EL SACRIFICIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
El Sacrificio de Cristo y de la Iglesia
( Artículo muy útil para todos, y especialmente para muchos «tradicionalistas» despistados a quienes les dan gato por liebre)
Es doctrina católica que la Santa Misa no es solamente el Sacrificio de Cristo, sino también el de la Iglesia (Denz.938). La Santa Misa es ESENCIALMENTE el Sacrificio de la Iglesia.
El Santo Sacrificio de la Misa es el mismo que aquel por el cual Jesucristo se ofrece sobre la Cruz, en razón de identidad de la Víctima ofrecida. Esta Víctima en el altar no es solamente el cuerpo natural de Jesucristo inmolado sobre la Cruz, es también verdaderamente su Cuerpo Místico. La Iglesia forma con Cristo sobre el altar un solo cuerpo y un solo sacramento, y por consecuencia una sola oblación.
Víctima del Sacrificio, Cristo eterno, es también el verdadero sacerdote del Sacrificio eucarístico. De aquí la eficacia de este sacrificio, aunque sea ofrecido por sacerdotes indignos.
Naturaleza de este Sacrificio Eucarístico.
La Santa Misa, conforme con la Tradición, es una oblación (Denz 938/39). Lo que caracteriza la celebración de la eucaristía como un Sacrificio es la oblación, y Jesucristo sigue siendo el Sumo Sacerdote de esta oblación (Denz 430). Es la verdad tradicional reconocida por todos. Pero no se ofrece de la misma manera en el altar como se ofreció en la Última Cena y en el Calvario, allí se ofreció a Sí mismo, solo, en una inmolación sangrante y redentora; en el altar Él se ofrece, pero por medio de la Iglesia (Denz. 940). Por eso la Santa Misa es esencialmente el Sacrificio de la Iglesia.
Según la doctrina tradicional magistralmente expuesta por San Agustín, sistematizada por Pedro Lombardo y Santo Tomás, puesta en relieve más poderosamente por Duns Scotto (el franciscano de la Inmaculada), la Santa Misa aparece cada vez más netamente como la oblación hecha por la Iglesia bajo el mandato y el poder de Cristo, Víctima inmolada en el Calvario, y ofrecida de nuevo sobre el altar en unión con todos los miembros del Cuerpo Místico.
La Santa Misa es un Sacrificio porque es una oblación; es un Sacrificio idéntico al del Calvario porque en el altar la Iglesia se apropia la Víctima propia del Calvario para ofrecerla representando y renovando la inmolación ya hecha. Esta única oblación, en cuanto tal, no es renovada por Jesucristo sobre el altar, sino por la Iglesia, su Cuerpo Místico.
Por la multiplicidad de estas oblaciones subordinadas a la única oblación de Cristo, la Iglesia, bajo el mandato y el poder de Cristo eterno sacerdote, se apropia activamente la Víctima del Calvario para ofrecerla y aplicarse los frutos sobreabundantes de su Redención. Por tanto, la Santa Misa es esencialmente el acto sacerdotal, dependiente, subordinado sin duda, pero efectivo, de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.
El Oferente principal: Jesucristo, Sumo Sacerdote
La oblación de Jesucristo en la eucaristía es hecha primeramente por Él mismo, sacerdote principal, no solamente porque ha instituido el Sacrificio y dado a los suyos el poder y el mandato de ofrecerlo después de Él, sino porque Él se ofrece hoy, en la Santa Misa, de una manera personal y actual. (Dz. 424, 430, 940).
El sacerdote visible, ministro de Cristo.
Sin embargo, y aunque Sacerdote principal, Jesucristo, en razón de su estado glorioso en el Cielo, no puede, por Él mismo, ofrecer visiblemente el sacrificio eucarístico. Necesita servirse del ministerio de los sacerdotes católicos lícita y válidamente ordenados. Así, el sacerdote celebrando bajo las condiciones de licitud, es a la vez ministro de Jesucristo y representante de la Iglesia. Como ministro de Jesucristo actúa en virtud de un poder subordinado e instrumental, que, por la consagración del pan y del vino, alcanza la substancia misma del Sacrificio: este poder lo tiene por su carácter sacerdotal y ninguna causa humana le puede impedir usar de él válidamente. Aún separado de la Iglesia, ese sacerdote conserva, a pesar de todo, el poder de ofrecer, in persona Christi, un verdadero Sacrificio.
Como representante de la Iglesia, el sacerdote católico no alcanza la substancia del Sacrificio, sino la parte accidental que ahí le alcanza al Cuerpo Místico unido a Su Cabeza.
Hay algunos que dicen que el cismático no consagra el Cuerpo de Cristo, pero esta afirmación no tiene relación con el Cuerpo natural del Salvador, que es realmente consagrado –siempre y cuando se observe escrupulosamente el rito católico-pero lo que no puede hacer el cismático es consagrar su Cuerpo Místico integral: Cabeza y miembros, sólo consagra la Cabeza –en virtud del poder inmóvil que le confiere una ordenación válidamente realizada- pero un cuerpo sin miembros es una monstruosidad, por lo tanto el cismático no puede producir la unidad de Cristo con su Cuerpo Místico. Fuera de la Iglesia no se puede unir a Cristo con la Iglesia. Va de suyo que cualquier sacerdote que de una manera culpable se ha separado de la Iglesia –Cuerpo Místico de Cristo- no podrá representar a la Iglesia en la oblación del Sacrificio.
“El sacerdote habla en las oraciones de la Misa en nombre de la Iglesia en cuya unidad está, pero en la consagración del Sacramento habla en nombre de Cristo (in persona Christi) cuyas veces hace por la potestad del Orden. Por tanto, si el separado de la unidad de la Iglesia reza la Misa, consagra el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo, porque no ha perdido el poder del Orden (aunque al hacerlo peca gravemente cometiendo sacrilegio), pero por estar separado de la unidad de la Iglesia sus oraciones no tienen eficacia” (Suma Theol. III q. 82 a. 7 ad 3m).
Pongamos un ejemplo: una persona le pide a un sacerdote cismático que rece una misa por una intención particular, sea cual sea, pero, dado que ese sacerdote es cismático y está fuera de la Iglesia, de ningún modo puede representar en la oblación de la Iglesia al Cuerpo Místico, y aunque realmente pueda consagrar, es lo único que hace, porque Dios no oye sus oraciones porque no son las de la Iglesia. Consagra por el poder recibido, pero todas sus oraciones, aún dentro de la misa, son ineficaces, es lo mismo que nada. Aquí hay obligación por justicia de la devolución del estipendio, si lo hubiere.
Cabe hacer la aclaración que lo dicho vale únicamente para aquellos separados de la Iglesia que conservan el rito tradicional y hayan recibido el Sacramento del Orden Sagrado válidamente. Para los herejes y cismáticos modernistas de la secta conciliar no se aplica porque no consagran de ninguna manera el Sacramento, por defecto de forma e intención, y en algunos casos hasta por defecto de materia. No interesa la unción, la seriedad e incluso el uso del latín, porque de suyo el NOM (Novus Ordo Missae) es inválido. Además, los ordenados y consagrados con los nuevos ritos del Sacramento del Orden, son inválidos de toda invalidez.
Dicho esto, no se ve –además- cómo pueda la Iglesia ofrecer su Sacrificio, “la oblación pura” (Dz. 939), en unión con quienes están separados de Ella, es decir con los herejes y cismáticos. Es algo abominable para los ojos de Dios. ¿Cómo podría la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, ofrecer su Sacrificio teniendo como representante a una Cabeza herética? Es contradictorio. Ni siquiera rezando la verdadera Misa codificada por San Pio V, pues un hereje está fuera del Cuerpo Místico, ostente el cargo que ostente, pues por herejía se pierde el cargo y la jurisdicción. (Canon 188.4) Hay ineptitud para las cosas sagradas que tengan relación con el Único y verdadero Dios, y con el Único y verdadero Sacrificio de Jesucristo. “Nihil est”.
O, esa no es la Iglesia Católica, o, ese no es su Sacrificio, o, ni es la Iglesia Católica y no tiene Sacrificio. Otras opciones no hay. El verdadero Sacrificio de Jesucristo es el Sacrifico de la Iglesia Católica. (Dz. 940). “Pues una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva, y en Ella el mismo Sacerdote Jesucristo es Sacrificio” (Dz. 430).
Conclusión
Se desprende de lo dicho que el valor y la eficacia de la Santa Misa está en dependencia de la dignidad de los méritos y de la santidad de la Iglesia verdadera y única. El valor impetratorio de la Iglesia, a través del Santo Sacrificio, será más favorablemente grato a Dios cuando su santidad, que se compone de la santidad de sus miembros, (al margen de la santidad esencial de la Iglesia como institución divina), sea más perfecta.
De tal manera que es necesario pedir sin cesar que Dios purifique nuestros corazones “ut Ecclesiae tuae preces, que tibi gratae sunt, pia munera deferentes, fiant expiatis mentibus gratiores” (para que las oraciones de tu Iglesia para Ti tan gratas, lo sean aún más por estos piadosos dones que presentamos, estando purificadas nuestras almas. (secreta, feria V, post. IV dom. de Cuaresma).
Por esta razón en la Didajé o Doctrina de los Apóstoles, se lee:
“Reuníos el día domingo (o día del Señor), partid el pan, y dad gracias después de haber hecho confesión de vuestros pecados, a fin que vuestro sacrificio sea puro” (nro. XIV,1). (En los primeros tiempos, los catecúmenos no podían participar del Sacrificio y eran obligados a retirarse antes del Ofertorio).
Por tanto, como dice el Apocalípsis: “el que sea santo, santifíquese más”.
Por Simón del Temple
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