Misterio de la Inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo 

Ante todo, hay que aclarar que la partícula “in” no significa en este caso negación, sino “estar dentro”. Dicho esto, veamos cómo es posible que la augusta Trinidad, es decir, el mismo Dios, Uno en esencia y Trino en Personas, pueda hallarse en un alma creada.

Motivo

La predicación de San Juan Bautista era: “Convertíos porque está cerca el Reino de Dios”. Y Nuestro Señor Jesucristo hablaba con Nicodemo acerca de la necesidad de “nacer de nuevo”.

Pues bien notamos que la preocupación de las almas fieles que perseveran en la Fe, mayormente está cifrada en tratar de poseer las armas apologéticas para combatir la Apostasía, pero en general e indirectamente descuidando el “convertíos” del Bautista. Trataremos la manera que la Santísima Trinidad se hace presente en el alma del justo y cómo el cambio o conversión es imprescindible para ello. En definitiva, esto es lo “único necesario” ya que la vida del hombre sobre la tierra no es otra cosa que preparación para la eternidad.

Podríamos decir que las armas del soldado, sin la contemplación, sin la unión del alma con Dios a través del Verbo Encarnado, solas, hacen ruido por más elaboradas que sean. El apostolado es consecuencia de la contemplación y efecto es “contemplata aliis tradere”, es decir, llevar y entregar a los otros lo que la propia alma ha contemplado en la oración de unión con Dios. No es exagerado decir que la acción apostólica o incluso el estudio de la Doctrina, sin la contemplación, va secando los caudales del alma.

No obstante, esta ascensión interior hacia donde tiene “morada” la augusta Trinidad, tiene grados y conlleva un ejercicio de desarrollo que se llama “Ascética” en el que es el alma quien lleva la delantera; y otro, en el que el alma es “movida” a través de las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, que se llama “Mística”. La distinción es de predominancia, pero siempre van entrelazadas hasta llegar al último grado de oración de unión transformante donde el alma es desposada místicamente.

Desarrollo de la doctrina teológica sobre la inhabitación

Es el Verbo Encarnado, que asumió una naturaleza humana completa cuya Persona es Divina  -por lo que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre- quien nos va a revelar este gran misterio de nuestra Fe, al cual tenemos acceso para entenderlo y creerlo por ser una verdad Revelada, porque supera las luces naturales de la razón humana; no la aplasta sino que la supera y eleva sobrenaturalmente para hacerla capaz de penetrar, sin desviarse –por las luces de la Fe-, tanto en este como en todos los Misterios revelados por Dios, quien no puede engañarse ni engañarnos.

Pues bien, Jesucristo dice: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada” (San Juan XIV, 23).

Aquí podemos hacer un breve paréntesis trasladándonos a nuestra época presente representada por la carta a la Iglesia de Filadelfia, en la cual podemos ver que Jesucristo no le reprocha nada, simplemente le avisa lo que sucederá, porque “a pesar de tu debilidad has GUARDADO MI PALABRA…” que es la misma expresión que vimos en San Juan en el versículo anterior. Por tanto, para nuestro provecho haremos una breve reflexión: 

Dice San Juan en su I Carta IV,16: “Dios es Caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios y Dios en él”.  El efecto de “vivir en caridad” es “guardar Su Palabra”, porque “si alguno ama al mundo –o las cosas que hay en el mundo- el amor del Padre no está en él…Y el mundo, con su concupiscencia pasa, mas el que hace la voluntad de Dios (“guarda Su Palabra”) permanece para siempre. (I Sn. Juan II,15) Lo cual es el premio a los vencedores de las Bestias del Apocalipsis: el Falso Profeta y el Anticristo. Vencer significa no haber doblado las rodillas reconociéndolos, ni haber recibido su “marca”, a través del ejercicio “de la paciencia mía” “guardando firmemente lo que tienes” (ver Iglesia de Filadelfia III, 7-13).

“Permanecer para siempre” es lo mismo que ser constituido “en columna en el templo de Dios, del cual no saldrá más”. Sabemos que la Fe obra por la Caridad, y que la Fe sin obras es Fe muerta, por tanto, a los cristianos de este período lo que se les pide es demostrar la Fe “guardando Su Palabra”, y que, en consecuencia, la Iglesia de Filadelfia, el pequeño resto fiel, se manifiesta ejercitando la verdadera Caridad hacia Dios y hacia el prójimo. “Filadelfia” significa “amor de hermanos” y manifiesta el trabajo de rescate de los engañados por la Ramera y los esfuerzos o “dolores de parto” hasta dar a luz al Vicario de Cristo, pues la Esposa del Cordero está con Sede vacante, eclipsada por la Ramera Apóstata. Esto nos lleva de la mano para decir que será exclusivamente a través de este ejercicio de la Caridad sobrenatural entre los cristianos del resto fiel, lo que hará posible que el Sucesor de San Pedro sea constituido como Cabeza del Cuerpo Místico por Dios mismo, luego de su elección por la Iglesia. Esto se llevará a cabo por el cumplimiento del mandato de Jesucristo en la Última Cena: “Mi mandamiento es que os améis unos a otros, como Yo os he amado” (Sn. Juan XV,12) (Se recomienda leer todo el discurso que hace Nuestro Señor).

Finalizado el PARÉNTESIS, entraremos de lleno en tema.

Vamos a explicar la proximidad del Reino de Dios en el orden del SER. Y puede darse de dos modos: por naturaleza o por Gracia.

+ Por “NATURALEZA” es lo que en Teología se denomina “presencia de inmensidad”, así, Dios está presente en todas las cosas como Causa Primera y Eficiente, es decir, como Creador que da y conserva el ser: como Uno en esencia.

Esto lo expresa bellamente San Juan de la Cruz en su “Cántico espiritual”, canción 4 y 5:

“¡Oh, bosques y espesuras plantadas por la mano del Amado! Oh, prados de verduras por flores esmaltados, decid si por vosotros ha pasado.

Mil gracias derramando pasó por esos sotos con presura, y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura.”

La presencia de inmensidad es uno de los atributos más impresionantes de Dios, en virtud de la cual está realmente presente en todas las cosas, de una triple manera: por esencia, por presencia y por potencia. Expliquemos:

*Por ESENCIA: en cuanto que Dios está dando el ser a cuanto existe. De este modo está presente en una piedra, en una flor, en el firmamento, en un animal, en un pagano, en un cristiano en pecado mortal, y en los demonios. Si Dios quitara su acción conservadora –que es como una creación continua- todo volvería a la nada.

Consecuencia: Al cometer un pecado, es decir, una falta voluntaria contra la Ley de Dios, se está utilizando el ser –que en ese mismo momento se está dando- para ofenderlo.

*Por PRESENCIA: Todo está presente a los ojos de Dios, nada escapa a su mirada, escrudiña hasta el fondo de los corazones.

Consecuencia: Al hacer un pecado, sea de día, de noche, en la oscuridad o a pleno sol, siempre se está en la presencia de Dios.

*Por POTENCIA: en cuanto que todas las cosas están sometidas a su poder. Con un acto de voluntad las creó, y con otro, podría aniquilarlas. Consecuencia: estamos pendientes de Dios como de un hilo.

Explicitación de lo dicho:

La acción creadora de Dios produce en todas las cosas una semejanza de su bondad y de sus perfecciones infinitas, aunque siempre dentro del orden natural, por esta razón se sigue en las creaturas una relación real de dependencia a Dios como causa, intrínsecamente presente, de su ser. Pero como Dios es causa de todas las cosas por razón de su esencia, y no por razón de Personas divinas, de ahí que, según esta presencia de inmensidad, esta Dios en todas las creaturas como Uno en esencia y no como Trino en Personas. Es decir, que la relación que tiene Dios con cualquier creatura creada –en el mero orden natural- no es ni con el Padre, ni con el Hijo, ni con el Espíritu Santo, sino solamente con Dios en cuanto causa dadora y conservadora del ser.

No es una relación amorosa ni necesariamente conocida, sino tan sólo una relación real de dependencia.

+ Por “GRACIA”: En la creatura racional, que es el segundo modo de presencia, en el que Dios puede comenzar a estar presente de un modo nuevo y especial. Se llama presencia de INHABITACIÓN: Por la Gracia Santificante Dios comienza a estar en el alma como PADRE, ESPOSO Y AMIGO.

Este cambio no se realiza en Dios, sino en la creatura: es la razón por la que San Juan Bautista, Nuestro Señor, y luego los Apóstoles y la Iglesia predican el “ARREPENTÍOS”.

Explicitación

Dios ya se halla presente en el alma humana como Uno en esencia, pero por un misterio de su infinita Misericordia hace que el alma pueda relacionarse con Él de un nuevo modo DISTINTO, NUEVO y REAL, a través de las operaciones de conocimiento y amor de la Gracia Santificante con cada una de las Personas Divinas.

Elevada el alma humana al orden sobrenatural, se sigue en la creatura una relación real a Dios, tal como es en Sí mismo substancialmente: Uno en esencia y Trino en Personas; y a esta relación responde en Dios otra, en virtud de la cual, las Divinas Personas, están realmente y substancialmente presentes a ella. En Dios no se efectúa ningún movimiento ni cambio: Dios es Acto puro, Perfecto y Eterno. El cambio se realiza en el alma por la Gracia. Y a través de las operaciones de la Gracia, el alma humana se relaciona con el mismo Dios según su substancia:

*por la operación de CONOCIMIENTO el entendimiento se adhiere por la virtud teologal de la FE a la Verdad Primera, es decir, a la Suma Verdad, actuando los Dones del Espíritu Santo especialmente los de Entendimiento y Ciencia.

*por la operación de AMOR la voluntad se adhiere por las virtudes teologales de la ESPERANZA y de la CARIDAD a la Suma Bondad, actuando especialmente los Dones del Espíritu Santo de Sabiduría y Piedad que hacen que el alma guste EXPERIMENTALMENTE de Dios.

Esto mismo es lo que expresa Nuestro Señor lo que dice en XIV,23 (que citamos al principio).

De esta manera, por el nuevo modo de presencia, Dios Trino es en el alma objeto de conocimiento, amor y fruición sobrenatural. Esta presencia de “INHABITACIÓN” es real y substancial y no es ni necesario ni imprescindible que se sienta sensiblemente. Para comunicarse con las Divinas Personas es suficiente la actividad superior del alma elevada al orden sobrenatural por la GRACIA, es decir que son necesarias y suficientes las operaciones de la Gracia a través de la Fe, la Esperanza, y la Caridad. (Ver el capítulo 6 de “La noche activa del espíritu” de la Subida al Monte Carmelo, de San Juan de la Cruz).

Las virtudes infusas, los Dones y las Bienaventuranzas y la respuesta del alma.

De qué manera la Gracia nos hace partícipes del Ser divino?

Haremos un análisis, distinguiendo la participación del alma. La dividiremos en cuatro puntos, pero tan sólo con la finalidad de hacer inteligible esta realidad.

*Participación física.

Nos confiere y pone una realidad divina en el alma, no de orden puramente cognoscitivo o moral, sino FISICO, por la que podemos tender CONNATURALMENTE a Dios en el orden estrictamente SOBRENATURAL.

*participación formal.

El alma participa de la naturaleza divina, no en el sentido en el que participan de ella las creaturas irracionales, que son semejantes a Dios como simples VESTIGIOS suyos, por la mera posesión del ser o de la existencia; ni como las creaturas racionales en el plano puramente natural, que las hace IMAGINES de Dios Creador por tener el entendimiento y la voluntad. La participación formal es en cuanto que nos infunde una verdadera participación en la naturaleza divina, precisamente en cuanto divina, en virtud de la cual ingresamos en la familia de Dios como verdaderos hijos de Dios e imagines vivas.

*Participación análoga.

Porque la Gracia no nos comunica la naturaleza misma de Dios en toda su plenitud unívoca (como el Padre la comunica eternamente al Hijo y ambos al Espíritu Santo) sino en cierta medida y proporción que establece en nosotros una verdadera filiación. ADOPCIÓN no natural, pero intrínseca, que supera infinitamente el esquema puramente exterior y jurídico de las adopciones humanas.

*Participación accidental.

Se debe hacer una distinción: La Gracia Santificante nos da verdaderamente un ser divino, como dice Santo Tomás, puesto que nos deifica y nos da un ser substancial o esencial, y no accidental, ya que nos transforma hasta en lo más hondo, haciéndonos ser realmente –y no sólo parecer- SEMEJANTES a Dios, como hijos suyos de verdad y no de puro nombre. Es verdadera vida divina: Gratia Dei, vita aeterna, y la vida es algo substancial y esencial; y así la infusión de una nueva manera de vida nos eleva en el mismo orden del ser, y no puramente en el de obrar.

Si la Gracia puede llamarse “accidental” con respecto al hombre en cuanto tal –porque puede unírsele y quitársele sin que él deje de ser lo que es-, con respecto al buen cristiano, al “homo divinus” es tan esencial que sin ella queda muerto, pues ella es lo que lo hace hijo de Dios y miembro vivo de Jesucristo. Por tanto, no puede ser un mero accidente, porque los accidentes, aunque nos hagan aparentar muy distintos, nos dejan sin embargo el mismo ser y por eso pueden variar en un mismo sujeto. Entonces debemos decir que, la vida de la gracia pertenece necesariamente al orden substancial, y tiene por propiedades la caridad y demás virtudes y hábitos que siempre la acompañan y con ella desaparecen. Estas propiedades que de ella brotan vienen a constituir las potencias operativas de la misma gracia. Por lo mismo que es algo substancial y eleva en el orden del ser, se recibe en la misma esencia o substancia del alma para transelevarla, no en sus potencias: en estas sólo se reciben las virtudes y energías operativas que las corroboran y transforman, ordenándolas al fin sobrenatural y haciéndolas capaces de obras divinas.

Hasta aquí podemos extraer unas conclusiones:

La Gracia:

*Nos hace verdaderamente hijos adoptivos de Dios al darnos una participación física y formal, aunque análoga y accidental de Su propia naturaleza divina. La transmisión de la propia naturaleza es indispensable para ser Padre. Lo dice expresamente la Escritura: “Mirad qué amor nos ha mostrado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios. Y lo somos…” (I Sn. Juan III,1). “…recibisteis el espíritu de filiación, en virtud del cual clamamos: ¡Abba! Padre…somos hijos de Dios, y si hijos también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo…” (Romanos VIII, 15-17).

* No es tan sólo la remisión de los pecados, sino también la santificación y renovación interior del hombre…por lo que el hombre, de injusto se hace justo, y de enemigo, amigo. (Cfr. Denz. 799).

*El obrar sigue al ser, y sin ser sobrenatural no hay mérito para la vida eterna.

*Fuera de la unión hipostática o personal (la Encarnación del Verbo), no cabe imaginar una unión más íntima y entrañable con Dios que la de la Gracia y la Gloria.

Por tanto, cuando el alma está más sujeta a lo sensible, está menos dispuesta a la unión y debe por tanto purificarse. La Gracia nos da la facultad de poseer y gozar a las divinas Personas porque nos eleva a un orden superior, el sobrenatural, y para ello nos capacita con todo un organismo sobrenatural: las virtudes infusas, los dones del Espíritu Santo y las Bienaventuranzas.

Veamos.

*¿Qué son las Virtudes infusas? Son hábitos operativos infundidos por Dios en el alma, en las potencias (entendimiento y voluntad) para disponerlas a actuar según la razón iluminada por la FE.

Las Teologales: Fe, Esperanza y Caridad.

Las Cardinales: Templanza, Prudencia, Fortaleza, Justicia, y todas sus derivadas.

*¿Qué son los Dones del Espíritu Santo? Son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano.

Son siete: Sabiduría, Entendimiento, Ciencia, Consejo, Piedad, Fortaleza y Temor de Dios.

*¿Qué son las Bienaventuranzas? No son hábitos sino actos que proceden de las Virtudes y los Dones, pero como son actos muy perfectos, se atribuyen a los dones más que a las virtudes.

Son ocho: Pobreza, Llanto, Pureza de corazón, Hambre y Sed de justicia, Mansedumbre, Misericordia, Paz, Paciencia en los sufrimientos.

En el ejercicio de las Bienaventuranzas se encuentra el CORONAMIENTO –aquí abajo- de la vida cristiana.

Dijimos que el cambio no se realiza en Dios, que es inmutable, sino en la creatura, y lo que prepara y dispone para ello es el “arrepentíos”, el cual es parte integral de la virtud de la penitencia, y como tal la podemos considerar de dos modos:

*internamente, y consiste en el dolor y arrepentimiento de los pecados.

*externamente, y consiste en la manifestación de ese dolor cambiando de vida y castigando los pecados. Y esto de tres modos:

-en el comer y beber

-en el dormir

-en el dolor sensible de la carne

La penitencia en estas cosas se hace quitando de lo conveniente. Cuando solo se quita lo superfluo no es penitencia sino mortificación. En lo posible se recomienda la discreción y consejo de un sacerdote. 

Por tanto, la virtud de la penitencia impulsa al renunciamiento, ¿a qué?

Al “hombre viejo” que habla San Pablo con sus vicios y concupiscencias, que sintetizadas son tres principales y son como resumen de todas las otras:

-orgullo

-riquezas y honores mundanos

-deleites de la carne

El día de nuestro Bautismo hicimos renuncia de ellas, y debemos tenerlas presente para renovarlas, ¿de qué modo?

Hay tres virtudes morales que compendian todo el espíritu del Evangelio:

-contra el orgullo y el Demonio, la obediencia

-contra el mundo, la riqueza y los honores, la pobreza

-contra los deleites de la carne, la castidad

Estas virtudes no son para una élite, sino para ser ejercitadas, en cierta medida de acuerdo al estado de cada uno, por todos los bautizados. Resumen el espíritu del Evangelio porque están estrechamente unidas a las Virtudes Teologales, que purifican, iluminan y perfeccionan al alma.

-Por la Fe, que purifica, creemos en Dios y a todo lo que Él ha revelado y por eso obedecemos sus mandatos.

-Por la Esperanza, que ilumina, esperamos y deseamos los bienes del Cielo, y por eso voluntariamente nos hacemos pobres de las cosas de esta tierra, algunos en afecto, otros en efecto.

-Por la Caridad, que perfecciona, nos abrazamos en el amor a Jesucristo, y por eso renunciamos a los placeres ilícitos, por la castidad.

Siempre hay que tener presente que este tesoro de la Gracia hay que acrecentarlo con el ejercicio, y sabiendo que es muy frágil y con una falta voluntaria, en materia grave, se pierde junto con todo el organismo sobrenatural que la acompaña. Dios no manda cosas imposibles, y cuando manda algo, da la gracia para que se pueda hacer.

 Por Simón del Temple