«EL TIEMPO DE LA SEMENTERA
DE LA PALABRA EVANGELICA
ENTRE LOS GENTILES,
SE HA TERMINADO»
Mons. José F. Urbina Aznar
 Mayo 2012
     El pecado contra la honestidad, cualquiera que sea, tiene deplorables consecuencias para toda la vida religiosa y moral, sobre todo si es repetido y defendido. Este pecado tiene el poder especial para esclavizar permanentemente a los hombres y a la sociedad quitándole todo interés por las cosas de Dios. Los pecados de malicia son los pecados del espíritu que tienen su raíz en la soberbia. Son muchísimo más graves y de más difícil arrepentimiento que los pecados de flaqueza que tienen su fuente en la sensualidad que no incluyen el grado de premeditación y libertad que los pecados del espíritu.
     La más profunda raíz de todo pecado, es la voluntad de no obedecer; la voluntad de ser dueño de sí mismo desconociéndose toda otra autoridad. Claro que esto es siempre ilusorio, pues aquel que cree que ha obrado por propia voluntad, se encuentra de pronto en las regiones oscuras que habitan las almas reprobadas al servicio del Diablo. El pecado de apostasía no tiene su fuente en la sensualidad, es un pecado del espíritu, cuya raíz es la soberbia. Es un pecado premeditado que esclaviza permanentemente. San Juan en el Apocalipsis previene contra el que llama «la bestia» o «la fiera» porque se le ha dado el poder por un tiempo de arrastrar a los hombres a la apostasía. De engañar a los hombres, que aun engañados van a militar en las fuerzas apostáticas.
     El pecado de apostasía creo que es el peor de los pecados del intelecto. La sociedad o los individuos que apostatan de la Fe, son irrecuperables si un milagro de Dios no interviene. Por eso el Señor dice que el único remedio es el exterminio.
     San Juan en su primera Epístola habla (V, 16) de un pecado «que es de muerte». ¡No se refiere al pecado mortal, sino a algo que es peor!: se refiere a la apostasía. El dice: «Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es muerte pida y le dará la vida; a los que cometen pecados que no son de muerte, pues hay un pecado que es de muerte POR EL CUAL NO DIGO QUE PIDA«. ¿Qué puede haber tan terrible para que San Juan se exprese de esta manera?.
     Indudablemente está señalando el pecado de apostasía. Todos esos gobiernos masónicos que han descristianizado a sus pueblos desde la más tierna edad los han arrastrado a regiones de las que no se regresa nunca; todos esos enjambres de avispas que caen sobre las poblaciones protestantizando almas, las arrastran a un terreno del que ya no regresarán nunca. Santo Tomás dice que los prosélitos de la herejía, no regresan. Todos esos millones de fieles católicos arrastrados a una suave pendiente hacia la apostasía, en la que para, ya no regresarán nunca. Caminan poco a poco a una religión que se parece a la Religión de Cristo, pero que no es la Religión de Cristo. Esta es la apostasía, porque ya sea que se abandóne la Religión de Dios en forma total; o se supla toda la Religión por otra cosa similar, aunque se conserven partes iguales, esa es la apostasía
     El tiempo de la sementera de las naciones y de los individuos es el tiempo de la decisión de la separación definitiva del reino de la oscuridad. Este tiempo media entre el primer advenimiento y el segundo de Cristo. Es el tiempo de la gracia y de la paciencia, después del cual viene el Juicio, en el que serán juzgados con mayor rigor los que no lo hayan aprovechado. El que haya rehusado a convertirse o el que haya apostatado será juzgado con más rigor que Sodoma y Gomorra (Luc. X, 11 y sigs.).Porque ese tiempo fue de salvación, fue «la última hora». Por eso, la humanidad apóstata del fin del mundo, va a experimentar «la cólera del Cordero».
     La apostasía está cimentada en el pecado diabólico de la soberbia. El hombre busca dignidad sin referencia a Dios. Al soberbio le tiene sin cuidado un acrecentamiento de sus valores espirituales o sociales ante Dios. Busca sólo, aparecer grande entre los hombres. Y por eso lo guía la vanagloria, el figurado y la ambición. Dios es un ser que ya no importa y así surge la religión del Estado laico o ateo que cree poder cimentar a una humanidad en las nuevas leyes y moral del Estado omnipotente.
     Pero de este estado de miseria no se regresa a menos que intervenga la mano de Dios. En la apostasía de los hombres interviene una falsa conciencia y un profundo sentimiento de haber obrado bien según la propia infalible voluntad. Esto sucede también con los aleccionados de un Estado laico, y así sucede, pero en forma peor con el apóstata que cambia su Religión con la religión del Anticristo. A ninguno de estos hombres se puede reconquistar. Sería necesaria una nueva evangelizacion, la cual no va a suceder. Los hombres que han estado en la oscuridad que ven luminosa nunca aceptarán haberse equivocado.
     Desde los tiempos de los santos Padres de la Iglesia, se ha sabido y comprobado que precisamente son los mayores pecadores los que menos reconocen el estado miserable en que se encuentran y los que menos reconocen la necesidad de un cambio y de penitencia. Si esto es así entre los hombres alejados de los Sacramentos, entre los cuales todavía puede existir un suave murmullo de la conciencia, ¿no resulta imposible la conversión de los hombres que han abandonado la Religión, entre los ateizados, entre los entibiados?, ¿no todos ellos defienden su nueva religión hasta con furia?.
     Por eso el texto de San Juan es aplicable aunque parezca duro. Por eso el exterminio. Por eso se hace referencia a la extrema depravación de Sodoma y Gomorra las cuales dos ciudades si fueran comparadas con la situación final serían sólo juego de niños.
Por eso hay que analizar la profecía de Cristo N. S. cuando describe la destrucción de Jerusalén que no hay que tomarla como una imagen de la Parusía, sino al contrario: el fin del mundo es prefigurado en la desolación de Jerusalén.
     Jesús Montánchez, dice en su TEOLOGIA MORAL que la apostasía es el «total apartamiento de la Fe cristiana por parte de quien la recibió en el Bautismo. Para ser apóstata basta apartarse de la Fe, no es necesario ni dar el nombre, ni adherirse a determinada secta. Su malicia, por razón del desprecio formal a la autoridad divina que consigo lleva, es siempre, de suyo y sin posible parvedad de materia, pecado grave».
     Si analizamos este texto, fácilmente comprenderemos que la apostasía es algo que se va incubando en el alma o en la sociedad sin que se pueda decir a ciencia cierta en qué momento comienza a existir. Es un contagio que va creciendo; una lepra que va destruyendo el alma. Es una corrupción que comienza en la periferia, sin tocar órganos vitales. El contagio social, el «que dirán», la propia conveniencia, son un magnífico vehículo que va penetrando insensiblemente, hasta que se llega al punto de no retorno. Entonces es irremediable. Ese punto de no retorno es variable en los individuos y en la sociedad. Aquí las palabras de San Juan. Dios, entonces extermina el mal que no ha de prevalecer. El reino de la oscuridad no ha de vencer al reino de la luz y del Cordero desechado poco a poco en la sociedad y en el alma de los hombres.
     Por eso Cristo N. S. no mintió el decirle a los Apóstoles que la fecha del fin del mundo no la sabía «el Hijo», sino sólo el Padre. Pues esta depende de acontecimientos degenerativos basados en la voluntad humana. Pero ciertamente, las señales fueron predichas y hoy las vemos cumplidas a cabalidad. Los hombres han proclamado una nueva era fabricada por ellos mismos sin Dios.
     Uno de los efectos más naturales del pecado, escribía Scheler, «es esconderse a medida que crece y embotar el sentimiento de manera que se desconozca su presencia». Pero estamos hablando de la apostasía cimentada en la soberbia. El castigo de la soberbia, dice Háring en LA LEY DE CRISTO, «es la inhabilidad para alcanzar una verdadera conversión». La verdadera conversión consiste en «buscar primero el reino de Dios» (Mat. VI, 33). El reino de Dios implica un combate contra el reino de este mundo. Por eso, no puede entrar en el reino de Dios el que acepta una paz vergonzosa con el mundo, con el espíritu de este mundo (Mat. X, 35). La apostasía de hoy, cimentada en la soberbia, no solamente implica el gradual abandono de la Doctrina camino a la desaparición del Cristianismo, como dijo San Pío X, sino una mezcla camino al dominio absoluto del reino de este mundo, del espíritu de este mundo. El espíritu de la Apostasía -que hay que poner con mayúscula-, la de hoy, que fue soplada con fuerza en el Concilio Vaticano II, afecta lo mismo a la sociedad como a los individuos aisladamente considerados. Esta es incorregible absolutamente. Se forma, entonces, un masacote espeso y hediondo que hay que tirar al sumidero. Es el rechazo más radical del reino de la luz. Por eso el exterminio. Por eso el castigo.
 
Contra el pecado terrible de apostasía, los hombres no están prevenidos como lo están, por ejemplo, contra los pecados de lujuria. La apostasía puede comenzar a infectar a una sociedad o al alma de un hombre, por regiones periféricas alejadas de los órganos vitales, como dije, pero se extiende poco a poco y va pudriendo el organismo, pero insensibilizándolo al mismo tiempo como lo hace la lepra. Los terrenos ganados por este contagio son justificados por un falso razonamiento, por una falsa lógica que es producto de un alma tibia. Contra este extraño pecado, los hombres y las sociedades no están prevenidos. Hay contagio en la intimidad familiar, hay contagio de los maestros y de toda persona a las que les concedemos ascendiente, como pueden ser los mismos sacerdotes. Y es muy difícil o casi imposible detener el proceso que llega al final. Una sociedad entibiada, un alma entibiada, son fácil presa de este mal irremediable. Cristo N. S. prevenía contra los pecados de los últimos tiempos que afectarían incluso a los elegidos. Por amor a ellos, los tiempos finales serían acortados porque de prolongarse, también caerían. ¿De qué estamos hablando tan maligno?, de un vaho negro que todo lo toca, que todo lo invade contagiando con su pestilencia. Hablamos de la apostasía. Cuando nuestro Señor habla de la sal -Su Iglesia- que es la sal de la Tierra, dice que si perdiera su sabor, no habría nada que la salara de nuevo. Indudablemente estaba hablando de la apostasía final. 
     «Roma perderá la Fe« dijo la Virgen en La Salette en 1846. El alma convertida a la gracia, siempre debe temer que luego de una caída, no le quede ya medio para convertirse fuera de un inesperado milagro de Dios (Hebr. VI, 4 y sigs; I Juan V, 16 y sigs.),pero en la apostasía el mismo hombre hace imposible esa perfecta oposición al pecado que es exigida necesariamente en toda conversión. La conversión es un acto de la libre determinación del hombre, pero también es obra de Dios. En la apostasía no existe la voluntad humana. Por eso es irremediable. Por eso el castigo. Por eso el exterminio. Por eso el fin de la humanidad cuando el número de elegidos se ha completado. En la destrucción de Jerusalén se nos da una figura.
ALGUNOS TEXTOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS QUE SON COINCIDENTES
     Quienes analizan los tiempos del fin del mundo, a la luz de las sagradas Escrituras, no podrán menos que extrañarse del estado irremisible de los hombres y de los castigos tremendos que acarrearán sobre sus cabezas. Hay un texto en el Apocalipsis XVI, 8 y sigs. que dice que el cuarto ángel -de las últimas plagas-, derramo su copa en el sol y diósele fuerza para afligir a los hombres con ardor y con fuego; y los hombres abrasándose con el calor excesivo, blasfemaron del nombre de Dios que tiene en su mano estas plagas, en vez de hacer penitencia para darle gloria. Sólo quiero comentar ahora las palabras subrayadas. Se trata de los sucesos del fin. De una humanidad caída en la apostasía. Dios todopoderoso respeta la libertad de los hombres, pues no exige por la fuerza el amor de sus hijos, pero derramará sobre los hombres el cáliz de su cólera porque estos preferirán seguir siendo «hijos de la ira» como cuando eran paganos sin redención (Efesios II, 3 y sigs; V, 6). Dice la Biblia comentada de Torres Amat: «La venganza del amor ofendido contra las naciones será terrible». Los hombres por propio gusto y voluntad se han de poner en el lugar en el que descargan los rayos de la ira. Antesala del Infierno.
     Hay un texto en el Profeta Daniel (XII, 10 y sigs.) en el que leemos: «Muchos serán lavados, blanqueados y purgados; los impíos seguirán haciendo el mal; ningún impío comprenderá nada«.
     Son los de la apostasía final. Los ofuscados por su extremada soberbia y estupidez. Porque todas las señales estarán a la vista de todos pero ellos no serán capaces de ver a su derredor un mundo que se desencuaderna por su culpa. Esa sopa confusa del final, les parecerá un cambio normal a otra etapa del hombre muy prometedora. Los apóstatas del fin revolcándose en un caldo apostático pestilente, no son capaces de ninguna manera ver lo que han provocado en constante agravamiento y corren todos en tropel como burros ciegos al abismo; como los cerdos endemoniados al despeñadero.
     San Pablo en su segunda Carta a los Corintios dice algo que les cae como anillo al dedo a estas gentes malvadas que infectarán a la Iglesia principalmente al final de los tiempos: «Ciertamente, dice, no osamos igualarnos ni compararnos a algunos que se dan importancia a sí mismos. Midiéndose a sí mismos según su opinión y comparándose consigo mismos, obran estúpidamente«. Esos son los salvadores del mundo; el ejemplo a seguir de los hombres; el modelo, el paradigma; los que pueden modernizar la palabra de Dios; los maestros. Los de la distinción; los de la prestancia; del dinero y el poder. Los del elevado caminar que balancean a izquierda y derecha la cabeza con displicencia. Estas son las garrapatas pegadas a los hábitos de la Iglesia y de la sociedad buscando a quien succionar. Son hombres que tienen un baño de pegamento que se adhiere fuertemente a otro como él para hacer equipo o secta o pandilla. Capaces de llevar al incauto a toda clase de desórdenes y atrocidades, y al fin a la apostasía irremisible. El pecado del fin del mundo. La úlcera escatológica: la lujuria. El pecado: la apostasía.
     El Profeta Daniel dice claro: «Los impíos seguirán haciendo el mal». Su estupidez y su soberbia serán tan grandes que no podrán ver las claras y enormes señales que los rodean que atribuirán a causas muy lejanas a su desgraciada actuación.
     Hay un texto en las sagradas Escrituras que se relaciona con el anterior. En la segunda Carta de San Pablo a Timoteo, éste le dice en el IV, 3: «Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas».
     San Pablo habla claramente del Modernismo-progresismo, herejía final que las reúne a todas (Papa San Pío X), que es la herejía de la Fiera, llena a reventar de fábulas, de errores que expresa a veces con palabras ortodoxas que esconden un significado contrario.
     San Pablo dice que «no soportarán la sana doctrina». Soportar un peso, sufrir un peso. Las palabras de la Doctrina serán insufribles. Ofensivas. Así las tomarán los hombres de la apostasía, pero no dejarán de creerse cristianos. En estas condiciones, ¿será posible una nueva evangelización que pueda convencer a los hombres que no soportan la sana Doctrina?, ¿no está hablando de una humanidad irremisible?, ¿de una humanidad del fin del mundo?.
     San Juan en su primera Carta dice: «Hijitos míos, esta es la última hora. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es ya la última hora».
     En el Apocalipsis (XV, 8 y sigs.) nos dice San Juan que el Santuario se llenó de humo, y que nadie podía entrar hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles, que son las siete copas del fin del mundo, cuyo contenido van a ser vertidos como castigo a una humanidad apóstata. El texto dice así: «Luego uno de los cuatro Seres entregó a los siete Ángeles siete copas de oro llenas del furor de Dios que vive por los siglos de los siglos. Y el Santuario se llenó de humo procedente de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el Santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete Ángeles«.
     ¿Qué terrible oráculo anuncia aquí el Apocalipsis?. Ese humo que sale del Santuario deja ciego a todo mundo. No pueden ver para celebrar la gloria del Sacrificio. Este se les ha retirado. Ha terminado. Pero ni ven, ni pueden entrar. Nadie puede entrar. Han rechazado el Sacrificio propiciatorio y vagan por regiones en las que habitan los demonios y los renegados. En las regiones en las que no esta Dios.
     Por eso no hay convertidos a la verdad y a la sana Doctrina. Es inútil tratar de convencer a nadie. Son palabras que no enraízan como las semillas que caen en el camino o en un terreno lleno de piedras.
     Hay fieles que se han conservado más apegados a la verdad, pero habría que ver si el error no se les ha introducido por otra puerta y si están en peligro de sumarse a la masa apostática hodierna.
     No es solamente la renuncia a alguna acción mala ni a una costumbre pecaminosa la que debe ser renunciada por los hombres o la sociedad de hoy; es el centro de la existencia la que debe cambiar, son los sentimientos del corazón, la actitud interior. Esto no lo puede hacer el hombre por sí solo. Únicamente Dios haciéndose presente puede suprimir la distancia que Lo separa del pecador. El retorno de aquella región de perdición donde habita el pecador, donde no está Dios, sólo puede obrarse mediante la aceptación incondicional del dominio de Dios. Pero esto esta vedado completamente en una sociedad que ha rechazado al Señor: se ha rechazado Su Doctrina adaptándola en todo aquello que no parezca; se ha abandonado a Su Iglesia y la lucha por la Fe, porque los hombres creándose necesidades urgentes hasta el tope, las atienden con amor y ahinco antes que ver primero por las más graves necesidades del entorno -los hombres de hoy, cínicamente, se aprovechan de todos los dones de Dios que consideran insuficientes, por lo cual para Dios no les queda nada, ni siquiera el tiempo que no les cuesta-; pero lo que es peor: se burlan de El e incluso lo insultan soezmente comparándolo con una rata. ¿Qué merece esta generación perversa y rokanrolera, tan técnica y avanzada, tan lujuriosa y liberada sino el castigo y el exterminio?, ¿se puede aquí invocar la misericordia? ¿se puede reprobar que ésta se haya ocultado y que sólo se pueda distinguir un Rostro airado?, ¿el hombre va a seguir por siempre aprovechándose del tiempo de la tolerancia y la paciencia hasta que le dé la regalada gana?, ¿el hombre se seguirá aprovechando de todos los dones que recibe, exclusivamente en su propio provecho y beneficio?.