CATECISMO HISTÓRICO LITÚRGICO SOBRE LA MISA. 1/10
Capitulo I.- Excelencias- Frutos y Nombres de la Misa.
«Sin la verdad, la piedad es débil e inconsistente; y sin la piedad, la verdad es estéril y huera»
(Fco. SUAREZ)
1. ¿Cuál es el acto más importante del culto católico?
La Santa Misa.
2. ¿Por qué?
Porque la misa es:
3. ¿Por qué la Misa es un recuerdo de Jesús?
4. ¿Y por qué es un recuerdo vivo?
5. ¿Por qué la Misa es el Sacrificio de la Iglesia Católica?
6. ¿Por qué la Misa es un sacrificio?
7. ¿Y por qué es un sacrificio perpetuo?
8. ¿Por qué llamamos a la Misa, el Sacrificio de la Nueva Ley?
9. ¿El Sacrificio de la Misa es el mismo Sacrificio de la Cruz?
11. ¿Pero en algo se distinguen el Sacrificio de la Misa y el de la Cruz?
12. ¿De qué modo se representa en la Misa el Sacrificio sangriento de la Cruz?
13. ¿Qué signo o señal exterior es ése?
14. ¿Y la muerte de Jesucristo también se representa en la misa?
17. ¿El Sacrificio de la Misa fué anunciado por los Profetas?
Fué anunciado por el último de los Profetas: Malaquías.
18. ¿Y ese vaticinio se refiere al Sacrificio de la Misa?
Ahora bien, todos estos caracteres sólo convienen al Sacrificio de la misa: que es, un sacrificio: a) nuevo, pues viene a suceder a los antiguos; b) universal, pues se celebra en toda la redondez de la tierra, por sacerdotes de todas las razas y naciones, y en todos los momentos del día y de la noche; y c) infinitamente puro y agradable a Dios, por ser el mismo Jesucristo el sacerdote y la víctima de este Sacrificio. (cfr-Nicaise-Gevelle : L Histoire Sainte commetée. pág. 256).
19. ¿Cuáles son los frutos o bienes que produce la Misa?
Pueden distinguirse cuatro clases de frutos: 1. un fruto general, del que participan absolutamente todos los fieles, aunque el celebrante no piense en ellos o pretendiera excluir a alguno; fruto tan general que también se extiende indirectamente a los mismos infieles para que sean hechos miembros de la Iglesia; 2, otro fruto especial, que se aplica a cuantos cooperan a la celebración del Sacrificio, como son los que asisten devotamente a él, los que ayudan a Misa y los que recitan las mismas oraciones que el celebrante, o se unen con la intención a lo que él ejecuta ; 3, otro especialísimo, que es tan propio del sacerdote, que a ningún otro puede aplicarse, por lo menos, totalmente; y 4, el fruto ministerial, fruto que el sacerdote, como ministro de Jesucristo y dispensador de los divinos misterios, aplica por la intención de aquellos por quienes nominalmente celebra la Misa. (Cf. 216 y 217.)
¿Puede impedirse el fruto de la Misa? No puede impedirse por parte del sacerdote que la celebra: pues el celebrante no es más que el ministro secundario (v. n. 10); es cierto que a la santidad y fervor del sacerdote celebrante responde un fruto especial, pero este fruto no es más que accesorio, que le pertenece a él.
Pero por nuestra parte puede impedirse o hallar obstáculo si no estamos dispuestos y preparados a recibirlo. No podemos, por ejemplo, obtener el perdón de un pecado y la íemisión de la pena debida por él, mientras conservemos afecto al mismo pecado.
20. ¿Cuál es el mejor sufragio que podemos ofrecer por los tieles difuntos?
El mejor sufragio es la Santa Misa, que con frecuencia se ofrecía aún antes de que muriesen los enfermos, cuando ya se hallaban en estado más o menos grave.
Esta última circunstancia puede explicar satisfactoriamente algunas expresiones del Ofertorio de la Misa de Difuntos: expresiones misteriosas que, a primera vista, pudieran parecer inexactas y aun erróneas: «libra a las almas de todos los fieles difuntos de las penas del infierno y de aquel profundo lago; líbralas de la boca del león: no las absorba el abismo, ni caigan en las tinieblas…».
Así lo comprendió perfectamente desde un principio la Iglesia Católica; por eso, además de que nunca en ninguna de sus liturgias faltó, durante la Misa, una oración por los difuntos — después veremos, v. n. 225, cuan hermosa es la de nuestra liturgia romana —; muy pronto se compuso una Misa especial para ellos, Misa que presenta todos los caracteres de la más remota antigüedad con su Introito entretejido con palabras que ya aparecen en los epitafios antenicenos, con su Ofertorio tan misterioso y que más que Ofertorio parece una oración, y, en fin, con su misma prosa «Dies irae», que, aunque posterior, es el mejor modelo de todas las de su género y que al principio se cantaba en la Misa del Primer Domingo de Adviento – Evangelio del fin del mundo y Juicio Universal — para la que está muy bien adaptada, y después trasladóse a la Misa de Difuntos con la adición del último verso: «Pie Jesu Domine, dona eis réquiem. Amen». Es interesante advertir que, en sus orígenes, los funerales cristianos no tenían el carácter de tristeza que después revistieron; ni siquiera en la Misa de Difuntos faltaba elAleluia, y con el cántico del inmortal Aleluia se despedía en la sepultura a los muertos cristianos.
En cuanto a la aplicación de la Misa en sufragio por los difuntos, notemos lo siguiente: aunque los difuntos en nada pueden impedir la aplicación de los frutos de la Misa a sí mismos, pues fuera de esta vida el alma no puede conservar el afecto al pecado, y por eso bastaría una sola Misa para expiar cualquier deuda de pena temporal; sin embargo, como los frutos de la Misa sólo son aplicables per modum suffragii, es decir, a modo de sufragio, o lo que es lo mismo, se ofrece la Misa a Dios, y Dios distribuye los frutos según las normas de su justicia y sabiduría, normas que nosotros no podemos conocer; por eso no se puede tener seguridad que una sola Misa baste a satisfacer enteramente por el alma de un difunto.
21. ¿Y por qué la Misa es el mejor sufragio?
Porque el sacrificio es la mejor obra satisfactoria, y la Misa es el más excelente de todos los sacrificios.
La Misa no puede ofrecerse por difuntos: 1, incapaces de recibir sus frutos, como son los condenados, los niños muertos sin el bautismo, los santos del cielo; 2, por aquellos a quienes la Iglesia niega sepultura eclesiástica, como son los herejes, cismáticos, masones, suicidas, muertos en duelo, los que mandan quemar sus cuerpos, los excomulgados, etc.
22. ¿Por qué el sacrificio es la mejor obra satisfactoria?
Porque el sacrificio se opone radicalmente al pecado: pues el pecado niega prácticamente el dominio supremo de Dios sobre las criaturas, así como aquél afirma también prácticamente este mismo dominio.
Dios dice al hombre: —Guarda mi ley… —. Y el hombre responde con el pecado: —No quiero —. Y el sacrificio confiesa prácticamente ese dominio supremo, pues el hombre al ofrecer a Dios un sacrificio, se priva de una cosa suya, la destruye en honor de Dios, como si dijera con este acto: —Señor, esta cosa es tuya y porque es tuya no debe ser empleada ni en provecho mío ni de nadie, sino que ha de consumirse toda ella en tu honor… y en tu honor la destruyo, y le quito la vida, y la convierto en cenizas: y lo que hago con esta res debería hacerlo conmigo mismo, porque soy tuyo, y todas las criaturas tuyas son, como quiera que tú eres, por excelencia, el Señor… Cf. Coloma, Gonzalo, S. J.; Sermones varios, tom. V: El Purgatorio y los Sufrag., serm. 6.
Y la Misa es el más excelente de todos los sacrificios, porque, como ya hemos visto, en ella ofrecemos a Dios la preciosísima sangre de Jesucristo, y esta sangre tiene infinito valor satisfactorio.
23. ¿Qué nombres ha recibido el Santo Sacrificio?
San Pablo lo llama «Cena del Señor». Entre los primeros cristianos, se decía «Convivium Dominicvm: Convite del Señor», o simplemente «Dominicum».
Y así, aquellos treinta y un mártires de Cartago que, el 12 de febrero del año 304, fueron conducidos ante el procónsul Amulio, acusándoles de haber asistido al sacrificio del Domingo, cuando los estaban desgarrando con uñas de hierro y el procónsul les echaba en cara haber violado la ley de los emperadores, respondían ellos, con valor: «—Nosotros no podemos omitir el Domingo, poque es ley de Dios»; y como el procónsul insistiese en su acusación, ellos contestaban siempre lo mismo: «—No, no podemos vivir sin el Dominicum». (Pablo Allard; La Persecution de Diocletian, tom. 1, c. 4, 3).
25. ¿Pero, cuál fué el nombre más usado en la Iglesia primitiva?
Fué el de FRACCIÓN DEL PAN.
Jesús partió el Pan, nos dicen los Evangelios; Mt. 26, 26; Me. 14, 22; Le. 22, 19; y San Pablo 1 Cor. 10, 16 y 11, 24.
Con el mismo nombre lo designan los Hechos de los Apóstoles; 2, 42; 2, 46; 20, 7 y 20, 11.
<íEI día del Señor — el domingo — nos dice la Didajé, escrita entre los años 80 y 90, congregándoos en el lugar citado,partid el pan y dad gracias, después de confesar vuestros pecados para que sea limpio vuestro Sacrificio». V. n. 62.
26. ¿Y por qué se llamó Misa?
Misa era lo mismo que missio o dimissio, y estas palabras significan el envió, la despedida o término de una reunión o asamblea. Así decían los romanos: «Senatum mittere o dimitiere», levantar o terminar sus sesiones el Senado». (Cf. n. 254.)
Designándose con esta palabra la despedida o el término de una reunión cualquiera civil, también se aplicó al fin o despedida de las reuniones eclesiásticas; y como durante el Santo Sacrificio tenían lugar dos envíos o despedidas, la primera, de los catecúmenos y penitentes después del Evangelio, y la segunda, de los fieles, al terminar e! Sacrificio, la primera se llamó Misa o despedida de los catecúmenos…, y la segunda, Misa o despedida de los fieles. (Cf. n. 140.)
Después, cuando ya no hubo catecúmenos, cesó la primera despedida y con ella la distinción de las dos partes de la reunión: y comenzó a llamarse a toda la asamblea simplemente «Misa», nombre que prevaleció en Occidente desde el siglo VI.
27. ¿De qué otros nombres o explosiones alegóricas se valían los cristianos para designar la Eucaristía?
Para designar a N. S. Jesucristo en la Eucaristía, se valían del pez, pues por una feliz coincidencia las cinco letras que forman en griego este nombre, vienen a ser precisamente otras tantas iniciales de cada una de las palabras de esta frase: «Jesús-Cristo — de Dios—Hijo-Salvador».
Así, en las catacumbas, hallamos escenas como éstas, alusivas a la Eucaristía: un trípode y sobre él colocados un pan y un pez; el pez figura en las dos mult¡plicaciones de los panes y en las dos comidas que tuvo Jesús con sus discípulos después de su resurrección.
Este pez se daba a Abercius como alimento para todo su camino; «Ciudadano de población distinguida he levantado este monumento durante mi vida para tener un día en él lugar para mi cuerpo. Soy discípulo de un santo pastor — Cristo — que apacienta sus ovejas en los montes y llanuras, de amables ojos, cuya mirada se extiende a todas partes… La fe me guio por todas partes: en todas me ofreció como alimento un pescado de un manantial muy grande y puro, obra de una Virgen santa que lo dio y lo da sin cesar a comer a sus amigos; posee un vino delicioso que les prepara y se lo da con el pan. Mandé escribir esto, yo Abcrcius, durante mi vida, a la edad de setenta y dos años. El hermano que lea estas palabras niegue por Abercius». De un célebre epitafio de fines del siglo II o principios del III, hecho grabar por un obispo de Hierápolis, en Frigia, como recuerdo de su viaje a Roma. Kirch: Enchirid. font. hist. eccl. antiquae, n. 133.
El pez era, además, una alusión al bautismo: «Nosotros, pececillos —decía Tertuliano-, según nuestro Jesucristo, nacen os en el agua».De Bapt. P. L. I, 1306.
Clemente de Alejandría aconsejaba a los cristianos que hicieran grabar en sus anillos la palabra ‘IXZi’i) para no olvidar su origen. Kn algunos museos todavía se conservan unos antiquísimos peces de bronce o de cristal que solían llevar consigo los cristianos para darse a conocer como tales; se llamaban testimonios de caridad. Cf. Kirch: o. c. n. 209.
28. Como este sacramento (advierte Sto. Tomás: 111 p. q. 73, art. 4) expresa la unidad de la Iglesia también se llamó «Comunión o Xynaxis». (Cf. 62, 63 y 287-238).
29. Los Padres, griegos llamaban a la Eucaristía el bien; o si se trataba de ambas especies, los bienes por excelencia.
30. Otros también llamaron a las especies sacramentales, símbolos: símbolo, en griego, es propiamente un objeto, por cuyo medio, se da uno a conocer, y la señal para reconocerse los cristianos era La Eucaristía, como lo fué el Credo, de donde también vino que a éste lo llamaran «símbolo», el Símbolo de los apóstoles.
31. En fín, entre otros preciosos nombres, los mismos griegos le llaman realización del misterio; o acción sagrada ; y, sobre todo, AElTOYPTIA o divina liturgia, como queriendo, con este nombre, concentrar en la Misa toda la liturgia y el culto oficial que la Iglesia rinde a Dios Nuestro Señor.
Diversas clases de Misas. Por las circunstancias diversas que pueden acompañar la celebración de algunas Misas, y según el uso o fines particulares por los que pueden ofrecerse, la Misa recibe estos nombres: Misa solemne, cuando se canta y se celebra con asistencia del diácono, del subdiácono y de otros ministros inferiores; rezada, la ordinaria, que se reza o recita en tono bajo de voz; conventual, es, estrictamente hablando, la que están obligados a celebrar cada día los rectores y canónigos de una catedral; parroquial, la que están obligados a aplicar por sus feligreses, todos los que tienen cura de almas, como son los obispos, párrocos, administradores y vicarios; votiva, la que no coincide con el oficio del día, así llamada por celebrarse para satisfacer los piadosos deseos, vota, del sacerdote o de los fieles; de réquiem, la que se celebra en sufragio de los fieles difuntos; nupcial, para bendecir y solemnizar el matrimonio cristiano; de praesantificados, la que se dice en la Iglesia Latina el día de Viernes Santo, con una Hostia consagrada el día anterior, y no tiene consagración. Además de éstas existieron en la antigüedad: la Misa aurea o Misa de oro, que se celebraba en honor de la Virgen los miércoles de las cuatro Témporas y del Adviento; estaba escrita en letras de oro y celebrábase con solemnísima pompa, distribuyéndose al pueblo en esta ocasión regalos, muchas veces costosísimos; Missa solitaria, la celebrada por sólo el celebrante, sin asistencia del pueblo y, aun a veces, sin el mismo ayudante; eran muy comunes en los Monasterios y Comunidades religiosas, y en su celebración empleaban a veces varias horas algunos piadosos varones; Missa vespertina; en África, en el s. V, se decía Misa la tarde del Jueves Santo en memoria de la institución de la Eucaristía, y se celebraba por un sacerdote que había roto el ayuno. En algunas partes prevaleció la costumbre de decir Misas por los difuntos en cualquier hora del día, en que moría algún fiel.
Pero, ¡qué desemejantes en sus caracteres y sentimientos! Los dos ofrecían sacrificios a Dios para adorarle, es decir, para reconocer su dominio soberano sobre todas las cosas: Caín, el hermano mayor, como labrador que era, ofrecía frutos de la tierra; Abel, como pastor, ofrecía las mejores ovejas de su rebaño.
Pero el Señor miraba con agrado a Abel y a sus ofrendas, porque según insinúa S. Pablo: Hebr. XI, 4. las disposiciones interiores de Abel en sus sacrificios, eran más perfectas que las de Cain.
Y aun parece que Dios manifestaba de modo visible esta complacencia, haciendo bajar fuego del cielo, que consumía las ofrendas del inocente Abel, lo cual no sucedía con las de Caín.
Irritado éste sobremanera, dejóse arrebatar por la envidia, y un día dijo a su hermano menor: —Salgamos fuera.
Y estando los dos en el campo, acometió Cain a su hermano Abel y lo mató.
Era la primera muerte que ocurría en el mundo.
—¿Dónde está tu hermano Abel?—preguntó en seguida Dios a Caín
Y Caín, con incalificable grosería, le respondió:
—No lo sé… ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?
— ¡Qué has hecho! — replicó el Señor —; la voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra.
Dios concedió a Adán otro hijo, Set, que vino a reemplazar a Abel y a perpetuar la raza de los hijos de Dios.
Abel es figura de Jesucristo: a) porque era pastor de ovejas; b) por el sacrificio que ofreció, y c) por razón de su muerte violenta. La aspersión de la sangre de Jesucristo, dice San Pablo, Hebr. XII, 24, habla mejor que la de Abel, pues es sangre de valor infinito, y al derramarse sobre el altar de la Cruz pide, no como la de Abel, venganza y castigo, sino misericordia y perdón.
33. El Sacrificio de Abrahán.
Mucho había rogado Abrahán a Dios, mucho le había pedido que le concediera algún hijo.
Y Dios, al fin, se lo había concedido cuando el viejo Patriarca acababa de cumplir los cien años.
A aquel niño, en quien debían realizarse las más estupendas promesas divinas, como la posesión de la tierra prometida, la posteridad numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del mar y, sobre todo, la BENDICIÓN que haría saltar de gozo al mundo entero, a aquel niño su anciano padre le llamó Isaac, nombre que significa «sonrisa, alegría», para sonreírse de gozo el buen anciano cada vez que le llamara por su nombre. Crecía Isaac, había llegado a la plenitud de la vida, cuando un día dice Dios a Abrahan:
—Abrahán, Abrahán.
—Aquí me tenéis, Señor — responde el obediente anciano.
—Toma a Isaac, tu hijo único, a quien tanto amas, y vete a la tierra de Moriah, y allí me lo ofrecerás en holocausto sobre un monte que yo te mostraré.
Abrahán levantóse antes del alba, aparejó su asnillo, cortó la leña para el sacrificio y llevando consigo a dos diados y a su hijo Isaac, emprendió el camino hacia el lugar que Dios le había mostrado.
Al tercer día de camino, alzó los ojos Abrahan y pudo ya divisar desde lejos el lugar del sacrificio.
Llega al monte, deja abajo en la falda de la montaña a los criados con el asnillo y, después de colocar la leña sobre las espaldas de su hijo, sube animoso por la pendiente con el cuchillo en la mano y la mirada, la última mirada, en su hijo.
Iban caminando juntos los dos, cuando Isaac rompe el silencio:
– ¡Padre mío!
—¿Qué quieres, hijo mío?
—Aquí está — dice candorosamente Isaac — la leña y el fuego… pero, ¿dónde está la víctima?
Qué tranquilo y qué sereno debía de estar el rostro de aquel anciano, cuando, ni aun su hijo pudo advertir en él señal alguna del profundo dolor, que ya hacía tres días venía desgarrando el corazón de su padre…
Y Abrahán, con fe inquebrantable en las promesas de Dios y con profética mirada, que tantos siglos abarcaba, contesta imperturbable:
—Hijo mió, Dios sabrá proveerse, de víctima para el holocausto.
Y caminando, caminando llegaron finalmente al lugar que Dios le había mostrado: con las piedras que allí había erigió un altar, acomodó encima la leña, tomó a su hijo Isaac, lo ató y lo colocó sobre el montón de leña.
Isaac, manso como un cordero, espera ya el golpe. Abrahán extiende entonces su mano firme y toma el cuchillo…
Pero en aquel mismo instante, el Ángel del Señor lanza un grito desde lo alto:
— ¡Abrahán, Abrahán!
—Aquí me tienes — respondió él.
—No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas daño alguno; que ahora conozco que temes a Dios, pues no has perdonado a tu hijo por mi amor.
Alzó los ojos Abrahán y vio detrás de sí a un carnero, enredado por las astas en un zarzal, y habiéndolo cocido, lo ofreció en holocausto en vez de su hijo.
Esta narración de Moisés es uno de los trozos literarios más sublimes.
Nunca el arte humano, arte aquí inspirado al fin por Dios, supo acumular en tan pocas palabras tantas delicadezas y hondas emociones.
Isaac es maravillosa figura de Jesucristo: Jesucristo llevando a cuestas su Cruz, como Isaac llevaba la leña del sacrificio; Jesucristo subiendo al monte Calvario, como subía Isaac al monte Moriah; Jesucristo dejándose prender, como Isaac se dejó atar por su padre, y en fin, Jesucristo dejándose inmolar en el altar de la Cruz con el consentimiento de su Padre, es la realidad a donde ya no podia llegar, con ser tan sublime, el Sacrificio de Isaac.
Dios tampoco perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó a la muerte por nosotros; que de tal manera amó Dios al mundo, que le dió a su Hijo Unigénito. Rom. 8, 32 y S. Juan, 3, 16.
34. El Sacrificio do Melquisedec: Gen. 14. Cfr. Verbum Domini. vol. 13. 138-146; 167-172 y 209-214.
A oídos de Abrahán acaba de llegar una triste noticia.
Los príncipes de Sodoma, de Gomorra, de Adama, de Seboin y de Segor, se habían insurreccionado contra el rey de los Elamitas, Codorlahomor, de quien eran tributarios; y este príncipe, aliado a su vez con otros reyes, les había presentado batalla en el valle de las Selvas y los había derrotado completamente, llevándose prisioneros, entre otros, al sobrino de Abrahan. Lot y a la familia de éste, que vivían en Sodoma.
Sin perder tiempo, Abrahan, que tenía en su familia gran número de esclavos y de criados, nacidos en su casa, escoge trescientos dieciocho de éstos, los más valientes y aguerridos, los arma ligeramente y cae sobre sus enemigos en Hoba, cerca de Damasco, desbaratándolos y libertando a Lot y a todos los suyos.
La vuelta de Abrahan constituyó un verdadero triunfo: saliéronle a recibir el rey de Sodoma y MELQUISEDEC, rey de Salem o Jerusalén, quien ofreció un sacrificio de acción de gracias, con PAN Y VINO, porque era sacerdote del Dios excelso, y le bendijo diciendo: ¡Oh, Abrahán, bendito eres del Dios excelso, que creó el cielo y la tierra: y bendito sea el excelso Dios, por cuya protección a han caido en tus manos los enemigos!
Melquisedec es un personaje misterioso: por habernos callado a sabiendas la Escritura Divina su genealogía, por haber sido rey y sacerdote al mismo tiempo, por su nombre «Melquisedec, rey de justicia», y por su título «Salem, rey de paz», y, sobre todo, por su simbólico sacrificio de PAN Y VINO, es figura de N. S. Jesucristo que, bajo las apariencias de PAN Y VINO, en la Misa, se ofrece todos los días en sacrificio.
Sobre Cristo, sacerdote según el Orden de Melquisedec, véase el precioso comentario de S. Pablo en su carta a los Hebreos, (c. 7.)
35. Había dos clases de sacrilicios: los sangrientos y los no sangrientos.
LOS SACRIFICIOS SANGRIENTOS: primero se colocaba la víctima ante el altar, para significar que se ofrecía a Jehová; después, el sacerdote, solemnemente y en nombre de todo el pueblo, imponía sobre ella las manos, indicando con esta ceremonia que sobre aquella víctima pesaba la deuda de todos los pecados, ceremonia que todavía hoy, y con el mismo profundo significado, repiten nuestros sacerdotes sobre la oblata poco antes de la Consagración: (Cf. n. 219); y es que Jesucristo, al inmolarse en la Cruz. tomó sobre sí los pecados de toda la humanidad, y esta inmolación vuelve a reproducirse en el santo Sacrificio de la Misa: Puso Dios en El la iniquidad de todos nosotros. (Isai. 53, 6); tiene, las apariencias de un pecador: (Rom. 8. 3); es como una cosa maldita: (Gal. 3, 13); hecho pecado por nosotros. (II. Cor. 5, 21).
36. EL HOLOCAUSTO, en el cual, como indica la palabra, la víctima era completamente consumida por el fuego, sin que nada pudiera reservarse de ella. (Levit, 1, 13).
37. LAS HOSTIAS PACIFICAS: paz entre los hebreos era todo bien ya exterior, ya interior, o la salud del alma o del cuerpo; se ofrecían para dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, o por simple devoción y voluntad del que las ofrecía.
Las victimas, que aquí eran por lo regular bueyes, ovejas y cabras — no palomas ni tórtolas, que dificultosamente pudieran partirse—, se dividían en tres partes: la primera, con la grosura, los ríñones, etc., se quemaba toda en honor de la Divinidad; la segunda, que comprendía el pecho y la espaldilla derecha, era para los sacerdotes, y la tercera, es decir lo restante de la víctima, pertenecía al que la presentaba. Levit, 3, 1. (Cf. n. 232.)
38. EL SACRIFICIO POR EL PECADO (Sacrificio expiatorio o propiciatorio).
Antes de derramar al pie del altar la sangre de la víctima, el sacerdote mojaba el dedo en ella y teñía con la misma las puntas del altar. De esta víctima nada podía reservarse la persona por quien se ofrecía el sacrificio, porque como se ofrecía por sus pecados, mostraba con esta privación querer castigarse a sí misma. Toda la grosura se quemaba sobre el altar, y la carne se reservaba para los sacerdotes. Levit, 4, 5-12.
Cuando el sacerdote la ofrecía por sus propios pecados y por los del pueblo, se hacían con ella, con la sangre mezclada con agua para que no se coagulase, siete aspersiones delante del velo del Santuario, es decir, del velo que separaba el Santo del Santo de los Santos, y se derramaba lo restante al pie del altar de los holocaustos. Lev. 4, 17-19.
39. LOS SACRIFICIOS NO SANGRIENTOS consistían: 1, en oblaciones de harina, pan y aceite; 2, en libaciones de vino, y 3, en fumigaciones de incienso y de aromas.
40. FINES Y VALOR DE ESTOS SACRIFICIOS; Dios los había establecido para que su pueblo escogido le tributara el culto que le era debido y para que se mantuviera alejado de la idolatría.
En cuanto a su valor y eficacia: a) No eran más que imagenes sensibles de la contrición de corazón, sin la cual nada valían ni podían merecer; h) Librada de ciertas impurezas o manchas legales, impurezas legales que no presuponían falta alguna moral; c) Pero en cuanto a la remisión de los pecados propiamente dichos, no podían producirla directamente, sino muy indirectamente, en virtud del único y verdadero sacrificio expiatorio que había de cancelar de la manera más perfecta todos los pecados del mundo, desde el pecado original hasta los pecados personales de los hombres, en virtud del Sacrificio de la Cruz. (Cf. nn. 17-18.)
Entre los Sacrificios Antiguos, los dos que con más claridad anunciaban el Sacrificio de Jesucristo eran el de la solemne Fiesta de la Expiación (Levit. 16. 1-24) y. más que todos, el Sacrificio del Cordero Pascual (Exod. XII, 1-28).
EL CORDERO PASCUAL es la figura más viva y perfecta de Jesucristo: así lo reconocieron los mismos Apostóles, S. Pablo. 1 Cor. 5, 7-8, y S. Pedro en su primera carta 1, 19-20: S. Juan 1-29 y 86: Apocí 5.6: Isai. 53, 7 y Jer. 11, 19:
a) El Cordero Pascual debía ser sin tacha y sin defecto, y Jesucristo es llamado por S. Juan el Cordero de Dios, la misma pureza que viene a quitar y a llevar sobre si, según la fuerza del texto original, los pecados del mundo, b)Tenía que ser comido todo entero en una sola casa, y la carne de Jesús, todo entero con su sangre, alma y divinidad no se puede comer más que en la Iglesia Católica, c) No debía rompérsele ningún hueso, y sobre la Cruz, aunque se quebraron las piernas a los ladrones, pero no a Jesucristo, S. Juan, 19, 36. d) Había que comerlo con pan sin levadura, y nosotros no podemos comulgar con la levadura del pecado en el corazón: II Cor. 5, 7-8; y e) La sangre del Cordero preservó de la plaga exterminadora las casas de los israelitas, y la sangre de Jesucristo señala nuestras almas para la vida eterna y las preserva del infierno. (Cfr., Nicaise et Gevelle o. c. n. 89.)
«¿Cómo es posible — exclama S. Juan Crisóstomo — que la sangre de un animal, sin razón pudiera librar del pecado a las almas? No, eso no es posible; pero esta sangre era la figura, la imagen, de la sangre de Cristo…; lo mismo que el hombre que viene a refugiarse junto a la estatua de los emperadores es salvado, no a causa del vil metal, sino a causa de aquel de quien la estatua es la imagen, asi el signo figurativo, la sangre de la victima, no tenia valor sino porque era la representación de la sangre de Cristo.» Homilía a los Neófitos: Breviar. Rom. 1 julio: 5a. lecc. (cf. 239.)
CATECISMO HISTORICO-LITURGICO DE LA MISA
Febrero de 1948
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