Veamos cómo esto es una necedad presuntuosa.

 En efecto, dice el Evangelio (Sn. Jn. II, 24-25) que “Jesús no se fiaba de ellos”. ¿Por qué? “Porque a todos los conocía”, esto significa que conocer lo que hay en el corazón de los hombres, solamente es propio de Quien los ha creado, pues dice la Escritura (I Reyes VIII, 39) “Tú solo conoces los corazones”, por eso en II a Timoteo II, 19 se lee “conoce el Señor a los que son suyos”.

Por esta razón Nuestro Señor ni se fiaba de los fariseos ni les hacía milagros, porque no eran rectos de corazón, porque pedían milagros no para salir de su incredulidad, sino para confirmarse en su perversidad. Como está escrito: “quedarán avergonzados…y confundidos…porque no habrá respuesta de Dios” (Miqueas III, 7).

De la misma manera que los fariseos, son los que hoy ostentan cargos en la Iglesia sin que ningún Papa se los concediera pues “nadie se toma este honor sino el que es llamado por Dios” (Hebreos, V, 4) y confirmado por Pedro, y en lugar de someter sus mentes a la Doctrina de la Iglesia para la elección de un Papa, piden milagros para acabar con lo que a ellos les compete como deber, pero “quedarán avergonzados y confundidos”.

Se escudan en su falsa piedad para no cumplir con la obligación “urgente y sagrada”, entonces presuntuosamente se presentan ante los fieles católicos como Obispos del Cordero, y piden que Dios mismo les quite la responsabilidad que asumieron cuando aceptaron quitarla ellos, implorando milagros que Dios no hará, pues sería confirmarlos en una petición equivocada. Pero “no habrá respuesta de Dios”.

Habría que temer que, debido a su falta de prontitud en cumplir su deber, Dios, en lugar de milagros, haya comenzado a retirarse tal como se lee en Oseas V, 6: “…no Lo hallarán porque Él se ha retirado de ellos”, y hacer con ellos lo que dice San Pablo, que les envía un espíritu de error (cfr. II Tes.), y queden petrificados en su indolencia e incredulidad, no sea que Dios ya “haya derramado un espíritu de letargo y les ha cerrado los ojos” (cfr. Isaías XXIX, 10).

El Fariseísmo ha condenado a Jesucristo creyendo, ciegamente (“he venido para que los que crean que ven, no vean”), que eran justos y rectos cuando se fueron convirtiendo en malos pastores para el rebaño. Lo mismo ahora, en lugar de poner la “Piedra” para reconstruir la Jerarquía Católica, se complacen en añadiduras poniendo remiendos que estropean cada vez más la visibilidad de la Esposa, sin quitar la causa del problema sino agregando rupturas y desgajes entre los fieles católicos. Y “no entienden, cada uno sigue su propio camino; cada cual va tras su propio interés, hasta el último” (Isaías LVI, 11).

La elección de un Papa no tiene como causa inmediata un milagro de Dios, sino que depende de la acción de las causas segundas –los Obispos en este caso- y Dios dará las gracias necesarias y convenientes para tal acto.

Creer que lo hará un milagro de Dios, sólo es una ilusión y una negligencia digna de reprensión, por eso dice el Evangelio que Jesucristo “no se fiaba de ellos”, porque quieren el fin sin poner los medios adecuados para alcanzarlo. Se quedan a mitad de camino.

Los fieles católicos les recordamos que el Cuerpo Místico NECESITA la Cabeza y también a ellos para que unidos con sus pares decidan el modo y el momento para una elección, “rechazando las discusiones necias e indisciplinadas” (II Tim.).

Esperamos con grandes deseos que no persistan en sus devaneos “místicos” y abracen de una buena vez la verdad, porque las raíces de sus emprendimientos no son profundas sino superficiales, pues han puesto en ellas otro cimiento que el que ya puso Jesucristo y la Roca caerá sobre ellos y los pulverizará al tiempo que dirán “nosotros hemos predicado en Tu Nombre Señor”, pero el Verbo de Dios les dirá “¿Quiénes son estos que Yo no he enviado ni les he dado orden alguna (Jeremías XXIII, 32)?”.

Por Simón el Temple