ELIGENDUS EST PAPA.  IIª

por
Tomás Tello Corraliza

¿ES POSIBLE LA ELECCIÓN DE UN PAPA EN LAS ACTUALES CIRCUNSTANCIAS?  ( PARTE IIª)

En el artículo anterior – primero de la serie (ver aquí) – se trató de la necesidad urgente de la elección de un Papa y de la obligación que nos incumbe a todos los fieles en las circunstancias presentes. En adelante, sin dejar de recordar dicha necesidad y obligación, hay que encarar la posibilidad teórica y legal de la misma

Ya he dicho que, para trabajar en este asunto grave, debemos tener presente el ejemplo que nos dieron nuestros Padres en la Fe en la solución del Cisma de Occidente. ¿En qué nos deben servir, en concreto, de ejemplo y modelo, ya que, en el intento, cometieron errores de bulto, que debemos evitar a toda costa? Trataré de concretar, con la mayor claridad, que me sea posible, el comportamiento básico de los mismos, que nos debe guiar en la consecución del objetivo.

Vaya por delante el hecho de que la Iglesia aceptó asumir la solución aportada de la crisis del Cisma. La legitimidad de los Papas, a partir del que salió elegido en el Concilio de Constanza, es una verdad que, dado el consenso unánime de la Iglesia, sin ponerla en tela de juicio a lo largo de cinco siglos, constituye un hecho dogmático, ya que, de lo contrario, la Iglesia habría errado admitiendo durante cinco siglos a Pontífices ilegítimos. La infalibilidad de la Iglesia nos obliga a rechazar este presupuesto. Por tanto, con la susodicha solución – a pesar de varios puntos oscuros, que me gustaría ver esclarecidos – la Tradición sentó un precedente, que nos debe servir de guía y que no podemos, ni debemos, dejar de lado, ni subestimar.

Examinemos, pues, cuál fue la postura y actitud básica de los católicos de aquel entonces, que debe servirnos de guía y modelo. Para resolver un problema vital se precisan dos actitudes bien definidas: sentirlo y racionalizarlo. Sentir un problema sin racionalizarlo, no resolverá nada; ni, viceversa, racionalizarlo, sin sentirlo.

Cierto que la crisis tardó 39 años en resolverse; pero sintieron, los afectó profundamente, la gravedad del problema desde el primer momento. Basta leer las noticias que nos suministran los historiadores, para persuadirse del grado de interés y celo que pusieron en la solución de la gravísima crisis.

«Para explicar este sorprendente fenómeno – dice L. Pastor, como para dar cierta excusa y explicación de los desvíos, errores y disparates, en que incurrieron – basta tener en cuenta el anhelo que se había elevado a un grado de intensidad sumo para el restablecimiento de la unidad eclesiástica.» (1) Y más adelante: «Nadie pensaba en otra cosa, sino en cómo se podría salir del cisma … y los que estaban encendidos en celo por el restablecimiento de la unidad eclesiástica no llegaron a darse cuenta conscientemente…»

«Todos se daban cuenta de la audacia de este paso; pero era tan grande el dolor que sentían en sus almas por la división de la Iglesia y se hallaban tan desesperanzados después del fracaso durante treinta años de tantas tentativas de unión, que cualquier medio les parecía lícito y se persuadían que la comunidad cristiana tiene que encontrar en sí misma un remedio de tan grave enfermedad cuando los Papas, como en este caso, se muestran incapaces.» (2) 

Hoy se echa menos ese anhelo, ese celo unánime por resolver la crisis actual, más grave sin comparación que la de entonces. La Iglesia, durante el cisma, sólo se vio afectada en la nota de la Unidad que quedó oscurecida; pero, no afectó a la fe de los creyentes, ni impidió que se produjeran frutos de santidad, bajo las distintas obediencias. La Iglesia seguía siendo el Arca de salvación, aunque con el gravísimo inconveniente de querer dirigirla dos pilotos, a la vez. Pero, la Iglesia Conciliar es algo muy distinto.

La Iglesia Conciliar ha perdido las notas de la Unidad, Catolicidad – al considerarse una secta más, en pie de igualdad entre las demás religiones – la Santidad y está a punto de perder la sucesión apostólica. 

Veamos, fijándonos sólo en el óbice absoluto que esta iglesia supone para la salvación eterna de las almas redimidas con la preciosa sangre del Cordero. La iglesia conciliar – como alguien la dicho – es perfectamente mala, satánicamente mala. La iglesia conciliar, cuyo fin es la condenación eterna de las almas, se ha convertido en la Barca de Caronte, para transportar, vía directa al Averno, a las almas embarcadas en la misma. En cualquier otra falsa religión, por regla general, puede darse la absoluta buena fe, por la que cualquier humano, cumpliendo los deberes que le dicte su conciencia, puede pertenecer al alma de la Iglesia y llegar a puerto de salvación. Sólo le hace falta, como condición «sine qua non», que tenga fe explícita en «Dios Remunerador.» (Heb. 11,6).
    
Pero, en los plenamente inmersos en la Iglesia conciliar no se puede dar dicha absoluta buena fe, por ser imposible. En la iglesia conciliar se enseña positivamente que Dios, como Padre que es, no castiga a nadie, y menos en un infierno eterno. Con este, se suprime el santo temor de Dios, principio de la sabiduría. El slogan de que Dios es padre y un padre no castiga a un hijo, y menos con un castigo eterno, se acuñó hace ya muchos años. Se repite con insistencia machacona, en todos los ambientes, cultos o incultos. Conversando yo, en cierta ocasión, con un señor, me dijo con aplomo que él no temía a Dios; que a Dios no se lo debe temer. Cuando le repliqué que yo le podría aducir más de cien textos de la Sagrada Escritura, en los que se recomienda y elogia el temor del Señor, se limitó a esbozar una maligna y despectiva sonrisa escéptica.

En la iglesia conciliar, pues, se mutila, expresamente, el artículo de Fe, necesario con necesidad de medio, de que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, como nos enseña el catecismo. De ahí, mi tesis de que los adictos plenamente a la iglesia conciliar no se pueden beneficiar de la absoluta buena fe, como en otras falsas religiones, al negar explícitamente que Dios castiga a los malos.

De modo que este debería producirnos un sentir, un dolor mucho más intenso que a los católicos del tiempo del Cisma de Occidente. Sólo en el caso de la restauración plena de la Jerarquía eclesiástica, sería posible – al brillar de nuevo, la visibilidad de la Iglesia, oscurecida en la actualidad – rescatar a algunos de los embarcados en la iglesia conciliar que es la Barca de Caronte.
    
Nuestros padres en la Fe no sólo sintieron profundamente el problema, sino que, simultáneamente, desde muy temprano, procuraron racionalizarlo. Ya, desde los inicios del cisma, en 1379 y 1380, según refiere L. Pastor, se propusieron las soluciones de Langestein y de Conrado de Gelnhausen. (3) Soluciones erróneas. De acuerdo. Pero, se ve un intento para racionalizar un problema, con el fin de llegar a una solución satisfactoria.
    
Prueba contundente del interés por racionalizar el problema. La Universidad de París solicitó el dictamen de los doctos y los dictámenes llovieron. Nada menos que 10.000 dictámenes fueron recabados, según Ludovico Pastor. La Universidad de París sintetizó en tres propuestas las soluciones planteadas en tal cúmulo de dictámenes: la via cessionis, la via compromissi y la via concilii. Racionalizaron el problema y, por eso, el problema se solucionó, y la Iglesia asumió la solución como válida. No sé si habré logrado exponer con la debida claridad la actitud concreta de nuestros padres en la Fe, durante el Cisma de Occidente, que nos debe servir de modelo y guía obligados en las actuales circunstancias.

Hay que reconocer, sin embargo, en descargo nuestro, que ellos tuvieron una mayor facilidad para ponerse de acuerdo, debido a que los católicos de aquella época estaban concentrados en Europa. Esta circunstancia favoreció el contacto y el contagio de ideas y de opiniones. La diáspora en que nos encontramos, en la actualidad, los sedevacantistas, la considero un óbice, no pequeño, para trabajar, al unísono en esta tarea. Por otro lado, considero más fácil, ahora, la elaboración teórica del proyecto de solución, al contar con el esfuerzo precedente de la solución del Cisma

Lancémonos, pues, a racionalizar el problema, con toda objetividad, con absoluta buena fe, confiados en la ayuda de Dios, que no nos faltará, si hacemos todo lo que está de nuestra parte. No olvidemos lo que el Papa San Hormisdas escribió a los Obispos tarraconenses, para apoyar la elección popular de obispos: «Creemos que el juicio divino se manifiesta en la opinión del pueblo; porque Dios está donde hay consenso sencillo y sin maldad.» (4)
     
La cuestión en la siguiente:    

¿ES POSIBLE, EN LAS CIRCUNSTANCIAS, ACTUALES, LA ELECION LEGAL DE UN PAPA?

Respuesta A) No; no en posible. 
Respuesta B) Es posible. 

No cabe un «tertium quid»; pues, desde el momento en que se ponga un «pero», cae ya dentro de la respuesta A), a no ser que se refiera a la posibilidad práctica, fáctica o del cómo; pero esa es otra cuestión muy distinta. No debemos entreverar los conceptos, pues, con ello, no conseguiríamos otra cosa que embarullarlos. Deslindemos los conceptos y los campos, ateniéndonos, en cada etapa, a una cuestión bien definida, sin dejarnos arrastrar por prejuicios, por ideas preconcebidas, que nos nublan la inteligencia y no nos dejan ver la realidad presente.    

A) En este apartado, deben ser encasillados, como es obvio, todos aquellos sedicentes tradicionalistas, que rechazan la Vacancia actual de la Cátedra de Pedro. El hacer mención de los mismos es por razones que posteriormente se expondrán.

Estos tradicionalistas pueden ser clasificados en diversos estratos, como no puede ser menos, en el campo del error; ya que dos puntos sólo pueden ser unidos por una línea recta – en este caso, la Verdad -; en cambio líneas curvas se pueden trazar infinitas.
    
Los hay Conciliares – un contrasentido – que admiten plenamente el Concilio Vaticano II. Estos profesan, protestan y proclaman su fidelidad al espíritu del mismo y a sus pontífices y celebran el N.O.M. sin el menor escrúpulo. Pretenden ser considerados como tradicionalistas por el mero hecho de vestir sotana y conservar las devociones tradicionales: devoción a la Ssma. Virgen, rezo del Santo Rosario, novenas, procesiones, predicaciones, más o menos ajustadas a los cánones tradicionales, etc. Perciben la crisis, pero no en su cruda realidad ontológica, sino superficialmente, como algo pasajero y episódico. Lo achacan todo a torcida interpretación del Concilio por parte de ciertos teólogos modernistas y otros sacerdotes perversos, que desobedecen al papa. El “Santo Padre” – toda la serie de papas conciliares – no tiene culpa de nada; si acaso, algo de debilidad. Estos, como es natural, no sienten, no pueden sentir rectamente el problema.
    
A este estrato pertenece la Hermandad Sacerdotal Española de San Antonio María Claret. Son fanáticos del “Santo Padre”. No falta quien considere como santos a Roncalli y a Montini. Precisamente, hay quien se encomienda a Montini, al cual considera un gran santo y como el mayor mártir de todos los tiempos, según “revelaciones” privadas. Bueno, mejor será que cite sus palabras textuales: «Mi opinión sobre el Papa Pablo VI es claramente expresada en la fotocopia adjunta: está en el cielo e invoco su intercesión.» [En carta recibida por mí, de uno de sus miembros, de fecha 3-XII-1987.] A tales aberraciones, que me producen vergüenza ajena, puede llevar la ignorancia de la Ciencia religiosa. «Gran cosa es el saber y las letras para todo» – exclamaba Santa Teresa. (Moradas, 4, 1 y passim en todas sus obras).

Y lo malo en que el Colectivo, en cuanto tal, ha tomado una postura consciente, lo cual hace dudas de su absoluta buena fe. Su actitud quedó clara y definitivamente tomada desde el momento en que claudicaron, al volverse atrás del propósito del Colectivo, en aquella famosa carta (II-XI-1969), en que recusaban celebrar la Misa, según el N.O. porque – decían – «la herejía no puede ser jamás materia de obediencia». Pero tan brava actitud – que puesta en práctica hubiera significado «el do de pecho» de la resistencia católica – se quedó en agua de borrajas, al doblegarse servilmente a la Bestia, «a la que fue otorgado hacer la guerra a los santos y vencerlos». (Ap. 13,7). El colectivo fue engullido por la Iglesia Conciliar.
    
Tengo comprobado, bien por contactos directos o epistolares, que sus miembros están endurecidos en su postura. Toman muy a mal hablarles de la nulidad del N.O.M. o de las herejías de los “papas” conciliares. En el mejor de los casos, se limitan a darte algún consejo paternalista. Las más veces se enfurecen o no contestan a los retos para discutir dichas cuestiones. Sólo uno se prestó a la polémica. Reconoció que yo, dialécticamente, argumentaba bien; pero, no se dio por convencido. Con el paso del tiempo, se han vuelto refractarios a la luz de la verdad.
    
No obstante, tengo que manifestar que se dan algunos miembros – conozco a dos personalmente – que podrían ser rescatados; pero, por sus colegas en el sacerdocio, que son los que tienen el carisma. Un seglar, normalmente, no tiene toda la fuerza persuasiva para ello, ya que, siempre, un sacerdote, se considera, en los asuntos religiosos, superior a los laicos.
    
Por supuesto, que hablarles a tales tradicionalistas de la elección de un Papa, les sonaría a sacrílego, impío y cismático. Dicha solución no encaja, ni siquiera remotísimamente en sus esquemas mentales.
 
Un segundo estrato sería el formado por los Nantistas de Georges de Nantes (fallecido). Y se sabe que este abate francés es, asimismo, un tradicionalista «sui generis». Este ha sido un gran debelador del Vaticano II. Es su gran gloria. Pero le ha fallado la lógica. De falta de lógica le acusan, tanto los extraños como sus propios compatriotas.

G. de Nantes ataca a los papas conciliares y los acusa de herejía, cisma y escándalo; pero, el mismo tiempo, al aferrarse con actitud obstinada al «deponendus est» de Cayetano, afirma la plena infalibilidad de los mismos, así como su jurisdicción – debido a esta postura, admite como válidos y lícitos, tanto el N.O.M. como los demás nuevos ritos sacramentales -, hasta tanto no sea jurídicamente depuesto, después de condenarse el mismo, que sería, al mismo tiempo, juez y parte, «Risum teneatis?»

A los Sedeacantistas los denomina, despectivamente, integristas. Para G. de Nantes, el Sedevacantismo – doctrina que combate furibundo – es un error tremendo. Dicho sea de paso, a este Sr. Abate le tenemos que agradecer la preciosa información de que ya en 1967 había Sedevacantistas «avant la lettre».

Georges de Nantes, pues, rechazará indignadísimo, considerándola como cismática, cualquier propuesta de elección de un Papa, mientras el papa hereje conciliar permanezca en su puesto.

Llegamos el tercer estrato, los Lefebvristas. Estos rechazan el Vaticano II, en ciertos puntos, en los demás, los admiten, interpretándolo según la Tradición; rechazan, asimismo, como ilícitos el N.O.M. y los nuevos ritos sacramentales. Estos ni siquiera encaran la mera posibilidad de deposición del Santo Padre, al que, por otro lado, no dudan en tachar de Anticristo, corruptor de la Tradición, modernista o liberal, etc. Lo dejan todo en manos de Dios. Da por sentado que la Roma apóstata «la gran ramera, que corrompía la tierra con su fornicación, …» (Ap. 19,2) se convertirá y todo quedará renovado, como si nada hubiera sucedido. «Es la utopía lefebvrista que anuncia para mañana la desaparición de la Roma modernista.» (5) Es encomendar la solución a una iglesia futurible.

Por último, otro estrato que debe ser tenido en cuenta, es el Guerardista. Mons. Guerard des Lauriers (q.e.p.d.) con su desconcertante teoría incoherente de la «missio» y de la «sessio» y la absurda distinción entre Papa «materialiter» y Papa «formaliter», que comenzó a hacer públicas a partir de l979, en el «Cuaderno de Cassiciacum», ha hecho sentir consecuencias nefastas en la Resistencia católica.
He aquí algunas de las enumeradas por el Abate ZINS, el final de una exposición magistral de dichas teorías (6) en que quedan pulverizadas.:

a) Da la impresión de justificar la resistencia tradicionalista sin implicar el rechazo de J.P. II.
b) Bloquea toda solución para reemplazarlo.
c) Desvía de la justa solución.
d) Enerva, paraliza y lleva a la inercia, al aconsejar esperar la solución directamente de Dios, esperando con paciencia y en silencio.

La distinción entre Papa «materialiter» y «formaliter», además de absurda, implica tres herejías, según demuestra el mismo Abate Zins, en otro trabajo (7).

La postura de Mons. Guérard das Lauriers la expone, asimismo, muy por extenso, Eberhard HELLER, en el artículo, tercero de la serie, de su estudio sistemático, ya citado (8). Extracto lo que se refiere, en concreto, al tema que nos ocupa de la imposibilidad de elegir un Papa, en las actuales circunstancias.

Mons. Guérard das Lauriers y sus seguidores – que dicho sea de paso, consideran una afronta ser incluidos entre los Sedevacantistas – afirman que la «sessio», o sea, la  Jurisdicción jamás puede derivarse o brotar de la missio, que es la potestad de Orden. Sólo puedo originarse de su propio principio, esto es, de la «prima sedes».

Para Mons. des Lauriers, el restablecimiento de la Prima Sedes depende de la conversión de Wojtyla (Bergoglio N.T.), que dejando, de ese modo, de ser Papa «materialiter», pasaría a serlo «formaliter».

Por otro lado, son los obispos los que deben diagnosticar los errores del Papa y reprenderle respetuosamente. Si el Papa reprueba sus errores queda consolidado en la sessio. En caso contrario se declara a sí mismo hereje y, entonces, es cuando quedaría vacante la Sede Apostólica. Así recae sobre los obispos el cometido de declarar vacante la Santa Sede y convocar un Cónclave. Ahora bien, sólo son idóneos para una tal operación los obispos que participan de la sessio, o sea, los obispos residenciales. Y, como según des Lauriers, ya no hay nadie idóneo para emitir una declaración de Vacancia, dicha vacancia se prolongará irremediablemente por parte de los humanos. La Restauración de la sessio espera de una intervención directa de Cristo. Y concluye: «No nos queda más que esperar en silencio y esperanza ( Is. 30,15), esperando contra toda esperanza.» Así, pues, pasividad absoluta y esperar tiempos mejores. Esa es la solución que ofrecen los guerardianos. A estos los respondería yo con las mismas palabras que, según Ludovico Pastor, pronunciaba ante una actitud semejante, el Cardenal W. Allen: «Los tiempos mejores no se han de anhelar, sino traer».

Ni que decir tiene que, al encontrarse estos sedicentes tradicionalistas inmersos en un gran error, no deben paralizar a los Sedevacantistas en la prosecución del necesario y obligado objetivo. El consenso no puede hacerse depender de los que están en el error. De las tinieblas no puede brotar la luz. La luz debe salir de la luz, por débil que ésta sea, con tal de que no se haya extinguido. Nos separa un abismo. El error afecta a la Fe, ya que se trata de un hecho dogmático. O ellos, o nosotros, estamos, objetivamente, apartados de la Fe. Son posturas irreconciliables. Deben ser descartados, definitivamente, en este asunto. Aceptar y considerar sus puntos de vista en el tema equivaldría a confesar que no estamos seguros en nuestra postura.

Si he traído aquí a colación las tesis de las diversas categorías de tradicionalistas es, precisamente, porque los Sedevacantistas que niegan la posibilidad de la elección de un Papa se basan en los argumentos de algunas de las categorías de tradicionalistas reseñados. No son argumentos que hayan brotado de una actitud típicamente sedevacantista. En segundo lugar, porque E. HELLER aduce, en su estudio la postura de Mons. des Lauriers siquiera sea para rebatirla.

26 de Mayo de 1990, fiesta de San Felipe Neri.
sig.: Tomás Tello

(1) HISTORIA DE LOS PAPAS, T. I, Lib. I, c. 3. 
(2) HISTORIA DE LA IGLESIA CATOLICA, B A C. T. III, P. 1, cap. 8.
(3) HISTORIA DE LOS PAPAS, 1.c.
(4) Epist. 25, ML 63, 424.
(5) F. Lagenos, «L’Eglise des derniers tempos», EINSICHT, Marz. 1984.
(6) «Réfutation de la thèse guérardienne», SUB TUUM PRAESIDIUM, nº 5. Oct. 1.986. Pp 31-59.
(7) «Trois heresies de P. G. des Launiers», S T P, nº ll, l988, pp 21-23.
(8) EINSICHT, I , Abril 1986; p. 12-15.

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