Las facultades del alma

La  Biología y la Psicología de Santo Tomás (TESIS XIII a XXI)

LAS FACULTADES DEL ALMA

TESIS XVII. — «Duplicis ordinis facultates, organicae et inorganicae, ex anima humana per naturalem resultantiam emanant: priores, aá quas sensus pertinet, in composito subjeetantur, posteriores in anima sola. Est igitur intellectus facultas ai órgano intrinsece independenSf.»

«Dos órdenes de facultades orgánicas e inorgánicas, emanan del alma humana por resultado natural: el sujeto de las primeras, a las que pertenece el sentido, es el compuesto, y de las segundas el alma sola. Es, pues, el entendimiento una facultad intrínsecamente independiente de los órganos».

Cinco afirmaciones fundamentales abarca esta tesis : 1º, la distinción entre el alma y sus facultades; 2º, que las facultades proceden del alma por resultado o emanación natural; 3º, la existencia de dos órdenes principales de facultades; 4º, que para los sentidos, el sujeto de las facultades es el organismo, y el alma sola para las facultades espirituales; 5º, la independencia o espiritualidad absoluta de la inteligencia.

I. — Distinción real

Las facultades o potencias del alma significan los principios próximos e inmediatos de donde procede la operación. Así, por ejemplo, cuando veo, pienso o quiero, sé muy bien que es mi alma la que obra, pero por medio de mi vista, de mi inteligencia o de mi voluntad: mi alma es el principio remoto o radical; mis sentidos, mi inteligencia, mi voluntad, son los principios inmediatos y próximos de la visión, del conocimiento y de la volición.

Lo primero que interesa al filósofo y a cualquiera que reflexione sobre su naturaleza y analice su pensamiento, es saber cómo el alma se distingue de sus sentidos, de su entendimiento y de su voluntad. La solución de este problema dependerá de los principios fundamentales de la ontología. Admitido que la potencia y el acto están en el mismo género supremo, y que los accidentes se distinguen realmente de la substancia, según queda ya explicado, resulta evidente que el alma no puede ser ni su operación, que es accidental, ni el principio inmediato que la produce. Pero si se echa por tierra esa metafísica, no hay norma eficaz que la substituya para resolver la cuestión. Han negado esa distinción los antiguos y modernos materialistas, que no admiten otra cosa que «el flujo de los hechos pasajeros»; los nominalistas de la Edad media y de nuestros tiempos; los cartesianos y todos los subjetivistas contemporáneos, que llegan a confundir el alma con el pensamiento y la volición. Con Aristóteles, en cambio, la sostuvieron y defendieron los Padres de la Iglesia, pues en tal sentido escribía San Agustín: »No llamamos espíritu a la misma alma, sino a lo que en ella hay de excelente» con lo que venía a decir : el espíritu, o la facultad intelectual, no es la esencia misma del alma, sino algo que se le añade como una perfección excelente. San Anselmo, San Buenaventura y demás grandes escolásticos, concuerdan en este punto con el Doctor Angélico. El mismo Bossuet, que parece hablar a veces como un cartesiano, defiende aquí la tesis del sentido común: »Rara me parece esa metafísica de que la substancia del alma, en el fondo, sólo sea pensamiento o volición».

La prueba tomista parte del siguiente hecho experimental: no se explicaría el conflicto y la lucha entre nuestras facultades, de que somos testigos, si se confundieran entre sí, identificándose con la esencia del alma; y termina con la aplicación de los principios ontológicos ya demostrados, según es fácil de ver. Dado que la potencia y el acto están en el mismo género supremo, las facultades o potencias de las cuales proceden actos accidentales no pueden confundirse con la substancia, sino que deben ser accidentes como la operación. Luego si es verdad que toda acción de las criaturas pertenece al género de accidente que se añade a la substancia y puede desaparecer, mientras ésta perdura, igualmente lo es que las potencias de operación o facultades se diferencian de la esencia y reducen al mismo género de accidente.

II. — Emanación de las facultades

El segundo punto de la tesis se refiere al modo con que proceden del alma las facultades. Aunque distintas de la esencia, de ella se derivan y con ella están esencialmente ligadas. No ha de entenderse este origen en un sentido material, como el río que nace de la fuente; ni como una consecuencia puramente lógica, a la manera que la conclusión viene de las premisas, sino como una consecuencia física, al modo de las propiedades que resultan de la esencia (per resultantiam o resulta-tionem, en frase de Santo Tomás y los antiguos); esto es, una emanación natural, espontánea, irresistible. La acción del Creador llega a la substancia, y por la substancia a las facultades, de suerte que éstas son concreadas en virtud del acto divino que produce el alma y la une al cuerpo. De ahí aquel axioma escolástico: Qui dat esse dat consequentia ad esse; quien da el ser, da también todo lo que necesariamente sigue al ser. Suele a menudo compararse la substancia del alma y sus facultades con el tronco de un árbol y sus ramas, respectivamente ; comparación que resulta exacta en el sentido de que obra el alma por sus facultades, como el árbol por sus ramas, pero que fallaría al forzarla demasiado; porque si el árbol produce ramas, hojas, flores y frutos, el alma, que también produce en sus múltiples acciones a modo de flores y frutos, no puede decirse con propiedad que dé algo comparable a las ramas, por la sencilla razón de que sus facultades fueron creadas al mismo tiempo que ella. Tal es el alcance de ese origen misterioso que nuestra filosofía llama una resultancia o emanación espontánea.

III. — Divisiones principales

La tesis señala, como de pasada, la gran división de las facultades en orgánicas e inorgánicas.

No es más que una aplicación de las anteriores tesis. Siendo nuestra alma una substancia singular y subsistente, es, sin embargo, forma del cuerpo; y perteneciendo a un orden enteramente espiritual, posee toda la virtualidad de las formas corporales; y unida substancialmente a la materia, no sólo no se deja dominar o absorber por ella; tiene, además, en su ápice y en su fondo íntimo una virtud superior que no admite mezcla de ningún género con el compuesto. Desde luego, pues, se comprende que el alma haya de tener dos órdenes de facultades: correspondientes al ser que comunica al organismo, las unas, y al ser que permanece siempre elevado por cima de la materia, las otras.

Esas potencias orgánicas e inorgánicas, a su vez, pueden clasificarse en diversas categorías. Teniendo sólo en cuenta las funciones o hechos psicológicos, los filósofos modernos forman tres grupos: sensibilidad, inteligencia y voluntad; o bien, el sentimiento, el pensamiento y la volición; o si no, facultades de la vida vegetativa, de la vida sensitiva y de la vida social.

Amén de otros inconvenientes que pudiera ofrecer, esta clasificación olvida el principio fundamental de que la especificación primera viene de los objetos desde cuyo punto de vista, precisamente, descubrió Santo Tomás hasta cinco géneros de potencias en el alma. Primeramente hay un objeto de muy reducida extensión, cual es el cuerpo unido al alma que se ha de nutrir, conservar, desarrollar y reproducir en otros semejantes; de ahí la razón de ser de la potencia vegetativa. Viene luego el mundo sensible, objeto mucho más extenso, aunque limitado, para cuyo alcance se nos ha dado la potencia sensitiva. Después encontramos el objeto universal, el ser mismo en toda su amplitud, al que debe corresponder una facultad del mismo orden, vastísima como él; y así es la potencia intelectiva. El alma necesita, finalmente, ponerse en relación con los objetos y tender hacia ellos: si esta tendencia es sólo de inclinación y afecto, tendremos la potencia apetitiva; mas si, por estar lejos los objetos útiles o cerca los nocivos, conviene acercarse a los unos y alejarse de los otros, por medio del movimiento local, hay una última potencia motriz, o locomotiva, encargada de asegurar la vida de relación.

He aquí los cinco géneros de facultades que ha descubierto y justificado la filosofía escolástica: la potencia vegetativa, la sensitiva, la intelectiva, la apetitiva y la locomotiva. Aun pueden subdividirse muy diversamente: así, por ejemplo, la facultad apetitiva se desdobla en apetito sensitivo y apetito racional, en razón a que su objeto puede ser reducido y sensible o universal y espiritual. Al cabo, siempre habrá que recurrir a la división fundamental de las facultades en orgánicas e inorgánicas, indicada por nuestra tesis.

IV. — Sujeto de las facultades

Añádese que el sujeto de las primeras es el compuesto u organismo animado, y el alma sola el de las segundas. Resumida así la doctrina, guarda un justo medio entre los dos extremos: porque los positivistas someten al cuerpo todas las facultades o fenómenos, y los idealistas, los espiritualistas exagerados, los nominalistas, los cartesianos, enseñan la teoría que Bossuet sintetizó en estas palabras: «La sensación es algo que se forma después de todo aquello, y en otro sujeto, es decir, no en el cuerpo, sino en el alma sola».

Nuestra psicología responde que todas las facultades radican en el alma, puesto que fluyen de ella como un resultado espontáneo y por vía de emanación natural; pero que por sí sola no podría ser el sujeto inmediato de las potencias orgánicas. Una substancia espiritual no puede recibir la impresión directa de los objetos materiales y extensos que, desde el exterior, provocan la sensación: requiere un sujeto del mismo orden que los objetos cuya influencia experimenta. Tampoco basta la materia nérvea por sí sola para dar cumplida explicación de la maravillosa unidad que supone el fenómeno sensitivo: si es representativo, percibimos sintética y unitariamente lo que es múltiple por de fuera, como en realidad de verdad es una la percepción del triángulo en mi vista o en mi imaginación; si es afectivo, concentramos en una emoción indivisible nuestros sentimientos de goce o de dolor, que pueden ser más o menos intensos, empero nunca fraccionables. Para explicar, pues, la sensación, hace falta un elemento extenso capaz de recibir las impresiones de fuera, y otro simple que sea el principio de la unidad; el organismo y el alma, respectivamente, son los dos elementos indispensables. De todo lo cual se desprende que el sujeto de la sensación, lo mismo que de los restantes fenómenos de las facultades orgánicas, es el compuesto del alma y el organismo, llámesele materia viviente u organismo animado. «A fin de cuentas, la teoría más plausible y racional parece ser la de la materia viviente. Se apoya: 1º, en el testimonio de nuestra conciencia, que percibe la sensación como un estado extensivo; 2º, en el hecho de la localización, difícil de explicar fuera de la concepción tomista».

Por el contrario, las facultades inorgánicas deben reposar en lo íntimo de la substancia, lejos de todo quebranto, precisamente porque corresponden a aquel ser superior del alma que jamás se ha mezclado con la materia. Y desligadas del cuerpo, en el estado de separación, no hay motivo para que no perseveren inalterables en su pleno ejercicio.

En cuanto a las facultades orgánicas, cuyo sujeto se desmorona en la catástrofe final, no pueden desplegarse después de la muerte. Sin embargo, el alma las conserva virtualmente y como retiradas en su interior, por ser raíz de ellas; y el día en que vuelva a reunirse con su cuerpo, sin necesidad de nueva creación ni de milagro alguno, sin ninguna dificultad las hará reflorecer en el organismo restaurado.

V. — Independencia del espíritu

Clara y manifiesta, como ilación de un corolario, viene en pos de lo expuesto la independencia intrínseca del entendimiento humano. Extrínsecamente depende del concurso indispensable de la imaginación que le representa los objetos externos; y como ésta depende del cerebro, nada tiene de extraño que el espíritu padezca indirectamente ciertas dificultades por parte del organismo. Ello viene a confirmar aquella unidad substancial del hombre de que hemos hablado en la tesis anterior; pero evitemos cualquier equívoco.

A la objeción de que el pensamiento no está libre de las condiciones temporales y que la ciencia ha inventado instrumentos para medirlo y determinar su intensidad, respondemos que lo que requiere tiempo, lo que miden los instrumentos de precisión, es el trabajo previo que deben realizar las facultades auxiliares del espíritu. La inteligencia tiene que volverse frecuentemente hacia la imaginación, para abstraer de ella su objeto; al trabajo de la imaginación va unido el de las otras facultades orgánicas, y el ejercicio de todas y cada una depende del sistema nervioso o del gran simpático. Claro es que al medir la intensidad de la actividad nerviosa, indirectamente se mide también el trabajo intelectual; pero la operación del espíritu es intrínsecamente y en sí misma del todo inmaterial, alcanza su objeto de una manera abstracta, universal, desde un punto de vista en el que por ningún concepto pueden colocarse los sentidos, según quedó explicado al analizar los tres actos del entendimiento, la aprehensión, el juicio y el raciocinio.

Concluyamos, pues, con Bossuet: «Las operaciones intelectuales no son al modo de las sensaciones anejas a los órganos corporales; y aunque el entendimiento se sirva de los sentidos y las imágenes sensibles, debido a la mutua correspondencia que debe haber entre todas las operaciones del alma, no es de este lado hacia donde se vuelve para llenarse de verdad, sino hacia la verdad eterna».