La belleza.

Excusado es decir que en un compendio elemental no es posible presentar una verdadera teoría de la belleza, debiendo circunscribirse a breves indicaciones, cuales son las siguientes:

1ª La belleza, aunque no se distingue realmente (a parte rei) de la bondad, toda vez que ninguna cosa puede decirse con propiedad bella, sino a condición de ser buena, se distingue, no obstante, según nuestro modo de concebir. El concepto de bien envuelve solamente por parte del objeto la relación con el apetito, o sea la apetibilidad: pero el concepto de bello, añade la relación a la facultad cognoscente. De aquí es que para decir con verdad que una cosa es buena, basta que haya cierta ecuación y relación entre ella y la facultad apetente, o lo que es lo mismo, que ésta se complazca en el [54] objeto; pero no decimos que es bella, sino a condición que resulte cierta complacencia y satisfacción en el sujeto en virtud y por razón del simple conocimiento o percepción de la cosa (1); y esto de manera que la percepción o conocimiento de la cosa no sea una simple condición sine qua non, como sucede respecto de la complacencia en el bien, sino que la complacencia sea como un efecto inmediato, directo y peculiar de la misma percepción de la cosa.

{(1) Estas indicaciones se hallan en perfecto acuerdo con la doctrina de santo Tomás, cuando escribe: «Pulchrum est idem bono, sola ratione differens. Cum enim bonum sit quod omnia appetunt, de ratione boni est, quod in eo quietetur appetitus; sed ad rationem pulchri pertinet, quod in ejus aspectu seu cognitione quietetur appetitus… Et sic patet, quod pulchrum addit supra bonum quendam ordinem ad vim cognoscitivam: ita quod bonum dicatur, id quod simpliciter complacet appetitui; pulchrum autem dicatur id cujus apprehensio placet». Sum. Theol. 2ª, 2ª cuest. 17, art. 1º, ad. 3.}

2ª La belleza, pues, considerada objetivamente, no es ni la entidad de la cosa en cuanto simplemente cognoscible por el sujeto, bajo cuyo punto de vista constituye el verum; ni tampoco la entidad de la cosa como simplemente apetecible o proporcionada y capaz de atraer e inclinar el apetito, bajo cuyo punto de vista constituye el bonum; sino que es la entidad o realidad de la cosa, en cuanto capaz de determinar cierta complacencia sui generis en el sujeto que la percibe, precisamente en cuanto que la percibe y porque la percibe o conoce. Así es que podemos decir que la belleza participa de la verdad y de la bondad transcendental, sin ser ninguna de las dos determinada y exclusivamente, y hasta pudiera apellidarse la bondad de lo verdadero, un reflejo de la verdad, splendor veri, como la definen algunos.

3ª Santo Tomás hace consistir la belleza en la debida proporción, lo cual vale tanto como decir que la belleza se constituye por la combinación conveniente de la unidad con la variedad o multiplicidad. La pluralidad de partes o multiplicidad de elementos que entran a constituir el objeto [55] bello, puede ser, o real, como sucede en el hombre, en una pintura, &c., que consta de partes realmente distintas y subordinadas a la unidad; o meramente de razón y virtual, como sucede en Dios.

En nuestra opinión, cuando santo Tomás hace consistir la belleza en la debida proporción, o sea en la combinación conveniente de la unidad con la multiplicidad, debe entenderse esto de la belleza puramente objetiva y en sentido inadecuado; porque si consideramos la belleza adecuada y completa, o sea en cuanto abraza todas las condiciones necesarias para que se verifique su noción, la belleza incluye además una relación armónica entre el objeto que se denomina bello y el espíritu que lo percibe. Si bien se reflexiona, en todos los objetos que apellidamos bellos, ya pertenezcan estos al orden sensible y material, ya al orden inteligible y espiritual, siempre existe en ellos alguna conformidad, semejanza, analogía, relación, armonía, o llámese como se quiera, con alguna o algunas de las propiedades y atributos de nuestro espíritu. Unas veces el objeto bello estará en relación armónica y tendrá cierta analogía con las sustancialidad de nuestra alma, otras con su espiritualidad e inmaterialidad; tal objeto bello será una especie de imagen de su actividad y movimiento, tal otro tendrá cierta analogía con su libertad, o con su perfectibilidad, o con su sociabilidad, &c. Así, pues, aunque debe rechazarse como insostenible la opinión de los que reducen la belleza a un fenómeno puramente subjetivo, negándole todo valor objetivo, debe admitirse, sin embargo, que el concepto integral de la belleza se halla subordinado de alguna manera y recibe su complemento del sujeto o del espíritu humano, en virtud de la relación o proporción más o menos explícita, más o menos completa, que entre éste y el objeto bello existe.

4ª La belleza puede dividirse en absoluta o ideal y relativa. La primera sólo se halla en Dios, «el cual, dice santo Tomás, se dice bello, como causa que es de la consonancia y claridad de todas las cosas.» En efecto: solo Dios, como belleza infinita, excluye toda deformidad, no de otra manera [56] que excluye todo mal por ser bondad infinita, y todo error por ser verdad infinita. Añádase a esto, que en él se encuentra en sumo grado la noción objetiva de la belleza; por una parte, es unidad absoluta y perfecta, porque es el ser puro y simplicísimo; por otra parte es pluralidad o variedad infinita, porque contiene todas las perfecciones posibles. También puede y debe apellidarse belleza ideal, en cuanto y porque es el ejemplar absoluto y arquetipo de toda belleza; y de aquí procede que los seres finitos se denominen bellos y lo sean más o menos, a medida y proporción que se aproximan o apartan del ideal infinito de la belleza, que sólo Dios alcanza y posee toda su realidad. De aquí es también, que toda belleza perteneciente o existente en un objeto fuera de Dios o distinto de Dios, solo constituye y debe apellidarse belleza relativa.

5ª Ésta belleza relativa que se encuentra en las criaturas, recibe diferentes denominaciones tomadas de los diferentes seres y modos de ser a que se refiere; de aquí las divisiones y nombres de belleza sensible, belleza espiritual o inteligible, belleza moral, &c.

6ª La facultad de lo bello, en el hombre, puede decirse compleja; porque además de la razón, facultad primaria y fundamental para la percepción de la belleza, incluye o exige la imaginación. La experiencia, de acuerdo con la ciencia, enseña que la percepción y producción de la belleza, y especialmente de la que se refiere a las cosas sensibles y materiales, exigen condiciones y cualidades especiales de imaginación. La predisposición innata y la aptitud natural para percibir y discernir la belleza en los objetos, suele llamarse sentimiento de lo bello; y la facultad compleja, en cuanto educada y desarrollada por el ejercicio y las reglas racionales del arte, constituye el gusto.

7ª La ciencia que tiene por objeto la belleza, se llama ordinariamente Estética, y puede definirse: El conocimiento científico de lo bello y de sus formas y manifestaciones. Es oficio propio de ésta: 1º investigar científicamente la naturaleza, elementos, propiedades y formas varias de la belleza: 2º exponer y desarrollar en general los caracteres [57] propios de la belleza en su doble manifestación fundamental fuera de Dios (belleza de la naturaleza, belleza del arte o artística), considerándolas, ya objetivamente o en sí mismas, ya subjetivamente o por parte de las condiciones y cualidades subjetivas que son necesarias para la percepción y producción de la belleza: 3º tratar de la belleza aplicada a la arquitectura, escultura, pintura, música y demás bellas artes. Para dilucidar con acierto estos puntos, conviene estudiar y conocer la historia del arte, así como para discutir y dilucidar con acierto los problemas filosóficos conviene conocer la historia de la filosofía.

8ª Cuando en el objeto se realizan de una manera especial o superior las condiciones de la belleza objetiva, y ésta es percibida con viveza e intensidad, de manera que la percepción vaya acompañada de cierta especie de estupor y arrobamiento, el objeto bello pasa a ser sublime.

Toda esta filosofía es fundamento de la Suma Teológica de Santo Tomás, que puede encontrar resumida, en tan sólo 338 páginas en el Catecismo de la Suma Teológica  que puede adquirir aquí mismo.