La Psicastenia, por Mons. Derisi. Cap. III (II de II)

Gentileza de En Gloria y Majetad

3) Aplicación de la teoría psicasténica a los fenómenos de la obsesión

Aplicando esta teoría de Janet a los fenómenos de la obsesión, antes descriptos, encontramos una explicación suficiente de su constitución y manifestación. De ahí su valor científico: se verifica y explica los hechos.

Según esta teoría de la psicastenialos fenómenos de la obsesión no son sino la manifestación de un estado de depresión general de la tensión psíquica que los determina y en que reside la esencia del mal. Semejante descenso de la fuerza anímica trae como consecuencia inmediata un desequilibrio o desnivel entre la intensidad de la actividad psíquica y la exigida por determinados actos colocados en los primeros puestos de la jerarquía de Janet. Es decir, que en el sujeto enfermo la fuerza anímica se encuentra por debajo del nivel requerido para la resolución y adaptación de ciertas situaciones, morales sobre todo. En circunstancias excepcionales, según dijimos, el desequilibrio podría estar causado no precisamente por el descenso de la tensión, sino por la dificultad extraordinaria y desmedida del acto, que exigiría una intensidad de la actividad psíquica superior a la común. Pero tales casos son pasajeros y no constituyen en modo alguno un caso anormal propiamente tal. Es lo que ocurre a veces con personas de normal tensión psíquica, que al principio de su vida espiritual, cuando quieren escalar de inmediato las cimas de la santidad heroica, experimentan transitoriamente los escrúpulos. Tal es el caso de algunos santos (S. Ignacio, por ejemplo, S. AgustínSta. Teresita del Niño Jesús) y de muchas almas al comienzo de su conversión. Que sea la situación y no la tensión lo anormal, lo demuestra el futuro de esas vidas, enteramente equilibradas una vez desaparecida la causa extraordinaria que dificultaba sobremanera su acomodación justa a la situación real y que provocaba el desequilibrio consiguiente de la tensión normal frente a ella, cosa que dista de suceder cuando la causa del mal radica en el descenso de la intensidad de la actividad psicológica misma.

Ordinariamente el desequilibrio entre la tensión y la situación real a que debe adaptarse y enfrentar el escrupuloso, tiene su raíz en la depresión de la propia actividad, bien que en no pocos casos, por no decir casi siempre, no llega a un grado tal que constituya una anormalidad propiamente tal.

La depresión de la tensión psíquica es el hecho fundamental del estado psicasténico, que determina inmediatamente el desequilibrio del sujeto frente a la situación real con la consiguiente incapacidad o dificultad máxima de asimilarla y ajustarse a ella con objetividad, precisión y firmeza.

Por eso, producida la depresión, inmediatamente van desapareciendo o dificultándose en el enfermo todas aquellas funciones de coordinación con la realidad, de acuerdo al orden jerárquico de intensidad psicológica por ellas exigida, comenzando por las que se refieren a la realidad más compleja y que más intensamente le afectan. De este decrecimiento de la tensión nace en el enfermo —mediante el desequilibrio y consiguiente falta de adaptación a la vida práctica, moral sobre todo, porque más difícil— esa su indecisión frente a los hechos, que a las veces puede degenerar en abulia; de ahí también ese no saber aplicar los principios morales generales a cada situación concreta, sin poder eliminar los hechos que evidentemente no entran dentro de las exigencias de aquéllos, con la consiguiente incrustación en la conciencia de la idea obsesionante; de ahí esa falta de memoria, esos «eclipses mentales» de la rememoración, amnesias y obscurecimientos de los recuerdos referentes a los hechos reales, ese obscurecimiento de las normas y de su alcance justo, precisamente en los momentos en que más las necesita para resolver la situación presente; de ahí esa turbación cuando ha de obrar, principalmente en público o decididamente, y más todavía si de dicha decisión depende un asunto de relativa importancia, por carecer de la visión precisa de la realidad y del modo de ensamblarse con ella, en un orden moral sobre todo. Por eso también se explica que los escrúpulos aparezcan precisamente en momentos de la vida, en que el horizonte moral se extiende y abarca una realidad más compleja con nuevos y más difíciles problemas (así, v. gr.: en la pubertad), o en que se agudiza la delicadeza de la conciencia moral y se aplica a situaciones a las que antes poca atención se prestaba (así, v. gr.: en la primera confesión o en la confesión de unos ejercicios, en los que se ha ahondado y afirmado en el sentido de la vida cristiana), o en otras circunstancias excepcionales en las que hay que decidir la adaptación de nuestra vida, no ya a una situación presente y transitoria, sino a todo un estado general de cosas de repercusión duradera para toda nuestra existencia temporal y aun eterna (así, por ejemplo, en la elección de estado: sucederá entonces, que llegado el momento decisivo de tomarlo, quien nunca dudó de su vocación durante años, comience a dudar y a turbarse con escrúpulos de todo género).

En el primer estadio de la depresión la enfermedad se manifiesta, pues, por la desaparición de lo que podemos llamar la «función de lo real«, —de lo real en lo que el paciente está interesado, ante todo—que Janet coloca, según vimos más arriba, en el grado superior de la escala, y que en realidad no es un acto simple sino que encierra varios actos jerarquizados entre sí. Esto explica también porqué el escrupuloso, que no es capaz de eliminar su propia duda, su idea obsesionante, cuando el grado de su depresión no es muy grande, puede ser —y suele serlo, dada su capacidad intelectual y virtud moral— un excelente director de conciencia, incluso de escrupulosos; pues su inteligencia que llega a ver claro en hechos y circunstancias reales que no le afectan a él directamente y conserva una penetración no común en los dominios de la especulación, sólo se entenebrece cuando trata de resolver sus propias cuestiones, prácticas principalmente y morales ante todo. Sólo un descenso más profundo de la tensión podría llevar la perturbación hasta no saber discernir y no poder adaptar a otro en su función práctica o alcanzar a la misma contemplación teorética de la inteligencia.

Natural también que al carecer las facultades de enfermo de la coordinación con lo real, de «la presentificación del hecho«, a causa de la depresión psíquica, desaparezca ipso facto el sentimiento de satisfacción completa, que sigue a esa asimilación y adaptación a lo real por la comprehensión de la inteligencia y decisión de la voluntad y experimente el paciente los sentimientos de «incompletez«, de «inacabamiento«, que tan despiadadamente lo torturan y traen en desazón.

Todos los fenómenos hasta aquí enumerados comprendidos en la privación de la «función de la real«: falta de visión de la realidad en toda su complejidad, falta de decisión frente a ella, falta de adaptación al hecho, etc., son, por eso, losfenómenos directos secundarios del estado psicasténico (hecho fundamental) y son explicados directamente por la teoría de la psicastenia o depresión: su desaparición o entorpecimiento sucesivo y progresivo está determinado directamente por una insuficiencia de realización por parte de la actividad psíquica causada por el descenso de su tensión.

Pero hemos visto en la exposición de los fenómenos de la obsesión cómo este estado está acompañado por agitaciones mentales, emotivas y motrices, tanto sistematizadas como difusas. Todas ellas se explican también en esta teoría, pero como fenómenos secundarios derivados, es decir, indirectamente provocados por la depresión.Sucede con la energía psicológica algo análogo a lo que acaece con la energía física. La corriente de agua que no puede sobrepasar el nivel de un dique de contención, tiene fuerza para chocar contra él con grande estrépito y con movimientos en innumerables sentidos, desbordándose en todas direcciones donde encuentre un nivel inferior al suyo. La corriente eléctrica que no tiene suficiente intensidad para enrojecer un filamento, la tiene para producir un gran estrépito haciendo sonar, por ejemplo, una multitud de timbres. Del mismo modo, supuesta la depresión psíquica y el consiguiente desequilibrio entre ella y la acción por poner, la actividad vital, al chocar inútilmente con el acto cuyo nivel está sobre el suyo, se desborda, y a veces estrepitosamente, hacia fenómenos psíquicos inferiores inútiles, que requieren menor intensidad psicológica. Es lo que se llama en psicología el fenómeno de la derivación de la energía, así dispuesta por el Autor de la naturaleza para descargar una fuerza vital acumulada y evitar con ello los trastornos que, de no suceder así, sobrevendrían a la psique y al sistema nervioso. Conocido, por lo vulgar, es el ejemplo de cómo la consideración de una gran desgracia, que podría llevar a serias perturbaciones mentales si se fijase en la mente del paciente, se descarga derivándose en sollozos y lágrimas, es decir, en actos psicológicos inferiores inútiles. Otro tanto nos acontece en la vida diaria, cuando por la complejidad de la situación real la tensión queda por debajo de ella e insuficiente para realizar los actos adecuados y convenientes a dicha situación, la energía psíquica se desborda en movimientos inútiles de las manos y del cuerpo y de nuestra sangre (nos enrojece el rostro). La derivación de la energía es la natural válvula de escape, de «desahogo», con que el Creador nos libra de los daños consiguientes a una excesiva concentración psíquica y fisiológica.

Es cabalmente lo que acontece en nuestro enfermo, según la teoría de la psicastenia. Las fuerzas psíquicas al intentar un acto que exigiría un nivel de tensión superior al suyo y chocar inútilmente contra él, v. gr.: al no poder desalojar la duda que atormenta al paciente, se vuelcan hacia actos que están por debajo de su nivel, se aplican a ideas, emociones y movimientos inútiles, que nada tienen que ver con la realidad presente, y de este modo aparecen en la conciencia, primeramente las manías, las fobias, los tics (agitaciones intelectuales, emotivas y motrices sistematizadas), que con la acentuación de la depresión se acumulan y sobreponen, trocándose en rumiaciones mentales, angustias y semi-convulsiones (agitaciones intelectuales, emotivas y motricesdifusas). Toda la serie de fenómenos inútiles de orden intelectivo, emotivo y motor observados en el escrupuloso no son sino la derivación de un esfuerzo frustrado en dirección de la acomodación del sujeto a lo real. No alcanzado el fin del esfuerzo a causa del desnivel entre la tensión psíquica y el objeto intentado, la actividad psicológica se descarga aplicándose a actos que están por debajo de su tensión, y con el descenso de ésta a actos cada vez más inferiores. Todos los actos inútiles realizados por nuestro enfermo son, pues, el resultado de un esfuerzo fallido en cuanto a su objeto y desviado por la misma naturaleza hacia otra actividad más fácil a fin de evitar la concentración psíquica: son un simple fenómeno de derivación de la energía.

Como ha podido apreciarse a través de estas páginas, la teoría de Janet nos ofrece una explicación suficientemente clara tanto de la aparición de la idea obsesionante, como de los demás fenómenos de esta enfermedad: aquélla, enquistada en la síntesis mental por insuficiencia de la tensión para ver el alcance y aplicación precisa de los principios morales en el caso real presente y para decidirse a eliminarla; éstos, como hechos provocados por la derivación de la energía, determinada a su vez por la misma depresión psíquica. A la verdad, a la luz de esta teoría psicasténica comprendemos que ni la idea obsesionante como tal, ni los demás fenómenos anormales de la obsesión constituyen la esencia propiamente tal de la enfermedad, sino que son las manifestaciones tan sólo de un mal más profundo, fuente de donde ellas dimanan provocadas directa o indirectamente (por derivación de la energía): la falta de suficiente tensión, la depresión de la fuerza psíquica.

Preciosa conclusión, que hace vislumbrar y nos orienta en el camino de la terapéutica de esta dolorosa enfermedad.