Policarpo de Esmirna.
Policarpo fue obispo de Esmirna. La gran estima en que fue tenido se explica porque había sido discípulo de los Apóstoles. Ireneo (Eusebio, Hist. eccl. 5,20,5) refiere que Policarpo se sentaba a los pies de San Juan y que, además, fue nombrado obispo de Esmirna por los Apóstoles (Adv. haer. 3,3,4). San Ignacio le dirigió una de sus cartas como a obispo de Esmirna. Las discusiones que Policarpo y el papa Aniceto sostuvieron en Roma, el año 155, en torno a diversos asuntos eclesiásticos de importancia, y en particular, sobre la fijación de la fecha para la celebración de la fiesta de Pascua, son otra prueba de la estima en que se tenía a Policarpo. Sin embargo, en esta cuestión candente no se halló una solución que satisficiera a ambas partes, porque Policarpo apelaba a la autoridad de San Juan y de los Apóstoles en defensa del uso cuartodecímano, mientras que Aniceto se declaró en favor de la costumbre adoptada por sus predecesores de celebrar la Pascua en domingo. A pesar de estas diferencias, el papa y el obispo se separaron en muy buenas relaciones. Ireneo relata (Adv. haer. 3,3,4) que Marción, al encontrarse con Policarpo, le preguntó si le reconocía: “Pues no faltaba más — replicó éste —, ¡cómo no iba a reconocer al primogénito de Satán!”
1. El Martirio de Policarpo.
Merced a una carta de la Iglesia de Esmirna a la comunidad cristiana de Filomelio, en la Frigia Grande, del año 156, tenemos una referencia detallada del heroico martirio de Policarpo, que ocurrió a poco de su regreso de Roma (probablemente el 22 de febrero del 156). Este documento es el relato circunstanciado más antiguo que existe del martirio de un solo individuo y se le considera, por lo tanto, como las primeras “Actas de los Mártires.” Sin embargo, por su forma literaria no pertenece a esta categoría, sino a la epistolografía cristiana primitiva. La carta lleva la firma de un tal Marción y fue escrita poco después de la muerte de Policarpo. Más tarde se añadieron a este documento unas notas con nuevas noticias. El documento permite formarnos un alto concepto de la noble personalidad de Policarpo. Cuando el procónsul Estacio Cuadrado ordenó a Policarpo: “Jura y te pongo en libertad; maldice de Cristo,” él replicó: “Ochenta y seis años ha que le sirvo y ningún daño he recibido de El; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?” (9,3). Cuando sus verdugos se disponían a sujetarle a la pira con clavos, dijo: “Dejadme tal como estoy, pues el que me da fuerza para soportar el fuego, me la dará también, sin necesidad de asegurarme con vuestros clavos, para permanecer inmóvil en la hoguera” (13,3). Esta narración, la más antigua reseña de martirio que conoce la investigación moderna, es muy importante para comprender el significado exacto de esta palabra. Encontramos ya la afirmación de que el martirio es una imitación de Cristo; la imitación consiste en parecerse a El en los sufrimientos y en la muerte. Este documento aporta, además, la prueba más antigua del culto a los mártires: “De este modo pudimos nosotros más tarde recoger los huesos del mártir, más preciosos que piedras de valor y más estimados que oro puro, los que depositamos en lugar conveniente. Allí, según nos fuere posible, reunidos en júbilo y alegría, nos concederá el Señor celebrar el natalicio del martirio de Policarpo” (18.2). Es impresionante ver cuán categóricamente afirma y justifica este documento el honor dado a los mártires: “A Cristo le adoramos como a hijo de Dios que es; mas a los mártires les tributamos con toda justicia el homenaje de nuestro afecto como a discípulos e imitadores del Señor, por el amor insuperable que mostraron a su Rey y Maestro” (17.3). Aparecen aquí, indicados con una claridad inequívoca, el fin intrínseco y el carácter dogmático de la veneración de los mártires, en cuanto que, se distingue de la adoración tributada a Cristo. Para la historia de la oración cristiana antigua es importante la oración que pone el autor en labios del mártir momentos antes de morir. Esta plegaria recuerda las fórmulas litúrgicas, no sólo en su doxología trinitaria precisa, sino desde el principio hasta el fin:
Señor Dios omnipotente:
Padre de tu amado y bendecido siervo Jesucristo.
por quien hemos recibido el conocimiento de Ti,
Dios de los ángeles y de las potestades,
de toda creación y de toda la casta de los justos,
que viven en presencia tuya:
Yo te bendigo,
porque me tuviste por digno de esta hora,
a fin de tomar parte, contado entre tus mártires,
en el cáliz de Cristo
para resurrección de eterna vida, en alma y cuerpo,
en la incorrupción del Espíritu Santo.
Sea yo con ellos recibido en tu presencia,
en sacrificio pingüe y aceptable,
conforme de antemano me lo preparaste
y me lo revelaste y ahora lo has cumplido,
Tú, el infalible y verdadero Dios.
Por lo tanto, yo te alabo por todas las ¿cosas,
te bendigo y te glorifico,
por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote,
Jesucristo, tu siervo amado,
por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo,
ahora y en los siglos por venir. Amén (14: BAC 65, 682-683).
Por el contrario, hay que considerar como espuria la llamada Vita Polycarpi, de Pionio. Queda descartado como autor de ella Pionio, sacerdote de Esmirna que padeció martirio bajo Decio. La obra tiene un carácter puramente legendario y pudo haber sido escrita hacia ni año 400 a fin de completar el relato auténtico, más antiguo, de la muerte de Policarpo.
Los estudios recientes de H. Grégoire y P. Orgels han vuelto a poner sobre el tapete la discusión sobre la fecha exacta de la muerte del mártir. A su juicio, Policarpo no habría muerto el 22 de febrero del 156, sino del 177. Creen que el capítulo 21 del Martyriurn Polycarpi, en el cual se basa la fecha más antigua, es una interpolación del autor de la Vita Polycarpi del siglo IV o de principios del siglo V. H. Grégoire opina que el capítulo 4 del Martyrium representa una polémica antimontanista, que no pudo escribirse antes del año 172, ya que Eusebio menciona el 171 como el año en que comenzó el montañismo. No existe ninguna prueba suficiente que avale ninguna de las dos aserciones. Lejos de aportar una solución categórica al problema, las teorías que propugnan la nueva fecha añaden nuevas dificultades a las ya existentes, echan por tierra la relación entre Ignacio y Policarpo y están en desacuerdo con los testimonios de Eusebio e Ireneo; así lo han demostrado E. Griffe, W. Telfer, P. Meinhold y H. I. Marrou, que proponen los años 161-169.
2. Epístola a los Filipenses.
Ireneo nos dice (Eusebio, Hist. eccl. 5,20,8) que Policarpo escribió varias cartas a comunidades cristianas de los alrededores y a algunos hermanos suyos en el episcopado. Una solamente de estas cartas se ha conservado, la dirigida a los Filipenses. El texto completo ha llegado hasta nosotros tan sólo en su traducción latina. Los manuscritos griegos no contienen más que los capítulos 1-9,2. Eusebio (Hist. eccl. 3,36,13-15) alude también a un texto griego de los capítulos 9 y 13.
La comunidad cristiana de Philippi (Filipos) había pedido a Policarpo una copia de las cartas de San Ignacio. Policarpo se las mandó juntamente con una carta de su propio puño y letra. En ésta les pedía información segura sobre San Ignacio; debió, pues, de ser escrita poco después de la muerte de éste. Es una exhortación moral comparable a la Primera Epístola a los Corintios de San Clemente. De hecho, Policarpo se sirvió de la Epístola de Clemente como de fuente. En la carta a los Filipenses tenemos un cuadro fiel de la doctrina, organización y caridad cristiana de la Iglesia de aquel tiempo.
P.N. Harrison propuso la teoría de que el documento que llamamos Epístola de Policarpo en realidad de verdad se compone de dos cartas que Policarpo escribió a los filipenses en diferentes ocasiones; en fecha muy antigua debieron de ser copiadas sobre un mismo papiro, y se fundieron las dos en una. La primera, que es el capítulo 13 y quizá también el 14 de la carta actual, era una breve nota de envío mandada por Policarpo juntamente con una remesa de cartas de Ignacio inmediatamente después de la visita del prisionero a Esmirna y Filipos, camino de Roma. Según toda probabilidad, hay que fechar esta nota a primeros de septiembre del mismo año en que Ignacio fue martirizado (ca.110). La segunda epístola, integrada por los doce primeros capítulos, habría sido escrita por Policarpo veinte años más tarde. Para esa fecha el nombre de Ignacio se había convertido en un recuerdo venerado y su martirio había pasado a la historia. El archiheresiarca denunciado en la parte principal de la carta es Marción. Por esta razón y por otras pruebas internas, no cabe fijar una fecha anterior al año 130 aproximadamente. La teoría de Harrison es muy convincente y descarta la única objeción seria contra una fecha temprana de las epístolas de Ignacio.
a) Doctrina
La epístola defiende la doctrina cristológica de la encarnación y de la muerte de Cristo en cruz contra “las falsas doctrinas,” con estas palabras:
Porque todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en carne, es un anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz, procede del diablo, y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, ese tal es primogénito de Satanás (7,1: BAC 65,666).
b) Organización
Policarpo no menciona al obispo de Filipos, pero sí habla de la obediencia debida a los ancianos y a los diáconos. Parece, pues, justificada la conclusión de que la comunidad cristiana de Filipos era gobernada por una comisión de presbíteros. La carta traza el siguiente retrato del sacerdote ideal:
Mas también los ancianos han de tener entrañas de misericordia, compasivos para con todos, tratando de traer a buen camino lo extraviado, visitando a todos los enfermos; no descuidándose de atender a la viuda, al huérfano y al pobre; atendiendo siempre al bien, tanto delante de Dios como de los hombres; muy ajenos de toda ira, de toda acepción de personas y juicio injusto; lejos de todo amor al dinero, no creyendo demasiado aprisa la acusación contra nadie, no severos en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores de pecado (66,1: BAC 65,665-666).
c) Caridad
Se recomienda encarecidamente la limosna:
Si tenéis posibilidad de hacer bien, no lo difiráis, pues la limosna libra de la muerte. Estad todos sujetos los unos a los otros, guardando una conducta irreprochable entre los gentiles, para que de vuestras buenas obras vosotros recibáis alabanza y el nombre del Señor no sea blasfemado por culpa vuestra (10,2: BAC 65,668).
d) Iglesia y Estado
Merece notarse la actitud de la Iglesia para con el Estado. Se prescribe expresamente rogar por las autoridades civiles:
Rogad también por los reyes y autoridades y príncipes, y por los que os persiguen y aborrecen, y por los enemigos de la cruz, a fin de que vuestro fruto sea manifestado en todas las cosas y seáis perfectos en El (12,3: BAC 65,670).
Papías de Hierápolis.
Papías era obispo de Hierápolis, en el Asia Menor. De él dice Ireneo que había oído predicar a San Juan y que era amigo de Policarpo, obispo de Esmirna (Adv. haer. 5,33,4). Eusebio, por su parte (Hist. eccl. 3,39,3), nos informa que “fue un varón de mediocre inteligencia, como lo demuestran sus libros.” Las obras a que alude Eusebio no pueden ser otras que el tratado escrito por Papías en cinco libros hacia el año 130, y que se intitula “Explicación de las sentencias del Señor” (?????? ????a??? e????se?). Son varias las razones que justifican el severo juicio de Eusebio. En primer lugar, Papías defendió el milenarismo; en segundo lugar, demostró tener muy poco sentido crítico en la selección e interpretación de sus fuentes. Con todo, a pesar de sus defectos, lo que se conserva de su obra tiene importancia, pues contiene algo de inestimable valor para nosotros, como es la enseñanza oral de los discípulos de los Apóstoles. En su prefacio, Papías resume su obra de esta forma:
No dudaré en ofrecerte, ordenadas juntamente con mis interpretaciones, cuantas noticias un día aprendí y grabé bien en mi memoria, seguro como estoy de su verdad. Porque no me complacía yo, como hacen la mayor parte, en los que mucho hablan, sino en los que dicen la verdad; ni en los que recuerdan mandamientos ajenos, sino en los que recuerdan los que fueron dados por el Señor a nuestra fe y proceden de la verdad misma. Y si se daba el caso de venir alguno de los que habían seguido a los ancianos, yo trataba de discernir los discursos de los ancianos: qué había dicho Andrés, qué Pedro, qué Felipe, qué Tomás o Santiago, o qué Juan o Mateo o cualquier otro de los discípulos del Señor; igualmente, lo que dice Aristión y el anciano Juan, discípulos del Señor. Porque no pensaba yo que los libros pudieran serme de tanto provecho como lo que viene de la palabra viva y permanente (Eusebio, Hist. eccl. 3,39,3-4: BAC 65,873-874).
De esta cita se deduce claramente que las sentencias del Señor que Papías se proponía explicar no las había sacado solamente de los evangelios que habían sido escritos antes de él, sino también de la tradición oral. Por consiguiente, su obra no fue un mero comentario de los evangelios, aun cuando la mayor parte de los textos que explica los haya tomado de las narraciones evangélicas.
Entre los pocos fragmentos que Eusebio nos ha transmitido de la obra de Papías, dos observaciones sobre los dos primeros evangelios se han hecho famosas:
El anciano decía también lo siguiente:
Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas cosas recordó referentes a los dichos y a los hechos del Señor. Porque ni había oído al Señor ni le había seguido, sino que más tarde, como dije, siguió a Pedro, quien daba sus instrucciones según las necesidades, pero no como quien compone una ordenación de las sentencias del Señor. De suerte que en nada faltó Marcos poniendo por escrito algunas de aquellas cosas tal como las recordaba. Porque en una sola cosa puso su cuidado: en no omitir nada de lo que había oído o mentir absolutamente en ellas (Eusebio, Hist. eccl. 3,39,15-16: BAC 65.877).
Tenemos aquí la mejor confirmación de la canonicidad del evangelio de Marcos. Hasta el presente, sin embargo, no se ha dado con una explicación satisfactoria de por qué Papías menciona a Juan dos veces (3,39,4). Sobre el origen del evangelio de Mateo dice lo siguiente: “Mateo ordenó en lengua hebrea las sentencias (de Jesús), y cada uno las interpretó conforme a su capacidad” (Eusebio, Hist. eccl. 3,39,16). Esta afirmación prueba que en tiempos de Papías la obra original de Mateo había sido va reemplazada por la traducción griega. Las traducciones a que se refiere Papías no eran versiones escritas de los evangelios, sino traducciones orales de las sentencias del Señor contenidas en el evangelio. Según toda probabilidad, eran una traducción de las perícopas usadas en las asambleas litúrgicas de las comunidades griegas o bilingües.
Eusebio dice todavía de Papías: “Y así por el estilo, inserta Papías otros relatos como llegados a él por tradición oral, lo mismo que ciertas extrañas parábolas del Salvador y enseñanzas suyas y algunas otras cosas que tienen aún mayores visos de fábula. Entre esas fábulas hay que contar no sé qué milenio de años que dice ha de venir después de la resurrección de entre los muertos y que el reino de Cristo se ha de establecer corporalmente en esta tierra nuestra; opinión que tuvo, a lo que creo, Papías por haber interpretado mal las explicaciones de los Apóstoles y no haber visto el sentido de lo que ellos decían místicamente en ejemplos” (Hist. eccl. 3,39, 11- 12: BAC 65,875-876). Eusebio insinúa que el prestigio de Papías indujo a muchos escritores cristianos a creencias quiliastas: “El tuvo la culpa en la mayoría de los hombres de la Iglesia que abrazaron su misma opinión después de él, pues se escudaban en la antigüedad de aquel varón, como, en efecto, lo hace Ireneo, y si algún otro se manifestó con ideas semejantes” (3,39,13: BAC 65,876).
A estas narraciones “que tienen aún mayores visos de fábulas,” según dice Eusebio, pertenecen, sin duda alguna, las leyendas del espantoso fin del traidor Judas, el asesinato de Juan, hermano de Santiago, perpetrado por los judíos, y también lo que él había oído decir a las hijas de Felipe (Hechos de los apóstoles 21,8) que residían en Hierápolis; ellas le hablaron de los milagros que habían sucedido en sus días: de la resurrección de la madre de Manaimo y de la historia del Justo Barsabás, que se tragó una poción de veneno sin experimentar ningún efecto.
La “Epístola de Bernabé.”
La Epístola de Bernabé es un tratado teológico más que una carta; de carta no tiene más que la apariencia. De hecho no contiene nada personal y carece de introducción y conclusión. Su contenido es de carácter general y no aparece en ella ninguna indicación de que fuera dirigida a alguna persona particular. Su forma de carta es puro artificio literario. Los escritores cristianos primitivos consideraban el género epistolar como el único apto para dar instrucciones piadosas y recurrían a este género aun cuando no se dirigieran a un círculo limitado de lectores. El propósito del autor, cuyo nombre no se menciona, es enseñar “el conocimiento perfecto” (???s??) y la fe.
1. Contenido
La carta se divide en dos partes: una teórica y otra práctica.
I. La primera sección, teórica, comprende los capítulos 1-17 y es de carácter dogmático. En el capítulo 1,5, el autor declara la intención de su obra con estas palabras: “a fin de que, juntamente con vuestra fe, tengáis perfecto conocimiento.” Este conocimiento, empero, es especial. El autor desea, en primer lugar, exponer y probar a sus lectores el valor y la significación de la revelación del Antiguo Testamento; trata de demostrar que los judíos entendieron muy mal la Ley, porque la interpretaron literalmente. Después de repudiar esta interpretación, explica lo que, a su juicio, representa el sentido espiritual genuino, o sea, la te?e?a ???s??. Consiste en una explicación alegórica de las doctrinas y mandamientos del Antiguo Testamento. Dios no quiere el don material de sacrificios sangrientos, sino la ofrenda de un corazón arrepentido. No quiere la circuncisión de la carne, sino la de nuestro oído, a fin de que nuestra mente se incline a la verdad. No insiste en que nos abstengamos de la carne de animales impuros, pero insiste en que renunciemos a los pecados simbolizados por aquellos animales (c.9 y 10). El cerdo, por ejemplo, es enumerado entre los animales prohibidos, porque hay hombres que se parecen a los cerdos, que, una vez ahitos, olvidan la mano que los alimenta. El águila, el halcón, el gavilán y el cuervo son animales prohibidos, porque simbolizan hombres que logran su pan cotidiano por la rapiña y toda suerte de iniquidad, en vez de ganarse su sustento con un trabajo honrado y el sudor de su frente (c.14,4). Una prueba de lo atrevido de las alegorías del autor la da el capítulo 9. Habla de la circuncisión que Abrahán ordenó a 318 de sus siervos. Según la interpretación del autor, ésta fue la manera como le fue revelado a Abrahán el misterio de la redención mediante la crucifixión y muerte de Cristo. Las cifras 10 y 8 en griego se escriben ?, ?; el número 300 = t. Esta letra t significa la cruz. Por consiguiente, el número 318 significa la redención por medio de la muerte de Jesús en la cruz. La Ley Antigua no estaba destinada a los judíos. “Moisés, pues, recibió la alianza; mas ellos no se hicieron dignos.” Estaba destinada, desde un principio, a los cristianos. “Ahora bien, ¿cómo la recibimos nosotros? Aprendedlo: Moisés la recibió como siervo que era; mas a nosotros nos la dio el Señor en persona para hacernos, habiendo sufrido por nosotros, pueblo de su herencia” (14,4). La interpretación judía de la Antigua Ley no estaba garantizada por Dios; los judíos fueron engañados por las maquinaciones de un ángel malo: “Ellos transgredieron su mandamiento, pues un ángel malo los engañó” (9,4). El autor se atreve incluso a decir que el culto judío se parece a la idolatría pagana (16,2). II. La segunda sección (c.18-21) se ocupa de moral, y en ella no se nota ninguna preferencia especial. Lo mismo que la Didaché, describe las dos vías del hombre, la de la vida y la de la muerte; a la primera llama camino de luz; a la segunda, camino de tinieblas. Para delinear la senda de la luz da un gran número de preceptos morales que recuerdan el decálogo. El pasaje que trata de la senda de las tinieblas consiste en un catálogo de vicios y pecados.
2. Doctrina.
Aunque el elemento doctrinal esté desparramado en este libro, hay detalles que merecen destacarse.
1) Bernabé proclama la preexistencia de Cristo. Estaba con Dios Padre cuando éste creó el mundo; las palabras “hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra” fueron dichas por el Padre a su divino Hijo (5,5). Bernabé emplea, además, la parábola del sol, tan popular en la teología alejandrina, para explicar la encarnación:
Porque de no haber venido en carne, tampoco hubieran los hombres podido salvarse mirándole a El, como quiera que mirando al sol, que al cabo está destinado a no ser, como obra que es de sus manos, no son capaces de fijar los ojos en sus rayos (5,10: BAC 65,780). Dos fueron las causas de la encarnación:
Primeramente: “El Hijo de Dios vino en carne a fin de que llegara a su colmo la consumación de los pecados de quienes persiguieron de muerte a sus profetas. Luego para ese fin sufrió.”
En segundo lugar: “El mismo fue quien quiso así padecer” (5,11-13: BAC 65,780-781).
2) Los capítulos 6 y 11 describen bellamente cómo el bautismo confiere al ser humano la adopción de hijos e imprime en su alma la imagen y semejanza de Dios:
Habiéndonos renovado por el perdón de nuestros pecados, hizo de nosotros una forma nueva, hasta el punto de tener un alma de niño, como de veras nos ha plasmado El de nuevo. Y, en efecto, la Escritura dice de nosotros lo mismo que Dios dijo a su Hijo: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra” (6,11-12: BAC 65,783).
3) El bautismo transforma a las criaturas de Dios en templos del Espíritu Santo:
Quiero hablaros acerca del templo, cómo extraviados los miserables confiaron en el edificio y no en su Dios, que los creó, como si aquél fuera la casa de Dios. Pues, poco más o menos como los gentiles, le consagraron en el templo. Mas ¿cómo habla el Señor destruyéndolo? Aprendedlo: “¿Quién midió el cielo con el palmo y la tierra con el pulgar? ¿No he sido yo? — dice el Señor — . El cielo es mi trono, y la tierra escabel de mis pies: ¿Qué casa es esa que me vais a edificar o cuál es el lugar de mi descanso? Luego ya os dais cuenta de que su esperanza es vana.” Y, por remate, otra vez les dice: “He aquí que los que han destruido este templo, ellos mismos lo edificarán.” Así está sucediendo, pues por haberse ellos sublevado, fue derribado el templo por sus enemigos, y ahora hasta los mismos siervos de sus enemigos lo van a reconstruir…
Pues inquiramos si existe un templo de Dios. Existe, ciertamente, allí donde El mismo dice que lo ha de hacer y perfeccionar. Está, efectivamente, escrito: “Y será, cumplida la semana, que se edificará el templo de Dios gloriosamente en el nombre del Señor.”
Hallo, pues, que existe un templo. ¿Cómo se edificará en el nombre del Señor? Aprendedlo. Antes de creer nosotros en Dios, la morada de nuestro corazón era corruptible y flaca, como templo verdaderamente edificado a mano, pues estaba llena de idolatría y era casa de demonios, porque no hacíamos sino cuanto era contrario a Dios. “Mas se edificará en el nombre del Señor.” Atended a que el templo del Señor se edifique gloriosamente. ¿De qué manera? Aprendedlo. Después de recibido el perdón de los pecados, y por nuestra esperanza en el Nombre, fuimos hechos nuevos, creados otra vez desde el principio. Por lo cual, Dios habita verdaderamente en nosotros, en la morada de nuestro corazón (16,1-4,6-8).
4) En el capítulo 15,8 insiste en la celebración del día octavo de la semana, o sea del domingo, en lugar del sábado de los judíos, por ser aquél el día de la resurrección:
Por último, les dice: “Vuestros novilunios y vuestros sábados no los aguanto.” Mirad cómo dice: No me son aceptos vuestros sábados de ahora, sino el que yo he hecho, aquel en que, haciendo descansar todas las cosas, haré el principio de un día octavo, es decir, el principio de otro mundo. Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser día en que Jesucristo resucitó de entre los muertos y, después de manifestado, subió a los cielos (15,8-9).
5) La vida del niño, antes como después de su nacimiento, está protegida por la ley: “No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida” (19,5).
6) El autor es milenarista. Los seis días de la creación significan un período de seis mil años, porque mil años son como un día a los ojos del Señor. En seis días, esto es, “en seis mil años, todo quedará completado, después de lo cual este tiempo perverso será destruido y el Hijo de Dios vendrá de nuevo a juzgar a los impíos y a cambiar el sol y la luna y las estrellas, y el día séptimo descansará. Entonces amanecerá el sábado del reino milenario (15,1-9).
3. El autor.
En la carta no dice en ninguna parte que Bernabé sea su autor, ni siquiera reclama para sí un origen apostólico. Sin embargo, desde los más remotos tiempos la tradición la ha atribuido al apóstol Bernabé, compañero y colaborador de San Pablo. El Codex Sinaiticus, del siglo IV, cita la epístola entre los libros canónicos del Nuevo Testamento, inmediatamente después del Apocalipsis de San Juan. Clemente de Alejandría toma de ella muchos pasajes que atribuye al apóstol Bernabé. Orígenes la llama ?a?????? ?p?st??? y la enumera entre los libros de la Sagrada Escritura. Eusebio la relega a la categoría de libros controvertidos, y San Jerónimo la cuenta entre los apócrifos. La crítica moderna ha establecido de una manera definitiva que el apóstol Bernabé no es su autor, porque en la carta se repudia dura y absolutamente el Antiguo Testamento. Por razón de esta pronunciada antipatía contra todo lo judío, Bernabé queda descartado como autor de la epístola. Por lo demás, se advierte un abismo entre las doctrinas de San Pablo, cuyo compañero de misión fue Bernabé, y las opiniones que se expresan en la epístola. Pablo reconoció el Antiguo Testamento como institución divinamente ordenada; en cambio, la Epístola de Bernabé habla de él como de un engaño diabólico (9,4). Hay, además, razones históricas para negar a Bernabé la paternidad literaria de esta epístola, puesto que es absolutamente cierto que fue escrita después de la destrucción de Jerusalén; el capítulo 16 lo prueba bien a las claras.
El uso del método alegórico apunta hacia Alejandría como patria del autor. La influencia de Filón es innegable. Esto explicaría también, en parte, la alta estima en que tuvieron la epístola los teólogos alejandrinos.
4. Fecha de composición
La destrucción del templo de Jerusalén, mencionada en la epístola, permite fijar con certeza el terminus post quem. En cambio, en lo que se refiere al terminus ante quem, las opiniones son muy divergentes. En el capítulo 16,3-4, se dice así: “Y, por remate, otra vez les dice: He aquí que los que han destruido este templo, ellos mismos lo reedificarán. Así está sucediendo, pues por haberse ellos sublevado, fue derribado el templo por sus enemigos, y ahora los mismos siervos de sus enemigos lo van a reconstruir.” La frase que empieza con las palabras “y ahora” nos lleva a concluir que ya había transcurrido algún tiempo desde la destrucción del templo. En lo que se dice sobre la planeada reconstrucción le parece ver a Harnack una alusión a la construcción del templo de Júpiter en Jerusalén durante el reinado de Adriano (117-138). Basándose en esto, Harnack fecha la composición de la epístola en el año 130 ó 131. Funk opina que este pasaje se refiere a la erección del templo sobrenatural de Dios, la Iglesia; pero su teoría no es nada convincente. Menos satisfactoria es aún la conclusión que respecto a la fecha de composición saca del capítulo 4,4-5, donde se cita a Daniel 7,24 y 7,7-8. El pasaje dice: “Además, el profeta dice así: Diez reinos reinarán sobre la tierra, y tras ellos se levantará un rey pequeño que humillará de un golpe a tres reyes. Igualmente Daniel dice sobre lo mismo: Y vi la cuarta bestia, mala y fuerte, y más fiera que todas las otras bestias de la tierra, y cómo de ella brotaban diez cuernos, y de ellos un cuerno pequeño como un retoño, y cómo éste humilló de un golpe a tres de los cuernos mayores.” Funk identifica al emperador romano Nerva (96-98) con el undécimo pequeño rey de esta profecía. Según él, Nerva “humilló de un golpe a tres revés,” por cuanto que alcanzó el trono después de asesinar a Domiciano, en quien se extinguió la dinastía de los Flavianos, compuesta de tres miembros, los emperadores Vespasiano, Tito y el propio Domiciano. Pero únicamente mediante una interpretación tan arbitraria pueden aplicarse a Nerva las palabras de Daniel. Por otra parte, el método adoptado por Harnack para fechar la carta tiene también dificultades. Todo depende de qué destrucción y de qué reconstrucción del templo se trate en la epístola. Lietzmann cree que el autor se refiérela la segunda destrucción del templo en la guerra de Barcochba. La obra habría sido compuesta después de empezada esta insurrección, cuyo fin coincide con el último año del reinado de Adriano (138). No cabe defender una fecha posterior a ésta. En otro tiempo se dudó de la homogeneidad de la Epístola de Bernabé y se intentó descubrir interpolaciones. Sin embargo, Muilenbereg ha demostrado satisfactoriamente que el documento es, desde el principio hasta el fin de un mismo autor, sin que sea posible discernir adiciones ulteriores. Las incoherencias en que cae con frecuencia deben atribuirse al poco dominio que el autor tiene del lenguaje y de la composición. De vez en cuando salta bruscamente de un tema a otro, y a menudo rompe el hilo de su discurso para intercalar exhortaciones morales que no tienen nada Que ver con lo que está diciendo. La exposición de las dos vías, la del bien y la del mal, está tomada dé la misma fuente que la de la Didaché. No obstante, se puede afirmar con certeza que el autor no usó la Didaché. El análisis de la Epístola de Bernabé indica que su autor no solamente tuvo a su disposición esa fuente común y las Sagradas Escrituras, sino también otras fuentes que no es posible identificar.
5. Transmisión del texto.
Para el texto griego tenemos las siguientes autoridades:
1) El Codex Sinaiticus, del siglo IV, en otro tiempo en San Petersburgo y actualmente en Londres. Figura entre los libros del Nuevo Testamento, inmediatamente después del Apocalipsis.
2) El Codex Hierosolymitanus, del año 1056, antiguamente en Constantinopla, hoy día en Jerusalén. Este códice fue descubierto por Bryennios en 1875 y contiene la Epístola de Bernabé, la Didaché y la Primera Carta de Clemente.
3) El Codex Vaticanus Graec. 859, del siglo XI, contiene, entre otras cosas, las cartas de San Ignacio, de San Policarpo y la Epístola de Bernabé. Faltan, empero, los capítulos 1,1-5.7. Esta laguna aparece también en manuscritos posteriores que dependen de este mismo arquetipo.
La obra existe también en una traducción latina del siglo III. Fue copiada en el siglo X en el monasterio de Corbie y ahora se conserva en San Petersburgo. En este manuscrito faltan, sin embargo, los capítulos 18,1-29,9.
El Pastor de Hermas.
Aunque se le cuenta entre los Padres Apostólicos, en realidad el Pastor de Hermas pertenece al grupo de los apocalipsis apócrifos. Es un libro que trata de las revelaciones hechas a Hermas en Roma por dos figuras celestiales. La primera era una mujer de edad, y la segunda, un ángel en forma de pastor. De ahí el título del libro. Solamente un pasaje de la obra nos ofrece la posibilidad de determinar la fecha de composición. Efectivamente, en la visión segunda (4,3) Hermas recibe de la Iglesia la orden de hacer dos copias de la revelación, una de las cuales tiene que entregarla a Clemente, quien se encargará de mandarla a las ciudades lejanas. Este Clemente de quien se habla aquí es, sin duda, el papa Clemente de Roma, que escribió su Epístola a los Corintios hacia el año 96. Pero esto parece estar en contradicción con el Fragmento Muratoriano, que dice de nuestro autor: “Muy recientemente, en nuestros tiempos, en la ciudad de Roma, Hermas escribió el Pastor estando sentado como obispo en la cátedra de la Iglesia de Roma su hermano Pío.” El testimonio del Fragmento Muratoriano, de fines del siglo II, da la impresión de ser fidedigno. Mas el reinado de Pío I corre del año 140 al 150. Por esta razón se consideró como una ficción la referencia de Hermas al papa Clemente en la visión segunda. No existe, con todo, razón alguna de peso para juzgarla así. Se pueden aceptar las dos fechas teniendo en cuenta la manera como fue compilado el libro. Las partes más antiguas probablemente son del tiempo de Clemente, mientras que la redacción definitiva dataría de la época de Pío I. El examen crítico de la obra lleva a la misma conclusión: se ve que hay partes que pertenecen a distintas épocas. Por otro lado, no se puede aceptar la opinión de Orígenes, que identifica ni autor del Pastor con su homónimo de la Epístola de San Pablo a los Romanos. El autor dice de sí mismo que, siendo muy joven, fue vendido como esclavo y enviado a Roma, donde le compró su dueña, una tal Rodé. Los frecuentes hebraísmos de la obra indican que el autor era de origen judío o, por lo menos, que había recibido una formación judía. Con franca sinceridad cuenta toda clase de intimidades propias y de su familia. Habla de sus negocios, de la pérdida de los bienes que había ido atesorando como liberto y del cultivo de sus terrenos, situados a lo largo de la vía que va de Roma a Cumas. Esto último explica que se escapen de su pluma tantas imágenes de la vida rural. Nos dice que sus hijos apostataron durante la persecución, que traicionaron a sus padres y llevaron una vida desordenada. Nada bueno puede decir de su mujer, que habla demasiado y no sabe poner freno a su lengua. Todos estos detalles nos inducen a concluir que se trata de un hombre serio, piadoso y de recta conciencia, que se mantuvo firme durante el tiempo de persecución.
Su obra viene a ser un sermón sobre la penitencia, de carácter apocalíptico y, en su conjunto, curioso tanto por la forma como por el fondo. Externamente, la obra está dividida en tres secciones, que contienen cinco visiones, doce preceptos o mandamientos y diez comparaciones. Con todo, a pesar de esta distribución hecha por el mismo autor, internamente la obra no da pie a la triple división ni a las distintas subdivisiones, va que incluso los preceptos y las parábolas son apocalípticos. Lógicamente tiene solamente dos partes principales y una conclusión.
Contenido.
I. En la primera parte principal, visiones 1-4, Hermas recibe sus revelaciones de la Iglesia, que se le aparece primero en forma de una venerable matrona, que va despojándose gradualmente de las señales de la vejez para surgir, en la visión cuarta, como una novia, símbolo de los elegidos de Dios.
Primera visión. Como preámbulo a esta visión. Hermas hace mención de un pecado de pensamiento que turba su conciencia. Se le aparece la Iglesia en la forma de una mujer anciana y le exhorta a hacer penitencia por sus pecados y por los de su familia.
Segunda visión. En esta visión la anciana matrona le da un librito para que lo copie y lo divulgue; el contenido del mismo exhorta asimismo a la penitencia y profetiza con toda claridad que es inminente una persecución
Tercera visión. La anciana emplea aquí el símbolo de una torre en construcción para explicar a Hermas el destino de la cristiandad, que crecerá y se convertirá pronto en la Iglesia ideal. Así como toda piedra que no es apta para la construcción de la torre es rechazada, así también el pecador que no haga penitencia será excluido de la Iglesia. Es necesaria una penitencia rápida, porque el tiempo es limitado.
Cuarta visión. Esta visión muestra al vidente, bajo la forma de un dragón monstruoso, persecución y calamidades espantosas e inminentes. Mas, por terrible que sea el monstruo, no hará daño ni al vidente ni a los que estén armados con una fe inquebrantable. Detrás de la bestia ve a la Iglesia ataviada como una hermosa novia, símbolo de la bienaventuranza destinada a los fieles, y garantía de su recepción dentro de la Iglesia eterna del futuro.
Quinta visión. Esta visión sirve de transición entre la primera parte y la secunda. En ella el ángel de penitencia se aparece en forma de pastor, que patrocinará y dirigirá toda la misión penitencial que ha de reanimar a la cristiandad, y que ahora proclama sus mandamientos y sus comparaciones.
II. La segunda parte principal comprende doce mandamientos y las nueve primeras parábolas o comparaciones.
1) Los doce mandamientos vienen a ser un resumen de la moral cristiana: establecen los preceptos a que debe conformarse la nueva vida de los penitentes, y trata en concreto: (1) de la fe, del temor de Dios y de la sobriedad; (2) de la simplicidad de corazón y de la inocencia; (3) de la veracidad; (4) de la pureza y del debido comportamiento en el matrimonio y en la viudez; (5) de la paciencia y del dominio de sí mismo; (6) a quién se ha de creer y a quién se ha de despreciar, es decir, el Ángel de Justicia y el Ángel de la Iniquidad; (7) a quién hay que temer y a quién no hay que temer: Dios y el diablo; (8) de lo que hay que evitar y lo que hay que hacer: el bien y el mal; 9 de las dudas; (10) de la tristeza y del pesimismo; (11) de los falsos profetas; (12) del deber de extirpar del propio corazón todo mal deseo y colmarlo de bondad y alegría. La sección entera termina, como cada uno de los preceptos, con una exhortación y una promesa. A los pusilánimes que dudan de sus fuerzas para cumplir los mandamientos se les asegura que a todo el que se esfuerza por cumplirlos confiando en Dios le será cosa fácil perseverar en el cumplimiento de los mismos y que todo el que se adhiere a los mandamientos obtendrá la vida eterna.
2) Las diez semejanzas. Las cinco primeras parábolas contienen asimismo preceptos morales. La primera llama a los cristianos extranjeros en la tierra: “Sabéis que vosotros, los siervos de Dios, vivís en tierra extranjera, pues vuestra ciudad está muy lejos de esta en que ahora habitáis. Si, pues, sabéis cuál es la ciudad en que definitivamente habéis de habitar, ¿a qué fin os poseer aquí campos y lujosas instalaciones, casas y moradas perecederas? Ahora bien, el que todo eso se posee para la ciudad presente, señal es que no piensa volver a su propia ciudad… En lugar, pues, de campos comprad almas atribuladas, conforme cada uno pudiere; socorred a las viudas y a los huérfanos y no los despreciéis; gastad vuestra riqueza y vuestros bienes todos en esta clase de campos y casas, que son las que habéis recibido del Señor… Este es el lujo bueno y santo.” La segunda comparación impone al rico, bajo la alegoría de la yedra y el olmo, que viven en dependencia mutua, el deber de ayudar al necesitado. En correspondencia a la ayuda recibida, el pobre debe rogar por sus hermanos acomodados. La tercera parábola resuelve una cuestión que tanto inquieta al cristianismo, como es la de saber por qué es imposible distinguir en este mundo a los pecadores y a los justos; compara a unos y a otros con los árboles del bosque en invierno: cuando se han despojado de sus hojas y la nieve cubre sus ramas, no se les puede distinguir tampoco. La cuarta comparación añade, a modo de paréntesis, que el mundo venidero es como un bosque en verano, pues entonces se distinguen claramente tanto los árboles muertos como los sanos. La quinta parábola se refiere a la costumbre de los ayunos públicos observados por toda la comunidad — las estaciones, como se les llamaba entonces — y critica, no tanto la institución en sí misma ni el ayuno en general, sino la esperanza vana que algunos ponían en esta práctica. El ayuno exige, ante todo y sobre todo, reforma moral, estricta observancia de la ley de Dios y la práctica de la caridad. En días de ayuno, el Pastor permite solamente pan y agua. Lo que se ahorra de este modo del gasto ordinario de cada día debe darse a los pobres. Las cuatro últimas comparaciones tratan de la sumisión a la penitencia. Así la sexta presenta al ángel de la gula y del fraude y al ángel del castigo en forma de dos pastores, y examina la duración del castigo que ha de seguir. En la comparación séptima, Hermas ruega al ángel del castigo, que le atormenta, que le libre; en cambio, se le exhorta a la paciencia y se le dice, para su consuelo, que está sufriendo por los pecados de su familia. La semejanza octava compara la Iglesia con un gran sauce mimbrero, cuyas ramas son muy resistentes; porque aun cuando, arrancadas del árbol madre, parecen secas, vuelven a brotar si se las planta en el suelo y se las mantiene húmedas. Asimismo, los que fueron privados de la unión vital con la iglesia por el pecado mortal, pueden resucitar de nuevo a la vida por la penitencia y el uso de los instrumentos de gracia que ofrece la Iglesia. La comparación novena fue, probablemente, introducida más tarde; hasta cierto punto es una corrección. Se vuelve a presentar la semejanza de la torre, y las diferentes piedras usadas en su construcción representan los distintos tipos de pecadores. Lo enteramente nuevo está en que la construcción de la torre queda diferida por un tiempo a fin de dar oportunidad a muchos pecadores a que se conviertan y puedan ser recibidos en la torre. Pero, si no se dan prisa a arrepentirse, serán excluidos. En otras palabras, el tiempo de penitencia, limitado en un principio, se extiende ahora más de lo que había sido anunciado primitivamente. Es muy posible que el mismo Hermas hiciera estos cambios cuando se dio cuenta de que la esperada parusía no había llegado. La comparación décima forma la conclusión de toda la obra. Hermas es amonestado de nuevo por el ángel a hacer penitencia para purificar a su propia familia de todo mal, y se le encarga, además, la misión de exhortar a todo el mundo a la penitencia.
Apenas existe otro libro de los tiempos primitivos del cristianismo en que se describa tan al vivo la vida de la comunidad cristiana como en el Pastor de Hermas. Encontramos aquí cristianos de todas clases, buenos y malos. Leemos de obispos, presbíteros y diáconos que ejercieron dignamente su cargo delante de Dios; pero también nos enteramos que hubo sacerdotes dados a juzgar, orgullosos, negligentes y ambiciosos; y diáconos que se quedaron con el dinero destinado a las viudas y a los huérfanos. Encontrarnos mártires cuyo corazón permaneció firme en todo momento, pero también vemos apóstatas, traidores y delatores; no faltan cristianos que apostataron únicamente por intereses mundanos y otros que no se avergonzaron de blasfemar públicamente de Dios y de sus hermanos cristianos. Se nos habla de conversos que viven sin mancha alguna de pecado, así como también de pecadores de todas clases; de ricos que desdeñan a los hermanos más pobres, y de cristianos caritativos y buenos. Hay asimismo herejes y también gente que duda y se esfuerza por hallar el camino de la justicia; y al lado de buenos cristianos con faltas pequeñas pueden verse simuladores e hipócritas. Por eso, el libro de Hermas viene a ser como un gran examen de conciencia de la Iglesia de Roma. El comportamiento cobarde de tan gran número de cristianos fue, sin duda, debido al periodo de relativa paz, durante la cual los cristianos se habían acostumbrado a una vida materialista, habían amontonado riquezas e incluso adquirido cierto prestigio entre sus vecinos paganos. De aquí que los horrores de una terrible persecución los encontrara enteramente desprevenidos. Estos sucesos señalan el reinado de Trajano y, por consiguiente, están indicando claramente la primera mitad del siglo II, que es la fecha apuntada más arriba. A pesar de esto se ve claro que, a los ojos de Hermas, no son los pecadores, sino los cristianos de vida ejemplar los que forman la mayoría.
El autor no intenta solamente mover a los malos con sus exhortaciones a la penitencia, sino también animar a las almas tímidas. Por eso en todo el discurso se echa de ver cierto optimismo en la concepción de la vida.
El Aspecto Dogmático del “Pastor.”
1) Penitencia.
La doctrina penitencial de Hermas ha dado lugar a enconadas controversias. Estas han gravitado en torno al cuarto mandamiento (3,1-7), que presenta a Hermas en un coloquio con el ángel de la penitencia:
Señor, le dije, he oído de algunos doctores que no hay otra penitencia fuera de aquella en que bajamos al agua y recibimos la remisión de nuestros pecados pasados. Has oído — me contestó — exactamente, pues es así. El que, en efecto, recibió una vez el perdón de sus pecados, no debiera volver a pecar más, sino mantenerse en pureza. Mas, puesto que todo lo quieres saber puntualmente, quiero declararte también esto, sin que con ello intente dar pretexto de pecar a los que han de creer en lo venidero o poco han creido en el Señor. Porque quienes poco ha creyeron o en lo venidero han de creer no tienen lugar a penitencia de sus pecados, sino que se les concede sola remisión, por el bautismo, de sus pecados pasados. Ahora bien, para los que fueron llamados antes de estos días, el Señor ha establecido una penitencia. Porque, como sea el Señor conocedor de los corazones y previsor de todas cosas, conoció la flaqueza de los hombres y que la múltiple astucia del diablo había de hacer algún daño a los siervos de Dios, y que su maldad se ensañaría en ellos. Siendo, pues, el Señor misericordioso, tuvo lástima de su propia hechura, y estableció esta penitencia, y a mí me fue dada la potestad sobre esta penitencia. Sin embargo, yo te lo aseguro — -me dijo —: si después de aquel llamamiento grande y santo, alguno, tentado por el diablo, pecare, sólo tiene una penitencia; mas, si a la continua pecare y quisiere hacer penitencia, sin provecho es para hombre semejante, pues difícilmente vivirá. Díjele yo: La vida me ha dado haberte oído hablar sobre esto tan puntualmente, porque ahora sé cierto que, si no volviere a cometer nuevos pecados, me salvaré. Te salvarás tú — me dijo —, y lo mismo todos cuantos hicieren estas cosas (BAC 65,978-979).
Según este pasaje, la doctrina penitencial de Hermas puede reducirse a los siguientes puntos:
a) Hay una penitencia saludable después del bautismo. Esta no es una doctrina nueva proclamada por primera vez por Hermas, como se ha dicho con frecuencia equivocadamente, sino una antigua institución de la Iglesia. Precisamente la razón que impulsó a Hermas a escribir su obra fue que había algunos maestros que insistían en que no había otra penitencia fuera del bautismo y que todo aquel que cometiera un pecado mortal dejaba de ser miembro de la Iglesia. Tampoco quiso Hermas dar la impresión de que él era el primero en anunciar al pecador cristiano el perdón de sus pecados o que éste es solamente una concesión excepcional. Lo que el autor pretende en realidad es hacer comprender a los cristianos que su mensaje les ofrece no la primera, sino más bien la última oportunidad de perdón por los pecados cometidos. Esto es lo que constituye el elemento nuevo de su mensaje.
b) La penitencia tiene un carácter universal: ningún pecador queda excluidode ella, ni el impuro ni el apóstata. Únicamente es excluido el pecador que no quiere arrepentirse.
c) La penitencia debe ser inmediata y debe producir la enmienda; no hay que abusar de la oportunidad que ella concede cayendo de nuevo en el pecado. Prueba le necesidad de corregirse basándose en una razón de carácter psicológico: la dificultad que tiene el reincidente de conseguir la vida eterna. Habla más bien desde un punto de vista pastoral que teológico. Urge la necesidad de una penitencia inmediata por razones escatológicas. Hay que arrepentirse antes que la construcción de la torre, la Iglesia, sea ya un hecho consumado, porque se han interrumpido los trabajos para dar al pecador tiempo para hacer penitencia.
d) El fin intrínseco de la penitencia es la µet????a, una reforma total del pecador, unida al deseo de expiar con castigos voluntarios, con ayuno y con la oración, impetrando el perdón de los pecados cometidos.
e) La justificación que se obtiene por la penitencia no es solamente una purificación, sino una santificación positiva, igual a la que produce el bautismo por la infusión del Espíritu Santo (Sim. 5,7,1-2).
f) En la doctrina penitencial de Hermas domina ya la idea de que la Iglesia es una institución necesaria para la salvación. Así. Hermas habla de oraciones que ofrecen los ancianos de la Iglesia en favor de los pecadores. No se menciona la reconciliación como tal, pero hay que admitirla como cosa cierta, por razones de peso.
2) Cristología
La cristología de Hermas ha suscitado serias dificultades. Nunca usa la palabra Logos o el nombre de Jesucristo. Le llama invariablemente Salvador, Hijo de Dios o Señor. Además, en la comparación 9,1,1 se lee que el ángel de la penitencia dice a Hermas: “Quiero mostrarte otra vez todo lo que te mostró el Espíritu Santo (t? p?e?µa t? a????). que habló contigo bajo la figura de la Iglesia; porque aquel Espíritu es el Hijo de Dios.” Aquí se identifica al Espíritu Santo con el Hijo de Dios. Tenemos, pues, solamente dos personas divinas, Dios y el Espíritu Santo, cuyas relaciones se presentan como las de Padre e Hijo. La comparación 5,6,5-7 es aún más significativa:
Al Espíritu Santo, que es preexistente, que creó toda la creación. Dios le hizo morar en el cuerpo de carne que El quiso. Ahora bien, esta carne en que habitó el Espíritu Santo sirvió bien al Espíritu, caminando en santidad y pureza, sin mancillar absolutamente en nada al mismo Espíritu. Como hubiera, pues, llevado ella una conducta excelente y pura y tenido parte en todo trabajo del Espíritu y cooperado con El en todo negocio, portándose siempre fuerte y valerosamente, Dios la tomó por partícipe juntamente con el Espíritu Santo. En efecto, la conducta de esta carne agradó a Dios, por no haberse mancillado sobre la tierra mientras tuvo consigo al Espíritu Santo. Así, pues, tomó por consejero a su Hijo y a los ángeles gloriosos, para que esta carne, que había servido sin reproche al Espíritu, alcanzara también algún lugar de habitación y no pareciera que se perdía el galardón de este servicio. Porque toda carne en que moró el Espíritu Santo, si fuere hallada pura y sin mancha, recibirá su recompensa (BAC 65,1022).
Según este pasaje, parece que para Hermas la Trinidad consiste en Dios Padre, en una segunda persona divina, el Espíritu Santo, que él identifica con el Hijo de Dios, y, finalmente, en el Salvador, elevado a formar parte de su sociedad como premio a sus merecimientos. En otras palabras, Hermas considera al Salvador como Hijo adoptivo de Dios por lo que se refiere a su naturaleza humana.
3) La Iglesia.
En la opinión de Hermas, la Iglesia es la primera de todas las criaturas; por eso se le aparece en forma de una mujer anciana. Todo el mundo fue creado por causa de ella:
Mientras yo dormía, hermanos, tuve una revelación que me fue hecha por un joven hermosísimo, diciéndome: — ¿Quién crees tú que es la anciana de quien recibiste aquel librito? — La Sibila — le contesté yo. — Te equivocas — me dijo —, no lo es. — ¿Quién es, pues? — le dije. — La Iglesia — me contestó. — ¿Por qué entonces- — le repliqué yo — se me apareció vieja? — Porque fue creada — me contestó — antes que todas las cosas. Por eso aparece vieja y por causa de ella fue ordenado el mundo (Vis. 2, 4,1: BAC 65,946),
Sin embargo, la figura más significativa bajo la cual la Iglesia se aparece a Hermas es la de la torre mística (Vis. 3. 3,31; Sim. 8,13,1). Este símbolo representa la Iglesia de los escogidos y predestinados, la Iglesia triunfante, no la Iglesia militante, en la que los santos y los pecadores viven mezclados. Esta Iglesia está fundada sobre una roca, el Hijo de Dios.
4) Bautismo.
Nadie entra en la Iglesia sino por medio del bautismo:
Escucha por qué la torre está edificada sobre las aguas. La razón es porque vuestra vida se salvó por el agua y por el agua se salvará; mas el fundamento sobre que se asienta la torre es la palabra del nombre omnipotente y glorioso y se sostiene por la virtud invisible del Dueño (Vis. 3,3,5: BAC 65,952).
La Comparación 9,16 llama al bautismo el sello y enumera sus efectos:
¿Por qué, Señor — le dije —, subieron las piedras del fondo del agua y fueron colocadas en la construcción de la torre, siendo así que antes habían llevado estos espíritus? Necesario les fue — me contestó — subir por el agua, a fin de ser vivificados, pues no les era posible entrar de otro modo en el reino de Dios, si no deponían la mortalidad de su vida anterior. Así, pues, también éstos, que habían ya muerto, recibieron el sello del Hijo de Dios (t?? sf?a??da t?? ???? t?? ?e??), y así entraron en el reino de Dios. Porque antes — me dijo — de llevar el hombre el sello del Hijo de Dios, está muerto; mas, una vez que recibe el sello, depone la mortalidad y recobra la vida. Ahora bien, el sello es el agua, y, consiguientemente, bajan al agua muertos y salen vivos. Así, pues, también a aquellos les fue predicado este sello, y ellos lo recibieron para entrar en el reino de Dios. Entonces, Señor — le pregunté —, ¿por qué también las cuarenta piedras subieron con ellas del fondo del agua, siendo así que éstas ya llevaban el sello? Porque estos apóstoles y maestros que predicaron el nombre del Hijo de Dios, habiendo muerto en la virtud y fe del Hijo de Dios, predicaron también a los que habían anteriormente muerto, y ellos les dieron el sello de la predicación. Ahora bien, bajaron con ellos al agua y nuevamente subieron; pero éstos bajaron vivos y vivos volvieron a subir; aquellos, empero, que habían anteriormente muerto, bajaron muertos y subieron vivos. Por medio de éstos, pues, fueron vivificados y conocieron el nombre del Hijo de Dios. De ahí que subieron juntamente con ellos y con ellos fueron ajustados a la construcción de la torre, y entraron en la obra sin necesidad de ser labrados, como quiera que habían muerto en justicia y grande castidad. Sólo les faltaba tener este sello. Ahí tienes, pues, la solución también de esta dificultad (BAC 65,1071-1072).
Tan convencido estaba Hermas de que el bautismo es absolutamente necesario para la salvación, que llega a decir que los Apóstoles y maestros bajaron al limbo después de la muerte (descensus ad inferos) para bautizar a los justos que habían muerto antes de Cristo.
La Doctrina Moral del “Pastor.”
La doctrina moral, en Hermas, es más importante que la enseñanza dogmática.
1. Es de notar que encontramos ya aquí la distinción entre mandamiento y consejo, entre obras obligatorias y de supererogación, las opera supererogatoria:
Mas, si sobre lo que manda el mandamiento de Dios, hicieres todavía algún bien, te adquirirás mayor gloria y serás ante Dios más glorioso de lo que, sin eso, habías de serlo (Sim. 5,3,3: BAC 65,1018).
Como obras de supererogación, Hermas menciona el ayuno, el celibato y el martirio.
2. Es también digna de notarse la clarividente observación que hace respecto a los espíritus que influyen en el corazón del hombre:
Dos ángeles hay en cada persona: uno de la justicia y otro de la maldad… El ángel de la justicia es delicado y vergonzoso, y manso, y tranquilo. Así, pues, cuando quiera subiere a tu corazón este ángel, al punto se pondrá a hablar contigo sobre la justicia, la castidad, la santidad, sobre la mortificación y sobre toda obra justa y sobre toda virtud gloriosa. Cuando todas estas cosas subieren a tu corazón, entiende que el ángel de la justicia está contigo. He ahí, pues, las obras del ángel de la justicia. Cree, por tanto, a éste y a sus obras. Mira también las obras del ángel de la maldad. Ante todas las cosas, ese ángel es impaciente, amargo e insensato, y sus obras, malas, que derriban a los siervos de Dios. Así, pues, cuando éste subiere a tu corazón, conócele por sus obras (Mand. 6,2,14: BAC 65,984).
En otro lugar se esfuerza por explicar que es imposible que un ángel bueno y un ángel malo ocupen simultáneamente el corazón del hombre:
Porque, cuando en un solo vaso andan todos estos espíritus — vaso en que habita también el Espíritu Santo —, el vaso aquel no cabe, sino que rebosa. Ahora bien, como el espíritu delicado no tiene costumbre de habitar con el espíritu malo ni donde hay aspereza, se aparta de tal hombre y busca su morada donde hay mansedumbre y tranquilidad. Luego, una vez que se parte de él, queda el ser humano iracundo vacío del espíritu justo, y, lleno en adelante de malos espíritus, anda inquieto en todas sus acciones, llevado de acá para allá por los malos espíritus, hasta que, finalmente, queda ciego para todo buen pensamiento (Mand. 5,2,5-7: BAC 65.982-983).
3. Sobre el adulterio dice que el marido debe alejar a su mujer que se ha hecho culpable de ese pecado y que rehúsa hacer penitencia, pero él no puede casarse mientras viva ella. Si la mujer adúltera se arrepiente y cambia de vida, el marido tiene obligación de recibirla de nuevo:
Si el marido no la recibe, pecado, y grande, por cierto, es el pecado que carga sobre sí. Sí, hay que recibir a quienquiera pecare, pero hace penitencia. Sin embargo, no por muchas veces, pues sólo una penitencia se da a los siervos de Dios (Mand. 4,1,8: BAC 65.976).
4. Contrariamente a muchos escritores cristianos primitivos, Hermas permite las segundas nupcias:
Si una mujer, Señor — le dije —, y lo mismo un hombre, muere, y uno de ellos se casa, ¿peca el que se casa? No peca — me contestó —; sin embargo, si permaneciere solo, se conquista para sí mayor honor y adquiere una gloria grande ante el Señor. Así y todo, si se casare, tampoco peca (Mand. 4,4.1-2: BAC 65,979).
5. En la Visión 3,8,1-7 hallamos un catálogo de siete virtudes: Fe, Continencia, Simplicidad, Ciencia, Inocencia, Reverencia y Amor. Están simbolizadas por siete mujeres, concepto que tuvo gran influencia en el desarrollo del arte cristiano.
La alta estima en que la antigüedad cristiana tuvo a Hermas viene atestiguada por el hecho de que varios escritores eclesiásticos, entre ellos Ireneo, Tertuliano en su período premontanista y Orígenes, le consideraron como un profeta inspirado y colocaron su obra entre los libros de la Sagrada Escritura. Fue más popular, según parece, en Oriente que en Occidente, ya que Jerónimo observa que en su tiempo el libro era casi desconocido entre los de habla latina (De vir. ill. 10). Por el Fragmento Muratoriano sabemos que se podía leer la obra en privado, pero que no se debía leer en público en la iglesia. Sin embargo, Orígenes atestigua que en algunas iglesias se leía en público, si bien esta práctica no era general.
Transmisión del texto
Para el texto griego del Pastor tenemos las siguientes autoridades:
1) El Codex Sinaiticus, escrito en el siglo IV, contiene solamente la primera cuarta parte de la obra entera, o sea, hasta Mand. 4,3,6.
2) Un manuscrito del Monte Athos, del siglo XV, contiene la obra entera, excepto el final, o sea Sim. 9,30,3-10,4,5.
3) La colección de papiros de la Universidad de Michigan posee dos fragmentos publicados por Campbell Bonner que son un complemento precioso para nuestro conocimiento del texto. El más largo es importante, porque nos ha conservado casi todas aquellas sentencias que faltan en el manuscrito de Athos. Contiene las Comparaciones 2,8-9,5,1, y es más antiguo que la mayor parte de los manuscritos publicados hasta el presente. Fue escrito hacia fines del siglo II. El fragmento más corto es de la misma época y contiene el fin del Mand. 2 y el principio del Mand. 3.
4) Un pequeño fragmento de un manuscrito, en pergamino, de Hamburgo contiene Sim. 4,6-7 y 5,1-5 (SBA [1909] P.1077ss).
5) También se hallaron otros fragmentos en Amherst Papyrus CXC, Oxyrh. Pap. 404 y 1172, Berlín Pap. 5513 y 6789.
El texto se ha conservado, además, en dos traducciones latinas y una etiópica; quedan también fragmentos de una versión copta sahídica en papiros, que se encuentran ahora en la Bib. Nat. de París y en la biblioteca del Louvre, y un fragmento de una versión medo-persa.