Efectos superiores a las leyes naturales o posibilidad del milagro.

La demostración de la posibilidad de los milagros, no puede ser verdaderamente científica, sino a condición de poseer precisamente la noción filosófica del mismo y de sus condiciones características y esenciales. Vamos a exponer esta noción y estas condiciones, condensándolas en las siguientes reflexiones:

1ª El milagro, considerado etimológicamente o por parte del origen del nombre, es lo mismo que res mir abilis, efecto o fenómeno que causa admiración. La causa general de la admiración es la percepción de un fenómeno que, o se verifica raras veces, o sólo se verifica en condiciones especiales, y cuya causa se ignora. De aquí resulta que una cosa puede ser extraordinaria y maravillosa respecto de un sujeto que [225] ignora la causa, y no respecto de otro que la conozca, como sucede con el eclipse del sol respecto del ignorante y del hombre de ciencia. Luego la admiración producida por un fenómeno extraordinario o maravilloso puede proceder, o de ignorancia meramente subjetiva, es decir, por defecto de ciencia posible naturalmente al sujeto, o de ignorancia objetiva, es decir, porque la causa del fenómeno excede la comprensión científica y las fuerzas de la razón humana. Y aquí se descubre ya uno de los caracteres fundamentales del milagro considerado en sí mismo y quoad rem significatam. Para que un fenómeno sea maravilloso, o si se quiere, milagroso, en sentido puramente etimológico, basta que su causa sea oculta a la generalidad de los hombres y en virtud de ignorancia evitable; pero para que sea milagroso, en el sentido propio y filosófico de la palabra, es necesario que su causa sea oculta por su misma naturaleza, y por consiguiente, respecto de todos los hombres, cuya razón no puede comprender la esencia y atributos de esta causa.

2ª Esto quiere decir que el milagro tiene una relación necesaria con la esencia y el poder de Dios, única esencia que en razón de su potencia infinita puede producir fenómenos independientes de las leyes de la naturaleza y superiores a la virtud de las causas creadas. Y aquí encontramos otro de los caracteres propios del milagro, a saber, que sea un efecto procedente de Dios como de su única causa suficiente y eficiente, y como agente cuya eficacia y actividad dista infinitamente de la eficacia y actividad de las causas y leyes que obran y se revelan en la naturaleza. «Aquellas cosas se deben decir milagros propia y absolutamente, dice santo Tomás, que son hechas por virtud divina fuera del orden que en las cosas se guarda comúnmente:» Illa igitur simpliciter miracula dicenda sunt, quae divinitus fiunt praeter ordinem communiter servatum in rebus.

3ª Las últimas palabras del pasaje que se acaba de citar, indican que para que un efecto se apellide con propiedad milagroso, no basta que sólo Dios pueda producirlo con su virtud infinita, sino que es preciso además que esta [226] producción sea excepcional y extraordinaria con relación al curso general de la naturaleza, o lo que es lo mismo, que no entre en el cuadro de los medios ordinarios empleados por la Providencia divina para la conservación y gobierno general del mundo. Por esta razón, la creación del alma racional cuando el cuerpo se halla convenientemente organizado y dispuesto para su recepción, no constituye ni se llama milagro, por más que su causa sea oculta simpliciter, puesto que es el mismo Dios, y por más que exija una virtud infinita y superior a las fuerzas de la naturaleza.

4ª De lo dicho hasta aquí podemos deducir la siguiente definición del milagro: un efecto extraordinario producido por sola virtud divina, según que ésta es superior a las fuerzas de la naturaleza creada, y según que es capaz de obrar sin sujección a sus leyes ordinarias. Cuando se dice por sola virtud divina, no se excluye el concurso de las causas segundas, de las cuales se vale en ocasiones Dios, como de instrumentos y medios para la realización de los milagros. Se añade en la definición según que ésta es superior a las fuerzas de la naturaleza, porque entre los efectos o fenómenos milagrosos puede haber algunos que, aunque considerados secundum se y con abstracción del modo y circunstancias, no exceden las fuerzas de la naturaleza, las exceden atendidas las circunstancias y condiciones de su producción. Para mejor inteligencia de esto

5ª Conviene distinguir y señalar con santo Tomás tres clases o grados de milagros. «Tienen el primer y sumo grado entre estos, dice el santo Doctor, aquellas cosas cuya realización e tal manera pertenece a Dios, que en ningún caso puede proceder de las fuerzas de la naturaleza, como es la existencia simultánea de dos cuerpos en el mismo lugar,» o sea la penetración de los cuerpos. Estos milagros suelen llamarse también milagros quoad susbstantiam facti, o quantum ad id quod fit. Constituyen el segundo grado de los milagros aquellos efectos que no exceden las fuerzas de la naturaleza, absolutamente hablando, pero sí las exceden con relación al sujeto en el cual se realiza el fenómeno milagroso. Así, por ejemplo, el comunicar la vida y la vista a un individuo humano [227] no excede, en absoluto, las fuerzas ni las leyes ordinarias de la naturaleza; pero el comunicar la vista a un ciego de nacimiento por efecto sustancial del órgano, y la vida a un hombre cuyo cuerpo se halle en putrefacción, excede las fuerzas de la naturaleza. Estos pueden denominarse milagros quoad subjectum. Finalmente, el tercer grado de milagros es cuando Dios hace lo que suele hacer también la naturaleza, pero sin hacer uso de los medios por esta empleados al efecto, «como sucede cuando uno es curado por virtud divina de una fiebre, capaz de ser curada por las fuerzas de la naturaleza.» Esta tercera clase de milagros constituye lo que pudiéramos apellidar milagros quoad modum, en atención a que se trata de cosas que no exceden las fuerzas de la naturaleza, ni absolute, ni atendida la condición o estado del sujeto, sino solamente en cuanto al modo o circunstancias con que se realizan, como sería el librar repentinamente de la fiebre por medio de un simple mandato.

6ª Esta clasificación de los milagros, aparte de su importancia especulativa y científica, es muy trascendental bajo el punto de vista de la cognoscibilidad quoad nos de los milagros, si es lícito hablar así; porque cuando el fenómeno maravilloso y extraordinario se halla más distante de las fuerzas de la naturaleza, tanto es más fácil para nosotros reconocer en él los caracteres propios del milagro propiamente dicho. Dada la penetración de los cuerpos, y dada la curación repentina de una enfermedad sin aplicación de los remedios originarios, con mayor seguridad calificaremos de operación milagrosa la primera que la segunda. Sin negar, pues, que en las tres clases dichas se salva y encuentra la naturaleza verdadera del milagro, es preciso reconocer a la vez que, en general, el criterio de los segundos es más difícil que el de los primeros, y el de los terceros más que el de los segundos.

7ª Y esto nos conduce a una última observación que no debe perderse de vista en esta materia, y es que no debe confundirse ni identificarse la posibilidad del milagro con la existencia o realidad del mismo en este o aquel caso particular. [228] Que son posibles los milagros, y también que son verdaderamente tales ciertos hechos contenidos en la Escritura en razón a su naturaleza, circunstancias y modo en que se realizaron, son cosas que ningún hombre sensato y libre de preocupaciones puede poner en duda. Pero esto no quita que cuando se trata del fenómeno A o B se proceda con suma prudencia y cautela, antes de afirmar resueltamente que es un verdadero milagro. En esta materia la excesiva credulidad y la precipitación en calificar de milagrosos los fenómenos, por extraordinarios y maravillosos que aparezcan a primera vista, son tan peligrosas y tan contrarias a la religión y a la ciencia, como el escepticismo absoluto y una afectada incredulidad, que es una verdadera debilidad de espíritu, por más que el vulgo y la vanidad la miren como el carácter de los espíritus fuertes.

8ª El milagro, así como es la obra de la omnipotencia divina y una especie de revelación de Dios obrando como ser transcendental, superior e independiente de la naturaleza creada, así es también la obra de una sabiduría infinita y de una inteligencia suprema. Bajo el primer punto de vista, corresponde al milagro el criterio interno, que no es otro que su misma superioridad y trascendencia sobre las fuerzas y leyes de la naturaleza. Bajo este segundo punto de vista, corresponde al milagro un criterio que podemos llamar externo, y es la relación del mismo con un fin en armonía con la inteligencia infinita y con los atributos morales de Dios. El fin u objeto del milagro es la manifestación de la gloria de Dios como autor y objeto del orden sobrenatural y revelado, por manera que todo milagro verdadero tiende por su naturaleza a fundar, manifestar, propagar, o testificar la verdad divina y revelada. De aquí es que toda obra extraordinaria, siquiera aparezca prodigiosa, que envuelve en sí misma o en su objeto alguna afirmación incompatible con la verdad revelada, no es ni puede ser verdadero milagro.

La revelación sobrenatural tiene dos formas fundamentales y paralelas: una interna, relacionada directa e inmediatamente con el espíritu, y es la inspiración que forma [229] los profetas, los apóstoles y los escritores sagrados; y otra externa, relacionada directa e inmediatamente con la naturaleza, que son los milagros.

Tesis
Los milagros son posibles con posibilidad interna y externa.

Aunque las reflexiones que se acaban de exponer son suficientes para que todo hombre de buena fe reconozca que la existencia de los milagros no envuelve contradicción o repugnancia de ninguna especie, no estará por demás demostrar esta tesis.

1º Por parte de la imposibilidad interna:

a) Las fuerzas y eficacia de la naturaleza son necesariamente finitas, como finitos son los seres todos cuya colección o conjunto constituye lo que llamamos naturaleza. Por el contrario, la fuerza o eficacia de Dios es infinita, y como infinita no se agota con la producción de un efecto finito, sino que puede producir otros más y más perfectos indefinidamente. Decir, pues, que la existencia del milagro envuelve repugnancia interna, es lo mismo que decir, que la causalidad y el poder de Dios son finitos, y que no pudo producir un mundo más perfecto que el actual, o que encerrara en su seno algún ser más perfecto que los actuales.

b) Además, so pena de destruir la idea racional de Dios, de su omnipotencia y de su libertad, nadie puede negar que Dios pudo, o no crear este mundo, o crear otro menos perfecto y con menos seres que este, o señalar al actual otro orden, otras leyes, otras disposiciones y relaciones entre sus partes; porque si depende de su libre voluntad en cuanto a la existencia, a fortiori dependerá de la misma en cuanto a recibir otras leyes, otra disposición y relaciones diferentes de las actuales. Y esto demuestra a la vez que,

2º No hay imposibilidad o repugnancia externa.

a) Porque Dios, en tanto se dice omnipotente, porque puede producir o dar la existencia física a todo lo que [230] no implica contradicción. Luego si Dios puede producir otros mundos y pudo dar al actual otras leyes, otra disposición y otras fuerzas, como se demuestra por el poder infinito que posee en relación con la imitabilidad infinita de su esencia, claro es que puede con más razón producir efectos o fenómenos superiores e independientes de las leyes y fuerzas que puso en el mundo actual.

b) Por otra parte, así como Dios excede in infinitum como ser o esencia el ser de las cosas finitas que de él reciben su ser, así también excede in infinitum las cosas creadas consideradas en cuanto causas o fuerzas activas, siendo indudable que la perfección de causalidad y de eficiencia se halla en relación con la perfección de la esencia, la cual le sirve de base y es su razón suficiente. Luego su facultad de acción no solamente es independiente de las causas segundas, sino esencial y necesariamente superior a la facultad de éstas, pues Dios, como dice santo Tomás, «no está sujeto al orden de las causas segundas, sino que este orden está sujeto a él, de quien procede, no por necesidad de naturaleza, sino por el albedrío de la voluntad.»

Objeciones

La mayor parte de las objeciones presentadas por los racionalistas de todo género contra los milagros, son relativas a la existencia y criterio de los mismos, más bien que a su posibilidad y noción, contra las cuales apenas militan más que las tres siguientes, aunque presentadas bajo diferentes formas por las varias escuelas racionalistas.

Obj. 1ª Las leyes de la naturaleza son decretos de Dios, los cuales proceden de la misma esencia divina: luego la producción y realización de alguna cosa contraria a estas leyes, implica contradicción e imposibilidad absoluta.

Resp. Esta objeción, que los filósofos materialistas y ateos del pasado siglo, así como los positivistas del nuestro, han tomado del panteísta Espinosa, está fundada en un falso concepto del ser divino, como toda objeción panteísta. En [231] primer lugar, las leyes de la naturaleza no son los decretos de Dios, como actos subjetivos de Dios, sino más bien el término y el efecto de estos decretos. En segundo lugar, estos decretos, aunque proceden de la esencia divina y hasta se identifican a parte rei con ella, no proceden de ella necesariamente, sino mediante la voluntad libre, la cual de tal manera eligió el mundo actual y las leyes actuales, que podía elegir otro mundo y otras leyes. Por otra parte, al decretar estas leyes, las decretó como leyes del mundo y de los seres que había determinado crear, y no como leyes de sí mismo o que limitaron su poder.

Obj. 2ª La virtud con que obra la naturaleza al producir sus efectos, es una virtud divina, y por consiguiente infinita: luego su eficacia alcanza y es suficiente para la producción de toda clase de fenómenos.

Resp. Esta objeción, propia, como la anterior, del racionalismo panteísta, se reduce a una afirmación gratuita, como la mayor parte de las afirmaciones panteístas. Para desvanecerla, basta tener presente que si la virtud o eficacia activa de la naturaleza se llama divina, no es porque sea idéntica con la virtud existente en Dios; no es divina por modo de identidad, per identitatem; no es divina en el sentido de que las fuerzas activas de la naturaleza sean las fuerzas y el poder que corresponden a la esencia divina y que existen en Dios como ser personal, diferente, esencial y sustancialmente de la naturaleza, sino en el sentido de que las fuerzas con que obra la naturaleza y que se revelan en esta, proceden de Dios como de su causa primera eficiente, a la manera que podemos decir que la naturaleza es divina, en cuanto es un efecto de Dios.

Obj. 3ª Las leyes y fuerzas de la naturaleza se hallan en relación con las esencias de las cosas; es así que estas son inmutables y absolutamente necesarias: luego también lo son las leyes naturales, y por consiguiente no pueden ser suspendidas por los milagros, los cuales envuelven derogación y mutación de estas leyes.

Resp. 1º Las leyes de la naturaleza se hallan en [232] relación con las esencias de las cosas negativamente, es decir, en cuanto que no contienen nada incompatible con estas esencias, pero no en sentido positivo, o sea por identificación, ni siquiera conexión necesaria con estas esencias. La esencia de los cuerpos no desaparecería aunque las materias o moléculas ponderables o imponderables de que consta el cuerpo A o B, verificaran su reunión y combinación con sujeción a otras leyes distintas de las actuales. Sin destruir la esencia propia de los planetas, podrían estos estar sujetos a leyes diferentes de las actuales por parte de la dirección, magnitud de la órbita, y velocidad del movimiento. Las leyes, pues, actuales de la naturaleza se hallan en armonía y relación con las esencias de las cosas, en el sentido de que estas esencias tienen capacidad o aptitud para ser regidas por estas leyes, pero no en el sentido de que exijan necesariamente estas leyes, o que su existencia sea incompatible con otras leyes, con otro orden o disposición, ni con otras relaciones entre sí. Cuando de un pedazo de mármol se hace una estatua, esta se halla en relación con la esencia del mármol, y hasta puede decirse que procede de ella, en cuanto que este mármol envuelve capacidad o aptitud esencial y necesario para convertirse en estatua; pero si en lugar de una estatua se hace una mesa con este mármol, no por eso desaparece ni se muda su esencia.

Resp. 2º También es inexacto que el milagro envuelva violación, ni menos mutación de las leyes naturales. Toda criatura, como tal y por el solo hecho de serlo, tiene una dependencia esencial de Dios como autor de la naturaleza. En virtud de esta dependencia transcendental embebida en la misma esencia de la criatura, hay en esta una potencia que santo Tomás llama con razón obedencial, que no es otra cosa que la capacidad radical y primitiva para recibir de Dios cualquiera mutación o modificación que no envuelva contradicción con su esencia. De donde se infiere, que cuando Dios produce en la criatura alguna mutación o fenómeno a cuya producción no alcanzan las fuerzas de la naturaleza, no viola las leyes de esta, sino que produce lo que estas no pueden [233] producir, obra sobre la naturaleza, y no contra la naturaleza, la cual tiene aptitud o potencia obedencial para recibir la operación divina (1). Esto sin contar que no hay violación propia de la ley por parte del que no está sujeto a ella, como no lo está Dios respecto de las leyes del mundo creado libremente por él.

{(1) Res est in potentia, dice santo Tomás, ad diversa secundum habitudinem ad diversos agentes; unde nihil prohibet quin natura creata sit in potentia ad aliqua fienda per divinam potentiam, quae inferior potentia facere non potest. Et ista vocatur potentia obedentiae.» QQ. Disp. de Potent., cuest. 6ª, art. I.}

Todavía es menos exacto, si cabe, decir que el milagro envuelve mutación de las leyes naturales. Las leyes de la naturaleza no se mudan por los milagros sino que permanecen las mismas antes, después y mientras éstos tienen lugar. Lo que hay es que Dios hace o produce por sí mismo en el instante A, lo que la naturaleza no hubiera hecho ni podido hacer con sus fuerzas propias. No hay, pues, en el milagro mutación o cambio de las leyes naturales, sino, o producción de un fenómeno fuera de su esfera, o cuando más, suspensión temporal de alguna de estas leyes. [234]

Artículo III