POSICIÓN  POSICIÓN IMPOSIBLE DE SOSTENER PARA UN CATÓLICO (I DE II)

En la primera Epístola del Apóstol San Juan, (II, 22) encontramos un texto poco comprendido. Él dice: « ¿Quién es el embustero sino el que niega que Jesús es Cristo?» A esos que lo niegan, les llama San Juan «anticristos».Sin cabeza, cada cual como le place.

San Agustín nos aclara: Jesús es el nombre propio y Cristo, Su oficio; negar su oficio como lo negaron los judíos, es estar fuera de la verdad (In Epist. Ioan, ad Parthos). No todos los herejes niegan a Jesús, sino que se creen todos ellos sus seguidores y muchos lo creen firmemente, pero ellos no dan oídos a la Iglesia, ni están unidos a Pedro que es el papa.

Y no son pocos los que estando dentro de la misma Iglesia Católica remanente, en nuestro día, la única verdadera, pueden ser inscritos con el término de «anticristos». Si se les predica algo contra lo que ellos creen, querrán convencerte de que todo lo que dices es cosa tuya, pero si resulta y les demuestras que todo lo que dices ha sido enseñado por los santos, por los papas, por los Padres de la Iglesia, por el Magisterio, entonces comenzarán a retorcer y a murmurar contra la misma Iglesia, anteponiendo sus falsas ideas, sus falsas prudencias o pareceres humanos o mundanos, que en nada pueden cambiar la Doctrina que la Iglesia ha enseñado de ella misma.

Con la seguridad de ser cuestionado por muchos, he de exponer ante los soberbios e ignorantes de nuestro tiempo, de los que ya hay tantos entre los fieles y entre los pastores, doctores oscuros e improvisados, la doctrina de la absoluta necesidad de que la iglesia tenga siempre y sin faltar un papa para que la dirija y unifique, especialmente durante este tiempo de máximo desconcierto. Y también la he de exponer ante esos prudentes y legistas tan claramente condenados por nuestro Señor Jesucristo en Mat. 11, 25, en Luc. 10, 21, y en 11, 46.

PARA SER CATÓLICO ES INDISPENSABLE
ESTAR ADHERIDO AL ROMANO PONTÍFICE.

San Ambrosio, (330-397), dice en «De poenitentia», I, Cap. VII, lo siguiente: «No se puede tener parte en la herencia de Pedro, sino a condición de permanecer adheridos a su sede».

En el «Diccionario de la Fe Católica» de la Editorial JUS, 1953, encontramos en: «Papa, primacía del: …el papa es el centro de la unidad y de la comunión, siendo la comunión con el papa, la señal característica de la ortodoxia católica». Es también, como veremos después, la señal característica que distingue al verdadero cristiano.

La Iglesia siempre ha considerado a todo aquel que se separa de la Sede de San Pedro, cismático.

El Papa San León XI (1049-1054), en carta del 8 de septiembre del año de 1053 a Miguel Cerulario, decía: «…si no estás unido a la cabeza (el papa), no puedes pertenecer al cuerpo de la iglesia». (Hefele-Leclercq, Historia de los Concilios, T. IV, 2a. parte, Pág. 1097).

El Papa Bonifacio VIII (1294-1303), en su Bula «Unam Sanctam» de noviembre de 1302, dice: «Definimos y abiertamente proclamados como de necesidad absoluta para la salvación, la subordinación al romano pontífice de toda humana creatura». Bonifacio VIII toma este texto de Santo Tomás de Aquino en «Contra Errores Graecorum», II, 27.

Y San Roberto Belarmino, en Dottr. Crist. No. 54, dice: «La Iglesia es la sociedad de todos los fieles, gobernada por nuestro Santo Padre el Papa» y en esta forma, decía el Papa San León Magno, (440-461), «…en Pedro se asegura la fortaleza de todos» (Serm. 3 de assumpt. sua ad Pontif.)

Innumerables son los textos que se pueden aportar para afirmar esta doctrina, cosa que ahora no haremos, porque para los detractores actuales de la ortodoxia, esta sigue siendo una verdad confesada, por lo menos de dientes para afuera, y no se necesitan grandes comprobaciones.

Se deben suceder, sin embargo, en el sagrado Trono de San Pedro, en forma constante, otros papas hasta el fin del mundo.

LOS PAPAS HAN DE TENER PERPETUOS SUCESORES

El primer Concilio Vaticano, (ses. IV, en. 1), dice: «Si alguno dijere, pues, que no es institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el Primado sobre la Iglesia universal sea anatema».

Quiero anotar aquí, a modo de paréntesis, que he oído de un Obispo tradicionalista decir que nunca entendió el dogma de la infalibilidad pontificia; que ella es darle las prerrogativas de Dios a un hombre; que no es necesario el papa actualmente, porque hay «jerarquía», Sacramentos y todo lo necesario. ¡Este es un hereje formal!

Jaime Balmes en su obra «La Religión Demostrada», que escribió en 1841, T. 1, Pág. 927, dice: «…la autoridad que la ha de regir y gobernar (a la Iglesia), no puede ser una autoridad intermitente».

Y el «Catecismo Romano», edición de la B. A. C., Pág. 227, dice: «El Primado debe ser perenne en la Iglesia… Como consecuencia de las afirmaciones precedentes, deducimos que en la Iglesia ha de existir una autoridad suprema que ostente el Primado que Cristo fundó».

Perpetuo, según el Diccionario de la lengua, es «que dura, permanece para siempre». Perenne es «continuo e incesante». Intermitente es «que se interrumpe o cesa, y vuelve a proseguir». ¿Se están verdaderamente entendiendo los términos, y una vez entendidos, se aplican y practican?

Porque los hombres, y no Dios, han de elegir al papa. Y ellos tienen la gravísima obligación de hacerlo. Jesucristo no bajará para elegir ni para decir en qué momento hacerlo. Los hombres son los que deben de cumplir este precepto de Jesucristo, en el mismo momento que haya sede vacante, sin que ninguna contingencia humana, pretexto o razón, por grave que sea, dispense de hacerlo o cambie esta obligación.

La Revelación nos dice: «Donde no hay gobierno, va el pueblo a la ruina» (Prov., 11, 14), y el Magisterio nos enseña que Pedro tendrá perpetuos sucesores, por lo que es herética la afirmación de que es posible que se extinga en la Iglesia el poder y el deber de elegir papa. La constitución divina de la Iglesia es inmutable, enseña San Pío X (Denz. 3453 y 2053), y por lo tanto, no es variable como las situaciones o los delitos, ni es relativa a las variaciones situacionales. Afirmar lo contrario es herejía.

Esta perpetuidad, es muy claro, debe ser porque la Iglesia siempre y en todo momento necesita de una dirección y de un centro de unidad. Nuestro Salvador, imponiendo a Pedro con solemne investidura el mandato de apacentar Su grey, lo constituyó cabeza y pastor de la gran familia cristiana.

ES ABSOLUTAMENTE NECESARIO QUE EN LA IGLESIA HAYA UN PAPA.

El Pbro. Dr. Joaquín Sáenz y Arriaga en su libro «Donde está el papa, allí está la Iglesia», Pág. 90 y 91, dice: «Un rebaño que no tenga pastor, va a la ruina y a la muerte… Pedro, pues, en cuanto Pedro, en cuanto fundamento de la Iglesia, Pastor de los pastores, Vicario de Cristo sobre la tierra, es un cargo, un oficio, un ministerio del cual la Iglesia nunca puede carecer». ¡Que apunten muy bien estas palabras sus antiguos colaboradores y actuales detractores!

San Roberto Belarmino (1542-1621), Doctor de la Iglesia,  dice en su «Explicación más copiosa de la Doctrina Cristiana Breve», que escribió por órdenes del Papa Clemente VIII y que se tradujo al español por órdenes del Card. Lorenzana a fines del siglo XVIII, lo siguiente: «…es menester creer y confesar la santa ley de Cristo, según la enseñan los Prelados y Predicadores de la misma Iglesia; pero esto no basta, sino que es necesario estar en la obediencia del Sumo Pontífice Romano, reconocerle, y tenerle por superior supremo y Vicario en lugar de Cristo». Es decir, que debe estar presente en la Iglesia, porque la Piedra es el papa vivo y su magisterio vivo y no el conjunto de papas que ya han muerto.

El «Catecismo Romano» de la B.A.C dice en la pág. 231: «Una Iglesia visible necesita también un jefe visible».

Jaime Balmes en la obra citada antes, T. 1, pág. 924, dice: «Me parece a mí que si Jesucristo no hubiera establecido sobre la tierra una autoridad viviente para enseñarnos la verdad, apartarnos del error y aclarar nuestras dudas, nos habría dejado en una confusión tal, que no nos habría servido de mucho la luz de la verdad divina».

El «Catecismo Romano» mencionado antes dice: «Particular atención merecen las notas y propiedades que caracterizan a la verdadera iglesia… Porque uno es el jefe visible, el que ocupa la Cátedra de Roma, como legítimo sucesor de San Pedro, príncipe de los Apóstoles» (Pág. 225). Y en la pág. 226: «Ha sido siempre unánime el sentir de los Padres sobre la necesidad de una cabeza visible para establecer y confirmar la unidad de la Iglesia. San Jerónimo escribe así a Joviniano: Uno solo es el elegido para que, constituida la cabeza, se quite toda ocasión de cisma».

Porque, efectivamente, la presencia de Pedro, que es el papa reinante y no los papas que han muerto, es un antídoto puesto por el mismo Cristo para evitar los cismas. Porque, «no basta hablar de solidaridad, dice el «Catecismo Romano», pág. 232, nota 174, y de compañerismo. Si no queremos tergiversar y destruir nuestro Evangelio, es preciso llegar a la inteligencia, a la apasionada elaboración de una unidad viviente».

«Al anteponer al bienaventurado Pedro a los demás Apóstoles, en él instituyó (Cristo) un principio perpetuo de una y otra unidad (de Doctrina y gobierno) y un fundamento visible, sobre cuya fortaleza se construyera un templo eterno», dice (sesión IV del 18 de julio de 1870, del Concilio Vaticano I) la «Constitución Dogmática I sobre la Iglesia de Cristo».

Así también el Papa León XIII en su Encíclica Satis Cognitum del 29 de junio de 1896, dice: «…es de todo punto necesaria la verdadera autoridad y autoridad suprema, a la que ha de someterse toda la comunidad…»

Por ese motivo, en la Constitución del Papa Pío VI (1775-1799) Auctorem Fidei, contra el Sínodo de Pistoya del 28 de agosto de 1794, se condenan ciertos derechos atribuidos a los obispos contra la autoridad del papa. Dice a este respecto: «La doctrina del Sínodo por la que profesa: estar persuadido que el obispo recibió de Cristo todos los derechos necesarios para el buen régimen de su diócesis, como si para el buen régimen de cada diócesis no fueran necesarias las ordenaciones superiores que miran a la Fe y a las costumbres, o a la disciplina general, cuyo derecho reside en el Sumo Pontífice y en los Concilios universales para toda la Iglesia, es cismática o, por lo menos, errónea».

EL PAPA ES EL CENTRO DE LA UNIDAD CONTRA LA DIVISIÓN.

Esta es una doctrina mantenida en toda la historia de la Iglesia. San Jerónimo (340 o 350-420),  por ejemplo,  en «Contra los luciferianos», 26, carta 41, dice: «La Iglesia está fundada sobre Pedro, el único escogido entre los doce Apóstoles, a fin de que la autoridad de un jefe universal, impida todo peligro de escisión».

San Pedro Crisólogo (405-450), Arzobispo de Rávena, en su Carta 25, escribe: «…es en él (en el papa) donde el bienaventurado Pedro, sobre su propia Sede, sobrevive y preside a fin de asegurar a las almas leales la verdad de la Fe y, sin el consentimiento del cual, ningún obispo puede conocer las causas de la Iglesia y de la Fe».

San Ignacio de Antioquía desde el año 69, en su Epístola a los romanos, dice que la Iglesia de Roma, es «cabeza de la alianza de la caridad». (G. Rauschen, Compendio de Patrología. Herder, pág. 39. 1909). Y el Papa Pío IX (Denz. 1686) dice: «No hay otra Iglesia Católica, sino la que se edifica sobre el único Pedro, se levanta por la unidad de la Fe y la caridad en un solo cuerpo conexo y compacto».

En el T. III, pág. 297, del «Catecismo de Perseverancia» del Abate J. Gaume, leemos: «La unidad es el carácter esencial de la verdad (¿ dónde está esa unidad entre los obispos acéfalos y clerigus vagus cuyo ministerio es ilícito y sus confesiones inválidas?), porque Dios es uno, y la verdad es Dios revelado al hombre. El Salvador ha querido que Su Iglesia fuese una, y la representa bajo la forma de un rebaño que tiene un solo pastor, de una casa donde habita un solo jefe, de un cuerpo cuyos miembros están perfectamente unidos. Por eso, la verdadera Iglesia, debe ser una; una en su Fe, una en sus leyes, una en su esperanza, una en su jefe». Por eso la Iglesia organiza en perfecta gradación jerárquica, uniendo a todos, y así, «los obispos (dice en el T. III, pág. 300) todos se encuentran sometidos al Sumo Pontífice, jefe supremo de la Iglesia, el cual, revestido de una primacía de honor se muestra más elevado que todos, a fin de que todos vean en él, el centro de la unidad al que se reúnen todos los radios».

También el Papa León XIII, en su Encíclica «Satis Cognitum» antes mencionada, dice: «Mas, en cuanto al orden de los obispos, entonces se ha de pensar que está debidamente unido a Pedro, como Cristo mandó, cuando a Pedro está sometido y obedece; en otro caso, necesariamente, se diluye en una muchedumbre confusa y perturbada. ( No es esto el espectáculo escandaloso que presentan los obispos acéfalos y los clerigus vagus?)».

El Papa Pío XII, en su Encíclica «Mystici Corporis» también decía: «…los que están separados entre sí, por la Fe o por el gobierno, no pueden vivir en este único cuerpo (la Iglesia) y en este único espíritu».

A este respecto, el «Catecismo Romano», ya mencionado, pág. 229, apunta: «San Optato de Milevi dice: No te puede excusar la ignorancia porque tú bien sabes que en Roma tiene sentada su Cátedra episcopal, sobre la cual él se sentó como cabeza de todos los Apóstoles, para que todos tuvieran en él sólo, la unidad de la Cátedra, y no pretendieran cada uno de los Apóstoles imponer la suya propia. Y así sea cismático y prevaricador quien contra esta suprema y única Cátedra, pretendiera levantar otra».

Pero se puede pensar que Pedro y sus sucesores necesariamente deben tener siempre su sede en Roma, confundiéndose así la ciudad con la Iglesia Romana, porque aunque es normal que la Iglesia Católica Romana tenga su sede en esta ciudad, no pueden estar ligadas, si acaso el papa pudiera estar en otro lugar.

LA IGLESIA ROMANA ES EL PAPA, 
Y SI NO HAY PAPA, NO HAY IGLESIA ROMANA.

San Pedro Damián (1007-1072) dice: «Vos mismo sois la Iglesia Romana; no es a la mole de piedra de la que está formada a la que yo recurro, sino solamente a aquél en quien reside toda la autoridad de esa misma Iglesia» (D’Ales. Dictionnaire Apologetique de la Foi Catholique, T. III, Col. 1487).

También San Hilario escribe: «Hacéis muy mal en amar tanto los muros, en fincar así en los edificios vuestro respeto por la Iglesia, y cubriros de este pretexto para invocar una pretendida paz: ¿Puede dudarse que el Anticristo, se sentará en los mismos lugares?» (Biblia de Mons. Straubinger. Ediciones Progreso. Tlalnepantla, Edo. de México, pág. 199. 1969).

Por esto, el Beato Papa Benedicto XI (1303-1304), al abandonar Roma en 1303, exclamó: « ¡Roma no está ya en Roma: toda entera está donde yo esté!» Y así decía León XIII en su Carta Testem benevolentiae, al Cardenal Gibbons, un 22 de enero de 1899: «…con razón se llama (la Iglesia) Romana; pues donde está Pedro, allí está la Iglesia», misma doctrina que enseñó San Ambrosio.

JESUCRISTO Y EL PAPA, SON LA MISMA CABEZA.

En el «Catecismo de Perseverancia» mencionado antes, t. III, pág. 311, leemos: «En el cuerpo humano existe una cabeza que rige todos los demás miembros, que influye en cada uno de ellos por las emanaciones que le envía; un corazón de donde la sangre parte y a donde vuelve para purificarse y tomar calor y para partir otra vez; además, el cuerpo está animado, vivificado por un alma que le comunica el movimiento, la hermosura y el vigor. Así mismo, en el cuerpo de la Iglesia, hay una cabeza, nuestro Señor Jesucristo, el cual rige todos los miembros, que influye en cada uno de ellos, por medio de Sus gracias; un corazón que es la santa Eucaristía, de donde el amor parte y a donde vuelve para purificarse, para tomar calor y para partir de nuevo; finalmente un alma, el Espíritu Santo, el cual diseminándose por todas partes en tan admirable cuerpo, le comunica la hermosura, la fuerza, la vida de gracia en la tierra y la vida de la gloria en la eternidad».

En estas doctrinas se han basado muchos para predicar el gravísimo error de que Cristo gobierna a la Iglesia cuando no hay papa; y por lo tanto, no habiéndolo ahora, Él gobierna a Su Iglesia, de lo que concluyen que el papa no es necesario. No ha de efectuarse, pues, un cónclave que se presenta temerario, apresurado, imprudente. Se han de esperar mejores condiciones, mejores tiempos o situaciones que Jesucristo propicie para la elección que vendrá cuando Él quiera. Oración, paciente espera y acatamiento de la divina Voluntad. Y esta es una herejía muy rayana en la protervia herética. Muchos ignorantes quieren doctorar en religión, como quien pretende curar a un enfermo con sólo leer el libro de medicina.

San Francisco de Sales (1567-1622) decía: «La Iglesia, no puede estar siempre reunida en un concilio… En las dificultades que sobrevienen diariamente, ¿a quién sería mejor recurrir, de quién podría tenerse la ley más segura, la regla más cierta, que del jefe general y Vicario de Jesucristo?… la Iglesia tiene siempre la necesidad de un confirmador infalible al cual nos podamos dirigir, de un fundamento que las puertas del Infierno y principalmente el error no puedan echar abajo, y que su pastor (o sea, los obispos o sacerdotes) no pueda conducir al error a sus hijos». (R. Sineux. Los Doctores de la Iglesia, pág. 394-395. Dictionnaire Apologetique de la Foi Catholique, de A. D’Ales, t. III, Cois. 1445-1446 que cita la fuente: Oeuvres, Ed. de Annecy, 1892, t. I, pág. 305).

Jesucristo edifica a Su Iglesia por medio del Sumo Pontífice, y no lo hace por medio de los papas que ya han muerto, o por el Derecho Canónico, o por los Cánones de los Concilios, o por las Encíclicas, o por medio de la Doctrina, o por las Sagradas Escrituras, o por la opinión de un líder firulete (RAE: firulete: un adorno superfluo y de mal gusto) cualquiera. Antes que nada, y sobre todas las cosas, es necesario el papa y luego todo lo demás, porque si falta el papa, no hay Iglesia.

Pues esto es lo que pretenden los nuevos herejes, yo no sé cuánto materiales y cuánto formales, que pululan en el mundo «tradicionalista», engañando a muchos con el truco diabólico de que por la crisis tan terrible que ahora padece la Iglesia, es necesario esperar mejores condiciones; y los seguidores de estos pastores no se han dado cuenta de que precisamente la enormidad de la crisis hace más urgente la presencia de Pedro, para unificar a todos y luchar contra los apóstatas del Vaticano.

Santo Tomás de Aquino, en su comentario al Evangelio de San Mateo, v. 18, del Cap. 16, dice: «…a éste (a Pedro) especialmente lo premia: A ti te digo que tú eres Pedro, etc… Primero le da el nombre y, en segundo lugar, el poder… Y en cuanto a lo primero, primeramente da el nombre y en seguida la razón del nombre: y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Pues a esto he venido al mundo, a fundar la Iglesia. Isaías, 28, 16: ‘He aquí que pongo por fundamento en Sion una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella, no vacilará’. Marcada está como la piedra que sirvió de cabecera a Jacob y que él ungió, como dice el Gen. XXVIII… Y esta piedra es Cristo, y por esta unción todos son llamados cristianos, por lo cual no nos decimos cristianos solo por Cristo, sino por la piedra. Por lo cual especialmente le impuso el nombre (a Pedro): Tú eres Petrus, por la piedra que es Cristo… Propiedad de la piedra es que se ponga como fundamento y también para que dé firmeza… Sobre esta piedra, esto es, sobre ti, piedra: porque de mí que soy piedra, te viene que tú seas piedra. Y así como yo soy piedra, así, sobre ti, piedra, edificaré».

Sería bueno que apuntaran y reflexionaran muchos las palabras de Sto. Tomás: «No nos decimos cristianos solo por Cristo, sino por la piedra». Y a la luz de las doctrinas consagradas en la Revelación y recibidas por toda la Tradición y la Teología, que en parte mínima y suficiente hemos transcripto aquí, descubrieran la terrible desviación que es negarse a tener en la Iglesia al papa, pensando que Jesucristo la gobernará sin Su Vicario, cuando dijo otra cosa.

Por lo tanto, nuestro Señor Jesucristo y Pedro son la misma piedra. Por ese motivo, Pío XII (1939-1958), en su Encíclica «Mystici Corporis», 35, dice: «Cristo y su Vicario, constituyen una sola cabeza». Y así también en «Controversiarum de Summo Pontífice», Ed. de Vives, París, 1870, San Roberto Belarmino dice que nuestro Señor Jesucristo puso a Pedro este nombre, porque con este mismo nombre Él es designado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento: Isaías, 4, 14 a 28; Daniel, 2, 35 y 45; Salmo 107, 22; Mateo, 21, 42; Rom., 9, 1; Cor., 10, 1; Efe., 2, 1; I de Pedro, 2, 4, etc. «Sólo con Pedro, dice, comunica Cristo su nombre, el nombre que lo significa a Él mismo, para indicar que a Pedro lo hace fundamento y cabeza de la Iglesia, con Él».

Corrobora esta doctrina el Papa San León, que en su epístola 89 ad Vienn. prov. escribe: «Esto dijo (Cristo) expresando una asociación de indivisible unidad, lo que era él mismo quiso significarlo diciendo: Tú eres Piedra…» Y en el sermón que pronunció para conmemorar el tercer aniversario de su elevación al sumo pontificado dijo: «Así como mi Padre te reveló mi divinidad, así también yo te hago notar tu excelencia, porque tú eres Pedro; esto es, de la misma manera que yo soy piedra invulnerable, yo la piedra angular, que de una y otra, hago una sola, yo el fundamento, en lugar del cual ninguno puede ponerse, con todo, tú también eres la piedra, y para que afirmado con mi virtud, las cosas que son propias de mi poder, sean también tuyas, en participación conmigo».

También el Papa Bonifacio VIII, en su Bula «Unan Sanctam» del 18 de noviembre de 1302, dice: «La Iglesia, pues, que es una y Única, tiene un solo cuerpouna sola cabeza, y no dos como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro y su sucesor, pues que dice el Señor: Apacienta a mis ovejas». Porque la Iglesia está gobernada por el sucesor, uno sólo, de San Pedro, y no todos los anteriores, que con Cristo hace una sola cabeza y son la misma piedra, por voluntad del Señor. Doctrina tan firme enseñada siempre por la Iglesia, negada ahora por quienes quieren que Cristo los gobierne sin el papa para atenerse a libros, a inspiraciones o a la voluntad caprichosa de los obispos, divididos en muchos gobiernos. Deberían estudiar bien la Encíclica Mystici Corporis para averiguar dónde queda esa pretendida jurisdicción ordinaria que creen tener cuando se niegan a elegir al sumo pontífice, y cómo queda todo aquello que es consecuencia de esa jurisdicción.

Se han convertido por esto en estrellas errantes, sumergidos en su soberbia, que llevan a la desviación más grande a las almas confiadas a ellos. Porque si se han encontrado razones suficientemente poderosas para negarse a seguir la Doctrina, o si se piensa que no se está negando ninguna doctrina, o que es muy lógica su actuación debido a las contingencias sumamente especiales de nuestro tiempo, entonces ya se tiene una prueba indiscutible de que se ha caído en la herejía. Con mucha razón San Pablo anunció que vendrían tiempos en los que la sana doctrina, no sería soportada.

NO QUERER ELEGIR AL PAPA ES NO QUERER ESCUCHAR A JESUCRISTO Y DESPRECIAR SUS LEYES Y GOBIERNO

El Dr. Mons. José S. Correa en su libro «La Infalibilidad del Romano Pontífice» escribe: «Es claro que quien se rehúsa a escuchar al Pontífice, se rehúsa en realidad, de verdad, a escuchar a Dios». Y añade en la pág. 101: «y ahora los herederos de la perfidia judaica ponen sobre el altar un anticristo cualquiera, por no poner al vicario de Cristo: «et nunc Antichristis multi facti sunt»: hay en la actualidad muchos anticristos, dijo San Juan en su Epístola (II, v. 18) como si lo hubiera dicho para nuestros tiempos actuales».

Hay una profunda ignorancia de los textos bíblicos. Nuestro Señor Jesucristo dijo que Él «edificaría» Su Iglesia sobre la Roca, sobre Pedro, y edificar es una palabra que tiene muchos y más amplios significados. Generalmente sólo se toma en este texto por «construir».

Edificar, según el Diccionario de sinónimos y palabras afines, es «construir, fabricar, levantar, elevar, obrar; ejemplarizar, moralizar; combinar, fundar». Moralizar es: «sanear, educar, edificar, ejemplarizar». Elevar es: «alzar, erigir, levantar, edificar, construir; encumbrar, exaltar, realzar, engrandecer, ennoblecer, promover, aumentar, subir, ascender». Educar es: «enseñar, instruir, doctrinar, perfeccionar, afinar», etc. Muy sabia palabra utilizada por nuestro Señor Jesucristo. No es, pues, solamente construir la Iglesia.

Pedro edifica, y lo hace Cristo por él, construyendo la Iglesia y no destruyéndola; elevándola, moralizándola, es decir, enseñando, legislando; fundando, saneando, es decir, defendiendo a la Iglesia de las herejías; obrando, es decir, estando presente como un centro de unidad; alzando, levantando, construyendo, encumbrando, exaltando, engrandeciendo a la Iglesia que debe triunfar sobre todos sus enemigos; doctrinando, perfeccionando y afirmando, es decir, confirmando a todos en la Fe. Así es como Cristo gobierna a Su Iglesia. Mediante el magisterio vivo del Sumo Pontífice, que no es un acto puramente humano y natural, estando fundado en la Fe sobrenatural y regido por ella. «Esta potestad aunque se ha dado a los hombres, y se ejerce por un hombre, no es humana, sino antes bien, divina» (Denz. 874 y 469). La Causa primera que es Cristo, no elimina las causas segundas. Solamente cuando se confieren las gracias sacramentales, es Dios el autor único. Pero por Su ley ordinaria se vale de ministros humanos a modo de causas instrumentales. «El derecho divino que procede de la gracia, no abroga el derecho humano, que se funda en la razón natural» (Sum. Theo. 2-2, 10, 10). Querer confundir las cosas es querer corregir el plan divino y juzgar lo que Él ha establecido. Él habla por Pedro, gobierna por Pedro, construye por Pedro y combate por Pedro contra todos sus enemigos. Gobierna invisiblemente por Pedro. Esperar que por medios sobrenaturales obre lo que no dijo, está lleno de fábula y de soberbia y es un gravísimo pecado de tentar a Dios: «no tentarás al Señor tu Dios».

Monseñor José F. Urbina Aznar, obispo verdaderamente católico