LA ESENCIA DIVINA

La Teodicea de Santo Tomás (TESIS XXII a XXIV)

TESIS XXIII. — «Divina essentia, per hoc quod exercitae actualitati ipsius esse identificatur, seu per hoc quod est ipsum esse subsistens, in sua veluti metaphysica ratione bene nobis constituta proponitur, et per hoc idem rationem nobis exhibet suae infinitatis in perfectione.»

«La esencia divina, por identificarse con la máxima e infinita actualidad del ser, por lo mismo que es el mismo ser subsistente, rectamente se nos propone así, como constituida en su razón metafísica, y por eso vemos en ella la razón de su perfección infinita».

Esta proposición corta de un golpe la debatida cuestión escolástica relativa al constitutivo, o razón formal de la esencia divina.

Llamamos constitutivo de una esencia aquello que en ésta se concibe como primer fundamento y raíz de todas las demás propiedades que a tal esencia convienen.

Varios teólogos, siguiendo a Escoto, ponen el constitutivo formal de la divinidad en la infinidad o conjunto de todas las perfecciones. Algunos tomistas de nota, como Juan de Santo Tomás, Gonet, Billuart, los Salmanticenses, dicen que lo primero y más perfecto en Dios es «la inteligencia en acto, o el supremo grado de intelección». Sin embargo, la opinión más común entre los grandes tomistas, como Capréolo, Báñez, Contensón, etc., seguidos en nuestros días por la mayor parte de los teólogos, tienen por constitutivo divino al ser de por sí, o al ser subsistente. De varios modos expresan esta teoría. Dicen unos que siendo Dios el origen y fuente de todo, no puede ser de otro: es de sí mismo y por sí mismo, ens a se, y por lo tanto, su esencia es aseitas. Otros, fijándose en que Dios es la actualidad suprema, o acto puro, ponen la esencia divina en el ser subsistente.

Aunque tales matices no dañan el fondo de la doctrina, conviene adoptar la fórmula de nuestra tesis. La esencia divina, identificada con la actualidad del ser, no ha de confundirse con la actualidad abstracta; es la actualidad en ejercicio, exercitae actualitati, el mismo ser subsistente.

Nada cuadra mejor con la definición con que el mismo Dios se designó en la Escritura: Ego sum qui sum, »yo soy el que soy». No dice: »Soy el que piensa, o el que quiere», sino «El que es»; como si dijera, mi nombre y mi definición es el SER, y por lo mismo que soy el ser, toda perfección es propiedad mía, todo trae su origen de mí. Por esto los Santos Padres llamaban a Dios abismo del ser, pelagus essendi. Santo Tomás insiste en esta idea: «En Dios, dice, el mismo ser es la esencia; por esta causa, el nombre sacado del ser es el que lo designa con propiedad, es su nombre propio. Este es el mejor nombre entre tantos como atribuimos a Dios». El ser mismo, o el ser subsistente, es lo que principalmente Santo Tomás contempla en Dios, y de ahí deduce el Angélico que todas las perfecciones se hallan en Él. »Siendo Dios el mismo ser subsistente, dice, ninguna perfección del ser le puede faltar. Todas las perfecciones pertenecen a la perfección del ser «.

Puesto que el ser en Dios no está como en nosotros, en grado imperfecto, sino en toda su infinita simplicidad y pureza, tiene que ser la fuente, la plenitud, el colmo y conjunto de todo. La criatura no puede ser el ser; lo recibe incompleto en su limitada esencia, y necesita de ulteriores perfecciones, como la vida y la inteligencia en los hombres, que completan y adornan su ser; pero el ser subsistente en toda su plenitud, significa todavía más que la vida, la inteligencia y demás perfecciones derivadas; es la plenitud esencial de la perfección, includit omnem perfectionem essendi.

Concebida de este modo la divina esencia, nos aparece ya rectamente constituida en su esencia metafísica, viendo en ella la razón fundamental de todas sus infinitas perfecciones. Siendo Dios el ser subsistente, la infinita actualidad del ser, es la plenitud y el abismo que excluye todo límite de ser, de espacio y de tiempo; es necesariamente infinito, eterno e inmenso.

Esto es lo primero que debemos concebir en Dios; tal es la razón formal constitutiva de la divina esencia y fuente de todos los atributos.

Nuestra fórmula excluye eficazmente ciertos errores modernos relativos a la naturaleza de Dios.

Para Schell, la esencia divina es el ser, causa de sí mismo; según Carlos Secretan, Dios o lo Absoluto, es la causa de su existencia, causa de su propia ley, y él determina, conforme a su voluntad, el modo con que quiere producirse; de aquí esta fórmula: «Yo soy lo que quiero»; según Lequier y Boutroux, «la esencia divina no es ella misma mientras no se realice libremente».

Todo esto equivale a contradecir e injuriar al verdadero Dios. La causa es, natura sua, anterior a lo que produce. Si Dios es la causa de sí mismo, si el Absoluto se produce, si su esencia se realiza, es antes de ser, está sometido al fieri, o cambio de ser. Esto se llama evolución panteísta.

Por otro lado, si la voluntad y la libertad en Dios son la causa de su esencia, debemos concluir que la voluntad es la regla de la verdad y del bien; de esta suerte destruimos el inmutable fundamento de las esencias. «Decir que la justicia depende de la simple voluntad, o que la voluntad divina no procede según el orden de la sabiduría, es tanto como blasfemar».