El darwinismo.

La teoría expuesta y desarrollada por Carlos Darwin para explicar el origen, los grados y las manifestaciones diferentes de la vida sobre la tierra, es lo que aquí apellidamos darwinismo. Esta teoría, acariciada hoy por los partidarios de lo que se llama prehistoria, y más todavía por los adeptos del materialismo disfrazado bajo el pseudónimo de positivismo, es una teoría esencialmente transformista, es el transformismo aplicado a la idea y al fenómeno de la vida. Por lo demás, preciso es reconocer que la explicación de la vida por medio del transformismo dista mucho de ser una teoría original de Darwin, el cual no ha hecho más que desarrollar, modificar y completar las teorías y doctrinas de Lamark, Bory Saint-Vincent, Naudin y algunos otros, sin contar las relaciones más o menos lejanas de afinidad y analogía entre la hipótesis darwiniana y las de Maillet, de Robinet y de algunos enciclopedistas del pasado siglo, que señalaban los monos como progenitores del hombre. Pero sea de esto lo que se quiera, lo que aquí importa consignar es que el darwinismo o la teoría sobre la vida, contenida en las obras de Darwin y profesada por sus principales discípulos, puede condensarse en las afirmaciones siguientes:

1ª Las múltiples y diferentes manifestaciones de la vida; las especies, los géneros, las familias, los reinos, lo mismo que las razas y variedades de los vivientes animales y vegetales que pueblan la tierra, son el resultado y la expresión de una serie lenta y sucesiva de transformaciones acumuladas en millones de años, de manera que todas las especies, géneros, familias, &c., de vegetales y animales, representan la [284] evolución transformativa y progresiva de un prototipo primitivo dotado de vida, o cuando más, de tres o cuatro tipos primordiales.

2ª En cada especie, la vida tiende a multiplicarse en progresión geométrica, progresión que se halla representada por el número de hijos que puede engendrar una madre en la respectiva especie, durante toda su vida. De aquí resulta lo que llama Darwin ley de lalucha por la existencia, la misma que otros apellidan ley de la concurrencia vital; porque no siendo posible que existan medios de subsistencia, ni siquiera espacio material para todos los individuos posibles y exigidos por la progresión geométrica, se establece por necesidad una lucha continua y una especie de guerra a muerte entre los diferentes seres vivientes, en virtud de la cual, los que son inferiores bajo cualquier punto de vista, sucumben en la proporción que es necesaria para la conservación de los géneros superiores y de los individuos más robustos dentro de la misma especie. En suma: la lucha por la existencia tiene por resultado destruir los individuos más débiles e inferiores por cualquier título, conservando al propio tiempo los que poseen alguna superioridad relativa.

3ª De aquí nace la otra ley fundamental que preside a la evolución transformista, y es la ley apellidada por Darwin selección natural o inconsciente, en virtud de la cual la naturaleza acumula sucesivamente en los individuos por medio de transmisión hereditaria, las cualidades especiales y las perfecciones particulares de organismo poseídas por los padres, siempre que presenten ventajas y utilidad para la lucha por la existencia.

4ª Es posible y muy probable que la formación o aparición del hombre sobre la tierra, se haya realizado en virtud de la transformación evolutiva indicada, y en fuerza de las mismas leyes (1) señaladas para vegetales y animales. Es, [285] pues, no solamente posible, sino muy verosímil, que el hombre descienda del mono, como de su progenitor inmediato y directo (2).

{(1) Sabido es que Darwin hace intervenir en su teoría transformista algunas otras leyes, como la de correlaciones del crecimiento, [285] la selección sexual, &c., pero las que constituyen lo esencial y como la base de la teoría, son las dos indicadas en el texto.

(2) Después de haber presentado su teoría transformista en la obra que trata del Origen de las especies en general, el escritor inglés escribió su libro Origen del hombre, dedicado exclusivamente a aplicar al hombre dicha teoría.}

En resumen: para el darwinismo, todas las especies vegetales y animales, desde el musgo hasta la encina, desde el zoófito y el infusorio hasta el mamífero más perfecto, deben su origen a la transformación sucesiva de tres o cuatro tipos originales, y probablemente a un solo prototipo. En otros términos; los géneros y hasta los dos grandes reinos de la naturaleza viviente, las clases, las familias, las especies, sin excluir al hombre, deben su origen y formación a las mismas causas y leyes que determinan la formación y existencia de las variedades. Tal es la tesis fundamental que reasume la teoría darvinista.

Excusado es advertir aquí que las condiciones de una obra elemental no permiten entrar en una discusión detallada y extensa del darwinismo, por más que este halla llegado a formar hoy un ramo especial de literatura. Lo que dejamos consignado en los artículos que preceden; la doctrina expuesta en el tomo primero, al tratar de la distinción esencial y primitiva entre las facultades puramente intelectuales y las del orden sensible, así como también al tratar de la naturaleza y origen del alma racional, es más que suficiente para reconocer que la tesis darwiniana es esencialmente materialista, antifilosófica y anticristiana. Esto no obstante, apuntaremos aquí con la posible brevedad algunas razones y reflexiones, encaminadas a poner más de manifiesto su falsedad, porque así lo reclama la importancia que, con razón o sin ella, alcanza hoy esta teoría. [286]

1ª Dos vicios radicales se descubren por de pronto en la doctrina de Darwin que nos ocupa. Refiérese el primero al punto de partida de la teoría, y el segundo al método general empleado en su desarrollo. Y comenzando por este último, léanse las obras en que expone su teoría, y se le verá acudir con demasiada frecuencia a lo desconocido, a lo imprevisto, al acaso, para dar razón de las transformaciones evolutivas exigidas por la teoría; confundiendo además, a cada paso lo posible con lo real. «Darwin, escribe a este propósito Quatrefages, insiste casi a cada página de su libro sobre la posibilidad de estas transformaciones.»

No es menos viciosa la teoría darwiniana, considerada con relación a su punto de partida. Bajo reservas más o menos explícitas, y a pesar de aparentes hesitaciones, lo cierto es, que la base primordial del darwinismo consiste o se busca en la existencia hipotéticade lo que Darwin denomina prototipo primitivo, prototipo cuya existencia supone, pero que no se cuida de explicar, ni mucho menos de demostrar. De aquí es, que toda la teoría darwiniana queda viciada en su origen y reducida a una hipótesis gratuita, como basada sobre la existencia de ese prototipo, germen primordial de todo lo que vive en la naturaleza, especie de misterio inexplicado e inexplicable, en expresión de Quatrefages. Y bueno será notar de paso, que bajo este punto de vista, Lamark es superior a Darwin; pues mientras este se coloca de golpe y arbitrariamente en su prototipo, sin relacionarlo con ninguna causa primera, ni distinta de la naturaleza, el naturalista francés, al hablarnos del protorganismo, y de las leyes naturales que presiden a su desarrollo, considera estas leyes como la expresión de la voluntad suprema que las estableció, cuidando a la vez de consignar la distinción real que existe entre la «naturaleza y su supremo autor.»

2ª Aun admitido este prototipo, cuya existencia no se prueba con argumento alguno científico-positivista, a pesar de las pretensiones y promesas más o menos explícitas de su inventor en orden a mantenerse en este terreno; aun aceptada la realidad misteriosa de ese ser envuelto en las [287] sombras de la hipótesis, los hechos, y hechos innegables, se hallan en abierta contradicción con las leyes que deben presidir al desarrollo transformativo de ese germen primordial, según la teoría de Darwin. ¿Cómo conciliar, en efecto, la existencia de millares y millares de esos representantes inferiores de la vida, con la ley de la lucha por la existencia y la de la selección natural? ¿Cómo es que esa lucha y esa selección no han hecho desaparecer esa multitud de infusorios, de pólipos, de gusanos, que reúnen tantas y tales condiciones de inferioridad relativa? Y esta dificultad se presenta con extrañas proporciones, si se tiene en cuenta que el naturalista inglés admite el transcurso de millones y millones de años, durante los cuales viene transformándose el prototipo primitivo. ¿Cómo se explica que después de una lucha encarnizada y perseverante al través de siglos y siglos, y a pesar de la acción atribuida a la selección natural, conserven su existencia millones de seres vivientes, dotados de organización tan sencilla y rudimentaria en el reino animal? El autor de la Filosofía zoológica, que admite las generaciones espontáneas, podría dar razones más o menos plausibles de este fenómeno, inexplicable ciertamente e incompatible con la doctrina de Darwin, puesto que rechaza la generación espontánea.

3ª La teoría darwiniana exige necesariamente la existencia sucesiva de una serie muy numerosa de especies intermedias, o si se quiere, de variedades y razas que debieron servir de transición entre una especie perfecta ya y completa hoy, y la que le sirvió de madre. Así lo exigen las leyes que señala la teoría transformista para explicar el origen de las especies, y así lo reconoce el mismo Darwin, cuando escribe que «el número de variedades intermediarias que existieron en tiempos anteriores sobre la tierra, debe ser enorme. Y, sin embargo, la observación y la experiencia nos ponen de manifiesto la ausencia casi completa de tipos de transición, y de variedades intermedias en las diferentes formaciones geológicas exploradas hasta hoy, en vez de esa multitud enorme que debiera existir, según Darwin, y en armonía con [288] los principios y leyes fundamentales de su teoría. Bien es verdad que el fundador del darwinismo, para librarse de esta dificultad y para desvanecer la fueza de objeción tan seria y tan positivista, como basada sobre la observación y la experiencia, se contenta con acudir aquí, como en tantas otras ocasiones, a lo desconocido, a lo posible y a lo hipotético, suponiendo que las capas estratificadas y sobrepuestas bajo apariencias de formación continua, paulatina y sucesiva, fueron sobrepuestas, no continuamente, sino con interrupción de siglos innumerables, durante los cuales pudieron existir los tipos de transición y las variedades intermedias, exigidas imperiosamente por su teoría. ¡Casualidad rara y coincidencia verdaderamente extraña! Los millares y millones de razas y variedades intermedias que debieron existir necesariamente durante épocas de duración casi inmensa, según el darwinismo, se desarrollaron y vivieron precisamente en períodos larguísimos de tiempo, durante los cuales no se formaron terrenos, ni se depositaron capas estratigráficas, entre las muchas que registra y tiene exploradas la geología. Y ¡cosa más extraña aún! ni siquiera se encuentran apenas vestigios notables de los millones de variedades y especies intermediarias exigidas por la teoría que nos ocupa, en las diferentes y variadas formaciones geológicas, anteriores y posteriores a los períodos designados como posibles para su existencia. A falta de otras razones, bastaría esta sola reflexión para reconocer todo lo que hay de gratuito, de inexacto y de falso en la teoría transformista de Darwin.

4ª Ni son menos concluyentes contra la misma, los hechos y deducciones a que conduce la observación y el estudio de los monumentos históricos. En los templos e hipogeos del antiguo Egipto principalmente, templos e hipogeos cuyo origen se remonta, al menos con respecto a algunos de ellos, hasta la cuarta dinastía, vense hoy pinturas y esqueletos de plantas y animales, que representan, no solamente las mismas especies, sino hasta las mismas razas y variedades contemporáneas. Dígase de buena fe, si es posible conciliar esta identidad de especies y razas, esta fidelidad de tipos y [289] variedades a través de un período de más de cinco mil años, con las leyes de la evolución progresiva, de la lucha por la existencia, y especialmente con la selección natural que obra continuamente para acumular en razas y variedades los caracteres y cualidades que accidentalmente aparecen en los individuos.

5ª Esta misma ley de la selección natural, que constituye, como se ha dicho, una de las bases fundamentales del transformismo darwiniano, se halla en abierta contradicción, o mejor dicho, se halla evidentemente desmentida por otro hecho innegable e indiscutible, cual es la existencia en ciertas especies animales de un número considerable de individuos neutros, como se verifica en las abejas y las hormigas. En fuerza de la transmisión hereditaria, expresión y aplicación concreta de la selección natural, los padres transmiten a los hijos caracteres y perfecciones relativas que poseen, especialmente cuando estas perfecciones y cualidades son permanentes en ellos. En virtud de esta ley y por confesión de los darwinistas, los padres deben transmitir y transmiten a sus hijos la fecundidad o facultad de propagarse con tanta más razón, cuanto que esta facultad es una de las más permanentes y connaturales. Sin embargo, la observación y la experiencia nos revelan que existen en la naturaleza especies animales que engendran hijos estériles e infecundos en su inmensa mayoría, como sucede con las abejas y las hormigas; que existen en éstas y otras especies padres y madres que, a pesar de poseer la fecundidad y de haberla recibido de sus antepasados a través de numerosas y no interrumpidas generaciones, producen, no obstante, millares y millares de individuos privados de fecundidad, al paso que son relativamente poco numerosos los hijos fecundos. Es, pues, incontestable que la existencia de los individuos neutros, en las condiciones y circunstancias con que se presenta en el reino animal, bastaría para dar en tierra con la teoría de Darwin, cuando no hubiera otras pruebas e indicios evidentes de su falsedad.

Excusado es añadir, que la brevedad y concisión impuestas [290] por la naturaleza de esta obra, no nos permiten alegar, ni siquiera indicar otras muchas razones, que demuestran lo infundado y erróneo de la teoría darwinista, entre las cuales ocupan preferente lugar y envuelven notable importancia las pruebas que se apoyan sobre los caracteres de la propagación o reproducción de mestizos y sobre los fenómenos relativos de la hibridación.

Pasando ahora a examinar brevemente la teoría darwiniana en sus aplicaciones al origen del hombre, lo cual constituye el punto de vista más culminante y transcendental del darwinismo en sus relaciones con la filosofía cristiana, apuntaremos solamente, ya que otra cosa no permite la índole de esta obra, algunas razones y consideraciones, encaminadas a reconocer y demostrar que la doctrina darwiniana acerca del origen del hombre es tan falsa en sí misma, como contraria a la razón y la experiencia: esto aun cuando se quiera hacer caso omiso y prescindir de su incompatibilidad con las enseñanzas y dogmas del cristianismo.

1ª Según la teoría de Darwin, la selección natural conserva y desarrolla las modificaciones accidentales que aparecen en el individuo, siempre que éstas envuelvan alguna ventaja y utilidad en orden a la lucha por la existencia y permanencia en la vida. De aquí se infiere lógicamente, que si el hombre desciende del bruto por medio y en virtud de la transformación evolutiva profesada por Darwin, siquiera los monos antropomorfos constituyan una etapa de esa transformación, en el hombre deben hallarse acumulados y perfeccionados los caracteres que en los animales son útiles bajo el punto de vista de la lucha por la existencia, facilitando su resistencia y victoria en la concurrencia vital. Luego si en el hombre no se descubren esos caracteres, y aparecen en él, por el contrario, los que llevan consigo una debilidad e inferioridad relativas de cualidades físicas en orden a la lucha por la existencia, será preciso reconocer que el hombre no desciende, ni puede descender del bruto, aun admitidas las leyes principales que presenta el darwinismo para explicar esta transformación evolutiva. El papel importante y la [291] influencia decisiva que en la teoría darwiniana se atribuyen a la selección natural e inconsciente, se hallan en flagrante contradicción con los caracteres y adaptaciones del hombre con respecto a la concurrencia vital; porque nadie podrá poner en duda que la desnudez relativa del cuerpo humano, desnudez que le deja sin defensa y protección contra las influencias atmosféricas, la carencia de dientes y armas a propósito para la prehensión y defensa, la imperfección del oído y del olfato respecto de muchos animales, la lentitud relativa de su marcha o velocidad, &c., &c., son otros tantos caracteres de inferioridad y debilidad física, que colocan al hombre en una situación muy desventajosa para la concurrencia vital, si esa inferioridad física no estuviera compensada por la parte moral e intelectual.

Y téngase presente, que Darwin no tiene derecho alguno para acudir a esta compensación moral e intelectual, según lo hace, apremiado por la fuerza de la objeción: 1º porque necesitaba demostrar que las facultades morales e intelectuales vienen al hombre en virtud de la selección natural, hipótesis absurda, como veremos después: 2º porque, aun admitida esta peregrina hipótesis, sería necesario probar, so pena de faltar a lo que exige la teoría y principalmente la ley de la selección natural, que la posesión de mayor vigor corporal, la de armas y defensas naturales más fuertes, la perfección mayor de los sentidos externos, &c., son cosas, o dañosas, o por lo menos, inútiles para la lucha por la existencia, o sea para facilitar la conservación de la vida, afirmación que a fuerza de ser absurda, se convertiría en ridícula (1). [292]

{(1) Wallace, que es considerado con justicia como cofundador del darwinismo transformista, del cual se aparta, no obstante, en puntos capitales, entre otros y principalmente al reconocer la subordinación de la evolución transformista a la influencia y dirección de inteligencias superiores al hombre, reconoce y confiesa que es absolutamente imposible dar razón de los fenómenos a que alude la objeción, ateniéndose a los principios y leyes del sistema de [292] Darwin. He aquí cómo se expresa con respecto a uno de los caracteres indicados, y eso que no es el más importante: «Il me semble done ABSOLUTEMET CERTAIN que la sélection naturelle ne pourrait avoir produit la nudité du corps humain par l’accumulation de variations à partir d’un ancêtre velu. Tous les faits conspirent à montrer que de telles variations ne pourraient avoir été utiles, mais doivent, au contraire, avoir été jusqu’à un certain point nuisibles. Si même, par suite d’une corrélation inconnue avec d’autres qualités nuisibles, la couverture de poils avait disparu chez les descendants de l’homme tropical, nous ne pouvons concevoir comment, à mesure que l’homme se répandait en des climats plus froids, il ne serait pas retourné sous l’influence puissante de la réversion au type ancestral si longtemps persistant. Mais il n’est pas sérieusement possible d’émettre une supposition de cette sorte. Car nous ne pouvons supposer qu’un caractère qui, comme le tégument velu, existe dans toute la série des mamifères, peut être devenu, chez une forme animale seulement, lié à une particularité nuisible avec essez de constance pour conduire à sa suppresion permanente, suppresion si complète et si efficace, qu’il ne reparaît jamais ou presque jamais dans les métis des races humaines les plus differentes.»
Darwin, es verdad, pretende libertarse de las mallas de esta objeción que le oprimen como los anillos de una serpiente, invocando la ley de la selección sexual, verdadero Deux ex machina de que acostumbra a echar mano en los casos apurados. Según el naturalista inglés, el hombre, o más bien la mujer, dejó de ser velluda en tiempos anteriores, arrastrada por el deseo de la ornamentación. No nos es dado detenernos a combatir una hipótesis tan gratuita, por no decir ridícula. Solamente desearíamos que Darwin nos dijera: 1º porqué la cola de la pava no se halla adornada con los colores espléndidos de la del pavo, toda vez que, según él, la selección sexual, es decir, el deseo del pavo de agradar a la hembra, determinó la aparición de aquellos colores, no habiendo razón alguna para negar a la hembra un deseo análogo de agradar al macho: 2º porqué y cómo se explica que el pecho del hombre se haya conservado más o menos velludo, al paso que la espalda carece completamente de este carácter; porque la verdad es que si este fenómeno es debido a la selección sexual, o sea al deseo de ornamentación, como pretende Darwin, esta deformidad o ausencia de ornamentación, debiera haberse realizado con mayor exactitud y rigor en el pecho que es más visible que es más visible que la espalda.}

2ª La observación y la experiencia demuestran palpablemente que entre el hombre y los antropoides que se le [293] quieren dar por ascendientes y progenitores, existe una diferencia esencial y primitiva, aun bajo el punto de vista anatómico, sobre el cual suelen apoyarse con cierta predilección los partidarios del darwinismo. En efecto: los trabajos tan notables como concienzudos de Vicq-d’Azyr, de Duvernoy, de Gratiolet y de Aliz, demuestran evidentemente que el tipo anatómico de los monos antropomorfos es esencialmente distinto del tipo anatómico correspondiente al hombre. Éste es un animal andador y andador sobre sus miembros posteriores, al paso que el mono, cualquiera que sea su perfección relativa es un animal trepador.

3ª Añádanse ahora las diferencias profundas e importantísimas que existen entre el cráneo del hombre y el del orangután. Según las experiencias hechas por Bianconi, el cráneo del mono adulto pesa 944 gr., más que el cráneo del mismo a la edad de tres años, mientras que el del hombre adulto sólo presenta una diferencia de 431 gr. respecto del cráneo del niño a la edad de tres años. En cambio, la capacidad del cráneo humano aumenta de una manera notabilísima con la edad, al paso que la del mono se realiza en proporciones relativamente insignificantes.

Resulta en efecto, de las experiencias practicadas por el citado Bianconi, que medidas por medio de arena las capacidades craneoscópicas del hombre y del mono, en los períodos de la infancia y de la edad adulta, dan los siguientes resultados en cifras redondas:

Cráneo del hombre a la edad de tres años — 1090 gr.
Cráneo del hombre adulto — 2086 gr.
Cráneo del orangután en los primeros años — 512 gr.
Cráneo del mismo, adulto — 587 gr.

Estas cifras son demasiado elocuentes para que ningún hombre de ciencia y de buen sentido, piense seriamente en establecer relaciones de filiación entre el hombre y el mono. [294]

4ª Si, como pretende el darwinismo, el hombre y los monos superiores tienen un tipo originario común: si el gorila, el chimpancé o el orangután, son los progenitores del hombre, ¿cómo y por qué el desarrollo y manifestaciones de los pliegues y circunvoluciones del cerebro, en el último y en los primeros, se verifican en sentido inverso? Porque ello es incontestable, que los pliegues y las circunvoluciones frontales aparecen y se desarrollan en el hombre antes que las circunvoluciones témporo-esfenoidales, siendo así que en los monos sucede precisamente lo contrario (1).

{(1) En corroboración de esto escribe Gratiolet: «Les circunvolutions temporo-sphénoïdales apparaisset les premières dans le cerveau des singes et s’achèvent par le lobe frontal; or, c’est précisément l’inverse qui a lieu dans l’homme: les circunvolutions frontales apparaissent les premières, les temporo-sphenoïdales se dessinent en dernier lieu: ainsi la mème série est répétée ici d’alfa en omega, là omega en alfa. De ce fait, constaté très rigoureusement, rèsulte une conséquence nécèssaire: aucun arrêt de développement ne saurait rendre le cervau humain plus semblable à celui des singes qu’il ne l’est dans l’âge adulte; loin de lá, IL EN DIFFÉRERA D’AUTANT PLUS QU’IL SERA MOINS DÉVELOPPÉ.»}

Si es, pues, una ley constante en la historia natural que lo semejante se desarrolla de una manera semejante, será preciso reconocer que los fenómenos embriogénicos, lo mismo que los datos anatómicos, establecen diferencias esenciales, profundas, radicales entre el hombre y el mono.

5ª ¿Y qué será si abandonando el terreno, por decirlo así, corporal y externo de la embriogenia y la anatomía, nos colocamos en el terreno superior del orden moral e intelectual? Si el estudio de la organización material, nos obliga a reconocer en el hombre una isla separada, según la gráfica expresión de Aeby, la cual no comunica por puente alguno con la tierra vecina de los mamíferos, no cabe poner en duda que [295] este aislamiento aparece más completo, más absoluto, más evidente, desde el momento en que las facultades morales e intelectuales del hombre se ponen en parangón con las que en el mono existen. Éste lo mismo que otras especies de animales, posee sensaciones, conoce o percibe objetos materiales y singulares; pero el hombre, además de las sensaciones, posee ideas, y sobre todo, ejerce su actividad sobre objetos universales y espirituales; se agita y mueve en un mundo inteligible, distinto del sensible y superior a él; conoce verdades absolutas y necesarias, sobre las cuales se apoya para raciocinar, descubrir cosas desconocidas y progresar, combinando ideas con ideas, juicios con juicios, y hechos con hechos. No hay, no es posible encontrar término de comparación posible entre el instinto necesario y estacionario del mono, y el movimiento progresivo del hombre realizado en y por los individuos, y utilizado por otros individuos y por la colectividad; entre la hesitación que a veces se observa en los animales, determinada por las atracciones y repulsiones sensibles ocasionadas por algún objeto, y entre la elección libre y refleja del hombre; entre los juicios instintivos de la estimativa natural, por medio de las cuales el animal percibe determinados objetos materiales y singulares como convenientes, útiles, dañosos, enemigos, &c., y el juicio universal, inteligible y abstracto, por medio del cual el hombre conoce la naturaleza y aplicaciones posibles de la utilidad, conveniencia, enemistad, &c., y sobre todo conoce la verdad.

6ª Finalmente, a los ojos de la sana razón y del sentido común, la prueba más convincente de la falsedad del darwinismo en sus aplicaciones al hombre, está en la manera con que explica el génesis de la idea de Dios, del sentimiento religioso, de la libertad y de la ley moral, así como en las deducciones a que conduce lógicamente. Para convencerse de ello, bastará hacer algunas ligeras indicaciones sobre estos puntos. Para el darwinismo:

a) La humanidad primitiva no tuvo idea alguna de Dios: la creencia en su existencia reconoce por origen la [296] interpretación equivocada de los sueños, el movimiento de las sombras, las alucinaciones de la imaginación, con otros hechos análogos, que inspiraron primeramente al hombre la idea de los espíritus, idea que sirvió de base y premisa para elevarse a la idea de Dios, después de transcurridos muchos siglos de cultura y desarrollo de las facultades intelectuales. Excusado es advertir, que esto equivale a negar explícitamente la existencia real y objetiva de Dios.

b) La ley moral, esa ley que lleva consigo la distinción esencial y primitiva, no solamente entre el bien y el mal, sino también entre lo bueno y lo útil, no es otra cosa que una transformación de los instintos sociales de los animales, realizada por medio de la selección natural o inconsciente. Como se ve, esto equivale a negar el orden moral, la distinción primitiva y esencial entre el bien y el mal, la realidad de la ley moral propuesta a la libre elección de nuestra voluntad.

c) Lo que llamamos sentimientos y deberes morales, son los hábitos e instintos de los animales robustecidos y perfeccionados en virtud de la selección natural; así es que el deber moral y lo que se apellida bondad y malicia, compete también a los animales: los perros que no obran según lo que piden sus instintos y hábitos, faltan a su deber y obran mal, escribe el mismo Darwin.

En vista de las indicaciones que anteceden, no es de extrañar, antes es muy natural y lógico, ver a los adeptos del darwinismo negar la libertad humana, distinguiéndose entre ellos Huxley y Häckel que lo verifican con toda franqueza y sin echar mano de reticencias y reservas, como hacer suelen otros darwinistas, o menos francos, o menos lógicos. «La voluntad del animal, escribe el citado Häckel, lo mismo que la del hombre, jamás es libre. El dogma tan extendido del libre albedrío, es absolutamente insostenible, en el terreno de la ciencia. El fisiologista que estudie científicamente los fenómenos de la voluntad en acción (der Willensthätigkeit) en los hombres y animales, alcanzará necesariamente la convicción de que la voluntad nunca es libre, sino que siempre [297] es determinada por influencias externas o internas.» {(1) Natürliche Schöpfungsgeschichte, pág. 212.}.

Tales son las deducciones lógicas y necesarias del darwinismo, deducciones que llevan en su seno la negación de la caridad cristiana y hasta de la simple beneficencia, el abandono brutal del enfermo y del desgraciado, el sacrificio del débil al fuerte, la santificación y la apoteosis del egoísmo y de la fuerza física. Y no se crea que estas son apreciaciones arbitrarias o destituidas de fundamento: son apreciaciones profesadas y reconocidas explícitamente por los partidarios más fervientes y lógicos del darwinismo. Óigase en prueba de ello cómo se expresa Clemencia Royer, entusiasta propagandista de la doctrina de Darwin, en el prólogo dedicado a su Origen de las especies: «La ley de la selección natural, aplicada a la humanidad, demuestra con sorpresa, con dolor, cuán falsas han sido hasta ahora, no solo nuestras leyes políticas y civiles, sino nuestra moral religiosa. Descúbrese uno de los vicios menos frecuentes, pero no menos graves. Tal es la caridad imprudente y ciega, en la que nuestra era cristiana ha buscado siempre el ideal de la virtud social, por más que su consecuencia directa fuese empeorar y multiplicar en la raza humana los males a que aspira poner remedio… ¿Qué resulta de esta protección absurda concedida exclusivamente a los débiles, a los achacosos, a los incurables, a los malos; en fin, a todos los desgraciados de la naturaleza? Resulta que los malos tienden a perpetuarse indefinidamente.»

¡Con cuánta justicia se ha dicho que la razón humana, cuando cierra sus ojos a la luz de la revelación cristiana, desciende rápidamente por la pendiente del error hasta abrazar y resucitar los grandes extravíos de la filosofía pagana! Porque ello es incontestable que en el pasaje anterior, se proclama la conveniencia y justicia de abandonar a los débiles y desgraciados, a fin de no debilitar ni retardar el [298] perfeccionamiento progresivo de la raza humana. Doctrina es esta cuyo espíritu es más repugnante y cuyas tendencias son más horribles, que la doctrina de ciertos filósofos y legisladores paganos sobre el infanticidio y abandono de las naturalezas deformes o débiles. En vista de esta y de otras consecuencias lógicas del darwinismo, ya no deben extrañarnos los lazos de afinidad, y las simpatías que existen entre el darwinismo y el positivismo materialista, ni menos la analogía, o mejor dicho, identidad de doctrina y tendencias sociales, políticas y religiosas, que es fácil reconocer entre los partidarios del sistema darvinista y los adeptos de la Internacional.

Después de lo que llevamos expuesto, creemos innecesario demostrar que el darwinismo encierra doctrinas y tendencias esencialmente anticristianas. Haciendo caso omiso de otras, la teoría darwiniana sobre el origen del hombre es incompatible con el dogma católico que nos enseña, que nuestros primeros padres Adán y Eva, fueron producidos por Dios inmediatamente. Los que pretenden conciliar el darwinismo con el cristianismo, dan fundamento para sospechar que no conocen a fondo, ni al primero ni al segundo. La citada Clemencia Royer, testigo nada sospechoso en la materia, lo confiesa además paladinamente, cuando escribe: «La doctrina de Darwin es la revelación racional del progreso, fundándose en su antagonismo lógico con la revelación irracional de la caída del hombre. Son dos principios, dos religiones en lucha, una tesis y una antítesis; y yo desafío al alemán más experto en evoluciones lógicas a que encuentre la síntesis de las mismas. Son un sí y un no muy categóricos entre los cuales es preciso elegir, y el que se declare a favor del uno está en contra del otro.» [299]