CÓMO DEBE SER LA CORRECCIÓN

BOLETÍN DE PREDICACIÓN SAGRADA

POR EL PBRO. D. SEBASTIÁN ALIBERCH,

CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE VICH

La corrección es siempre un deber de los padres. No obstante ha de ser distinta su forma según que se trate del niño, del joven o del hombre maduro; esto es evidente a todas luces, y debe ir acompañada de ciertas cualidades, sin las cuales produce efectos contrarios.

Por lo cual el Apóstol advertía ya a los padres, tocante a este punto, que no provocasen a ira a sus hijos, y a ira son provocados siempre que la corrección no sea hecha con la mirada puesta en el Señor.

El móvil de la corrección es siempre el bien del corregido, y así debe ser caritativa, prudente y oportuna. En cuanto a la primera, leed a San Gregorio: “Haya amor en la corrección, pero no un amor débil; severidad, pero no una severidad irritante; haya celo, pero prudente y moderado; haya piedad, pero no una piedad demasiado indulgente, a fin de que juntando la justicia con la clemencia, el que esté obligado a corregir derrame dulzura y temor en el alma de los reprendidos. Hágase obedecer en fuerza del temor, y amar en vista de su dulzura.

La corrección es un acto de benevolencia, no de odio, según San Clemente Alejandrino; por lo cual “es preciso corregir con humildad y compasión”, según San Ambrosio, y “que estén exentos de aspereza y de injurias los avisos y reprensiones”, en sentir de San Agustín. Da la razón este Padre preguntando: ¿Por qué corriges?, ¿porque pecó contra ti? Si corriges por egoísmo, nada vale la corrección. Si por caridad, habrás ganado a tu prójimo.

¿Qué diremos, pues, de los que corrigen blasfemando y lanzando maldiciones e imprecaciones, deseándoles la muerte y maltratándoles bárbaramente?

!Ah!  Estos tales manifiestan que no se mueven al impulso del bien de sus hijos, sino de una ira feroz, de un amor propio herido, por lo cual desean vengar el ultraje que creen inferido por sus propios hijos.

La corrección ha de ser acomodada al temperamento y edad del hijo, y a la gravedad y malicia de su falta. Siempre urge no levantar el castigo o la penitencia hasta que se haya rendido, pidiendo perdón.

Si es de natural tímido y apocado, la corrección ha de ser suave; a veces basta con una mirada. Si es insolente, ha de ser dura y enérgica, y a los tales nunca es tolerable una respuesta de este género : “No quiero”.

Si los hijos son pequeñitos, haceos cuenta de que no todo se corrige en un día. Con todo procurad inducirles a la práctica de las virtudes contra las cuales faltan más. Por ejemplo: Si son egoístas, obligadles a repartir sus juguetes con los demás hermanos; si son iracundos, obligadles a besar al hermano o compañero con quien riñeron, o hacedles rezar algún Padrenuestro, en especial si han proferido alguna mala palabra o expresión injuriosa.

Cuando ya están crecidos, San Agustín y Tertuliano dicen que han de ser corregidos, no con golpes, sino con reflexiones, de manera que entiendan que la corrección obedece a su bien. Si la materia de la corrección es el pecado, o su ocasión, es necesaria la autoridad severa del padre.

Se ha de atender si la falta proviene del temperamento o de la malicia del hijo ; en el primer casi suele ser sin advertencia las más de las veces, pero es necesaria la corrección, pues sin ella quién sabe a dónde llegará un temperamento colérico.

En el segundo, cuando han precedido correcciones y reincidencias, es indispensable corregir con caridad, sí, pero con mano fuerte. Según San Clemente, la corrección es una medicina; los padres son los médicos y el medio más seguro de su aplicación es el ejemplo.

El buen médico ordena la medicina según exige la enfermedad o la necesidad de prevenirla. Sin ello no produciría efecto. No son los truenos, sino el agua la que fertiliza la tierra y nutre las plantas ; así mismo, no son los alborotos, los gritos y las blasfemias y golpes, sino la prudente corrección la que endereza a los hijos.

La corrección es para la enmienda, y así como faltan los que no corrigen cuanto se debe, también pecan los que corrigen más de lo justo. El médico procura que el enfermo no se aparte del tratamiento prescrito; esto es indispensable para que la medicina produzca sus efectos. Es éste otro defecto de los padres, que por falta de formalidad, constancia y energía no saben hacerse respetar.

Hoy dan órdenes, y mañana las anulan; aquí prescriben una cosa, y allí su contraria; hoy riñen en serio, mañana entre risas, un día cierran la puerta a las nueve, otro a las doce.  ¿Qué diríais del médico que consintiera todos los delirios del enfermo?

Otro defecto de no pocos padres, y no pequeño, es cuando no convienen en la corrección de los hijos: cuando uno reprende, y el otro defiende; el padre castiga y la madre absuelve, y hasta a veces riñen ante los hijos. Con estos escándalos les dáis armas para que nunca os respeten, ni a vosotros, ni a los maestros, ni a superior alguno.

La corrección ha de ser oportuna, es decir, acomodada al lugar y tiempo, y conforme a quién la da y a quién la recibe.  No conviene corregir estando colérico y como fuera de sí. He conocido padres que aguardaban al día siguiente para castigar una falta grande, para que el hijo se convenciera de que el castigo no procedía de venganza.

Este castigo es aplicable tan sólo a las faltas notables que no pueden pasar sin una fuerte corrección, pues las ligeras deben ser corregidas al momento, ya que al día siguiente los hijos ni recuerdan haberlas cometido.

En lo tocante al lugar, seguid la regla evangélica : Al principio corregid reservadamente: “inter te et ipsum solum”.  Si no hay enmienda, ante los de casa y parientes: “adive testes”; y si no basta aún, hacedlo ante las autoridades, o sea, consultad lo que os conviene hacer: “dic Ecclesiae”.

El sapientísimo Claus, con otros autores, refiere que un sentenciado a muerte subiendo al patíbulo iba repitiendo : “No me sentenció el juez, sino mi madre”.

Unos con San Gregorio y San Bernardo escriben que sin el ejemplo sería poco menos que imposible a los padres el cumplimiento del deber de instruir y corregir a los hijos; porque si el padre y la madre no van delante con el ejemplo guiando a los hijos a lo bueno, de nada sirven las palabras, de nada las reprensiones, de nada los castigos.

Otros con San Agustín, tratando en especial de los malos ejemplos, dicen que los mismos buenos resultan ineficaces, pues él,  a pesar de los saludables y cristianos ejemplos de su santa madre fue arrastrado por los perversos ejemplos de su padre.

Los hombres dan mayor fe a lo percibido por los ojos que por los oídos. Los niños entienden poco, por lo cual olvidan pronto lo percibido por el oído, y con dificultad olvidan lo que entró en su alma por los ojos.

Cada familia es una iglesia en miniatura, un reducido santuario dentro del cual actúan, en cierto modo de sacerdotes. Y así, San Pablo exige del Obispo y del sacerdote el buen ejemplo para enseñar el camino del bien. Y así también los padres, con su buen ejemplo, la enseñanza práctica del bien a sus hijos.

Deben los padres cumplir todos los deberes religiosos de modo que los hijos puedan aprender de ellos, como de unos maestros, el cumplimiento de la Ley de Dios.

El sabio Gaume lo resume con estas palabras: “Así como la obediencia es el gran deber de los hijos, el buen ejemplo es el gran deber de los padres; representantes de Dios en la familia, ellos deben ser sus imágenes vivientes, y en cuanto la flaqueza humana permita obrar, mandar, reprender y dirigir como haría el mismo Dios si estuviese visible al frente de la familia.

Pero de todos sus deberes, el más sagrado es dar ejemplo de un fiel desempeño en las prácticas de la Religión: rezar, asistir a los divinos oficios, frecuentar los Sacramentos, observar los ayunos, evitar las malas palabras, las murmuraciones, y por  último, todo lo que pudiese escandalizar a sus hijos.

Si podéis decir a los hijos lo que San Pablo a Timoteo: “Ten por modelo la sana doctrina que has oído de mí”, o lo que escribía a los fieles de Filipos: “Lo que habéis aprendido, recibido y oído de mí, eso habéis de practicar, y el Dios de la paz será con vosotros”.

Si podéis hablar así ante Dios y ante vuestra conciencia, felices de vosotros si sois buenos guías de vuestros hijos.

Fuente forocatolico