DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY? Parte 3
QUIÉN ESTÁ EN QUÉ COMUNIDAD ECLESIAL
Ponderadas las indicaciones fundamentales sobre dónde está la Iglesia Católica, se insinúa por sí sola la pregunta de en qué iglesia está el creyente adherido de palabra y subordinado de hecho —abstracción hecha aquí del afecto— al organismo eclesial postconciliar. Por razones dadas en el apartado anterior, esa clase de creyente tiene dos únicos estados posibles con respecto a la Iglesia Católica: unión incierta o desunión cierta. ¿Cómo puede estar unido, aún inciertamente, a la Iglesia Católica, el creyente que ciertamente está unido, al menos en lo estructural, exterior, y práctico, al organismo eclesial postconciliar que es signo, hábitat, vehículo y manantial de Anticatolicismo?
Para resolver ese problema será oportuno aprender qué es la Eclesialidad Postcatólica, cómo está relacionada a la Iglesia Católica, y cómo se concreta la comunión con una u otra.
Qué es la Eclesialidad Postcatólica
El organismo eclesial postcatólico, la cosa institucional a la cual hoy se aplica erróneamente el nombre de Iglesia Católica, es una eclesialidad que no puede llamarse con exactitud «iglesia». Es un ente pseudopolítico per accidens de índole apóstata, asaltante y subrepticia, afectado por la privación intencional del ordenamiento al fin de la Iglesia Católica y superpuesto a la estructura material de la Iglesia Católica con apariencias engañosas de identidad con ella. La Eclesialidad Postcatólica es una coalición efectiva de voluntades constituidas en influyentes puestos de aparente autoridad apostólica heredada de Cristo (!) y ordenadas hacia un fin común perverso antropólatra perseguido con hábil disimulo en medio de apelos engañosos a hábitos sobrenaturales católicos realmente heredados de Cristo por multitudes, y apelos al orden y la unidad para darles una realización mecánica-instintiva vacía de la misma determinación inteligible sobrenaturalmente revelada que les daría razón de ser y derecho a ser. En la autoridad aparente, la Eclesialidad Postcatólica tiene su principio constituido en cabeza capaz de comunicar sentido y movimiento a sus inferiores mediante una vasta red de mensajes, impresiones, usos. Así es como la Eclesialidad Postcatólica se vive y obra y engendra en una corrupción espiritual comunicativa colectiva.
Para dar razón de lo antedicho y comprender mejor la ontología un tanto abstrusa de la Eclesialidad Postcatólica vienen muy a propósito las explicaciones que el maestro escolástico Pedro de Alvernia presta a unos pasajes de la Política de Aristóteles (Petrus de Alvernia, In Politic. continuatio, lib. 4 l. 2). De las partes de un animal las hay que no pertenecen a la especie —como esta carne y estos huesos— y las hay que sí pertenecen a la misma —como carne y huesos en absoluto. La especie puede existir sin las primeras; no sin las segundas. Hay, además, partes que no atañen a la forma de la cosa —como pelos y uñas— y partes que sí la atañen —como corazón e hígado. Es según la distinción de estas últimas que los animales se diversifican en especie. Así, para aprehender la especie del león hay que concentrarse en las partes materiales leoninas sin las cuales no puede haber forma leonina, y para aprehender una entidad política o hasta eclesial debe atenderse a sus partes principales y no a otras que no atañen a su vida ni pertenecen a su forma. Aplicando este principio al organismo religioso mundial gobernado desde el Vaticano del conciliábulo, se aprehende que su especie es simplemente anticatólica. En efecto, sus partes principales que atañen a su vida y obra, son: (a) la corrupción objetiva sistemática y fundamental de la Fe Católica contenida en documentos dogmáticos, canónicos, morales, litúrgicos del conciliábulo o derivados de él —«la sangre»—; (b) la promoción general de esa corrupción hacia todo el género humano —«el aparato circulatorio»—; y (c) la tiranía vaticana apóstata, principalísima comandante y centralizadora de esa promoción —«el cerebro».
Se podría comparar la Eclesialidad Postcatólica con un cometa cuya cola está con respecto a su cabeza como parte material no especificante a parte material especificante, y lo está como parte de otra especie en los
católicos y como parte de la misma especie en los postcatólicos. Además, aquellos serían partes integrales víctimas, en tanto que éstos serían partes por así decir «esenciales» y victimarias. Tomando una alegoría de
Dante, se distinguirían, en la noche oscura de la Eclesialidad Postcatólica en que todas se cierran, las flores, unas muertas y otras agonizantemente ansiosas del Sol de la verdadera Autoridad visible de Cristo a cuya causalidad
eficiente vivificante y ordenante responderían pasando al acto su vida católica potencial:
Quali fioretti dal notturno gelo
chinati e chiusi, poi che ‘l sol li ‘mbianca
si drizzan tutti aperti in loro stelo ( Dante, Inferno, Canto II, v. 127ss.)
Otra alegoría que permitiría comprender las desiguales clases de almas situadas en la Eclesialidad Postcatólica se ofrece en palabras del gran San Pío X que denunció los esbozos de la presente tragedia, unos serían continuación imperfecta, otros continuación perfecta, de una herida radical hecha a la Fe y a la Iglesia:
Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero
quien dijere que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como
ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino
desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas
de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales
enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia.
Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles
renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más
profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en
que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay
parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no
se esfuercen por corromper. (Encíclica Pascendi.)
Por cierto, los funcionarios eclesiales postconciliares, aplicadores principales y metódicos de segur a la raíz intelectiva divina de dogma transmisible de la Iglesia Católica, de ningún modo pueden ser, en grado, sentido,
o condición alguna, la raíz administrativa infalible transmisora del dogma de la Iglesia Católica. Los católicos tradicionalistas que perciben una dicotomía fundamental entre una Roma Católica y otra Roma Anticatólica,
solo podrían darle razón negando la co-operatividad (y a fortiori coexistencia) de ambas formas regitivas eclesiales contrarias en un único sujeto en el cual la primera, si está impresa, sólo puede existir y operar en
exclusión total de la segunda (El sofisma preferido de Ratzinger, que en un encuentro con Monseñor Lefebvre en 1988 se expresó molesto ante el término «iglesia conciliar» pues «hay una sola Iglesia». Nada más diabólicamente eficaz para asegurar la disrupción que la apariencia de continuidad; nada más molesto al disruptor subrepticio que ver su verdadera maniobra denunciada tal como es.) y negando cualquier catolicidad, cualquier operatividad legítima y cualquier autoridad a la falsaria Roma Anticatólica presente responsable del Vaticano II.
Cómo está relacionada la Eclesialidad Postcatólica a la Iglesia Católica
La Sinagoga certificó su muerte como pre-iglesia cuando se opuso a Cristo. Y la eclesialidad «romana» postconciliar se certificó separada de la Iglesia y pervertida en la post-iglesia cuando falsificó ejecutivamente el
Depósito revelado de Cristo. A partir de una secta de facto falsaria influida por Satanás no es como pueda jamás certificarse la pertenencia a la Iglesia, sino a partir de la Luz del Ser, de los principios sentados por Aquel
que es la Verdad. Toda la Iglesia recapitulada en Pío XII declaraba: «Soy la Iglesia Católica Romana». Su Confesión de Fe es la Verdad objetivamente revelada e inteligiblemente interpretable a partir del principio de no contradicción.—La Eclesialidad Postcatólica en cambio pretende: «Subsisto en la Iglesia Católica Romana». El orden visible «católico-romano» de la «Superiglesia Subsistente» queda abismalmente degradado a mera
eclesialidad contingentemente estructurada, gobernada y unida, donde no hay más unidad de Fe que la dictada por el «orden eclesial» externo caprichoso y fluctuante. Su confesión de fe se reduce por «subsistencia» a
lo que en este instante piensa la «iglesia» en cuanto entidad colectiva humana. La «fe» de la Eclesialidad Postcatólica es la transposición de la fe del judaísmo talmúdico: fe en el hombre y en la humanidad, parodia
sacrílega de la Fe en la Verdad divinamente revelada.
Puede afirmarse con certeza que los católicos verdaderos —los que no han roto la integridad de su Fe en la Verdad Revelada patrocinada por el Magisterio Perenne Infalible—, no pertenecen formalmente al organismo
eclesial postcatólico cuando los atrapa materialmente; y recíprocamente, los que sí pertenecen formalmente a ese organismo reciben de él la nota de anticatólicos y el status de desunidos de la verdadera Iglesia. El organismo eclesial postcatólico tiene una constitución heterogénea —¡que tiende a homogeneizar para mal!— donde lo gobernante-formal es anticatólico y lo gobernado-material es mixtamente católico y anticatólico, tendiendo
a convertirse en lo segundo. Eso corresponde a un trágico párrafo de la Oración a San Miguel del Exorcismo de Pablo V:
Los astutísimos enemigos de la Iglesia, Esposa del Cordero Inmaculado, la han colmado de amarguras y saturado de ajenjo, en todas sus cosas más deseables han puesto sus manos impías. Donde está constituida la sede del bienaventurado Pedro y la cátedra de la Verdad para iluminar a los pueblos, ahí han puesto el trono de la abominación de su impiedad, de suerte que, una vez golpeado el pastor, puedan dispersar la grey.
De lo antedicho resulta que dentro de una misma Iglesia Católica son posibles dos existencias eclesiales, dos maneras de existir en cuanto a qué se tiene por Iglesia: la existencia eclesial postcatólica insegura —que
se da también, y más naturalmente, fuera de la Iglesia Católica— y la existencia eclesial sedelucentista segura.
El comentario a la Política de Aristóteles por Pedro de Alvernia nos echa luz sobre lo antedicho: según el Filósofo (Petrus de Alvernia, In Politic. continuatio, lib. 4 l. 5 n. 1.) , en una ciudad no es posible que unos en sentido general vivan según un régimen y en sentido general las leyes en él sean según otro … pero es posible que unos en un sentido especial vivan según un régimen y en un sentido especial se rijan por las leyes de otro régimen, o que en sentido general unos vivan según un régimen pero sean regidos en algunas cosas por las leyes de otro. En la Iglesia Católica, en un sentido especial, propio de la especial confusión de los tiempos postconciliares, es posible que unos vivan según el régimen eclesiástico teocéntrico directamente bajo Cristo, cabeza invisible de la Iglesia, y en algunas cosas se rijan por las leyes de la Eclesialidad Postcatólica, en especial las litúrgicas y las institucionales ecumenistas no conocidas como anticatólicas por ignorancia invencible.
Comunión y participación católica y postcatólica
Como se expuso más arriba, la Iglesia Católica, análogamente al hombre, vive de dos principios. El principio espiritual y sobrenatural de la Iglesia Católica es su Fe, caridad, gracia, poder divino, y autoridad dada por Dios, así como toda la influencia espiritual de Cristo y del Espíritu Santo. El principio material de la Iglesia es su sociedad visible con sus miembros e instituciones. En consecuencia, debe distinguirse entre un principio de comunión eclesial interno espiritual y otro externo corporal, aplicables respectivamente al orden invisible y visible de la Iglesia Católica.
La comunión interna dura lo que la Fe teologal. La comunión externa comienza con bautismo sacramental válido y acaba con excomunión, herejía notoria o cisma. La comunión interna es invisible, indetectable, y ajena al juicio de la Iglesia. Puede existir sin la comunión externa real, a condición de haber comunión externa intencional.
La comunión eclesial interna —principalísima— se divide a su vez en formal y material según incluya o no el estado de Gracia sin el cual la comunión eclesial reducida al mero hábito mental de la Fe sólo cumple su
razón de ser si consigue la restauración del estado de Gracia cuya posibilidad mantiene abierta hasta la muerte.
La comunión eclesial material no ha de confundirse con el nexo más tenue y degradado de mera adjunción legal inerte, anormal, parasitaria e infecciosa a la Iglesia Católica sin pertenencia alguna real a la misma en el orden interno ni externo siquiera material (perdida por herejía) — aunque esa adjunción legal exima a los arrepentidos de abjurar herejía y preserve designaciones episcopales materiales.
Si no admite grados la comunión con lo sustancial —sería mejor decir con El Sustancial y según sus decretos— de la Iglesia Católica, ni admite grados la comunión con lo intrínsecamente negador suyo —y tal es la Eclesialidad Postcatólica— sí los admite la participación con lo accidental operativo de una u otra. A esta participación a veces se la llama comunión, lo cual es inexacto y fuente de problemas, en especial, el problema de una contradictoria e imposible doble comunión eclesial en quienes conservan la Fe Católica pero se inscriben por ignorancia invencible en la Eclesialidad Postcatólica, y en quienes asienten con conocimiento y pertinacia a las herejías postcatólicas pero dicen querer ser católicos. Los primeros están en comunión católica y participación postcatólica —¡de la cual Dios los proteja! Los segundos están en comunión y participación postcatólica. No existe la doble comunión eclesial. De manera inexacta puede darse a la participación eclesial el nombre de «comunión», que sólo le correspondería en un sentido lato e imperfecto.
La comunión eclesial identifica a la persona en su misma subsistencia por asunción a lo constitutivo de una iglesia (ya sea la única divina verdadera, o alguna de las humanas falsas), y esto por presencia o ausencia del hábito de la Fe teologal.
La participación eclesial, en cambio, afecta la persona en su naturaleza moral por influencia bajo lo operativo de una iglesia y esto por mayor o menor inhesión de Gracia en el caso de la participación católica, y por mayor o menor inhesión de hábitos disonantes con la Fe teologal en el caso de la participación postcatólica.
La participación eclesial católica se puede dividir en sobrenatural o propia y rectamente dicha y unida, y natural o impropia y oblicuamente dicha y desunida, según ocurra con el alma en estado de Gracia —y a fortiori de Fe y de comunión con la Iglesia Católica— o fuera del estado de Gracia, por pecado mortal dentro de la Iglesia Católica, o por pecado mortal u original o ambas cosas fuera de la Iglesia Católica. La participación eclesial católica consiste en la adopción, por parte de un alma, de hábitos católicos, los cuales, en el estado sobrenatural, son inmediatamente antecedentes, concomitantes, o inmediatamente consecuentes a dones infusos. En el estado meramente natural, esos mismos hábitos de participación eclesial católica —que entonces lo es sólo impropia y
desunida— tienen una afinidad y proporción extrínseca con lo católicosobrenatural por impresión de vestigios socioculturales de su actuación, y por una vocación a alcanzarla, pero —es importantísimo señalarlo— no
bastan para la salvación ni significan ni causan comunión, tampoco interna ni incipiente ni implícita, con la Iglesia Católica. La Iglesia Católica no está fuera de sí misma: pero sí su influencia moral, como supervivencia
difusa de hábitos como el compromiso moral radical, la compasión genuina, la inocencia por así decir sistemática, el amor intenso por causas supraterrenales y supratemporales. Aquí conviene apuntar que se participa de una ciudad en la medida en que se participa de aquello en vistas de lo cual fue instituida esa ciudad. Y la Iglesia Católica, Ciudad de Dios, fue instituida en vistas de la conservación de los frutos de la Redención a partir de la Fe divina.
Un conciso párrafo del gran apologista católico español Balmes ayuda a comprender este sutil y matizado, pero significativo hecho de la participación eclesial católica natural e impropia:
Derramado como está el espíritu del Cristianismo por las venas de las sociedades modernas, impreso su sello en todas las partes de la legislación, esparcidas sus luces sobre todo linaje de conocimientos, mezclado su lenguaje con todos los idiomas, reguladas por sus preceptos las costumbres, marcada su fisonomía hasta en los hábitos y modales, rebosando de sus inspiraciones todos los monumentos de genio, comunicado su gusto a todas las bellas artes; en una palabra filtrado por decirlo así el Cristianismo en todas las partes de esa civilización tan grande tan variada y fecunda de que se glorían las sociedades modernas, ¿Cómo era posible que desapareciese hasta el nombre de una religión que a su venerable antigüedad reúne tantos títulos de gratitud, tantos lazos, tantos
recuerdos? (Jaime Balmes, S. J., El protestantismo comparado con el catolicismo y sus relaciones con la civilización europea. Tomo I, cap. 10).
La participación eclesial católica meramente natural hace entendible que en la Eclesialidad Postcatólica —como en el mismo Protestantismo conservador— puedan persistir hábitos católicos que no necesariamente se explican por comunión eclesial católica, ni estado de Gracia, ni operación del Espíritu Santo.
En cuanto a la participación eclesial postcatólica, como toda participación eclesial acatólica y sencillamente como todo lo vicioso, es siempre meramente natural, y consiste en la adopción, por parte de un alma o comunidad,
de los hábitos intensamente anticatólicos que corresponden y obedecen a lo activo propio del Vaticano II con su ecumenismo apóstata devastador agravado con la falsedad de sus pretensiones de identidad y fidelidad católica.
Hace falta la comunión con la Iglesia verdadera y además el estado de Gracia para la participación sobrenatural unida en ella («Nobis quoque peccatoribus… partem aliquam»). En cambio no hace falta más requisito que el uso de razón para la participación natural desunida de la Iglesia Católica o para la participación de una iglesia o comunidad doctrinaria falsa —como ocurrió con católicos afectados por el jansenismo y el liberalismo
pero no al punto de rendir su identidad eclesial— o para la participación invenciblemente ignorante de actos de culto postconciliares objetivamente anticatólicos. En cuanto a la communicatio in sacris, participación
activa en actos de culto reconocibles como acatólicos —abominación ampliamente tolerada y promovida por la Eclesialidad Postcatólica— es pecado mortal y crea sospecha de herejía en cuanto signo de adhesión a
una falsa secta.
Quienes recibieron bautismo válido en un ambiente de la Eclesialidad Postcatólica que está externamente desunida de la Iglesia Católica de modo real aunque todavía no legal, pertenecen a ésta externamente —
como los protestantes— hasta el uso de razón. Pero si en ese punto la Iglesia Católica interpreta legalmente que el desafortunado niño protestante se desune externamente de ella por querer otra iglesia, el niño de
«creyentes oficiales» adjuntos a la Eclesialidad Postcatólica permanece unido a ella mientras conserve la verdadera Profesión de Fe. Estaría, pues, entitativamente unido (por comunión de Fe) a la Iglesia Católica
pero operativamente perjudicado (por participación de obras) bajo el principio eclesial postcatólico. Ahí la comunión externa e interna con la Iglesia Católica no se rebaja a «parcial» —imposible, pues la comunión eclesial
se da, total o ninguna, por la acción ora íntegra (aún si tibia) ora nula de la Fe teologal, entre la substancia individual increada fundante de Cristo y la substancia individual creada adhiriente del católico— pero en el caso del pobre católico postconciliarmente afiliado, él está en ósmosis inmediata con un medio de por sí adecuadísimo para hacerlo incompatible con la Iglesia Católica y acercarlo en lo subjetivo operativo gradual a desunirse
de ella en lo objetivo entitativo repentino —«al menos» internamente, lo cual es sobradamente trágico y peor que cualquier pecado mortal que no traiga ese efecto.
La comunión sólo es sobrenatural y por ende trascendente en su acepción buena, como inserción del alma en el divino Cristo en la Iglesia divina suya. La comunión en una iglesia humana (y por ende falsa) es un encarcelamiento en la terrible muerte irreligiosa de falsificar lo divino.
La incorporación oficial en una secta oficialmente excluida de la Iglesia Católica es una «comunión en la excomunión» y separa de la Iglesia Católica al errante. Pero la participación externa en las obras o en la sujeción
ejecutiva de una eclesialidad falsa todavía pendiente de ser oficialmente excluida de la Iglesia Católica no puede llamarse «comunión» en el sentido propio de ser formalmente parte de un cuerpo perentoriamente excluido
y excluyente de la Iglesia Católica. Es una promiscuidad perniciosa que puede culminar, o no, en una «comunión en la excomunión», pero no lo es de por sí.
Así las cosas, la «comunión» con el falso papa postcatólico —mejor llamada conformidad administrativa que tiende a hacerse operativa— no pone a su sujeto ipso facto externamente fuera de la Iglesia Católica. Si él
conserva la Fe Católica, eso basta, a falta de autoridad visible, para mantener su comunión sustancial con la verdadera Iglesia, eventualmente combinada —para mal, por cierto— con una participación administrativa honorífica desobediente (FSSPX, [Wiliamson y sus gatos]) o también operativa obediente (oficialidad)
de una eclesialidad falsa. Para esa participación accidental que tiende al «salto sustancial» a la comunión propiamente dicha, rige lo que para la adhesión a la Eclesialidad Postcatólica: es factor de inseguridad de
unión o seguridad de desunión con la Iglesia Católica. La conformidad administrativa con el falso papa apóstata no es constancia, pero sí — eventualmente sin advertencia— indicio externo e incentivo interno, de excomunión con la Iglesia Católica. La conformidad administrativa con el
falso papa apóstata constituye, materialmente, pero necesariamente, una participación por ósmosis (aún desganada o filtrada, a la Écône [o Avrillé]) en una eclesialidad —realidad eclesial sin status jurídico— intrínsecamente anticatólica. Esa participación material, si es inadvertida, puede causar efectos
graves hasta lo devastador o leves hasta lo nulo según las circunstancias —y gracias a contravenenos posibles, pero no asegurados, concedidos gratuitamente por la Providencia divina. Si es advertida, obliga moralmente a una ruptura interna y externa con la Eclesialidad Postcatólica, sin lo cual se convierte en comunión propiamente dicha, formal y sustancial, con el Anticatolicismo, resultante en ruptura interna y eventualmente también externa con la Iglesia Católica.
El «creyente oficial» que mantiene íntegra la Profesión de Fe Católica no está en «dos iglesias» —hecho tan quimérico como la «comunión parcial»— sino que está del todo en la única verdadera, pero está ahí como víctima del mal moral de estar atrapado por una eclesialidad engañosa que le sabotea la doctrina y los sacramentos, y como substrato de forma católica expuesto a perderla por recibir una forma anticatólica —sobre todo si cayó en pecado mortal y no invoca a Dios ni a la Santísima Virgen—, según el principio aristotélico «generatio unius formæ est corruptio alterius». En el momento en que el niño o el hombre postcatólico condicionado
por la falsa eclesialidad mal llamada «Iglesia Católica» advierte la contrariedad entre ambas —en alguna verdad de Fe, por ejemplo— para aferrarse a la primera, queda internamente desunido de la Iglesia Católica. Si va más allá y niega abiertamente una verdad de Fe católica conocida como tal, queda desunido de la Iglesia Católica también externamente, y con ello por completo. Lo primero aún sin lo segundo es bastante espantoso.
Parte del trabajo Sedeluncia del Padre Patricio Shaw .
CONTINUARÁ, D. m., con La Iglesia Católica, ¿está o no está en la Eclesialidad Postcatólica?L.111
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