Objeciones.

Puede objetarse 1º con Locke. No se puede demostrar que el pensamiento repugne esencialmente a la materia, porque para esto sería necesario conocer completamente la esencia de ésta, condición que no se verifica en nosotros.

Resp. Las razones aducidas anteriormente prueban que es posible demostrar la incompatibilidad del pensamiento con la materia, sobre todo tratándose de un cuerpo extenso y organizado, o de materia extensa y compuesta de partes, que es a lo que alude Locke. No es menos falso en buena filosofía el pretender que para demostrar esa incompatibilidad, sea preciso conocer perfectamente la esencia de la [335] materia. Tanto valdría decir que no podemos demostrar la existencia o la unidad de Dios, porque no conocemos perfectamente su esencia, o que para demostrar que Dios no es cuerpo, era preciso conocer perfectamente la esencia de éste. Lejos de ser necesario lo que pretende y afirma el filósofo inglés, para demostrar la inmaterialidad y espiritualidad del alma por medio del pensamiento, basta demostrar que este es incompatible con alguno de los atributos de la materia, y que el modo de obrar del entendimiento no tiene nada de común con el modo de obrar de los cuerpos.

Obj. 2ª La experiencia manifiesta que el alma humana se halla sometida a las mutaciones del cuerpo, puesto que se desarrolla y perfecciona a medida que se desarrolla y perfecciona el cuerpo, languidece o se vigoriza en sus manifestaciones y actos, según las condiciones del cuerpo, de salud, enfermedad, juventud, vejez, &c. Luego es corpórea en sí misma; porque lo que depende del cuerpo para existir y en cuanto a su esencia, según el axioma operari sequitur esse.

Resp. 1º Los fenómenos a que alude la objeción, solo prueban que el estado y modificaciones del cuerpo refluyen sobre las manifestaciones y funciones del alma, así como éstas influyen a su vez sobre el estado y condiciones determinadas del cuerpo. Por lo demás, esto, lejos de desvirtuar las demostraciones aducidas en pro de la espiritualidad absoluta del alma, ni de evidenciar que ésta sea una sustancia corpórea y material en sí misma, lo único que prueban y evidencian es que el alma no se une al cuerpo simplemente como el motor al móvil o con unión accidental, como pretendían los cartesianos y enseñan implícitamente los modernos, sino como forma sustancial del cuerpo humano, según la enseñanza de la filosofía católica, unión íntima y sustancial que contiene la verdadera razón suficiente y a priori de la unidad sustancial de naturaleza y de persona que existe en el hombre. Si el cuerpo y el alma racional se unen del tal manera que constituyen una naturaleza humana y una sola persona humana, no es difícil ciertamente el concebir, antes [336] es muy natural que sus modificaciones, afecciones y mutaciones se revelen simultáneamente en los dos.

2º Aunque esta solución es suficiente, puede responderse además que el alma racional se halla sometida a las condiciones y modificaciones del cuerpo por parte de algunas de sus operaciones o funciones, es decir, por parte de aquellas que dependen de órganos materiales, o residen en partes determinadas del cuerpo; pero no se halla sometida al cuerpo directamente por parte de las facultades y operaciones del orden puramente intelectual, ni mucho menos por parte del mismo ser o sustancia del alma, la cual, como sustancia simple, inmaterial, y espíritu que trae su origen inmediatamente del mismo Dios por creación, permanece la misma, una e inmutable desde el principio hasta el fin de la vida, por más que se halle íntima y sustancialmente unida al cuerpo, y que a consecuencia de esta unión y de la variedad y distinción de sus facultades, experimente modificaciones y mutaciones en cuanto al desarrollo de estas facultades y modo de ejercer sus funciones actuales.

En resumen y en términos de escuela: El alma racional se halla sujeta a las mutaciones del cuerpo quoad operari, y aun esto no directe et quoad omnes operationes, sino solamente indirecte et quoad aliquas operationes, conc. quoad substantiam propiam seu esse animae in seipsa, neg.

Obj. 3ª Las sensaciones son operaciones o funciones corpóreas: luego también debe serlo el alma, que es su principio.

Resp. Ya hemos dicho antes que las sensaciones se pueden apellidar materiales y corpóreas en un sentido impropio solamente, o sea en cuanto que son determinadas por una impresión orgánica y material, y sobre todo porque son funciones que no se ejercen ni pueden ejercerse sino por medio y con el concurso de órganos materiales. Por lo demás, considerada la sensación en sí misma y como función cognoscitiva procedente del alma, más tiente de inmaterial y espiritual que de corporal y material.

Obj. 4ª Si la sensación en sí misma tiene más de inmaterial [337] y espiritual que de corpórea, se infiere que el alma de los brutos es también inmaterial y espiritual. Luego no se distinguirá esencialmente del alma racional, ni podremos demostrar la superioridad absoluta de ésta sobre aquélla.

Resp. Se infiere que el alma de los brutos es también inmaterial y espiritual en un sentido impropio, como lo es la misma sensación, se concede: en el sentido propio y riguroso de la palabra, se niega. Aquí no hay más que confusión de ideas, resultante de la variedad de acepciones posibles de una misma palabra. Si por espiritual se entiende una realidad que no solamente no es cuerpo, sino que es principio de operaciones y funciones que envuelven cierta elevación incompleta sobre la materia y los cuerpos, el alma de los brutos es espiritual: si por este nombre se entiende una sustancia capaz de existir por sí misma con independencia y separación de todo cuerpo, y que sea principio de operaciones y funciones que envuelven completa elevación y superioridad sobre toda materia y todo cuerpo, el alma de los brutos no es espiritual. En términos escolásticos puede responderse distinguiendo: el alma de los brutos es inmaterial y espiritual secundum quid, como lo son también las sensaciones, conc. es espiritual e inmaterial, simpliciter, neg.

En todo caso y cualquiera que sea la opinión que se admita acerca de la naturaleza del alma de los brutos, siempre es preciso reconocer que entre estos y el hombre existe una diferencia absoluta y esencial, basada sobre la distancia casi infinita que separa a la razón y la voluntad humana, de las sensaciones e instintos de los brutos, sensaciones e instintos que jamás traspasan el orden corpóreo y singular, como lo traspasan el entendimiento y voluntad del hombre, los cuales son por lo mismo facultades capaces de desarrollo, de invención y de progreso, a diferencia de las que competen al alma de los brutos (1), los cuales obran siempre del mismo modo [338] y carecen de voluntad libre, capaz de cambiar ni modificar sus instintos y pasiones.

{(1) El mismo Virey, a pesar de las tendencias semisensualistas, escribe lo siguiente: «La diferencia entre el instinto y la inteligencia [338] está bien marcada. El instinto puro obra siempre sin raciocinar: es movido o impulsado por la necesidad, por las pasiones y por toda especie de incitación interior e involuntaria… En los animales no existe aprendizaje alguno, ninguna perfección, ninguna variedad en la práctica, ninguna invención aumentada, modificada o añadida.»
Véase Buffon, Histor. Nat., t. II, edic. 8ª. Bonald, Recherches Philos. sur les premiè. objets des connais. mor., cap. XIII. Raulica, Filosofía cristiana, lib. 1º, caps. X y XI. Debreyne, Pensamientos de un creyente cat., caps. VIII, IX, X y XI.
Por lo que hace a santo Tomás, son innumerables los lugares de sus obras en los que demuestra, ya la espiritualidad e inmaterialidad perfecta del alma, ya también la independencia y elevación del entendimiento y la voluntad respecto de todo cuerpo, ya finalmente la superioridad absoluta y esencial del hombre sobre el bruto. He aquí uno de los muchos pasajes en que trata este punto.
«In animabus brutorum non est invenere aliquam operationem superiorem operationibus sensitivae partis; non enim intelligunt, nec ratiocinantur. Quod ex hoc apparet, quia omnia animalia ejusdem speciei similiter operantur, quasi a natura mota, et non ex arte operantia, omnis enim hirundo similitier facit nidum… nulla igitur est operatio animae bruti, quae possit esse sine corpore.»
«Intellijere, dice en otra parte, est universalium et incorruptibilium, et per hanc operationem differt homo a brutis. Potentia autem intellectus est quodammodo infinita in intelligendo; in infinitum enim intelligit, species numerorum augendo… cognoscit etiam [339] universale… supra seipsum agendo reflectitur, intelligit enim seipsum. Sicut intelligit rem, ita intelligit se intelligere, et sic in infinitum.»
«Inmaginatio non est nisi corporalium est singularium; intellectus autem incorporalium et universalium est.»
Los siguientes pasajes de Buffon, Bossuet y Bonald pueden considerarse como otros tantos comentarios y aplicaciones de los de santo Tomás, y principalmente del primero.
He aquí como se expresa Buffon: «La previsión de las hormigas era un fanatismo que se las había concedido observándolas, pero que se les ha retirado observándolas mejor… sus provisiones no son sino montones superfluos, acumulados sin idea ni conocimiento del porvenir… Por igual razón recogen las abejas mucha más miel y cera de la que necesitan; y nosotros nos aprovechamos, no tanto del producto de su inteligencia, como de los efectos de su estupidez…»
Bossuet dice a su vez: «Aun cuando se concedan sensaciones a los animales, no por eso se les habrá concedido nada espiritual… porque aunque el alma de las bestias sea distinta del cuerpo, no hay apariencia de que pueda conservarse separadamente, porque no tiene operación que no esté totalmente absorbida por el cuerpo y por la materia.»
No es menos explícito Bonald, cuando escribe: «La facultad interior que conduce a los animales y da impulso a sus movimientos, está limitada en cada especie por su organización, pues que el hombre inventa todos los días nuevos medios de extender la fuerza de sus órganos o de suplir a su debilidad… Hay, pues, lo infinito entre el hombre y el bruto respecto de la inteligencia. Los animales tienen una facultad de recibir imágenes y no inteligencia de las ideas; sensaciones y no sentimientos, hábitos y no reflexiones; hacen movimientos exigidos por un instinto o por un impulso, y no acciones dirigidas por una voluntad.»
El que quiera conocer a fondo la doctrina de santo Tomás sobre toda esta cuestión, puede consultar los siguientes lugares de sus obras: Sum. cont. Gent., lib. II, cap. 49, 65, 66, 78, 79, 82, 83, 86 y 87. De Anima, lib. III, lecciones 7ª y 9ª. QQ. Disp. de Ani., art. IV. Sum. Theol., 1ª parte, cuestión 75.}