EL MILENARISMO: POR EL ABBÉ H. BELMONT
Por el Abbé Hervé Belmont
La colección Magnificat (maletín que contiene fichas consagradas a la doctrina y a la cultura católica al que Ud. siempre puede suscribir) prosigue sus pasos tranquilos; aborda a veces temas que revisten una importancia particular en cuanto se refieren a errores que se incuban más o menos bajo la ceniza de gente deseosa de conservar la fe católica, pero poco esclarecida sobre la enseñanza precisa de la Iglesia Católica.
He aquí un buen ejemplo en la ficha consagrada al Milenarismo, cuyo texto adelantamos a continuación.
I. El milenarismo “duro”
El milenarismo es una transposición “bautizada” del mesianismo temporal que los judíos se pusieron a profesar a partir del exilio de Babilonia: mesianismo que impidió a la mayoría de ellos reconocer en Jesucristo al Mesías y al Hijo de Dios. El milenarismo es el mismo error, relacionado a la segunda venida de Jesucristo ‒aquella en la cual Él debe volver en poder y majestad para juzgar a los vivos y los muertos.
He aquí un extracto muy instructivo del Sentido místico del Apocalipsis de Dom Jean de Monléon (págs. 324-327) con respecto al capítulo XX del libro de San Juan.
“Todos estos siervos que permanecieron fieles a Dios a pesar de las persecuciones [en el tiempo del Anticristo] murieron, es verdad, a los ojos de los hombres: pero, en realidad, inmediatamente franqueadas las puertas del otro mundo, encontraron, en la unión de su alma con su Creador, una nueva vida mucho más perfecta que la de aquí abajo. Y reinaron mil años con Cristo.
“Estas últimas palabras piden algunas explicaciones, ya que es sobre ellas que se injertó la doctrina llamada del milenarismo; doctrina rechazada por la Iglesia desde siglos, y que sin embargo ve de vez en cuando a nuevos campeones levantarse en su favor, bajo el engañoso pretexto de que tiene a su favor la opinión de varios Padres auténticamente ortodoxos. Sus propugnadores, los milenaristas, llamados también quiliastas, sostienen que mucho antes del día de la resurrección general, los justos retomarán sus cuerpos, y así resucitados, reinarán mil añossobre esta tierra, en la Jerusalén restaurada, con Cristo. Luego vendrá la última rebelión de Satanás, el combate supremo entablado contra la Iglesia por Gog y Magog, el aplastamiento de los rebeldes por Dios, y por fin la resurrección universal seguida del Juicio Final. Habría así dos resurrecciones sucesivas, separadas por un intervalo de mil años: la de los mártires en primer lugar, luego la del resto de la humanidad.
“La teoría del milenarismo tenía raíces en la literatura judía, atormentada siempre por la idea de un Mesías que reinara gloriosamente en la tierra. Retomada en tiempos de San Juan por el heresiarca Cerinto, es exacto que en los siglos II y III de la era cristiana, algunos Padres, y no de los menores, la adoptaron, bajo distintas formas más o menos atenuadas. Se puede citar entre ellos a San Justino, San Ireneo, Tertuliano et alii…
“Pero de ninguna manera puede considerarse que el parecer de estos escritores representara la creencia de la Iglesia: en efecto, para que el testimonio de varios Padres pueda considerarse la expresión de la Tradición católica, dicen los teólogos que hace falta “que no sea impugnado por otros”. Ahora bien, esta condición no existe de ninguna manera en este caso: ya San Justino reconocía que la teoría milenarista distaba mucho de ser admitida por todos; Orígenes la rechazaba y la trataba de inepcia judaica. San Jerónimo rompe deliberadamente con ella: “En cuanto a nosotros, no esperamos ‒escribe‒ según las fábulas que los Judíos decoran con el nombre de tradiciones, que una Jerusalén de perlas y oro descienda del cielo (…). Sólo hay demasiados de los nuestros que han tomado seriamente estas promesas (…)”
“San Agustín se pronuncia en el mismo sentido: si señala en primer lugar algunas vacilaciones, a continuación, en la Ciudad de Dios, se lo ve condenar claramente el quiliasmo, y esta opinión es la que prevalece en adelante, tanto en Oriente como en Occidente, en la Iglesia. A partir del siglo IV, no se encuentra a ningún nuevo escritor católico digno de consideración que defienda el milenarismo, y el parecer unánime de los teólogos, en cuyo primer plano hay que citar a Santo Tomás y a San Buenaventura, lo descarta con determinación. (…)
“Así pues, como ya lo hemos indicado, la expresión: Y han reinado mil años con Cristo debe entenderse en un sentido místico. Los mil años designan todo el período que se extiende entre el día en que Cristo, por Su Resurrección, abrió de nuevo el Reino de los Cielos, franqueando sus puertas con su Santísima Humanidad, y el día en el cual, gracias a la resurrección general, los cuerpos entrarán allí a su vez. Pero en cuanto a las almas de los bienaventurados, ellas ya están allí, estrechamente unidas a Aquel que es su verdadera vida; participan en la gloria de Cristo, constituyen su corte, reinan con Él”.
El estudio y la refutación del milenarismo son el objeto de una tesis de la clásica obra del Cardenal Jean-Baptiste Franzelin, Tractatus de divina Traditione et scriptura, S.C. de Propaganda fide, Roma 1882, tesis XVI, págs. 186-201.
A lo largo de un apretado discurso, él invoca especialmente el testimonio de Santo Tomás de Aquino (en IV Sent. dist. XLIII q. 1 a. 3 sol. 1 ad 4): “Con motivo de las palabras del Apocalipsis (cap. XX), como relata San Agustín (Ciudad de Dios, libro XX), algunos herejes afirmaron que los muertos resucitarían una primera vez para reinar con Cristo en la tierra durante mil años: de ahí se les llama quiliastas omilenaristas. San Agustín muestra que hay que entender las palabras del Apocalipsis de la resurrección espiritual, por la cual los hombres resucitan del pecado por el don de la gracia. La segunda resurrección es la de los cuerpos. Es la Iglesia que se llama el Reino de Cristo…”
El milenarismo es entonces el ejemplo de una teoría explorada por algunos Padres, pero que no es tradicional porque no se transmitió. Al contrario, sufrió un definitivo freno por parte de Padres principales de la Iglesia (San Jerónimo, San Agustín) y fue rechazada del cuerpo de la doctrina católica. Resurgió de vez en cuando, pero fue en los medios heterodoxos y en las sectas protestantes.
II. El milenarismo “mitigado”
Junto al milenarismo francamente heterodoxo y multiforme (y ridículo, según dice San Agustín), a veces se profesa un milenarismo ablandado (ese es el verdadero sentido de mitigado) que se esfuerza por evitar las oposiciones demasiado escandalosas con la doctrina de la Iglesia.
El Papa Pío XII, el 21 de julio de 1944, mandó emitir por el Santo Oficio un decreto que reza así:
“En estos últimos tiempos, más de una vez se preguntó a esta Suprema Congregación del Santo Oficio qué hay que pensar del sistema del milenarismo mitigado, que enseña que antes del Juicio Final, precedido o no de la resurrección de varios justos, Cristo Nuestro Señor vendrá visiblemente a nuestra tierra para reinar.
“Respuesta: El sistema del milenarismo mitigado no puede enseñarse con seguridad”.
La sentencia emitida por el Santo Oficio es la extensión a la Iglesia universal de una condena notificada tres años antes (11 de julio de 1941) en una respuesta dirigida al Arzobispo de Santiago de Chile. Esta carta, redactada en los mismos términos que los antedichos, precisa por otro lado dos cosas que permiten entender bien el alcance del acto.
1. Lo que es contemplado por la condena es el milenarismo tal como se profesa en el libro de Manuel Lacunza (publicación póstuma bajo el pseudónimo de Ben Ezra), La Venida del Mesías en gloria y majestad, obra ya condenada (Index del 6 de septiembre de 1824).
2. El deber del Arzobispo es velar ‒por medios eficaces‒ para que esta falsa doctrina no sea, bajo ningún pretexto, ni enseñada, ni propagada, ni justificada ni recomendada, sea de viva voz como por escritos.
Sabemos así de qué doctrina se trata: aquélla propagada por Ben Ezra; y lo que hay que entender por tuto doceri non posse ‒ no puede enseñarse con seguridad: ni enseñanza, ni apología.
Además, dado que la obra de Ben Ezra está inscripta en el catálogo del Index (y todavía presente en la última edición), no puede poseerse, ni leerse, ni comprarse ni venderse. ¡La elección es entre el fuego y el cesto!
Si se traduce a lenguaje corriente la respuesta del Santo Oficio, da esto: hay que desconfiar del milenarismo mitigado; y si se añaden las precisiones aportadas por la carta, se completa: como de la peste.
La Iglesia nos ordena entonces firmemente desconfiar del milenarismo mitigado como de la peste. ¿Pero por qué?
‒ Desde el punto de vista de la verdad (punto de vista fundamental del Santo Oficio), este milenarismo no es enseñado por la divina Revelación pública, que es sin embargo la única que puede darnos a conocer un futuro que sólo depende de la voluntad de Dios.
‒ Nuestra esperanza tiene como objeto el Reino de Gloria en el Cielo: el cual yaexiste, lo esperamos activamente y podemos ser llamados a él en cualquier momento.
‒ El combate por la Realeza social de Jesucristo es un combate presente, en la sociedad contemporánea, por la Iglesia Católica, que es desde ahora el Reino deJesucristo sobre la tierra, y un reino que es principalmente espiritual.
‒ La vida cristiana no es la espera de una especie de nueva redención: hoy es cuando hay que vivir en estado de gracia para agradar a Dios, en la oración y el deber de estado, en el espíritu filial y el amor del prójimo. El resto no es más que mítico e imaginario.
http://www.quicumque.com/article-le-millenarisme-121454691.html
en el estudio faltaron las citas a las obras de Papias de Hierapolis, firmemente creyente en el milenarismo quien conocio a muchos de los discipulos del Señor