Texto del P. Bernard Häring, tomado de su Teología Sacramental en la obra «La Ley de Cristo», Bibioteca Herder. Lo escrito entre [ ] es nuestro.

«No es necesario demostrar que para que para el encuentro personal con Dios es necesaria la intención, o sea la voluntad de encontrarse realmente con Dios en el sacramento, o lo que es lo mismo, abrirle la puerta a Cristo que viene en el sacramento. 

Pero hay que parar mientes en la índole especial de este encuentro personal en el sacramento; de otro modo podrían inferirse conclusiones falsas acerca del carácter personal de esta comunión de palabra y respuesta.

El niño que aún no ha llegado al uso de rezón no puede tener intención, pero tampoco puede ofrecer ningún obstáculo: Cristo puede alcanzarlo con su acción salvadora. La intención la hace la Santa Iglesia, su madre, y en dependencia de ella, los padres que representan al niño.

Pero el que ya tiene uso de razón debe abrirse voluntariamente a Cristo por la intención de recibir el sacramento. Para ello se requiere algún conocimiento de lo que significa y aceptarlo en dicho sentido. El que, por ejemplo, quisiera someterse al rito exterior, pero sin la voluntad de encontrarse con Cristo en el sacramento, o dicho de otra manera, el que no quisiera con ello recibir nada de la Iglesia de Cristo ni obligarse a nada, éste no tendría la intención necesaria para una recepción del sacramento válida.

No es generalmente necesario que la intención sea formada o renovada interiormente en el mismo momento en que se realiza el acto exterior; basta que perdure la intención anteriormente formada.

Tratándose de sacramentos por los que se toma un estado o deberes especiales (orden y matrimonio) se requiere una intención bien clara y expresa y no revocada [Parece evidente que el cardenal Lienard, a tenor de las pruebas habidas, siendo Caballero Kadosk, grado treinta de la masonería, grado luciferino en el que se exterioriza odio al Papado y se jura lealtad a Satanás bajo el nombre de Batemop, no pudo tener intención interna clara y expresa de abrir la puerta de su alma a Cristo en el sacramento, no siendo suficiente el rito exterior para recibir la gracia de la plenitud sacerdotal: el episcopado; por lo que no es locura ninguna, sino sensatez del que tiene temor de Dios, pensar que si no era obispo, no pudo ordenar sacerdote a Lefebvre; la conclusión que parece cierta o más probable es que Lefebvre nunca fue obispo porque  la plenitud del orden, el episcopado,  no se da por salto, siendo necesario para recibir el episcopado haber recibido antes el orden sacerdotal; por lo que existe duda positiva y grave sobre la validez de las órdenes de todos los «sacerdotes»- sin exclusión de ninguno por mucho que griten y pequen en sus sermones youtoberos-, que provienen del linaje de Lefbvre; todos los teólogos de nota que hemos consultado coinciden en la necesidad de esa intención interna, casi imposible en el «cardenal» Lienard que juró, según testimonios de profesionales creíbles y hombres de honor, servir a Satanás; de ahí, probablemente, tanta pertinaz herejía entre ellos negando el magisterio ordinario de los papas legítimos y tanto pecado incluso público, hasta en sus sermones según se ve en los postcast que nos llegan, a la vez que tanta satánica soberbia en los  «sacerdotes» lefebvrianos, dado que a alguno ni le da vergüenza decir que ha superado al Doctor Común de la Iglesia, creyendo el único y más grande de los teólogos,  sabiendo como es público, que ni tiene un título de doctor tan siquiera, ni aún de licenciado; traen, pues, con ellos, la averiada teología galicana de la Reja o de Econe, y la grave duda positiva sobre la validez de sus órdenes, y su engreimiento; pero la teología moral es clara y plantea una grandísima duda sobre la validez de sus sacramentos. A los católicos no les está permitido, pues, recibir sacramentos dudosos; y eso bajo pena de pecado grave. No se da gloria a Dios acudiendo a recibir sus «sacramentos», al contrario, se ofende a la Santísima Trinidad cada vez que se hace.]

Para el bautismo la intención no ha de ser tan expresa, aunque si más clara que para la extremaunción, pues con el bautismo se abraza la condición de cristiano, con todos sus derechos y obligaciones. Por eso el bautismo de adultos exige la intención de hacerse cristiano. 

El acto explícito  de conformarse en todo con la voluntad de Dios y de aceptar su divina acción- lo que equivale al bautismo de deseo- podría incluir la intención suficiente para recibir válidamente el bautismo, aún cuando no se hubiere pensado en él de un modo expreso.

Los actos del penitente entran de manera especial como materia del sacramento de la Penitencia; por lo mismo es necesario que la intención de recibirlo se exteriorice de alguna manera. Pero téngase en cuenta que en este punto la controversia teológica no ha llegado aún a poner en claro todas las cosas.

Para la Extremaunción bastan las buenas disposiciones cristianas, en las que se incluyen la voluntad de morir cristianamente, o sea la de recibir el sacramento. Pero, dado el carácter personal de los sacramentos, es muy de desear que el cristiano, mientras goza de buena salud, exprese su deseo de recibirlos convenientemente. Esto es lo que hace en realidad el buen cristiano cuando, siguiendo los consejos de la Iglesia, pide una buena muerte y no una muerte «imprevista». En cambio, el que pide, con poco cristiano deseo, una muerte repentina y que venga sin que se sientan sus pasos, no parece tener la intención de recibir los últimos sacramentos.»

P. Bernard Häring