Descripción
CARACTERÍSTICAS DEL LIBRO
Páginas: 260
Tamaño: 12 x 18 centímetros
Papel: 90 gramos
Cubierta: rústica brillo con solapas, 300 gramos.
Autores: Varios anónimos
Editor: Sapientiae Sedei Filii
PRÓLOGO
“Si se llega a demostrar que todas las “novedades” que perturban hoy a la Iglesia no son más que errores antiguos, constantemente condenados por Roma, se podrá concluir que la Iglesia en este final del siglo XX, es ocupada por una secta extranjera, exactamente como un país puede ser ocupado por un ejército extranjero” (Jacques Ploncard d’Assac: La Iglesia ocupada, Chiré-en Montreuil 1975, segunda edición 1983, p. 7).
En esta guerra de ideas, los escritores católicos tienen el deber de dar la voz de alerta. “Sonad, sonad siempre, esclareced el pensamiento” (Víctor Hugo: Los castigos, 1853, libro VII, c. 1).
“Que nadie se imagine que sea prohibido a los particulares cooperar de una cierta manera a este apostolado, sobre todo si se trata de hombres a quienes Dios ha dado los dones de la inteligencia con el deseo de ser útiles. Todas las veces que la necesidad lo exija, ellos pueden fácilmente, no por cierto arrogarse el rol de doctores, mas comunicar a los otros lo que ellos mismos han recibido, y ser, por así decirlo, el eco de la enseñanza de los maestros. Por otra parte, la cooperación privada ha parecido a los padres del concilio Vaticano tan oportuna y fecunda que han creído un deber reclamarla formalmente: “Todos los cristianos fieles”, dicen ellos, “sobre todo aquellos que presiden o que tienen la carga de la enseñanza, Nos les suplicamos por las entrañas de Jesucristo, y Nos se lo ordenamos, en virtud de la autoridad del mismo Dios Salvador, dar su celo y su acción para descartar y eliminar de la Santa Iglesia esos errores, y para esparcir la luz de la fe la más pura” (Constitución Dei Filius, pasaje final). “Que cada uno por lo tanto recuerde que puede y debe esparcir la fe católica por la autoridad del ejemplo, y predicarla por la firmeza de la profesión que de ella hace. Así, en los deberes que nos ligan a Dios y a la Iglesia, un gran lugar tiene el celo con el que cada uno debe trabajar, en la medida de lo posible, para propagar la fe cristiana y rechazar los errores” (León XIII: encíclica Sapientiae christianae, 10 de enero de 1890).
El presente estudio quiere ser simplemente el “eco” del Magisterio, una colección de documentos y de textos de la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana.
“El misterio de la iniquidad”, escribe el Apóstol San Pablo, “ya está obrando ciertamente, sólo hay el que ahora detiene hasta que aparezca de en medio” (2.Tesalonicenses II. 7). Cuando la fe haya desparecido casi totalmente, cuando la apostasía general haya arribado, entonces se manifestará el Anticristo.
Según San Pablo, el Anticristo “se sentará en el Templo de Dios” (2.Tesalonicenses II. 4). Comentando este pasaje paulino, San Agustín enseña que el Anticristo será un hombre individual, pero que se puede igualmente aplicar el mote “Anticristo”, en sentido figurado, a una sociedad anticristiana entera. Este Anticristo colectivo, que debe preparar la vía al Anticristo individual, se sentará “in templo Dei”. En latín, remarca San Agustín, la preposición “in” puede traducirse por “dentro” o por “en lugar de”. La expresión “in templo Dei” es susceptible de ser interpretada de una manera literal o de una manera figurada:
- En sentido literal, será un hombre que entrará en el Templo para hacerse adorar como un ser
- En sentido figurado, será una sociedad apóstata, una falsa Iglesia que usurpará el lugar de la verdadera Iglesia. Será una sociedad de apóstatas erigida en “Templo de Dios”, una pandilla de infiltrados que pretenderán representar la Iglesia de Cristo. “Este pasaje que hace referencia al Anticristo, se entiende no solamente del príncipe de los impíos, sino de alguna manera de todo lo que hace cuerpo con él, es decir de la multitud de los hombres que le pertenecen”. Es necesario interpretar “no en el Templo de Dios sino mejor en Templo de Dios, que no es otra cosa que la Iglesia” (San Agustín: Ciudad de Dios, libro XX, c. 19). Luego, el Anticristo será (o ya es) una secta herética que pretende representar la Iglesia Católica.
San Agustín informa cómo se va a desarrollar el triunfo en el gran día del misterio de iniquidad. “Otros piensan que las palabras “ahora sabéis qué es lo que le detiene” (2.Tesalonicenses II. 6) y “el misterio de iniquidad ya está obrando” (2.Tesalonicenses II. 7), se refieren únicamente a los malvados y a los simuladores que están en la Iglesia. Hasta el momento en que, multiplicándose, alcanzarán un número suficiente para formar el gran pueblo del Anticristo. Es el misterio de iniquidad, porque se oculta. Las palabras del Apóstol serían luego una exhortación a los fieles a permanecer firmes en la fe “hasta que esto se manifieste saliendo de en medio”, es decir, hasta que el misterio de iniquidad que está momentáneamente oculto surja del medio de la Iglesia” (Ciudad de Dios, libro XX, c. 19).
Otra interpretación de 2.Tesalonicenses merece ser mencionada aquí, aun si proviene de un exégeta muy poco conocido. Este exégeta es un monje francés que vivió de 1092 a 1156: Pedro el Venerable. Es un santo canonizado (fiesta el 25 de diciembre), en otro tiempo célebre por su erudición, pero hoy caído en el olvido. Y es una lástima, pues este autor parece haber tenido luces especiales para exponer la Santa Escritura. He aquí, en efecto, su comentario a la Epístola a los Tesalonicenses, comentario que ilumina singularmente nuestra época:
“Cristo ha permitido esto: que el Anticristo, cabeza de todos los cismáticos, se sentará en el templo de Dios, que los suyos (los cristianos) serán exiliados, y que quienes no son los suyos ocuparán un día la Sede de Pedro (Sanctus Petrus Venerabilis: De miraculis libri duo, libro II, c. 16).
Parte de la Introducción
He aquí algunas afirmaciones que dejan perplejo:
“Los elementos del marxismo son de naturaleza de poner a muchos hombres sobre la vía del cristianismo vivido de una manera nueva”. “Vemos en el islamismo, el humanismo, el marxismo, un deseo inconsciente y una búsqueda a tientas del verdadero rostro de Jesucristo, que nosotros, cristianos, obscurecemos muy a menudo” (El catecismo holandés. Una introducción a la fe católica. El nuevo catecismo para adultos realizado bajo la responsabilidad de los obispos de los Países Bajos, París 1968, p. 58). “En el budismo, según sus formas variadas, la insuficiencia radical de este mundo cambiante es reconocida y se enseña una vía por la cual los hombres, con un corazón devoto y confiado, podrán adquirir el estado de liberación perfecta, alcanzar la luz suprema por sus propios esfuerzos o por un socorro venido de lo alto” (Declaración conciliar Nostra aetate, 28 de octubre de 1965, §2).
“Ofrecemos la pipa al Gran Espíritu, a la madre Tierra y a los cuatro vientos” (plegaria recitada a pedido de Wojtyła, el 26 de octubre de 1986 en Asís).
“Que San Juan Bautista proteja el Islam” (plegaria recitada por Wojtyła mismo, el 21 de marzo de 2000).
“Yo vengo a vosotros, hacia la herencia espiritual de Martín Lutero, yo vengo como peregrino” (Encuentro de Wojtyła con el Consejo de la iglesia evangélica, el 17 de noviembre de 1980).
El ateísmo procura “una libre expansión espiritual” (Wojtyła, 1 de septiembre de 1980).
“Poner al hombre sobre el altar” es lo propio de los francmasones (Jacques Mitterrand, grado 33, antiguo Gran Maestre del Gran Oriente). “Nosotros tenemos el culto del hombre” (Montini: discurso de clausura de Vaticano II, 7 de diciembre de 1965).
“Nosotros no pensamos que un francmasón digno de este nombre, y que está él mismo comprometido a practicar la tolerancia, no pueda felicitarse sin ninguna restricción de los resultados irreversibles del concilio”. Los católicos deberán “mantenerse en esta valerosa noción de la libertad de pensamiento, que, nacida de nuestras logias masónicas, se ha extendido magníficamente sobre la cúpula de San Pedro” (Yves Marsaudon: El ecumenismo visto por un francmasón de tradición, 1964, pp. 119-121). “Si el mundo cambia, ¿la religión no debería cambiar también? …Es exactamente la razón por la cual la Iglesia ha, en particular después del concilio, emprendido tantas reformas” (Montini, audiencia general, 2 de julio de 1969).
Con la lectura de estas frases curiosas, no se puede impedir el hacerse preguntas. Pero, ¿qué pasa en Roma?
He aquí extractos del plan de infiltración de la Iglesia Romana, elaborado por la francmasonería italiana y descubierto por la policía del Papa Pío IX: “Lo que nosotros debemos buscar y esperar, como los judíos esperan el mesías, es un Papa según nuestras necesidades. Para asegurarnos un Papa con las proporciones exigidas, se trata, en principio, de modelarle, a ese Papa, una generación digna del reino que soñamos. Dejad a un lado la ancianidad y la edad madura, dirigíos a la juventud… En algunos años, ese clero joven, habrá, por la fuerza de las cosas, invadido todas las funciones; gobernará, administrará, juzgará, formará el consejo del soberano, será llamado a elegir el Pontífice que deberá reinar, y ese Pontífice, como la mayor parte de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos imbuido de los principios que nosotros comenzaremos a poner en circulación. Que el clero marche bajo vuestro estandarte creyendo siempre marchar bajo la bandera de las llaves apostólicas… Vosotros habréis predicado una Revolución en tiara y en capa, marchando con la cruz y la bandera, una Revolución que no tendrá necesidad sino de ser un poquito aguijoneada para poner fuego a las cuatro esquinas del mundo” (In Crétineau-Joly: La Iglesia Romana de cara a la Revolución, 1859, reedición Paris 1976, t. II, p. 82-90).
A la época del concilio Vaticano I, un alto dignatario de la masonería se alegraba de “el apoyo precioso que encontramos desde hace muchos años en un partido poderoso, que es como un intermediario entre nosotros y la Iglesia, el partido católico liberal. Es un partido que nosotros tenemos que acrecentar, y que sirve a nuestras vías mucho más de lo que piensan los hombres más o menos eminentes que le pertenecen en Francia, Bélgica, toda la Alemania, en Italia y hasta en Roma, alrededor del Papa mismo” (In Monseñor Delassus: Verdades sociales y errores democráticos, 1919, reedición Villegenon 1986, p. 399).
León XIII (encíclica Inimica vis, 8 de diciembre de 1892), pone en guardia al episcopado de Italia. “Los sectarios masones buscan por promesas seducir al clero inferior. ¿Con qué fin? …Lo que ellos quieren es ganar dulcemente a su causa a los ministros de las cosas sagradas, y después, una vez atrapados en las ideas nuevas, hacer revueltas contra la autoridad legítima”. León XIII murió en 1903. La francmasonería desea la elección de un sucesor imbuido del espíritu masónico. He aquí el retrato del candidato ideal, esbozado en 1903 por la revista masónica Acacia: “Un Papa que desataría los lazos del dogmatismo tensados hasta el exceso, que no prestaría oídos a los teólogos fanáticos y denunciadores de herejías, que dejaría a los exégetas trabajar a su gusto, limitándose a mantener una unidad que sería más una solidaridad entre las diversas ramas de la Iglesia, que no entraría en luchas con los gobiernos, que practicaría y recomendaría la tolerancia entre las otras religiones, aun hacia el libre pensar, que no renovaría la excomunión de la francmasonería” (Acacia, septiembre de 1903, in: Lecture et Tradition, n. 94, marzo-abril de 1982).
En 1903, los católicos se salvaron de tener por Papa, en lugar de Giuseppe Sarto (San Pío X), al cardenal masón Rampolla, secretario de Estado de León XIII. Concentró la mayoría de los votos, pero fue vetado por el Emperador austrohúngaro. A pesar de este fracaso puntual, el plan masónico funcionó demasiado bien. El Papa San Pío X (Encíclica Notre charge apostolique, del 25 de agosto de 1910), denuncia las infiltraciones masónicas en Sillon (movimiento de la juventud cristiana francesa). “Conocemos demasiado las sombrías oficinas donde se elaboran esas doctrinas deletéreas, que no deberían seducir a los espíritus clarividentes. Los jefes de Sillon no han podido defenderse: la exaltación de sus sentimientos, la ciega bondad de su corazón, su misticismo filosófico mezclado con una parte de iluminismo, los ha llevado hacia un nuevo evangelio, en el cual ellos han creído ver el verdadero Evangelio del Salvador, al punto que osan tratar a Nuestro Señor Jesucristo con una familiaridad soberanamente irrespetuosa, y que, teniendo su ideal parentesco con el de la Revolución, no temen hacer entre el Evangelio y la Revolución aproximaciones blasfemas”.
En los años veinte, la conjuración había tomado proporciones alarmantes, pues no solamente el bajo clero y la juventud, sino también una parte notable del alto clero militaban ya bajo la bandera de la Revolución. Luego del consistorio secreto del 23 de mayo de 1923, Pío XI interrogó a una treintena de cardenales de la Curia sobre la oportunidad de convocar un concilio ecuménico. El cardenal Boggiani estima que una parte considerable del clero y de los obispos estaba imbuida de las ideas modernistas. “Esta mentalidad puede inclinar a ciertos padres a presentar mociones, a introducir métodos incompatibles con las tradiciones católicas”. El cardenal Billot era todavía más franco. Expresa su temor de ver el concilio “manipulado” por “los peores enemigos de la Iglesia: los modernistas, que se aprestan ya, como indicios ciertos lo muestran, a hacer la Revolución en la Iglesia, un nuevo 1789” (In: Monseñor Marcel Lefebvre: Le destronaron. Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar, Ed. San Pío X, Buenos Aires, 1987, pp. 159-160). A la muerte de Pío XII, el sueño de la masonería se realiza: una “Revolución en tiara y en capa”. Angelo Roncalli (que se había hecho iniciar en una sociedad secreta en Turquía en 1935, después afiliado a una logia masónica en París), toma el nombre de “Juan XXIII” y convoca el Vaticano II, que trastorna enteramente la religión, por ejemplo, proclamando “la libertad de pensamiento que, partida de nuestras logias masónicas, se ha extendido magníficamente sobre la cúpula de San Pedro” (El ecumenismo visto por un francmasón de tradición, 1964, p. 121).
Los partidarios del cambio se llaman “conciliares” (nombre derivado del “conciliábulo” Vaticano II). Los opositores se llaman “católicos” (en razón de su adhesión al catolicismo).
Desde 1958, Roma toma la contramarcha de lo que el Papado ha enseñado siempre. Algunas personas hacen entonces el silogismo siguiente: Todas las veces que no define solemnemente ex cathedra un dogma, un Papa puede errar. Es por lo cual no hay obligación de obedecerle, cada vez que él enseña u ordena alguna cosa contraria a la fe. Los hombres en el poder en Roma desde el año 1958 profieren herejías, pero no ex cathedra. Luego, esos hombres son Papas.
Otras personas establecen un silogismo diferente: la enseñanza ex cathedra es vehiculizada no solamente por el modo “extraordinario” (definiciones solemnes), sino también por el modo “ordinario” (escritos de todos los días). Un Papa no se equivoca en ningún momento en el dominio de la fe, porque está sin cesar asistido por el Espíritu Santo, conforme a la promesa formal de Cristo (Juan XIV, 15-17). “¿Cómo un Papa verdadero sucesor de San Pedro, asegurada la asistencia del Espíritu Santo, puede presidir la destrucción de la Iglesia?” (Monseñor Lefebvre, in: Bonum Certamen, n. 132, Nancy). ¿Esta defección no sería el signo de que los hombres que gobiernan el Vaticano desde 1958 no son verdaderos Papas, sino usurpadores, ocupantes ilegítimos de la Sede de San Pedro?
Estas formas de visualizar el problema son lógicas las dos. Solamente un silogismo puede ser lógico siendo falso. Pues todo depende de las premisas de las cuales se extrae una conclusión. Si una premisa es falsa, se arriba por razonamiento en sí mismo lógico, a una conclusión falsa. Antes de comenzar a razonar en buena lógica, es indispensable asegurarse que las bases sobre las cuales se apoya el razonamiento corresponden a la realidad. “La mayor parte de los errores del hombre vienen menos de que razone mal partiendo de principios verdaderos, que de que razone bien partiendo de juicios inexactos o de principios falsos” (Charles Augustin Sainte-Beuve: Causeries du lundi, Paris, 1851-1862, t. X, p. 36).
A fin de no razonar en el vacío hemos emprendido una vasta investigación teológica, histórica y canónica. Hemos reunido informaciones y documentos, con el fin de dar una base muy sólida a este estudio, cuyo plan es expuesto a continuación.
Investigación teológica: la infalibilidad pontificia
La premisa que es necesario clarificar es la siguiente: ¿Un Papa puede naufragar en la fe? ¿El Papado es infalible solamente cada 100 años, a partir de una definición solemne (1854: Inmaculada Concepción; 1950: Asunción)? ¿O bien Nuestro Señor asiste al Papa permanentemente para impedirle caer en herejía? Esta cuestión será tratada en el curso de la primera parte, consagrada a la infalibilidad pontificia. Contiene también un capítulo sobre los casos históricos de los Papas que habrían errado,- según dicen los herejes galicanos antiguos y de hoy día- tales como San Liberio, Honorio I o Juan XXII.
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