Artículo
El tiempo.

Para analizar y descubrir la naturaleza del tiempo, conviene tener presente que nosotros concebimos el tiempo como una especie o modo de duración, por lo cual, antes de determinar la noción metafísica del tiempo, es preciso saber en qué consiste la duración. Así pues:

a) Por duración entendemos la permanencia de una cosa en el ser o existencia. Esto vale tanto como decir que la duración no es una realidad o entidad distinta de la existencia de la cosa, toda vez que no es más que la existencia continuada, de suerte que lo que añade a la existencia la duración es una mera negación, o una relación de razón. Si esta misma cuestión se traslada al terreno de la esencia, su solución o respuesta depende de la opinión que se tenga acerca de la distinción real entre la esencia y la existencia en las sustancias finitas. Si la existencia actual no se distingue realmente de la esencia de la cosa, tampoco se distinguirá de ésta su duración; pero en la hipótesis contraria, la duración se distinguirá de la esencia.

b) Las cosas o seres que tienen duración o permanencia [213] en el ser, pueden reducirse a tres clases, bajo este punto de vista. En la primera se coloca Dios, único que es inmutable absolutamente en cuanto a la esencia, en cuanto a la existencia y en cuanto a la operación; de manera que nada en él comienza ni acaba, nada adquiere o pierde. Hay otros seres que poseen cierto grado de inmutabilidad en su esencia y existencia, ya porque no están sujetos a generación y corrupción sustancial, ya porque una vez en posesión de la existencia, tienen en las condiciones propias de su naturaleza la razón suficiente para durar y permanecer en ella sin limitación, excluyendo todo término de duración a parte post: empero esta inmutabilidad relativa a la esencia y existencia va acompañada de mutabilidad accidental, al menos por parte de las acciones que pueden ejercer y perfecciones accidentales que pueden recibir. Pertenecen a ésta segunda clase los ángeles, y también el alma racional separada del cuerpo. Finalmente, hay otros seres que están sujetos a mutación esencial, en cuanto que comienzan y acaban por generaciones y corrupciones sustanciales; a mutación de existencia, en cuanto que por ser sustancias compuestas, no tienen en sí el principio y razón suficiente para conservar el ser perpetuamente; a mutación de accidentes y operaciones, no sólo inmateriales e instantáneas, como los ángeles, sino pertenecientes al orden sensible, material y sucesivo, como son las sustancias materiales que constituyen la naturaleza o el mundo de los cuerpos.

c) En relación y armonía con estas tres clases de seres, es preciso señalar tres clases de duración, de las cuales la primera se llama eternidad, y es la permanencia de la existencia en un ser inmutable absolutamente y bajo todos los puntos de vista. Excusado es añadir, que la duración propia de Dios, o sea su eternidad, se identifica realmente con su esencia, puesto que ésta no se distingue de su existencia, cualquiera que sea por otra parte la opinión que se tenga sobre esta cuestión, respecto de las esencias creadas.

La segunda especie de duración, o sea la permanencia de la existencia en una cosa, que es invariable en cuanto a la [214] sustancia y conservación del ser recibido, pero variable y sujeta a mutaciones accidentales se denominaba aerum entre los antiguos; y pudiera apellidarse eternidad participada, o a parte post. Finalmente, la duración de las cosas sujetas a mutación sustancial, y también a mutaciones sucesivas de su naturaleza y que caen bajo el dominio de los sentidos, es la que se llama tiempo.

Aplicando y desenvolviendo las nociones anteriores, no será difícil determinar la noción propia del tiempo. Así como concebimos la eternidad como la medida de la duración de Dios, y sin embargo, se identifica realmente con ésta duración de la existencia divina, y por consiguiente, con este ser de Dios en cuanto absolutamente invariable e inmutable, así el tiempo se identifica realmente o a parte rei con la duración, y por consiguiente, con la existencia de ciertas sustancias en cuanto sujetas a mutaciones sucesivas, sensibles y experimentales para nosotros: y si concebimos el tiempo como una medida de las cosas, es porque comparando por medio de la razón unos movimientos con otros, unas mutaciones con otras, y la sucesión relativa de sus partes, concebimos e imaginamos estas mutaciones y sucesión de movimientos como partes unidas y relacionadas que forman un todo continuado, por más que a parte rei y fuera de la razón y de la imaginación, no existan más que las varias especies de movimientos y mutaciones que en los cuerpos y en nuestra alma se realizan.

Luego la noción general y completa del tiempo, considerado como medida de la duración de las cosas, es una noción en parte objetiva y en parte subjetiva. Es objetiva, en cuanto que representa y significa mutaciones reales de las cosas, cuya duración se mide con el tiempo, y también en cuanto que unas mutaciones son realmente anteriores o posteriores a otras. Es subjetiva y puramente ideal, considerada como medida del movimiento distinta del movimiento mismo, o como duración abstracta y común de las cosas. Por eso Aristóteles define el tiempo: numerur et mensura motus secundum prius et posterius: «número y medida del movimiento, según que [215] las partes son comparadas y relacionadas entre sí por nuestro entendimiento.» Esta definición, adoptada generalmente por los Escolásticos, indica que para éstos la única realidad objetiva que corresponde a la idea de tiempo, es la realidad del movimiento, entendiendo por movimiento las mutaciones sensibles y experimentales para el hombre; pero la noción completa y racional del tiempo añade e incluye además un ente de razón, un elemento subjetivo e ideal, una comparación y relación de la razón entre los varios movimientos y sus partes.

Resumiendo y aplicando esta doctrina, podemos establecer las siguientes afirmaciones:

1ª No teniendo el tiempo más realidad objetiva que la de las mutaciones de los seres sujetos a nuestra observación y experiencia, y no habiendo rigurosamente presente del movimiento más que, o el ser, o el no ser, cuya alternación de términos y tránsito del uno al otro constituye el movimiento, colígese de aquí que no hay tiempo presente en rigor filosófico; porque la presencia envuelve permanencia, la cual es excluida por la sucesión del movimiento, y consiguientemente por el tiempo identificado objetivamente con éste. Luego la presencia real sólo corresponde al tiempo, en cuanto incluye instantes indivisibles.

2ª Considerado el tiempo con precisión o abstracción del movimiento real de las cosas, no es más que un ente de razón, y por consiguiente, se identifica con la nada, y es una mera concepción de nuestra razón. Bajo este punto de vista, pudiera decirse con Kant que el tiempo es una forma subjetiva, pero no a priori, sino formada por nuestra razón, tomando por fundamento y ocasión las mutaciones reales y objetivas del mundo externo e interno.

3ª El tiempo no puede tener lugar con respecto a un ser que excluya toda mutación. Por eso en Dios, por lo mismo que es absolutamente inmutable, llamamos eternidad y no tiempo, a lo que concebimos como medida de su duración.

4ª Destruidas o no existiendo cosas sujetas a mutación, [216] desaparecería el tiempo puesto que su realidad objetiva no es otra que la realidad de las mutaciones.

5ª Luego el tiempo considerado en lo que tiene de real, comenzó a existir con el mundo, o lo que es lo mismo, con las mutaciones y movimientos de las sustancias que componen el mundo corpóreo, y desaparecería desde el momento que dejara de existir este mundo. De aquí se infiere con toda evidencia, que el tiempo que concebimos, o mejor dicho, imaginamos antes de la creación del mundo, lo mismo que el que concebimos en la hipótesis de la aniquilación de éste, no es tiempo verdadero, no es algo real, y sí una pura ilusión de nuestra imaginación.