La doctrina olvidada en Cuaresma.

Resumen: El artículo trata de una doctrina casi olvidada y hasta despreciada: La mortificación; sobre la cual es común proloquio el decir que la oración sin mortificación es ilusión………

Ni el día de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo deja de referirse a la Cruz la santa Iglesia durante  el Oficio Divino de Maitines: “Et nos, beata quos sacri Rigávit unda sánguinis, Natalis ob diem tui Hymni tribútu, sólvimus” (También nosotros, que hemos sido lavados en el río precioso de tu Sangre divina, te ofrendamos el tributo de este himno por la gracia de tu Advenimiento). Ni tampoco deja de admirar el abajamiento y mortificación del Hijo de Dios en Laudes y Vísperas: “ Faeno iacére pértulit: Praesépe non abhórruit: Et lacte módico pastus est, per quem nec ales ésurit” (Consintió ser tendido sobre el heno, no tuvo horror del pesebre, y fue alimentado con un poco de leche Aquel por quien ni las aves padecen hambre); y ya desde el siguiente día y durante la prolongación de la Natividad en la Octava, celebra el sangriento martirio de San Esteban, el martirio espiritual de San Juan, el derramamiento de sangre de los Santos Inocentes, el de Santo Tomás, obispo y mártir, y el de San Silvestre, papa mártir; no hay más que referencias a la Cruz en el calendario, objeto de la Encarnación y ninguna otra piedad que pueda contentar a los aspirantes a santitos con papos colorados hay durante la Octava de la Natividad, porque nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos; en cambio para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y sabiduría de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres”(1Cor.22)

Sin embargo,  habéis oído decir durante estos apesadumbrados meses:

Otros – dijo Bergoglio –  pensaban que para llegar a Dios tenían  que ser mortificados y austeros, han elegido el camino de la penitencia…..Y estos tampoco llegaron al Dios vivo, a Jesucristo, Dios vivo.» (1) En otro lugar nos ‘ilumina’ el ilustre inquilino de Santa Marta, diciendo: Cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe. Bastaría eso para cambiar el mundo”Luego se pregunta: “¿Es eso lo que está haciendo la Iglesia– desde el concilio, suponemos-?” A lo que se responde él mismo: “Sí, nuestras misiones tienen ese objetivo: individualizar las necesidades materiales e inmateriales de las personas y tratar de satisfacerlas como podamos.» (2)

¿Qué entiende el mundo cuando Bergoglio proclama la libertad de conciencia, zahiere a los que han elegido el camino de la penitencia e iguala el fin de la Iglesia al de cualquier O.N.G.? En un artículo aparecido el día 29/12/2013 en el periódico La República, el ateo Eugenio Scalfari dice lo siguiente:

[Ha habido en la Iglesia] “Novedades y continuas innovaciones sobre todos los planos: teología, liturgia, filosofía y metafísica. Pero jamás se había visto que un Papa aboliera el pecado….Esta es la revolución de Francisco y esta será examinada a fondo, especialmente después de la publicación de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, donde la abolición del pecado es la parte más inquietante de aquel recentísimo documento”. (ver original; ver  traducción)

De esta nueva teología está impregnado el sermón de Navidad de Bergoglio: casi todo en él es una invitación a los hombres, sean de la religión que sean y aún ateos, para esperar aquí en el siglo, un mundo mejor. Ante lo cual un católico debe preguntarse :¿Francisco ya no considera que la misión de la Iglesia es la salvación de muchas almas, y que ese objeto, en parte, depende de las oraciones y mortificaciones de los miembros del Cuerpo Místico dirigidas a  ese fin, con lo cual vienen a ser por gracia cooperadoras de nuestro divino Salvador?

Pero más importante es saber qué piensa la Iglesia y sus santos. Pues bien, contra esta inversión de la Misión de la Iglesia y de su inmutable doctrina responden todos los bienaventurados al unisono así:

Al P. Luis de Sant Angelo en Segovia, escribe San Juan de la Cruz: “Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado [sacerdote, obispo, cardenal o papa], doctrina de libertad y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros; sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas; y jamás, si quiere llegar a la posesión de Cristo, le busque sin la Cruz.

Durante estas últimas décadas en las que sobreabundan los “showmaster espirituales” (3), especialidad obtenida cum laude por Jorge Mario Bergoglio, muchos dichos de San Pablo escandalizan y entre éstos sobresale Col 1,24: “Ahora me gozo en los padecimientos sufridos por vosotros, y cumplo, por mi parte, lo que faltaba a las fatigas de Cristo en mi carne, por el bien de su Cuerpo, que es la Iglesia”.

Según estas palabras del Apóstol de los gentiles, los sufrimientos de Cristo en su alma y en su cuerpo durante su vida mortal no son incompletos en sí mimos, sino en la carne nuestra; porque los padecimientos de Cristo están en el “debe” de S. Pablo. En efecto, respecto al mérito infinito de Nuestro Señor nada nos es posible añadir; sólo Él podía merecer por nosotros; pero en el orden de la aplicación quiso Cristo darnos la gracia de colaborar con nuestros trabajos, fatigas, sufrimientos, vida, enfermedades, oración y muerte, a fin de constituirnos en instrumentos de sus méritos redentores para derramarlos en todo siglo y lugar.

Sufrir por, con y en Cristo es, por lo tanto, responder “sí” a su llamada a colaborar en sus mismos fines redentores.

De esta manera, todo cristiano cuando secunda la gracia cumpliendo todo aquello que Dios le pide según su estado y orden, completa las fatigas de Cristo en su misma carne.

Pero, como bien sabemos, S. Pablo no había evangelizado directamente a los colosenses; y sin embargo, está seguro de que sus padecimientos y desvelos redundarán en provecho de éstos. He aquí el fundamento apostólico de una doctrina casi olvidada y despreciada: cuanto más se configure un cristiano con los sufrimientos de su Salvador, más almas arrastrará a Él, redundando en beneficio del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia; y de tal forma, que esa gracia del sufrimiento en nuestra carne, asombrosamente, no sobreviene en tristeza sino en gozo.

Es un “misterio tremendo y que jamás se meditará bastante: que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo dirigidas a este objeto, con lo que vienen a ser cooperadores de nuestro divino Salvador… y aunque nuestro Salvador por medio de crueles sufrimientos y una acerba muerte mereció para la Iglesia un tesoro infinito de gracias, por disposición de la Divina Providencia no se nos conceden todas de una vez …y esta misma lluvia de celestiales gracias será ciertamente abundantísima si elevamos a Dios ardientes plegarias…y si domamos con mortificaciones voluntarias este cuerpo mortal negándole las cosa ilícitas, e imponiéndole las ásperas y arduas; si, en fin, aceptamos con ánimo resignado, como de las manos de Dios, los trabajos y dolores de la vida presente”.

Esta cita anterior de la Carta Encíclica Mystici Corporis, del Papa Pío XII, explica la posibilidad de una satisfacción vicaria, es decir, el que podamos satisfacer en lugar de los pecadores. Este camino angosto de las penitencias y mortificaciones lo han seguido y enseñado todos los santos de la Iglesia“Es común proloquio el decir que la oración sin mortificación es ilusión” (4). La Santa de Ávila, en los capítulos 23, 30 y 32 del “Libro de Su Vida“ nos ilustra sobre esta vía y en el 37 nos cuenta cómo después de ver las penas del infierno, tras habérselas mostrado Dios, acabó de perder el miedo a las tribulaciones, penitencias y mortificaciones de esta vida pasajera, que es un suspiro. Más aún, coincide con la misma expresión de San Pablo, diciendo gozarse en los padecimientos y sufrimientos, escribiendo la Santa de Ávila que, tras mostrarle Dios la luz de la felicidad inmensa y de la eterna gloria, todos los trabajos del mundo y asperísimas penitencias le parecían dulces y suaves.

Las almas que verdaderamente quieren disponerse a la perfección no se han de contentar con aquellas tasadas penitencias y mortificaciones que sus directores les tienen señaladas (busquen directores que no sean apocados y mundanos dice la Santa abulense). En esto: disciplinas, cilicios, vigilias, etc., no han de hacer más que lo que les dicen los sabios directores, exentos de laxitud y nada apegados al mundo; pero en otras innumerables cosas que la vida nos ofrece a cada paso, siempre debemos escoger lo que es mortificación y dejar de lado lo que es de nuestro gusto. En estas mortificaciones que parecen pequeñas, prueba Dios a sus siervos fieles, para concederles más gracias y levantarlos a cosas mayores; en renunciar a algo de nuestro gusto legítimo, en la represión de un suspiro, en callar una excusa, en sufrir una palabra desabrida, en silenciar una ocurrencia aguda que nos pareció que venía al caso, en soportar una crítica injusta cuando era otro quien la merecía; en estas y en otras muchas cosas semejantes que parecen de poca monta, damos gloria a Dios complaciendo a Cristo que nos enseñó a no seguir jamás la voluntad de la carne ni a dar gusto a nuestros apetitos legítimos, para entrar en la noche de los sentidos y en la del espíritu, sin las cuales no puede aspirarse el alma a la unión con Dios, como bien nos enseña san Juan de la Cruz. Esta es la gota continua que orada la piedra y labra el corazón humano por duro que sea.

Desengáñense las almas detenidas en los afectos de su conveniencia de alcanzar más íntimas moradas de Cristo, dice la Santa abulense,  si no están dispuestas a mortificarse para colaborar en la aplicación de los méritos infinitos de nuestro Redentor en bien de otras almas.

Hoy día, desgraciadamente, en lugar de ser la “sal de tierra” muchos pastores, movimientos eclesiales conciliares: kikos, carismáticos de distinto pelaje, institutos nuevos y vetustos, y antiguas órdenes decaídas, han dejado de predicar esta doctrina, e incluso desprecian la necesidad de la mortificación interior y exterior; del orgullo del alma y del gusto, aunque sea legítimo, y de los sentidos; ¡cuán difícil es escuchar un sermón con esta palabra de Cristo! : “El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna” (Jn 12,25), (copio el importante verso de la Tischendorf interlineal griego-español, en griego: ὁ φιλῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ ἀπολλύει αὐτήν, καὶ ὁ μισῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ ἐν τῷ κόσμῳ τούτῳ εἰς ζωὴν αἰώνιον φυλάξει αὐτήν).

Pero cómo van estos neo movimientos conciliares y tantos descreídos sacerdotes y religiosos a aborrecer su propia vida ofreciéndola en sacrificio, si se han unido al entendimiento del vicioso heresiarca Lutero para negar que en el altar haya una Hostia o Sacrificio para la expiación de los pecados, tanto de los vivos como de los difuntos, tal como [des]catequizan a sus enceguecidos fans  ¿No explica esto el odio de los fieles y «sacerdotes» de la iglesia conciliar a la Santa Misa Católica tradicional, la cual respira Sacrificio en todas sus partes?

Hemos visto en palabras de los bienaventurados la senda estrecha pero segura para la salvación que todos los santos, siguiendo a Cristo, predicaron. Pero gocémonos, pues esta es Su promesa, cumplida en S. Pablo como hemos visto y en todos los que siguieron al Cordero :“Has de saber, hija mía, que mis caudales y tesoros están cercados de espinas; basta determinarse a soportar las primeras punzadas, para que todo se trueque en dulzuras.”( Santa Brígida, explicando sus coloquios con Cristo). San Pablo reitera la doctrina del gozo que producen las mortificaciones: “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2 Cor 7,4). A un compañero párroco que se lamentaba al Cura de Ars de lo fría que estaba su feligresía, le respondía San Juan María Vianney: “¿Habéis orado, habéis ayunado? ¿Os habéis disciplinado?”– Una vecina suya oía todas las noches los golpes de su penitencia y, asombrada y compadecida, decía : –¡Cuándo pararás! ¡Cuándo pararás!-. Tal vez la vecina del Santo cura de Ars hoy diría:“¡Cuándo pararás! no ves que se te pone la cara de pepinillo avinagrado” (5) ¡Hombre! escucha lo que Francisco dice en sus sermones y escritos :No te mortifiques, no tengas cara de pepinillo avinagrado y vive “La vie en Rose”, tal como canta la mundanal y famosa canción‘; pura inmanencia bergogliana, amigos; sigamos al Cordero, como aconseja San Juan de la Cruz al P. Luis de Sant Angelo, y no crea ni abrace doctrina de libertad y más alivio, aunque la propusiere algún prelado que habita en San Pedro; perdón, digo en Santa Marta; porque con mayor libertad y alivio imposible es llegar a la posesión de Cristo.

Termino con una historia verídica, para aplicar a órdenes e institutos decrépitos, neo movimientos postconciliares con litúrgicos guitarreos, más bien aporreadores estridentes de sufridas cuerdas que verdaderos músicos, y a los que osan, indignamente, tomar el nombre del gran mortificado San Francisco y hacer una caricatura de su mensaje para mejor engañar a los católicos; aplíquese, también, cada uno de nosotros a sí mismo para no quedar eternamente confundidos:

‘Un día, unos cofrades estaban discutiendo con el Padre Definidor General sobre los problemas de la Orden, cuando el Padre Pío, tomando una actitud extraña, se puso a gritar, fijando su mirada a lo lejos: “¿Pero qué están haciendo en Roma? ¿Qué están combinando? ¡Hasta quieren cambiar la Regla de San Francisco!» Y el Definidor le dijo: ‘Padre, estos cambios se proponen porque los jóvenes no quieren saber más nada de la tonsura, del hábito, de los pies descalzos’..”. de la mortificación, en fin.

A lo que respondió el santo: “¡Expúlsenlos fuera! ¡Expúlsenlos fuera! ¿Pero qué? ¿Ellos le hacen un favor a San Francisco tomando el hábito y siguiendo su modo de vida, o más bien es San Francisco quien les hace un gran don?”

“…Luego, se dirigió hacia su celda; se dio vuelta, y lo apun­tó con su dedo, diciéndole: «¡No nos desnaturalicemos, no nos desnaturalicemos! ¡En el juicio de Dios, San Francisco no nos reconocerá como sus hijos!»” (6)

Que el clamor del Santo Padre Pío se escuche desde donde sale el sol hasta el ocaso y que su eco resuene en Santa Marta.

“¡Expúlsenlos fuera!” He aquí, en parte, la solución. Preferible es cortar los miembros engangrenados de luteranismo que ya no creen ni en el Sacrificio propiciatorio de la Misa,- todas las ramas podridas de modernismo por grandes que sean, sacarse un ojo, más aún si ya está ciego y pretende guiar a otros ciegos, a que se pierda una sola alma-. Pero que nadie los expulse jurídicamente fuera aún, no significa que pertenezcan a la Iglesia-pues los herejes no son parte del Cuerpo místico, y los que comunican con ellos en lo sagrado luego de dos advertencias deben ser tratados como herejes, conforme al CIC de 1917-, ni nos justifica ni a mí ni a usted, amable lector, para dejar de cumplir, aquí y ahora,  lo que faltaba a las fatigas de Cristo en nuestra carne, y mortificar nuestros sentidos y espíritu.

Notas:

(1) Misa de “Santa Marta”, comentando el Evangelio se propone en la liturgia de la fiesta de San Tomás Apóstol
(2) (Entrevista brindada por Francisco al Padre Antonio Spadaro, S.J., la cual fue publicada en principio en La Civiltá Cattolica el 19 de septiembre de 2013, y en español en la Revista Razón y Fe de España)
(3) Card. Ratzinger, quien hace lo contrario de lo que predica: “Klaus Gamber: un hombre intrépido”; introducción a La Reforma de la Liturgia Romana. Madrid 1996.
(4) Desengaños misticos a las almas detenidas, o engañadas en el camino de la perfeciión. R.P. Fr Antonio Arbiol; editado por Joseph
Carrasco; Madrid 1784.
(5) Francisco elogiando,al parecer, la filosofía de la vie en rose  “algunos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella.”
(6) “Carta a los amigos de San Francisco”, del Convento San Francisco de Morgon, Francia. Revista Iesus Christus N° 64, Julio/Agosto de 1999