así como el Logos de Dios es el primero entre los seres celestiales y espirituales e invisibles, así también tiene la soberanía sobre el mundo visible y corporal, asumiendo para sí toda la primacía; y haciéndose Cabeza de la Iglesia, atrae hacia sí todas las cosas a su debido tiempo (Adv. Haer. 3,16,6).
b) Ireneo está firmemente convencido de que la doctrina de los Apóstoles sigue manteniéndose sin alteración. Esta tradición es la fuente y la norma de la fe. Es el canon de la verdad Para Ireneo, este canon de verdad parece ser el credo bautismal, porque dice que lo recibimos en el bautismo (Adv. haer. 1,9,4). Hace una descripción de la fe de la Iglesia siguiendo exactamente el símbolo de los Apóstoles:
La Iglesia, aunque diseminada por todo el mundo hasta los últimos confines, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios, Padre todopoderoso, criador del cielo y de la tierra, de los mares y de todo lo que hay en ellos; y en un solo Cristo Jesús, Hijo de Dios, que se encarnó para nuestra salvación, y en el Espíritu Santo, quien proclamó por medio de los profetas la obra la doble venida, el nacimiento virginal, la pasión y la resurrección de entre los muertos, la ascensión corporal al cielo de nuestro bienamado Señor Jesucristo, y su parusía desde los cielos en la gloria del Padre para recapitular todas las cosas en sí y resucitar la carne de toda la humanidad. Entonces todas las cosas en el cielo y en la tierra y debajo de ella doblarán su rodilla ante Cristo Jesús, nuestro Señor y Dios, nuestro Salvador y Rey, según la voluntad del Padre invisible, y toda lengua le confesará. Entonces pronunciará un juicio justo sobre todos. A los espíritus de maldad y a los ángeles prevaricadores y apóstatas y asimismo a los hombres impíos, injustos, inicuos, blasfemos, los enviará al fuego eterno. En cambio, a los que han guardado sus mandamientos y han permanecido en su amor, les concederá la vida y el premio de la incorrupción y gloria eterna, ya sea desde el principio de la vida, ya sea desde su conversión.
Esta es la doctrina y ésta la fe que la Iglesia, aunque esparcida por todo el orbe, guarda celosamente, como si estuviera toda reunida en una sola casa, y cree todo esto como si no tuviera más que una sola mente y un solo corazón; su predicación, su enseñanza, su tradición son conformes a esta fe, como si no tuviera más que una sola boca. Y aunque haya muchas lenguas en el mundo, la fuerza de la tradición es en todas partes la misma. Porque las iglesias establecidas en Germania profesan y enseñan la misma fe y tradición que las iglesias de los iberos, de los celtas, las de Oriente, Egipto y Libia, y las que están establecidas en el centro del mundo (en Palestina). Y así como el sol, criatura de Dios, es el mismo en todo el mundo, así también la luz de la predicación de la verdad brilla dondequiera de igual manera e ilumina a todos los que desean llegar al conocimiento de la verdad (Adv. haer. 1,10,1-2).
c) Solamente las iglesias fundadas por los Apóstoles pueden servir de apoyo para la enseñanza auténtica de la fe y como testigos de la verdad, pues la sucesión ininterrumpida de los obispos en estas iglesias garantiza la verdad de su doctrina:
Todos los que desean discernir la verdad pueden contemplar en todas las iglesias la tradición apostólica que se manifiesta en el mundo entero. Podemos enumerar a los que los Apóstoles han instituido como obispos en las iglesias y a sus sucesores hasta nuestros días, los cuales no han enseñado nada ni conocido nada que se parezca al delirio de estas gentes (es decir, los gnósticos). De haber conocido los Apóstoles tales misterios, que (según los gnósticos) habrían enseñado sólo a los perfectos, a ocultas de los demás, los habrían transmitido antes eme a nadie a aquellos a quienes confiaban el cuidado de las iglesias. Querían efectivamente que sus sucesores, a quienes confiaban el poder de enseñar en su lugar, fueran absolutamente perfectos e irreprochables en todo (3,3,1).
Por esta razón, a los herejes les falta un requisito esencial; no son los sucesores de los Apóstoles y, por lo mismo, no tienen el carisma de la verdad:
Por consiguiente, es preciso obedecer a los presbíteros que hay en la Iglesia, suceden a los Apóstoles y, juntamente con la sucesión del episcopado, han recibido el don seguro de la verdad, según el beneplácito del Padre (4,26,2).
5. El primado de Roma.
Después de declarar que, afortunadamente, está en condición de poder enumerar los obispos designados por los Apóstoles y la serie de los que han ido sucediéndoles hasta su tiempo, Ireneo observa que sería demasiado largo establecer la lista sucesoria de los obispos de todas las iglesias fundadas por los Apóstoles. Por esta razón se limita a darnos la sucesión episcopal de las principales iglesias (3,3,2):
Pero como sería muy largo, en un volumen como éste, enumerar las sucesiones de todas las iglesias, nos limitaremos a la Iglesia más grande, más antigua y mejor conocida de todos, fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, demostrando que la tradición que tiene recibida de los Apóstoles y la fe que ha anunciado a los seres humanos han llegado hasta nosotros por sucesiones de obispos. Ello servirá para confundir a todos los que de una forma u otra, ya sea por satisfacción propia o por vanagloria, ya sea por ceguedad o por equivocación, celebran reuniones no autorizadas.
Luego sigue una declaración sobremanera importante. Desgraciadamente no poseemos el texto griego original de esta sentencia, sino tan sólo la traducción latina, que, con todo, parece ser muy servicial: Ad hanc enim ecclesiam propter potentiorem principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam, hoc est omnes qui sunt undique fideles. in qua semper ab his qui sunt undique, conservata est ea quae est ab apostolis traditio.
La cuestión que se plantea es ésta: ¿cuál es el significado de la palabra principalitas? Por desgracia, las palabras latinas principalitas, principalis, principaliter, pueden servir para traducir bastantes palabras griegas que difieren notablemente de significado unas de otras, e. g.: a??e?t?a, e???s?a, ?a???????, ??eµ??????, p??????µ????, p??te?e??. Van den Eynde y Bardy sugieren la traducción de principalitas por a???, ???a??? ? a?????t??. En este caso, Ireneo asignaría a la Iglesia de Roma un lugar más elevado por razón de su “origen superior,” o sea, por haber sido fundada por los dos Príncipes de los Apóstoles. Ehrhard traduce propter potentiorem principalitatem “por razón de su liderazgo más eficaz” (wirksamere Führerschaft). Entonces todo el pasaje rezaría así:
Porque, a causa de su liderazgo eficaz, es preciso que concuerden con esta Iglesia todas las iglesias, es decir, los fieles que están en todas partes, ya que en ella se ha conservado siempre la tradición apostólica por (los fieles) que son en todas partes.
F. M. Sagnard, en su nueva edición y traducción, traduce propter potentiorem principalitatem: “por razón de su más poderosa autoridad de fundación.” Las palabras “es preciso que concuerden” afirman probablemente un hecho, no una obligación. La prueba está en el mismo contexto. Ireneo, en efecto, trata de demostrar que las fábulas y ficciones de los gnósticos son extrañas a la tradición apostólica. Por consiguiente, el pasaje en cuestión no se refiere a la constitución eclesiástica, sino a la fe que es común a todas las iglesias particulares y que está en abierta oposición con la gnosis y sus especulaciones. Es significativo que Ireneo, a continuación de este pasaje, enumere los obispos romanos hasta Eleuterio (174-189); luego prosigue:
En este orden y con esta sucesión han llegado hasta nosotros la tradición que existe en la Iglesia a partir de los Apóstoles y la predicación de la verdad. Y ésta es una prueba muy fuerte de que la fe vivificante que existe en la Iglesia, recibida de los Apóstoles, conservada hasta ahora y transmitida en la verdad, es siempre la misma (3,3,3).
6. La Eucaristía.
Ireneo está tan convencido de la presencia real del cuerpo y de la sangre del Señor en la Eucaristía, que deduce la resurrección del cuerpo humano del hecho de haber sido alimentado por el cuerpo y la sangre de Cristo:
Si, pues, el cáliz con mezcla de agua y el pan elaborado reciben al Verbo de Dios (ep?d??eta? t?? ????? t?? Te??) y se hacen Eucaristía, cuerpo de Cristo, con los cuales la substancia de nuestra carne se aumenta y se va constituyendo, ¿cómo es posible que algunos afirmen que la carne no es capaz del don de Dios que es la vida eterna, la carne alimentada con el cuerpo y sangre del Señor, y hecho miembro de El? … la carne que se nutre del cáliz que es su sangre, y recibe crecimiento del pan que es su cuerpo. Así como el esqueje de la viña plantado en la tierra da fruto a su debido tiempo, y así como el grano de trigo que cae al suelo y se descompone, brota y se multiplica gracias al Espíritu de Dios, y al recibir luego la palabra de Dios se convierte en la Eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo, así también nuestros cuerpos, alimentados por ella y depositados en la tierra, donde sufren la descomposición, se levantarán a la hora que les fuere señalada (5,2,3). ¿Y cómo dicen también que la carne que se alimenta con el cuerpo y la sangre del Señor se corrompe y no participa de la vida? Por lo tanto, que cambien de parecer o dejen de ofrecer las cosas que hemos mencionado. Nuestra opinión, en cambio, está en armonía con la Eucaristía, y la Eucaristía, a su vez, confirma nuestra opinión. Pues le ofrecemos a El lo que es suyo, manifestando de ese modo la comunión y la unión y profesando la resurrección de la carne y del espíritu. Porque así como el pan, que es de la tierra, en recibiendo la invocación de Dios (p??s?aß?µe??? t?? ?p????s?? t?? ?e??) ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, que se compone de dos elementos, terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, al recibir la Eucaristía, ya no son corruptibles, puesto que poseen la esperanza de la resurrección eterna (4,18,5).
Las frases precedentes parecen dar a entender que Ireneo creía que el pan y el vino son consagrados por una epiclesis. El carácter sacrificial de la Eucaristía es evidente para Ireneo, ya que ve en ella el nuevo sacrificio profetizado por Malaquías:
Dando a sus discípulos el mandato de ofrecer a Dios las primicias de sus propias criaturas, no como si El las necesitase, sino para que ellos no sean estériles ni ingratos, tomó la criatura que es el pan y dio gracias diciendo: “Este es mi cuerpo.” Asimismo del cáliz, que forma parte de la misma creación a la que pertenecemos nosotros, afirmó que era su sangre; y enseñó la nueva oblación de la Nueva Alianza. La Iglesia la recibió de los Apóstoles y la ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da los alimentos, primicias de sus dones en la Nueva Alianza; acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas, predijo así: “No tengo en vosotros complacencia alguna, dice el Señor omnipotente, y no aceptaré los sacrificios de vuestras manos. Porque desde el orto del sol hasta el ocaso es glorificado mi nombre entre las gentes y en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre y un sacrificio puro, pues grande es mi nombre entre, las gentes, dice el Señor omnipotente,” dando a entender claramente con estas palabras que el pueblo anterior (los judíos) cesará de ofrecer sacrificios a Dios; porque en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste será puro; y su nombre es glorificado entre las gentes (4,17,5).
7. Escrituras
El canon del Nuevo Testamento de Ireneo comprende los cuatro evangelios, las epístolas de San Pablo, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de San Juan y el Apocalipsis, la primera carta de San Pedro y el entonces reciente escrito profético del Pastor de Hermas, pero no la Epístola a los Hebreos. Aunque Ireneo considere el conjunto de estos libros como una colección completa, no tiene nombre definido para designarlos. Llama a los libros del Nuevo Testamento Escritura (??af?), porque tienen el mismo carácter de inspiración que los libros del Antiguo Testamento. Sobre el origen de los evangelios dice lo siguiente:
Entre los hebreos y en su misma lengua, Mateo publicó una especie de evangelio escrito, mientras Pedro y Pablo predicaban en Roma y fundaban la Iglesia. Después de su muerte, Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió también por escrito lo que Pedro había predicado. Asimismo Lucas, el compañero de Pablo, consignó en un libro el evangelio predicado por éste. Más tarde, Juan, el discípulo del Señor, el mismo que se había recostado sobre su pecho, también él publicó el evangelio durante su residencia en Efeso (3:1,1).
Ireneo explica que hay exactamente cuatro evangelios, ni más ni menos:
No es posible que haya más de cuatro evangelios, ni tampoco menos. Son cuatro las regiones del mundo en que vivimos, y cuatro los vientos de los cuatro puntos cardinales; porque, por otra parte, la Iglesia está diseminada por toda la tierra, y la columna y el fundamento de la Iglesia es el evangelio y el Espíritu (“soplo”) de natural que tenga cuatro columnas desde todos los ángulos soplen incorruptibilidad y reaviven en los seres humanos el fuego de la vida. Por todo lo cual es evidente que el Creador de todas las cosas, el Verbo, que está sentado sobre los querubines y sostiene el universo, cuando se nos manifestó a los hombres nos dio su evangelio bajo cuatro formas, pero sostenido por un solo Espíritu (3,11,8).
Para la historia del arte cristiano es importante comprobar que Ireneo, en el párrafo que sigue, hace derivar el número de los evangelios de los cuatro querubines:
Los querubines tienen cuatro caras, y sus semblantes son imágenes de la actividad del Hijo de Dios. Porque “el primer ser viviente” se dice “es semejante a un león” (San Juan), dando a entender su vigor eficiente, su soberanía, su realeza; “y el segundo es semejante a un novillo” (San Lucas), significando su dignidad de sacrificador y de sacerdote; “y el tercero tiene semblante de hombre” (San Mateo), indicando evidentísimamente su venida como hombre; “y el cuarto semeja un águila en pleno vuelo” (San Marcos), que viene a indicar el don del Espíritu que vuela sobre la Iglesia (ibid.).
A diferencia del desarrollo posterior del simbolismo, el león representa aquí a Juan, y el águila, a Marcos.
Para determinar la canonicidad de un escrito, Ireneo insiste en que hay que tener en cuenta no sólo su apostolicidad, sino también la tradición eclesiástica. A la Iglesia compete asimismo la última palabra en la interpretación de la Escritura, porque todos y cada uno de los libros del Antiguo Testamento y del Nuevo son como árboles en el vergel de la Iglesia. Ella nos alimenta con sus frutos:
Es preciso, por tanto, que evitemos sus doctrinas (heréticas) y estemos precavidos para no sufrir daño alguno de ellas; pero mejor es que nos refugiemos en la Iglesia, seamos educados en su seno y nos alimentemos de la Escritura del Señor. Porque la Iglesia fue plantada como un paraíso en este mundo; por eso dice el Espíritu de Dios: “Podéis libremente comer de todos los frutos del jardín,” esto es, podéis comer de todas las escrituras del Señor; pero no debéis comer con orgullo ni tocar discordia alguna herética (5,20,2).
8. Antropología.
Fiel a la idea platónica de que el hombre está formado de f?s??, ???? ?a? vo??, Ireneo enseña que la persona humana está compuesto de cuerpo, alma y espíritu:
Todo el mundo admitirá que estamos compuestos de un cuerpo tomado de la tierra y de un alma que recibe de Dios su espíritu (3,22,1).
Por consiguiente, un cuerpo humano animado solamente por un alma natural no es un ser humano completo y perfecto. Parece que Ireneo, a ejemplo de San Pablo, considera casi siempre esta tercera parte esencial, el p?e?µa, que completa y corona a la naturaleza humana, como si fuera el Espíritu personal de Dios. Cristo prometió este Espíritu como un don a sus Apóstoles y a los que creyeran en El, y San Pablo no se cansa de advertir a los cristianos que lleven el Espíritu dentro de sí como en un templo. En otros pasajes, en cambio, es difícil determinar si, para Ireneo, esta tercera parte esencial del ser humano es el espíritu del hombre o el Espíritu de Dios. Esta duda aparece con evidencia en el pasaje donde describe al hombre perfecto creado a imagen de Dios:
En efecto, por las manos del Padre, esto es, por el Hijo y el Espíritu, fue hecho a imagen de Dios la persona humana, y no sólo una parte de él. Ahora bien, es verdad que el alma y el espíritu son parte del hombre, mas no, ciertamente, el ser humano; porque el hombre perfecto consiste en la composición y unión del alma, que recibe el Espíritu del Padre y se mezcla con la naturaleza corpórea que fue modelada a imagen de Dios… Porque si se prescindiera de la substancia de la carne, es decir, de la obra modelada por Dios, y se tomara en consideración solamente al espíritu, ya no sería un hombre espiritual, sino el espíritu del hombre, o el Espíritu de Dios. Pero cuando este espíritu mezclado con el alma es unido al cuerpo, el ser humano se hace espiritual y perfecto debido a la efusión del Espíritu, y éste es el que fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Pero si al alma le falta el espíritu, entonces ese ser es de naturaleza animal, y siendo, como es, carnal, será un ser imperfecto, que lleva ciertamente la imagen de Dios en su cuerpo, pero que no ha recibido la semejanza de Dios por medio del Espíritu. Y así como este ser es imperfecto, así también, si se prescindiera de la imagen y se desechara el cuerpo, no podría tomarse a ese ser como una persona humana, sino como parte de hombre. Porque esa carne que ha sido modelada no es un ser humano, como ya he dicho, o como algo distinto del por sí sola un hombre perfecto, sino el cuerpo de un hombre y parte de un hombre. Tampoco el alma por sí sola es el hombre, sino el alma de un hombre y parte de un hombre. Tampoco el espíritu es el hombre, puesto que se le llama espíritu, y no hombre. Pero la composición y unión de estos tres elementos constituyen al hombre perfecto (5,6,1). De tres cosas, como hemos demostrado, se compone el hombre completo: la carne, el alma y el espíritu. Una de ellas salva y forma: el espíritu; otra, en cambio, es unida y es formada: la carne; en fin, la que está entre las dos: el alma, que, a veces, cuando sigue al espíritu, es levantada por él, pero a veces hace causa común con la carne y cae en la concupiscencia carnal. Todos aquellos, pues, que no poseen lo que salva y forma, ni tienen la unidad, serán carne y sangre, y así serán llamados, porque no está en ellos el Espíritu de Dios (5,9,1).
La recepción y conservación de esta tercera parte, el espíritu, del que resulta la perfección de la persona humana, dependen de los actos de la voluntad y de la conducta moral. Incluso la misma existencia eterna del alma depende de su conducta aquí en la tierra, porque no es inmortal por naturaleza. Su inmortalidad está condicionada a su desarrollo moral. Es capaz de hacerse inmortal, si es agradecida a su Creador:
Pues así como el cielo que está sobre nosotros, el firmamento, el sol, la luna, las demás estrellas y todo su esplendor, que no existían anteriormente, fueron llamados al ser y subsisten por un largo espacio de tiempo según la voluntad de Dios, así también quien piense que sucede igual con las almas y con los espíritus, en una palabra, con todas las cosas creadas, no se equivoca absolutamente, por cuanto que todas las cosas que fueron creadas tuvieron principio cuando fueron formadas, pero continúan en el ser mientras Dios quiera que existan y permanezcan… Porque la vida no nos viene de nosotros ni de nuestra naturaleza, sino que nos es concedida como un don de Dios. Por consiguiente, el que conserve el don de la vida y dé gracias al que se lo ha concedido, recibirá también una larga existencia por los siglos de los siglos. Pero el que lo rechazare y fuere ingrato a su Hacedor, por ser criatura y no reconocer el don que le fue otorgado, se priva a sí mismo de la existencia para siempre jamás (2,34,3).
Ireneo creyó necesario refutar la afirmación de los gnósticos de que el alma es inmortal por naturaleza, independientemente de su conducta moral: eso fue lo que le condujo a estas ideas erróneas.
9. Soteriología.
El eje en torno al cual gira toda la doctrina de la redención de Ireneo es que todo hombre tiene necesidad de redención y es capaz de ella. Esto se sigue de la caída de los primeros padres; debido a ella, todos sus descendientes quedaron sujetos al pecado y a la muerte y perdieron la imagen de Dios. La redención realizada por el Hijo de Dios ha librado a la humanidad de la esclavitud de Satanás, del pecado y de la muerte. Además, ha recapitulado a toda la humanidad en Cristo. Ha realizado la unión con Dios, la adopción divina, y ha devuelto al ser humano la semejanza con Dios. Ireneo evita en este contexto la palabra “deificación,” ?e?p???s??. Emplea las expresiones “unirse a Dios,” “adherirse a Dios,” participare gloriae Dei; pero procura no suprimir los límites entre Dios y el ser humano, que es lo que se hacía en las religiones paganas y en la herejía gnóstica. Ireneo distingue entre imago Dei y similitudo Dei. El hombre es, por naturaleza, por su alma inmaterial, imagen de Dios. La similitudo Dei es la semejanza con Dios de un orden sobrenatural, que Adán poseyó por un acto libre de la bondad divina. Esta similitudo Dei es obra del Pneuma divino.
La redención del individuo la realizan, en nombre de Cristo, la Iglesia y sus sacramentos. El sacramento es a la naturaleza lo que el nuevo Adán es al viejo. Una criatura alcanza su perfección en los sacramentos. El sacramento viene a ser el punto culminante de la recapitulación de la creación en Cristo. Por el bautismo la persona humana nace nuevamente para Dios. En este contexto, Ireneo habla del bautismo de los niños; es el primer documento que hace referencia a él en la literatura cristiana antigua:
Vino en persona a salvar a todos — es decir, a todos los que por El nacen nuevamente para Dios —, recién nacidos, niños, muchachos, jóvenes y adultos (2,22,4).
10. Escatología.
Incluso en la escatología de Ireneo se nota abiertamente la influencia de su teoría de la recapitulación. El anticristo es la réplica demoníaca de Cristo, porque es la recapitulación de toda apostasía, de toda injusticia, de toda malicia, de toda falsa profecía y superchería, desde el principio del mundo hasta el fin:
En esta bestia se dará, por consiguiente, cuando venga, la recapitulación de toda clase de iniquidad y de engaño, a fin de que todo poder de apostasía, que afluye a ella y en ella se encierra, sea arrojado al horno de fuego. Es justo, pues, que su nombre tenga el número seiscientos sesenta y seis, porque recapitula en sí toda mezcla de maldad que tuvo lugar antes del diluvio a causa de la apostasía de los ángeles… Por eso los seiscientos años… indican el número del nombre de aquel ser humano en quien se recapitula toda la apostasía de seis mil años, y la injusticia, y la maldad, y la falsa profecía, y la superchería, por cuya culpa vendrá también un diluvio de fuego (5,29,2).
Ireneo llega incluso a valerse de su teoría de la restauración del mundo para demostrar sus ideas milenaristas:
Ignoran la obrade Dios y el misterio de la resurrección de los justos y del reino que es el principio de la incorrupción, por medio del cual a los que fueron hallados dignos se les irá habituando progresivamente a comprender a Dios. Y es necesario que se les diga, respecto a estas cosas, que, en esta creación renovada, los justos serán los primeros en resucitar a la presencia de Dios y en recibir la promesa de la herencia que Dios prometió a los padres, y que reinarán en ella y que después vendrá el juicio. Porque es justo que en esta misma creación en la que ellos se fatigaron y sufrieron, siendo probados con toda clase de aflicciones, reciban el premio de sus sufrimientos; y que en la misma creación donde sufrieron muerte violenta por amor de su Dios, reciban nueva vida; y que puedan reinar en la misma creación en que sufrieron esclavitud. Porque Dios es rico en todo y todas las cosas son suyas. Es, por ende, justo que la misma creación, ya restaurada en su condición primera, sea puesta sin restricción alguna bajo el dominio de los justos (5,32,1).