No solamente es necesario aclarar si es posible que un papa pueda caer en la herejía, sino también si en alguna ocasión él puede ser doctor particular.
     En el capítulo XVI de San Mateo, v. 13-20, encontramos el texto siguiente: «Viniendo Jesús a los términos de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?. Ellos contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; otros, que Jeremías u otro de los profetas. Y El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy?. Tomando la palabra Pedro, dijo: Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado tú, Simón Bar Joná, porque no es la carne ni la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los Cielos y cuanto atares en la Tierra, será atado en los Cielos, y cuanto desatares en la Tierra, será desatado en los Cielos. Entonces ordenó a sus discípulos que a nadie dijeran que El era el Mesías».
 

Monseñor Urbina Aznar, autor de este artículo.

    El comentario a estos textos de la Biblia de Nácar-Colunga, es importante: «El juicio expresado por Pedro EN NOMBRE DE LOS DOCE, no fue dictado por sentimientos humanos ni prejuicios israelitas, sino por el mismo Padre celestial, que había dado a Pedro el conocimiento de este misterio… Este texto es de suma importancia dogmática, puesto que en él se basa la superioridad jerárquica de San Pedro sobre los demás Apóstoles y la constitución monárquica de la Iglesia cristiana. Para desvirtuar la fuerza probativa de este texto, algunos autores han dudado de su autenticidad crítica; pero se da el caso que no falta en ninguno de los códices más antiguos ni en las antiguas versiones. Por lo tanto, su autenticidad crítica está sólidamente fundada. Por otra parte, las palabras de Cristo tienen un marcado sello semítico muy difícil de falsificar. Jesús pregunta a sus discípulos por la opinión que tienen de El las gentes, y la propia de ellos. En nombre de todos, llevado por su espontaneidad, responde Pedro confesando la divinidad de Cristo. El Maestro quería hacerles ver quién era, y ellos, por sus obras maravillosas y sus palabras de vida eterna le consideran de una categoría sobrehumana. Cristo dice a Pedro que semejante confesión proviene de Dios, y, por tanto, puede considerarse privilegiado; ya que ha de desempeñar una función clave en el nuevo reino que va a fundar: «Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Sabemos por Juan I, 42, que Jesús había cambiado misteriosamente el nombre de Simón en piedra (Kefas) cuando este se le presentó por primera vez. El evangelista no da explicación sobre este sorprendente cambio. Es en Mateo XVI, 18 donde se da razón de ello. Cristo al verlo por primera vez, le destinaba ya para ser el fundamento de su Iglesia, y ahora lo declara solemnemente. En la comunidad primitiva cristiana, se le llamaba Cefas, palabra aramea (Kefas) que significa piedra, aludiendo a una misión de piedra angular de la Iglesia. En efecto, Cristo declara que el edificio de su Iglesia (que en el v. 19 se identifica con el reino de los Cielos) se asentará sobre la persona de Pedro como sobre «roca»inconmovible, de tal forma que las «puertas del Infierno no prevalecerán sobre ella»; es decir, el poder del mal (la expresión «puertas» en el lenguaje bíblico es sinónima de la ciudad que la guardan, y también de los poderes judiciales de la misma, que declaraban sus sentencias a la «puerta» de la ciudad) no podrán echar abajo el edificio de la Iglesia asentada sobre la «roca» de Pedro. Cristo presenta aquí la lucha entre el reino naciente y «el poder de las tinieblas», o «Infierno» de donde salen todas las maquinaciones contra su obra… asegura (Cristo) que la Iglesia por El fundada no cederá ante los ataques del Infierno. Y con una sola metáfora, muy semítica, asigna una nueva misión a Pedro, establecido como «roca» del edificio. Será el «llavero» del «reino de los Cielos», el encargado oficial de cerrar o abrir las puertas del reino, de tal forma que«cuanto atare en la Tierra, será atado en el Cielo, y cuanto desatare en la Tierra, será desatado en el Cielo». Los verbos atar y desatar son dos metáforas clásicas de la doctrina rabínica y equivalen a prohibir y permitir. En el lenguaje técnico actual corresponderán estos dos actos a la determinación de lo lícito o ilícito en materias no determinadas por la ley divina, es decir, la potestad dé legislar y de interpretar la misma ley divina, ya que a Pedro se le sitúa como árbitro supremo y definitivo. En XVIII, 18, se confiere también a los demás Apóstoles la potestad de «atar» y «desatar»; pero aquí, enfáticamente y de un modo especial, se confiere a Pedro, lo que indica que le confiere especiales poderes para mantener los grandes principios que después se concretan históricamente en formulaciones jurídico-dogmáticas más claras. Cristo volverá a aludir a esta situación privilegiada de Pedro en Su Iglesia al nombrarle pastor de sus corderos (Juan XXI, 15-17)». Hasta aquí el comentario de la Biblia Nácar-Colunga.
     Sostengo que en el texto de San Mateo copiado antes, se encuentra implícita no solamente la institución del sumo pontificado y la infalibilidad del papa, sino la doctrina que enseña que juzgar que el papa puede ser en algún momento doctor particular y en esta forma poder caer en la herejía, es una doctrina contra la que Dios ha revelado.
     Esta doctrina, sin embargo, se explica aún más y se apuntala con otros textos bíblicos. De esos textos, podemos sacar varios argumentos sólidos.
     PRIMER ARGUMENTO. En el Evangelio de San Mateo VII habla Cristo del «varón prudente que edifica su casa sobre roca» de tal forma que cuando vienen las lluvias, los torrentes y los vientos su casa no cae por tierra, sino que permanece firme «porque estaba fundada, dice la Escritura, sobre roca». Esta metáfora de profunda enseñanza aplicable a muchas situaciones de la vida de los cristianos, anuncia evidente y propiamente la fundación de la Iglesia sobre bases firmísimas e inexpugnables. No puede concebirse que el Maestro que es el propio Dios en la fundación de la Iglesia falle. Entonces, cuando a Simón le dice: Tu eres piedra, que eso significa Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, lo está constituyendo a él solo el cimiento inexpugnable, absolutamente firme, sobre el cual ha de edificar. En el texto de San Mateo no se ve por ninguna parte que instituya los cimientos de Su Iglesia sobre el Colegio Apostólico. Lo hace sobre el Apostol Simón, a quien ha cambiado el nombre por Pedro, es decir, piedra.
     SEGUNDO ARGUMENTO. Es cierto que Cristo según leemos en el Evangelio de San Juan XVII, 17 le pide a Su Padre celestial por todos sus Apóstoles. Dice: «santifícalos en la vardad». Es evidente que El ha rogado especialmente por Sus Apóstoles y por sus sucesores, los obispos, para que puedan obtener las gracias que ellos requieren para el buen gobierno de la Iglesia que ha de fundar, pero en ningún momento se lee lo que en forma especialísima ha entregado a Pedro según registra San Lucas en su Evangelio, XXII, 31. «Simón, Simón,escribe San Lucas, Satanás os busca para ahecharos como trigo (en otras versiones de la Biblia leemos: «Satanás ha solicitado el poder de cribaros como trigo», que es lo mismo), pero yo he rogado por tí para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos». El diccionario de sinónimos dice que desfallecer es también: flaquear, debilitarse. Y el diccionario de la lengua, dice que desfallecer es «decaer perdiendo el aliento, el vigor y la fuerza». También dice: «Faltar, no existir una prenda o circunstancia en lo que debiera tenerla».
     Entonces, si entendemos bien el significado de las palabras, en Pedro, la Fe, no ha de flaquear, ni debilitarse, ni decaer, ni faltar. ¿Qué significa esto?. Cristo pidió a Su Padre que a Sus Apóstoles los «santificara» en la verdad. Solo a Pedro lo CONFIRMA en la Fe, porque no se puede entender cómo es posible que a uno que no está confirmado en la Fe, le pida: «confirma a tus hermanos». El que no tiene dinero no puede dar dinero. El que no tiene conocimientos de una materia no puede enseñar esa materia. El que no está confirmado, no puede confirmar. Entonces, Pedro confirma a sus hermanos, ¿en qué materia?, en la Fe que en él no flaqueará, ni se debilitará, ni decaerá, ni faltará. Por eso el comentario de la Biblia explicada de Torres Amat a este texto, dice: «…nadie convertirá a otro, si no es él mismo un«convertido», pues nadie puede dar lo que no tiene». Los Apóstoles y sus sucesores, los obispos, deben «santificarse en la verdad», que han de conservar con la guía segura de Pedro, quien la tiene por institución divina. Necesariamente, entonces, estarán adheridos a Pedro para conservar con él, que la tiene con seguridad.
     TERCER ARGUMENTO. No solamente nuestro Señor Jesucristo establece en Pedro la roca segura sobre la que ha edificar la Iglesia, sino que le ordena ser el pastor universal de la Iglesia. En el Evangelio de San Juan, XXI, 15 y siguientes, leemos: «Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?. Le dice El: Sí Señor, tú sabes que te amo. Le dice Jesús: Apacienta mis corderos. Vuelve a decirle por segunda vez: Simón de Juan, ¿me amas?. Le dice él: Si Señor, tu sabes que te amo. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas. Le dice por tercera vez: Simón de Juan, ¿me amas?. Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ¿Me amas?, y le dijo: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas». Es imposible no descubrir en estos textos la entrega formal del cayado a Pedro para que constituido en el pastor universal de la Iglesia, apacentara a los corderos y a las ovejas: obispos, sacerdotes, religiosos, fieles laicos.
     Sobre Pedro solo, entonces, recae la responsabilidad y la misión de dirigir los destinos de la Iglesia. ¿En qué forma?, infaliblemente. Es la roca inexpugnable, fuerte, infalible, sobre la que Dios mismo ha edificado Su Iglesia que no puede en ningún momento hasta el fin del mundo deformar las doctrinas predicadas por el Hijo de Dios. Si la Iglesia no estuviera adornada con la prerrogativa de la infalibilidad, su magisterio sería inseguro, intermitente y no podría ser así la Iglesia de Dios que es infalible. ¿Quién tiene esa prerrogativa?, solamente Pedro. El ha de confirmar a sus hermanos. Pero solamente en las cosas de la Fe.
     Se debe reflexionar, además, la expresión «una vez convertido, confirma a tus hermanos». Así se lee en la Biblia de Nácar-Colunga, de Torres Amat, de Scio de San Miguel y en la de Ediciones Paulinas. Solamente en la Biblia de Jerusalén y en la versión protestante de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, leemos: «una vez vuelto, confirma a tus hermanos». El diccionario de la lengua, dice que convertir es: «mutación de una cosa en otra». El diccionario de sinónimos dice que convertir es: «transformar, cambiar, mudar, trocar, transmutar». Unos dicen que esas palabras se refieren a la traición de Pedro y a su conversión. No lo creo. Cristo lo dice a Pedro y a sus sucesores. Parece más bien referirse a la ELECCION PAPAL y a la aceptación del cargo. En Pedro se opera el cambio el día de Pentecostés. En sus sucesores, el día de la elección. Luego tienen la misión de confirmar a sus hermanos. Son todos ellos la roca sobre la que la Iglesia se construye con seguridad absoluta. Porque son infalibles. Porque son una sola cabeza con Cristo. No se les promete la impecabilidad. Eso es cosa personal de cada uno de ellos, pero en la Fe no han de fallar, no en razón de los méritos de la persona, sino en razón del cargo que ocupan del que depende la estabilidad de la Iglesia y la salvación de todos.
     CUARTO ARGUMENTO. Nuestro Señor Jesucristo, no solamente elije a Pedro como la roca firme e inexpugnable sobre la que ha de edificar Su Iglesia, lo confirma en la Fe y le entrega el cayado para apacentar a Sus corderos y a Sus ovejas, lo cual implica la absoluta confianza que le tiene gracias a la prerrogativa de infalibilidad que le ha concedido, sino que claramente le anuncia que el Espíritu Santo estará en la Iglesia para enseñarla. Sobre los dos textos del Evangelio de San Juan en los que se promete la asistencia del Espíritu Santo, es conveniente hacer también algunas reflexiones. En el Cap. XV, v. 26 y siguientes de San Juan, leemos: «Cuando venga el Abogado, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis también testimonio, porque desde el principio estáis conmigo». Les está prometiendo a Sus Apóstoles«el Espíritu de verdad» que es el mismo Dios, es decir, la tercera Persona de la Santísima Trinidad que no puede engañarse ni engañar. Su Iglesia, de Cristo, será infalible y estará en posesión de toda la verdad. Pero solamente a Pedro se le ha dicho: «confirma a tus hermanos». Por lo tanto, si a los Apóstoles se les promete especialmente la asistencia del Espíritu Santo, la asistencia a Pedro, es lógico, es especialísima. El debe ser infalible. En la Fe no podrá errar de forma que pueda confirmar a sus hermanos.
     Por ese motivo, San Roberto Belarmino (CONTROVERSIARUM DE SUMMO PONTIFICE, T. IV, Cap. III, Pág. 83, Ed. Vives, París, 1870), dice: «…la firmeza de los Concilios legítimos radica en el Pontífice; no en parte en el Pontífice y en parte en el Concilio… Luego, debe haber en la Iglesia aún sin Concilio general, un juez que no puede errar». Y el Cardenal Cayetano (DE COMPARATIONE AUCTORITATE PAPAE ET CONCILII, IV, Nüm. 79), escribe: Cuando el Concilio se reúne con el papa, indiscutiblemente sus declaraciones tienen un valor moral especial, pero,«jurídicamente, no tienen más valor que una definición del Papa solo. Los actos de un Concilio, no son actos de la Iglesia sino en cuanto son actos del Papa». Por lo tanto, es caer en un lamentable e intolerable error pensar que la Iglesia recibe directamente de Cristo su poder y no a través del Papa, a quien se instituyó como pastor universal, con las prerrogativas de confirmar a sus hermanos y de la infalibilidad.
     El otro texto de San Juan amerita también profundas reflexiones. En el Cap. XVI, 12 y siguientes, leemos: «Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero cuando viniere Aquel, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras». Es de Fe, que la revelación se cerró con la muerte de San Juan, el último Apóstol, pero muchas cosas de la Doctrina quedaron implícitamente contenidas en ese depósito que la Iglesia descubriría en el momento conveniente.
     Prueba de esto es que San Gregorio Magno, decía que a medida que el fin del mundo está más cercano, la ciencia de lo alto que Dios revela a los hombres, va creciendo con el tiempo. El Papa Alejandro VII (1655-1667), le escribe una carta al Rey de Polonia Segismundo, cuando este le pedía al Papa la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María, pero el Papa le contesta: «Las causas que hasta ahora han impedido zanjar la controversia nos obligan igualmente a no acceder por el momento a vuestra petición: aún no brilla en la mente del Papa la luz del Espíritu Santo, la única que puede descubrirle a los hombres ese celestial misterio». De esto, el Rey Luis XIV decía: «Debemos creer que Dios quiere que este misterio permanezca todavía oculto». Igualmente, San Leonardo de Puerto Mauricio en su carta LXVI escribía: «…es necesario que un rayo de luz descienda de lo alto; si no se produce, es señal de que el momento escogido por la Providencia, aún no ha llegado». San Leonardo murió en el año 1751.
     Por eso dice la sagrada Escritura: «el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad completa». La Iglesia no inventa dogmas y doctrinas como dicen sus detractores. Descubre las verdades contenidas en el Depósito de la revelación. Tal cosa exactamente es lo que dice Cristo a Sus Apóstoles: «Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero, cuando venga Aquel, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa».
     No repugnan para nada las palabras con que algunas versiones de la Biblia traducen este texto. Torres Amat, dice por ejemplo: «Cuando empero venga el Espíritu de verdad, él os enseñará todas las verdades, pues no hablará de sí mismo, sino que dirá todas las cosas que habrá oído, y os prenunciará las venideras». «Prenunciará las venideras», implica necesariamente hasta el fin del mundo, «la verdad completa» y ese magisterio papal infalible que defiende intacto el depósito de la revelación, ya sea lo conocido, ya sea lo definido luego contenido implícitamente en ese depósito. Para eso está el magisterio.

     Pero no solamente próxima y directamente Cristo entrega a Pedro la suprema dirección de la Iglesia constituyéndolo la roca firme sobre la que edificaría, sino que, como la Iglesia habría de durar hasta el fin del mundo, todos los sucesores de Pedro, tendrían las mismas prerrogativas porque la Iglesia que debe enseñar la doctrina que Dios ha revelado a los hombres, sin cambios ni deformaciones, requiere de un maestro infalible asistido por el Espíritu Santo. El Concilio Vaticano I, por eso enseña: «Si alguno dijere que no es de institución divina de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema» (Denz. 1825). Se ha dicho que la elección de Pedro es de institución divina, pero que la elección de los papas, sucesores de Pedro, son de institución humana, y esto es falsísimo, puesto que si Cristo estaría con la Iglesia hasta el fin del mundo, y si la Iglesia debía llevar el Evangelio a todas las naciones infaliblemente, sin cambio ni alteración, y si era necesario construir el edificio sobre roca firme e inexpugnable, sería muy tonto pensar que Cristo con todas las prerrogativas que entregó a Pedro, lo hizo inmortal para dirigir a la Iglesia hasta el Anticristo. Necesariamente implícitamente se entiende los sucesores. Los sucesores de San Pedro son elegidos por los hombres que son solamente causa instrumental. El Espíritu Santo es la causa eficiente en la elección de un papa. No sucede así en el caso de las elecciones de los antipapas, en la que los hombres se han hecho la causa eficiente, por lo que, ni en los así electos está el Espíritu Santo, ni valen para ellos ninguna de las promesas que Cristo hizo a San Pedro.
PEDRO Y EL PAPA SON UNA MISMA CABEZA.
     Esto ha sido siempre enseñado por la Iglesia y creído constantemente. En el Concilio de Calcedonia, al terminarse de leer una carta a Flaviano enviada por el Papa San León I Magno, exclamaron: «Pedro ha hablado por boca de León»San Roberto Belarmino(OPERA OMNIA, T. II, Pág. 81, Vives) escribe: «Considerad a los sacerdotes que están en la Sede de Pedro…y cualquiera que veáis que le haya sucedido, es la misma piedra a la que no vencen las soberbias puertas del Infierno». En la misma obra, T. II, Pág. 81 transcribe el sermón que pronunció en el tercer aniversario de su elevación al sumo pontificado el Papa San León Magno. Entre otras cosas dice: «Cuidado especial tuvo el Señor por Pedro y pidió por la fe individual de Pedro, por cuanto mayor será la estabilidad futura de los demás no llegando a ser vencido el espíritu del Príncipe (es decir Pedro). Así es que en Pedro se asegura la fortaleza de todos; y de tal manera se ordena el auxilio de la gracia divina, que la firmeza que por Cristo se le otorgó a Pedro, se le confiere por Pedro a los demás Apóstoles».
     Cuando el Papa Alejandro III (1159-1181) le escribe al Emperador Federico (HISTOIRE DES CONCILES, Hefele-Leclercq, V. 2, Pág. 930), le dice: «Con sincera adhesión al emperador, nos extraña sobremanera que se niegue a reconocer a Nos, o más bien a San Pedro y a la Santa Iglesia Romana, y el honor que nos es debido».
     Igualmente, en una carta de San Pedro Crisólogo (405-450) Arzobispo de Rávena a Eutiques, le dice: «En la persona del Pontífice Romano sobrevive siempre el Apóstol Pedro y preside, para ofrecer a cuantos la buscan la verdad de la Fe». También dice: «…acepta dócilmente lo que escribe el bienaventurado Papa en la ciudad de Roma, porque es en él donde el bienaventurado Pedro, sobre su propia sede, sobrevive y preside a fin de asegurar a las almas leales la verdad de la Fe». Y también: «El que ose separarse de la unidad de Pedro, no tiene parte en la economía divina».
     En su TRATADO DE LA CONSIDERACION, San Bernardo de Claraval enseña: «…el Papa, no tiene igual en la Tierra, es Pedro por el poder y Cristo por la unción, campeón de la verdad, defensor de la Fe, doctor de las naciones, jefe de los cristianos, regulador del clero, pastor de los pueblos, vengador de los crímenes, terror de los malvados, gloria de los buenos, martillo de tiranos, padre de los reyes, moderador de las leyes, dispensador de los cánones, sal de la Tierra; …cuanto toca a la Fe le concierne, y en él no puede sufrir ninguna mengua la Fe, porque Cristo lo preserva de toda caída y le ordena confirmar a sus hermanos». San Bernardo dice: el Papa es «Cristo por la unción». Sobre esta doctrina regresaremos luego.
     Por lo tanto, no es necesaria la permanencia física de San Pedro hasta el fin del mundo para dirigir a la Iglesia, como tampoco era necesario que Cristo mismo permaneciera en la Iglesia, física y visiblemente hasta Su segunda venida. Sin embargo, El prometió permanecer en la Iglesia hasta el fin. Su presencia física pero no visible la tiene la Iglesia en la Eucaristía. Su presencia visible en el Sumo Pontífice que habla por El, gobierna por El, apacienta a las ovejas por El, formando con El, una sola cabeza. Entonces tenemos: Cristo, la Piedra, hace a Simón una sola piedra con El. Pedro gobierna a la Iglesia como vicario de Cristo, constituído en una sola piedra por el mismo Cristo que es la Piedra. Los papas, sucesores de Pedro, son una sola cosa «por la unción» con Cristo. Por lo tanto, los papas son infalibles y no pueden errar en la Fe.
PEDRO Y SUS SUCESORES SON VICARIOS DE CRISTO.
     El Concilio II de Lyon (1274), que es el XIV de los ecuménicos, enseña que «Pedro, no es Vicario de la Iglesia, sino que es Vicario de Cristo, jefe de la Iglesia universal, pastor supremo del rebaño de Cristo». Igualmente, el Cardenal Cayetano (DE COMPARATIONE AUCTORITATIS PAPAE ET CONCILII, XI, Nüm. 192) dice que «…después de Su resurrección, cuando no puede ni debe morir por toda la eternidad, es cuando (Cristo) instituye a Pedro a la cabeza de la Iglesia, mas no como sucesor, sino como Vicario. Ahora bien, acostumbran todos los príncipes que en vida instituyen vicarios, no conceder poder al resto del Estado sobre el vicario, sino reservarse su juicio».