Materia y Forma

COSMOLOGÍA

st29

TESIS VIII. —»Creatura ero corporalis est quoad ipsam essentiam composita potentia et actit: quae potentia et actus ordinis essentiae materiae et formae nominibus designatur.»

«La criatura corporal, en cuanto a su misma esencia, está compuesta de potencia y acto, y esta potencia y acto, del orden de la esencia, se designa con los nombres de materia y forma»[1].

Después de explicados y aplicados luego a la criatura espiritual los primeros principios de la Ontología, descendemos aquí al problema fundamental de la Cosmología, relativo a la composición de los cuerpos. Siendo en la criatura espiritual la esencia simple, no cabe en ella otra composición que la necesaria en todo ser criado, o sea, la de la existencia y accidentes, o formas secundarias adventicias, conducentes a la actuación y perfección de la substancia. En la criatura corporal, como en todas, la potencia y el acto han de estar en el mismo orden; su acto, llamado forma substancial, ha de ser aquel principio que determine y confiera la perfección específica a tal esencia, o substancia corpórea.

El Problema

También aquí debe servirnos de guía la experiencia y el sentido común, que registran y atestiguan en los cuerpos un constante dualismo y universales antinomias. Los mismos cuerpos en apariencia más inertes y pasivos, despliegan energías que en su actividad contribuyen a la fecundidad de la naturaleza y esplendor del Universo. Dentro de su múltiple división, por otro lado, conservan maravillosa unidad que resiste al torrente de todos los fenómenos y cambios. Tienen un elemento genérico común a todos los cuerpos, y otro específico o típico que los distingue y clasifica a cada uno de ellos en determinada jerarquía; un elemento pasa y se renueva sin cesar; otro subsiste vencedor de todos los fenómenos cambiantes. Es lo que se corrobora en la ley física de la conservación de la materia y de la energía, cuya cantidad resta invariable después de todos los cambios o combinaciones. La cantidad que, al parecer, se pierde en la forma del movimiento, se recobra o substituye en la de calor. De aquí los científicos axiomas de nuestros días: «El equivalente mecánico del calor», y el «nada se crea y nada se pierde». Sin embargo, la Química registra innumerables variantes en las combinaciones, como la Biología en las multiformes fases de la evolución vital.

Para explicar tal dualismo, la razón se ve obligada a concluir que necesariamente hay en los cuerpos dos principios esencialmente distintos: 1º, un principio de pasividad, de inercia, de multiplicidad, de división, principio común, genérico y permanente bajo la ola perpetua de indefinidas modificaciones; 2º, un principio de actividad y unidad característico de cada cuerpo, que lo coloca en tal especie o determinado tipo. El primero, como pasivo y determinable, es potencial y material; el segundo, como activo y específico, es dinámico y formal. Todo el problema de la constitución de los cuerpos se reduce a saber el oficio o función de estos elementos. Si uno se atiene exclusivamente al primero, cae en el exceso del atomismo; la consideración única del segundo nos lleva al más cerrado o cerril dinamismo. La doctrina de Aristóteles y de Santo Tomás, propuesta por la Congregación como segura norma directiva, respeta uno y otro elemento, estableciendo entre ellos las dos relaciones fundamentales de la potencia y el acto. He aquí el sistema escolástico de Hyle-morfismo, o sea, de la materia primera y de la forma substancial.

Podemos resumir en tres puntos la doctrina de este sistema: 1º, hay en todo cuerpo un principio substancial material y un principio substancial formal; 2º, cada uno de éstos, por sí solo, es una substancia incompleta; 3º, el principio material es en relación al principio formal, lo que es la potencia en relación al acto, al cual está esencialmente ordenada. Incluyen estos principios importantes consecuencias ineludibles. No son los cuerpos hacinamientos o agregados de substancias completas, pues cada compuesto de materia y forma tiene su propia unidad substancial; los cuerpos difieren entre sí substancialmente, como una especie difiere de otra; hay en la naturaleza cambios substanciales, es decir, corrupciones y generaciones que producen nuevas substancias en el universo.

No es posible detenerse aquí en el examen de otros sistemas, pues es amplio asunto que reclama un libro aparte. Concretémonos a unas breves consideraciones en apoyo del sistema tomista, preferido por la Iglesia, que también podemos llamar el del sentido común.

Existencia de un principio material

La experiencia y la razón acordes descubren en todos los cuerpos un principio substancial material. La actividad corpórea se verifica y explaya necesariamente en el espacio; por otra parte, vemos que los cuerpos se influyen mutuamente gracias y en proporción al contacto mediato o inmediato, de tal suerte que se corta toda comunicación e influencia cuando dejan de tocarse. Tanto el espacio como el contacto corporal presuponen y reclaman una superficie extensa. Hay que llegar, pues, a un principio fundamental, raíz de la extensión, y material, por lo tanto, pues materia y extensión son conceptos inseparables. Tal principio tiene que ser permanente, como se confirma con la ley de la gravitación o del peso, sea cualquiera el cambio, el peso permanece exacto, lo cual prueba un principio inmutable anterior a la mutación. Y como la serie de accidentes, fenómenos, cambios, movimientos y actividades en general, no han de descansar en el vacío, hay que llegar a un elemento substancial, inmutable, substrato y sostén de tan incesantes cambios.

La existencia del principio formal

Mas no basta el principio material; también reclaman la experiencia y la razón un principio substancial, formal y dinámico, para explicar la unidad, fijeza y actividad de los seres vivientes. ¿Quién no ve en el animal una íntima forma, que mantiene íntegro su ser, que dirige a un solo fin todas sus energías, que, en medio de la composición y multiplicidad del elemento material, produce fenómenos de una sensación indivisible, como la visión, la orientación del apetito, con todos los demás actos de la vida psicológica del animal?

¿Qué notáis en la planta? Una tendencia interior que rige, endereza y gobierna sus diversas partes, orientándolas todas al mayor bien del organismo. El término de su actividad permanece inmanente en la planta misma; ella es la que utiliza su trabajo; al obrar evoluciona o tiende eficazmente a su perfección, a la fecunda belleza de las flores y frutos que forman su corona. Permanece fija en su unidad específica e individual, a pesar de los elementos, sin cesar cambiantes y renovados, que utiliza en su desarrollo. Al admitir la realidad de la vida, o la distinción real entre el cuerpo vivo y el inanimado, es preciso reconocer ahí un principio substancial y específico, fuente de esa unidad, que es el llamado por los escolásticos forma substancial.

En orden a los cuerpos inorgánicos, la evidencia no es tan clara. Sin embargo, los fenómenos cristalinos, o cristalíferos, especialmente parecen una confirmación de la teoría tomista. Obedece el cristal a una misteriosa ley que de tal modo agrupa y ordena sus moléculas conforme a un tipo específico tan invariable, que si los ángulos de un cristal se rompen, infaliblemente se reparan según el tipo constante. ¿Esta energía interna no podrá llamarse el principio substancial y formal de la Escuela? Sabios de alto prestigio no se afrentan de acudir a él. «La cristalografía parece dar la razón, escribe De Lapparent, a la opinión filosófica expresada en el siglo XIII por el genio potente de Santo Tomás de Aquino».

Bien estudiadas las propiedades de todos los cuerpos, hay que llegar a dos principios irreductibles: Los mismos fenómenos de la cantidad revelan la existencia de un principio substancial formal. »Obligados nos vemos a recibir en nuestra Física algo más que los elementos cuantitativos del geómetra; hay que admitir también cualidades, hay que admitir, como cualidad primera irreductible, aquel principio en virtud del cual un cuerpo se llama cálido, luminoso, electrizado e imantado; en una palabra, renunciando a las teorías puestas de moda desde Descartes, tenemos que volver a las ideas más esenciales de la Física de Aristóteles».

A qué debemos atenernos en definitiva

Bajo esta fórmula general, que la Sagrada Congregación hizo suya, y sin descender a particulares aplicaciones no esenciales en el sistema, la doctrina tomista puede tenerse por cierta, como una conclusión del sentido común. Hay aquí tres datos definitivamente adquiridos e inquebrantables: 1º, es preciso reconocer en el cuerpo, además de la materia, de la cantidad y movimiento, un principio formal y dinámico de cualidades permanentes; 2º, la materia es indestructible: Nada se pierde; 3º, la forma no sale de la nada, sino del sujeto potencial que la contenía y recibe: Nada se crea.

La Sagrada Congregación no se refiere a mutaciones substanciales, pero la doctrina es indiscutible, al menos respecto al compuesto humano y al animal. Todo el mundo confiesa la diferencia esencial entre el ser vivo y el cadáver. Lo mismo puede decirse del orden vegetal. Los fenómenos del nacer y morir de la gigantesca encina, y los que en poco tiempo la convierten en ceniza, son cambios que llegan a la substancia misma. Doquier hay un tránsito de la vida a la muerte, o de la muerte a la vida, hay mutación substancial.

La prueba no es tan decisiva respecto a los cuerpos inorgánicos: mas las propiedades irreductibles observadas por la ciencia en el nuevo compuesto, nos autorizan a deducir aquí también un cambio substancial.

El sistema aristotélico-tomista es, además, la mejor explicación de los dogmas católicos relativos a la unión del alma con el cuerpo, de la naturaleza humana de Cristo, de la presencia real y de la transustanciación en la Eucaristía. Todo esto supone materia, forma, unión y cambio substancial.